Disclaimer: Frozen es propiedad de Disney, sólo me divierto con sus personajes :3
Un té con dos cucharadas de azúcar
Capítulo 1: El mayordomo de la Reina
"¿Más té, Alteza?"
Dijo una voz a su derecha y sabía exactamente a quien pertenecía, seca, cortante y fría. Miró de soslayo la figura que tenía a su costado, vestido de corte perfecto y como se espera en un mayordomo real, Hans, el ahora ex príncipe de las Islas del Sur por decreto real del rey de aquel lugar, esperaba una respuesta. Aún no se acostumbraba a tenerlo tan cerca ni mucho menos el rol que cumplía.
"No, gracias" Respondió, al fin, la reina Elsa de Arendelle, posando su mirada azul en el rostro tenso y, muy a su pesar, guapo del joven. "Puedes retirarte si lo deseas, Hans" Agregó, dejándole sopesar la posibilidad de tener unos momentos para sí mismo.
"Si su Majestad así lo dispone" Masculló Hans con una sonrisa fingida que había desarrollado en los pocos días que llevaba en su nuevo rol.
Elsa no respondió, simplemente se limitó a asentir con la cabeza donde su delicada corona tintineaba. Él se retiró llevando consigo el servicio que había cargado desde la cocina hasta el estudio privado de la reina.
Suspiró con resignación, esperando el día en que, preso de un ataque de furia, el ex príncipe terminara explotando y echando por la borda el poco bien que había hecho hasta la fecha. Lo cierto es que ella pensaba que la última imagen que tendría del joven Hans sería encarcelado en el calabozo de aquel galeón que lo llevaba de nuevo a su hogar con un balde en la cabeza, pero no fue así. A los pocos meses de su salida del puerto de Arendelle, el príncipe regresaba a cumplir con la penitencia que su padre le había impuesto y que ella, por cuestiones de política internacional no podía rechazar. Despojado de todo título nobiliario y de su rol como almirante naval de la flota de las Islas del Sur, aquel joven quedaba meramente reducido a Hans Westerguard su nuevo mayordomo por orden del rey Jensen, idea que había elucubrado con la ayuda de sus doce hijos restantes, mortificados por el accionar de su hermano menor. Hans debía prestar servicio durante un año y medio a la reina, si al cabo de ese tiempo ella no tenía replica alguna, el joven podría recuperar sus títulos y lugar en la corte, pero si ella tenía alguna queja, entonces Hans obtendría el destino que ella considerara pertinente.
Retomó la lectura de los informes sobre las cosechas que estaba leyendo, buscando alejar su mente lo más que podía de la presencia de aquel joven.
Cuando había logrado la concentración suficiente y determinado cuantos quintales de trigo se guardarían para el próximo verano, el golpeteo característico de su hermana en la puerta le hizo saber que aquella tarde no terminaría con sus tareas.
"¿Elsa?" Preguntó cantarina Anna, de otro lado de la elaborada puerta de la oficina.
"Adelante" Respondió Elsa, levantando la vista.
Si había algo que se permitía en los últimos tiempos era envidiar la libertad y la energía que Anna portaba. Alegre y cantarina se encargaba de los roles que ella, por su carácter más retraído no lograba con tanta eficiencia, como tratar con el personal doméstico, llevar a cabo el correcto ordenamiento de las tareas dentro y fuera del castillo, atender a los invitados en las cenas y bailes y demás cosas afines. Además de realizar aquellas tareas, aún tenía tiempo para reunirse con el tímido repartido oficial de hielo del reino, Kristoff, y su inseparable, y algo particular, mascota Sven. Quizás en otras cortes resultara inconcebible que una joven princesa se codeara con un plebeyo como Kristoff, pero le bastaba contemplar la indudable devoción que el joven rubio profesaba por su hermana que le era suficiente para saber que no le haría daño y que aquello era amor verdadero.
Anna abrió la puerta con cuidado y asomó la cabeza, haciendo que sus características trenzas se mecieran graciosamente.
"No está aquí, Anna" Se apresuró a decir Elsa, a sabiendas de que su hermana detestaba estar en la misma habitación que Hans.
La pelirroja esbozó una amplia sonrisa y se metió de lleno en la habitación.
"¿Te ha tratado bien?" Preguntó con timidez.
"Si" Respondió la rubia. "Bien sabes que después de nuestro primer encuentro no le han quedado sospechas sobre el dominio de mis poderes y qué puede suceder si me hace enfurecer"
Anna dejó escapar una risilla, recordando como su hermana había congelado al muchacho hasta el cuello advirtiéndole que no hiciera nada estúpido durante su estancia porque si no se convertiría en la próxima estatua de hielo que adornara el siguiente baile que hicieran en el castillo. Sabía que Elsa, de tanto en tanto, congelaba las botas de Hans para recordárselo.
