Nada de The Walking Dead me pertenece. Sin embargo, me las arreglo para secuestrar a los hermanos Dixon y hacer con ellos lo que yo quiera. O ellos me secuestraron y hacen conmigo lo que quieren. No tengo idea.

Esta historia es una de las infinitas posibilidades pre-apocalipsis. En ella, Daryl Dixon emprenderá un "viaje", en el que se cruzará con una familia muy conocida por todos.


La misión. Primera parte.

—¿Qué es ese olor? —le preguntó Monty.

Rió amargamente ante la pregunta. Por alguna razón sus amigos creían que él era la fuente del saber sobre olores o ruidos extraños. Sin embargo levantó la vista, en busca del origen de aquel aroma.

—Parece humo —murmuró mirando alrededor. —Sí, tiene que ser humo. —Se agachó para atarse los cordones de las zapatillas y no se percató a tiempo de cómo todos salieron corriendo en dirección a sus casas. Suspiró, estaba rodeado de miedosos. Cualquiera sabría que si el incendio está ocurriendo en la ciudad, sólo en el bosque estarían a salvo. —Imbéciles...

Se puso las manos en los bolsillos y los siguió, pero sin prisas, paso a paso, sin alterarse. Consideró correr detrás de ellos pero tenía demasiada pereza como para hacer eso, además seguramente no habría nada para ver allí. Seguramente algún idiota estaba quemando basura o una ama de casa primeriza estaba quemando el desayuno. Eran las siete de la mañana después de todo. Era un barrio tranquilo, la gente se llevaba bien, ¿qué podría pasar?

Traspasó el límite con el bosque teniendo la mente en blanco, la proximidad al humo lo hacía sentir algo mareado. Deseó no haber tomado esas cervezas. Si tan sólo hubiera sido más agresivo y no se hubiera dejado influenciar por el hermano de su amigo, ahora no tendría esas ganas imperiosas de vomitar. Tuvo que detenerse un momento a mitad de calle para dejar salir todo el alcohol de la noche anterior. Mierda. ¿Había podido realmente ser tan estúpido como para que le importe la opinión de un montón de pubertos? Él no bebía, nunca lo había hecho y nunca lo haría. Conocía las consecuencias de ese vicio muy bien. Sí... era un estúpido.

Se enderezó y pasó una mano por su boca para limpiarse los restos de cerveza. Al menos nadie lo estaba mirando en ese momento. Todos estaban demasiado ocupados corriendo en dirección a... su casa.

Mierda, no.

No, eso no podía estar pasando.

Recordó la tarde del día anterior. Su madre había salido de rehabilitación por quinta vez en el mes. Fue a buscarla al centro usando la Triumph. Merle no había conseguido llevársela a sus prácticas militares. Ella sonrió al verlo y él sonrió al verla a ella. Se veía radiante, como siempre que salía de ese lugar. Lástima que eso no duraba más de unas horas. Le pasó un casco y le indicó que subiera. Había aumentado de peso, como era habitual. Una de las consecuencias del alcoholismo era saltearse comidas y, una vez que se deja de beber, naturalmente se aumenta de peso. Suspiró, conocía demasiados aspectos como ese, más de los que le gustaría.

Su madre le preguntó por Merle y él le tuvo que mentir. Le dijo que se había ido a pasar unos días a la playa con su última conquista. No le habían comentado nada sobre el ejército, creyendo que así sería mejor. El viaje de regreso a casa fue tranquilo. Sentir el agarre de su madre en su cintura lo tranquilizaba de alguna forma. Se aferraba a ella con firmeza, como si tuviera miedo de perderse. Estacionó la Bonneville con dificultad en el garaje, no había mucho espacio debido a que su padre había estacionado allí su camioneta. Maldición, siempre la guardaba en el calle de enfrente. Justo ese día tenía que decidir ponerla en el garaje.

Caminó en dirección a la puerta con el llavero ya en la mano. Eligió la llave correcta y abrió, dejando pasar primero a su mamá.

—Ya era hora —dijo su padre, tomando un sorbo de cerveza.

—No le hables, ni lo mires —le advirtió a su madre, que asintió incómoda. Subieron a la habitación de ella y Daryl tendió su cama ante su atenta mirada. —Descansa un poco —le dijo quitándose los guantes. Luego, abandonó la habitación.

Cuando su madre despertó, sólo estaba él en la casa. Estaba leyendo 73 poemas de Cummings cuando se apareció en la sala.

—¿Has dormido bien?

—Un poco —respondió ella tímidamente.

Daryl comenzó a sentirse un poco extraño, como si algo no estuviera bien. Miró a su madre con preocupación pero en ella no había nada extraño. De hecho, todo lo contrario, nunca la había visto tan descansada, tan plena. Entonces sí que había dormido bien. Le sonrió pero ella no respondió al gesto. Eso lo extrañó aún más. Quizás algo estaba pasando.

—Mamá... ¿te sientes bien? —preguntó dejando a un lado el libro. Ella no se movió, seguía con la mirada perdida en el costado de la habitación, donde estaba la ventana. Daryl se sentó en el borde del asiento con las piernas separadas y levantó un brazo para pasarlo frente a ella, esperando llamar su atención. Ella salió de su ensimismamiento y lo miró con temor. Entrecerró los ojos para analizar mejor su reacción. —¿Te sientes bien? —preguntó de nuevo.

—¿Podrías abrir la ventana?

—Claro... ¿por qué no?

Se puso de pie y comenzó levantando la persiana. La luz del sol entró sin nada que lo detuviera e iluminó el sector del sillón en donde ella estaba sentada. Luego sacó el seguro y abrió los vidrios. Sacó la cabeza y miró afuera. Todo estaba tranquilo. Siguió mirando unos momentos más, usando su mano para hacer algo de sombra en su cara. El sol estaba muy fuerte. Alcanzó a distinguir un camión de mudanza. Estaba estacionado en la vereda de enfrente, la vieja casa de los Jones.

—Parece que tendremos nuevos vecinos —murmuró ella.

—Eso parece —dijo él mientras se volteaba y comenzaba a caminar para volver al sillón.

—Esa gente traerá problemas, Daryl, muchos problemas. Muchos...

—¿De qué estás hablando, mamá?

—Muchos problemas. Muchos.

Daryl levantó una ceja y la miró confundido. ¿Sería esa una consecuencia nueva del tratamiento? ¿Paranoia?

—Daryl, ¿podrías ir a comprarme cigarrillos?

—Claro, mamá.

—Dos cajas.

—Está bien, mamá.

—Ten cuidado.

—Sí, mamá.

—Virginia Slims.

—Lo sé, mamá.

Cerró la puerta y caminó hacia la Triumph. No desaprovecharía ni un minuto que pudiera pasar arriba de esa cosa. Merle la cuidaba como si fuera oro, estallaría de furia al enterarse de que la había estado usando todo este tiempo.

En el camino comenzó a pensar en su madre y en cómo se estaba sintiendo últimamente alrededor de ella.

Cuando fue a la entrevista con su psiquiatra, una semana antes de su nueva alta, el hombre le había contado que ella estaba teniendo alucinaciones y que durante sus consultas no paraba de hablar sobre el fin del mundo como lo conocían, o algo por el estilo. Claramente su madre estaba tocando fondo y él no podía hacer nada para evitarlo.

Le dijo que debía prepararse por si a ella se le ocurría hablar del mismo tema con él y que tenía dos opciones. Podía internarla en un sanatorio mental, asumiendo que estaba volviéndose loca o mirarla a los ojos y asentir, dejando que viva en su propio mundo dentro del mundo de ellos. Todo dependería de si quería tenerla cerca o no y claro que él quería tenerla cerca, era su madre después de todo. No la dejaría en ningún edificio para locos en donde quién sabe qué podrían hacerle.

En el almacén escuchó algo de la conversación que mantenían la vieja gorda de la esquina y el empleado. Hablaban de su familia, comentando que la señora Dixon había vuelto de sus vacaciones en AA. Ambos lo miraron perplejos al verlo pararse al lado de la caja y él no escatimó en lanzarles su peor mirada de odio.

—Necesito dos cajas de Virginia Slims, ultra-light.

El empleado sacó dos cajas del mostrador y se las pasó. Le temblaban las manos.

—Serían ocho dólares.

Daryl sacó un billete de diez y se lo pasó.

—Quédese con el cambio —le dijo al empleado —y usted, señora, procure no meterse en los asuntos de otras personas.

Salió del local sintiendo las miradas de ambos en la espalda, pero no le importó en lo absoluto.

Al volver, encontró a su madre acostada en la cama.

—No quiero asustarte Daryl, pero no me siento muy bien.

Se sentó junto a ella.

—Aquí tienes —le dijo entregándole las cajas. Ella sonrió agradecida.

Comenzó a levantarse pero su madre lo detuvo.

—No me dejes sola —le suplicó. —No me dejes sola esta noche.

Daryl sintió que de repente le faltaba el estómago. Esa noche tenía una fiesta en la casa de la chica que le gustaba a Monty y no podía faltar. Miró su reloj. Faltan como seis horas para eso, de todas formas. Se acostó y se acomodó junto a su madre, pasó un brazo sobre ella y se quedaron dormidos casi en el momento.