"Lo sé… pero ansío tener un nuevo motivo para golpearlo" Suspiró, dejándose caer dramáticamente sobre el mullido asiento que estaba frente al escritorio.
Elsa sonrió meneando la cabeza.
"Sin golpes, Anna. Quiero que se vaya cuanto antes" Confesó.
"También deseo eso, pero es Hans y no sabemos de lo que es capaz" Puntualizó la princesa, cruzándose de brazos.
"Lo sé" Suspiró Elsa "Anna… ¿Has venido por algo o elaborar sospechas sobre Hans?" Agregó sonriendo. Adoraba a su hermana y, sobre todo, pasar tiempo con ella, pero detestaba cuando la interrumpía en el trabajo.
"¡Oh! Si, Gerda necesita que te pruebes el vestido para el baile de recepción del príncipe Niklas" Respondió Anna dando unas palmaditas, visiblemente emocionada por el hecho de tener un baile en puerta.
"Oh, bien. ¿Podrías avisarle a Gerda que la veré más tarde?" Preguntó Elsa, deslizándose ligeramente en su gran y señorial sillón de cuero borgoña.
"Por supuesto. Nos vemos en la cena, hermanita" Respondió la pelirroja, levantándose de su lugar con un enérgico brinco. "¿Puede cenar Kristoff con nosotras?" Preguntó poniendo una expresión de cachorro en su rostro.
Elsa revoleó los ojos.
"¿Cuándo lo he negado?" Preguntó la reina divertida.
Anna arrugó la nariz y le enseñó la lengua, marchándose satisfecha.
La reina, seria, recta y educada, cuidada en sus emociones, albergaba en su interior la esperanza de que alguien, al igual que sucedía con su adorable hermana menor, la quisiera. Su cohorte de consejeros le había expresado la clara expectativa tanto de los pobladores de Arendelle como de la nobleza de que pronto el reino tuviera un rey, aunque ella aun cobijara el poder. Arendelle espera una boda real, un rey y, seguidamente, pequeños príncipes y princesas, pensó Elsa incorporándose de su asiento. Se encaminó con lentitud hacia el gran ventanal de donde podía admirar el patio del palacio y el paisaje del puerto. Si tan sólo fuera tan fácil encontrar al verdadero amor, se quejó para sus adentros. Confiaba que el príncipe Niklas de Helsingborg, primo en segunda línea por su rama materna, fuera alguien en quien pudiera depositar sus expectativas.
"Estúpido padre, estúpida Elsa" Masculló Hans pasando su mano por entre sus rojizos cabellos. Los últimos acontecimientos en su vida le habían impedido acercarse a un buen peluquero, por lo cual llevaba consigo una melena que cuidaba de mantenerla atrapada en una coleta baja, con excepción de aquel instante donde la llevaba suelta en la intimidad de su modesto cuarto de maestranza.
Cuando su padre le comunicó el horrible castigo que iba a imponerle, le rogó casi de rodillas que lo mandara a la ahorca, pero su padre, un convencido de que el trabajo duro vuelve nobles a los corazones y completamente mortificado por sus conductas, se negó rotundamente y lo mantuvo bajo estricta vigilancia de modo tal que no cometiera ninguna locura. Pasadas ya dos semanas desde su arribo a Arendelle, seguía firmemente en su tesitura de que la horca le sentaba mejor.
Ver de nuevo a la reina Elsa había sido como recibir un puñetazo en el estomago, de la chiquilla asustadiza no quedaban ni migajas y no dudo ni un instante en congelarlo casi por completo para demostrarle que, ahora, con un sutil balanceo de sus delicadas manos manejaba sus poderes a su real, literalmente hablando, antojo. Si bien había bajado del galeón de las Islas del Sur con la firme convicción de eliminar a la reina de una vez, sus ideas se redujeron a… agua de deshielo, al verla tan majestuosa y poderosa. Una buena conducta sería recompensada con recuperar su viejo título que, luego de haberle servido el té a su Majestad, limpiado sus zapatitos y preparado su ridículamente fría cama, ya no sonaban tan mal. Ni bien recuperar su título y fortuna iría a malgastar unos años a París.