Despertó cinco horas después. Su madre seguía durmiendo así que fue hasta su cuarto para cambiarse. Antes de irse, pasó a verla. Seguía en la cama. Tal vez debía haberse quedado con ella.

Siguió caminando y a medida que avanzaba, más creció su sospecha de que el humo provenía de su casa.

Por su lado pasó el camión de los bomberos. Alzó la vista hacia la ventana del conductor, también lo estaba mirando. Era una mirada de pena.

Apuró el paso y saltó para engancharse del camión. Uno de los bomberos lo ayudó a subir.

—Lo siento mucho, Daryl. La llamada ha sido de uno de tus vecinos. ¿Hay alguien en la casa?

—Mi madre —alcanzó a decir él. Sentía un nudo en la garganta que parecía impedir que las palabras salieran o que el aire ingresara.

—La salvaremos —le aseguró el bombero apretándole el hombro.

Llegaron a la casa luego de dos minutos. El fuego ya se estaba extinguiendo. Al parecer los vecinos habían tardado en hacer la llamada.

La Triumph de Merle estaba estacionada en la vereda de enfrente, donde la había dejado luego de volver del almacén. El vecino nuevo estaba en la puerta. Era un hombre robusto y parecía tener como treinta años. No dejó de observar a Daryl en ningún momento, desde que bajó del camión hasta que se puso de pie frente a su propia casa.

Cuando el fuego estaba casi completamente apagado, aparecieron sus amigos. Sintió algunas manos en su espalda, tratando de transmitirle algún tipo de compasión. No consiguió levantar la vista del piso, la imagen de su casa en llamas, con su madre durmiendo en la cama era demasiado dolorosa. Se sentía responsable. Si tan sólo se hubiera quedado con ella cuando se lo pidió.

No hubiera sido tan difícil.

¿Pero y si se quedaba dormido junto a ella y la casa se incendiaba? Habrían muerto los dos.

Quizás sí debió haberse quedado.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —escuchó la voz de su padre.

En ese momento llegó Monty. Lo abrazó fuertemente.

—Estoy contigo, hermano —le dijo al oído.

Un bombero se acercó a ellos.

—La encontramos. Lo siento mucho. Daryl…

El bombero se había quitado el casco y lo cargaba entre sus manos. Llevaba la cara completamente negra. Era evidente que él fue quien entró en la casa.

Se quedó de pie y miró a Daryl a los ojos, antes de que el contacto se rompiera por culpa de su padre, que había tomado al bombero del cuello de su campera protectora.

—¡Maldito! ¡Has dejado morir a mi esposa! —le gritó antes de comenzar a golpearlo. Al instante llegaron más bomberos para separarlos.

—Lo siento mucho, señor —balbuceó el bombero herido. Parecía acostumbrado a reacciones como esas. Luego se volvió hacia Daryl. —Lo siento, hijo. La llamada se demoró. No pudimos hacer nada.

—¿Dónde está ella? —preguntó sintiendo cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

—No ha quedado nada —respondió otro bombero. —No creo que debas verla, muchacho.

El resto de los bomberos asintieron y le recomendaron mantenerse alejado de la casa.

—¿No tienes un lugar para quedarte mientras arreglamos todo eso? —le preguntaron.

—Se quedará en mi casa —se apuró en responder Monty. Daryl no tuvo tiempo de pensarlo, simplemente asintió y comenzó a seguir a su amigo mientras un auto de policía se llevaba a su padre.

No hablaron en todo el camino.

Al llegar a la casa de Monty, Daryl rompió a llorar, como nunca en su vida lo había hecho. Parecía que había acumulado esas lágrimas por años, y era cierto. Todo el dolor que llevaba dentro salió de golpe, haciéndole experimentar un alivio hasta ese momento desconocido para él. Monty no dijo nada, simplemente dejó salir algunas lágrimas también, mientras le acariciaba un brazo.

Debía hablar con Merle. Tenía que saber lo que estaba sucediendo.

Se sintió solo.

Su hermano, en el ejército.

Su padre, en la cárcel.

Su madre, muerta.

Sí que la había jodido esta vez.

Sintió más lágrimas. Querían salir todas a la vez. Se dejó caer en los brazos de su amigo, de la misma forma en que dejaba que las lágrimas salieran. Sin quererlo. Sin poder evitarlo.

Se sintió más aliviado, pero aún así, angustiado.

Si sólo pudiera retroceder el tiempo atrás…