Dos cucharas de azúcar en el té. ¿Las galletas? De limón con glaseado blanco. ¿Un antojo? Chocolate. La reina Elsa en el fondo seguía siendo una niñita y él no tenía más divertimento que analizarla hasta el más mínimo detalle. La caligrafía perfecto. Su pequeña mano masajeando su cuello cuando estaba nerviosa. Un perfil delicado y juvenil. Los ojos grandes y azules, los labios de rojo tan intenso como una sabrosa cereza, tan hipnóticos que invitan a besarlos, sin duda los probaría hasta saciar el deseo de… ¡Hans! Tú no deseas a esa mujercita que este patético pueblo tiene por reina, se reprendió así mismo. Él sólo admiraría su belleza. Anna era atractiva por su exuberante vitalidad, pero Elsa era la joya de la corona, exquisita por donde se la mirara.
Meneó la cabeza a fin de que esos pensamientos salieran de sí.
Dos golpes en la puerta le indicaron que del otro lado estaba Kai, el metre del castillo, quien dirigía a toda la maestranza, junto con Gerda, la ama de llaves principal.
"¿Hans? Es hora de servir la cena" Dijo una voz lacónica del otro lado de la madera.
"En seguida voy" Respondió buscando de sonar lo más amable que podía ser. En el fondo, el metre no lo molestaba y siempre lo trataba con cordialidad, reconociéndole que su accionar con Arendelle había sido correcto hasta que… se le fue la olla.
Tomó el listón que usaba para amarrar su cabellera y acomodó sus ropas, dispuesto ya a servirle la cena a la soberana.
En el comedor, Anna lo miraba con el acostumbrado desdén, para luego centrar toda su atención en el monigote rubio, grandulón y estúpido que tenía por novio, pronto a ser prometido, en cuanto el muy idiota lograra armar la frase sin tartamudear. Luego estaba el muñeco parlanchín de nieve que, muy a su pesar, era la única sonrisa que recibía en todo el día. Elsa posicionada en a la cabecera de la mesa repartía su atención entre los dos jóvenes, parloteando sobre el próximo baile.
"Apuesto que el príncipe Niklas es muy guapo" Soltó Anna mientras toma con cuidado los cubiertos.
"No lo sabremos hasta que llegue el próximo mes" Dijo Elsa, llevándose a los labios la copa de vino blanco. "De todas maneras, esas no deberían ser tus preocupaciones" Agregó, sonriendo traviesamente.
"Por supuesto que sí. ¿Cuál es la gracia de un príncipe si no es guapo?" Sostuvo la menor, frunciendo ligeramente el entrecejo.
Hans rodó los ojos con hastío. ¿De verdad estuve a punto de casarme con alguien tan superficial? pensó, recordando la manera apresurada en que habían entrado en confianza.
"No es lo más importante, hermanita" Rió Elsa. "Importa que sea leal y de buen corazón" Indicó con tono serio.
"Sin un corazón de hielo" Puntualizó la pelirroja, mirando de mala manera hacia el lugar donde se encontraba parado Hans.
"Exacto" Asintió la reina.
"De todas formas, espero que sea guapo. Mereces un rey acorde a tu belleza, mi querida hermana" Sostuvo risueña Anna.
"¡Anna!" Reprendió la reina, sintiendo las mejillas arder.
¿El príncipe Niklas venia en calidad de pretendiente? pensó Hans, alzando una ceja. Aquello era nuevo. Recordaba aquel príncipe como ser petulante y vanidoso de sí mismo. No dudaba que haría gala de toda su barata galantería para obtener a la reina. Si Elsa era lo suficientemente idiota como su hermana pequeña, entonces caería rendida a sus pies… sus rechonchos pies. Si mal no lo recordaba, el segundo hijo del rey Mikell de Helsingborg era el más malcriado de los cinco príncipes, por ejemplo, comía a su antojo todo manjar que tuviera una buena ración de crema de nata encima, por lo cual año a año aumentaba la talla. Su madre, la reina Agnetha lo había convencido de ser el poseedor de una belleza excepcional en virtud de sus blondos cabellos y sus ojos grises, a diferencia del mayor y heredero al trono, el príncipe Alrik, que había heredado la nariz ganchuda del rey y los cabellos oscuros de la reina, de contextura delgada, engalanado con sus vestiduras reales parecía una suerte de avechucho dorado.
Hans rió maliciosamente para sus adentros regodeándose de ante mano por la sorpresa que se llevarían las hermanas al ver al famoso príncipe Niklas.
¡Hola! Si están por aquí eso quiere decir que soportaron el texto de más arriba :)
Veterana en el FF, pero nueva en el rubro "Disney" espero poder lograr un fic... aceptable.
Espero que el primer capítulo haya sido de su agrado! :D
Ekishka
