1-. Kings Cross

En el andén 9 y 3/4 todo era agitación. Madres llorándo por sus hijos, que recién entrarían a la escuela, padres dándo recomendaciones y discursos de sabiduría a los de último año, molestos hermanitos quejándose de no poder ir al colegio... Una locura.

Y, en medio de esa locura...

-James, procura portarte bien... -decía Dorea Potter.

-Pero diviertete. Incluso aunque hagas las gamberradas de siempre, cuentas con nosotros -agregaba Charlus.

-Y tú también, Sirius -dijo Dorea, mirándo dulcemente a su "hijo".

-Ehm... Gracias, Do... -quiso decir Sirius, pero fué interrumpido por un imperioso ademán de Dorea.

-¡Nada de Dorea! -replicó. Sonrió con dulzura-. Te dije que me digas mamá. Es la única regla.

-Eso, y "¡No toques mis pinturas!" -exclamó James, imitando el chillido agudo que le soltaba su madre cada vez que él trataba de hacer manualidades.

-Muy gracioso, muy gracioso -refunfuñó su madre, haciendo a Charlus sonreír.

-Bueno, mis niños, es hora de separarnos -dijo el hombre.

-Si... Eh... Adiós, mamá -musitó James con los ojos aguados.

-Oh, mi bebé... -dijo su madre llorando también mientras abrazaba a su hijo-. Y tú ven para acá -exclamó jalando junto a ella a Sirius, que, sorprendido, se dejó abrazar. Cuando por fin soltó a los muchachos, Charlus los ahorcó con un abrazo también.

Mientras, a varios metros de ahí, una muchacha pelirroja asentía a cada recomendación (por ridícula que fuera) de su preocupado padre y dulce madre.

-Come muchas verduras -dijo Alan Evans.

-Pero sólo las que quieras -replicó Susan Evans.

-Y has tus deberes -continuó el padre de Lily.

-Pero no olvides salir y divertirte -agregó su madre.

-Y no te acerques al lago, no te metas en problemas ni dejes de escribirnos -dijo su padre.

-Por último –dijo su madre, con una sonrisa de quien hizo una travesura-, tu papá y yo te compramos algo –al decir esto, sacó de un carrito de equipaje una cesta de mimbre con un moño violeta.

-¿Sue, no habrás...? -comenzó a decir Alan, mientras Lily tomaba la cesta y la abría.

-¡Un gatito! -gritó la pelirroja, sorprendida y contenta. Sabía que eso era obra de su mamá, su padre ni loco la habría dejado tener mascotas más grandes, hambrientas, peludas o ruidosas que una bacteria. Sacó al peludo animalillo, que en realidad le cabía en la mano. Era completamente negro, a excepción de las patas, que, desde el mismo punto cada una, eran blancas; lo que hacía que pareciera llevar tenis, y sus ojos eran de un color violeta muy raro en gatos y personas-. ¡Mami, gracias! ¡No puedo creer que recordaras que te lo hubiera pedido, hace meses que ya no te pedía un gatito!

-¿Cuál gatito? -dijo una voz a sus espaldas. Lily volteó con su nueva mascotita en brazos, aunque dejando caer la canasta (que golpeó a su padre), y vió a una muchacha bastante parecida al gato que cargaba: tenía ojos violetas, pelo negro a la mitad de la espalda y era un poco más alta que ella.

-¡Meg! -sonrió Lily, tratándo de abrazar a la muchacha sin soltar al gatito.

-Así me dicen -sonrió Megara Anston, después de dejarse abrazar-. Ahora, préstame a esa bolita de pelo adorable que traes en los brazos o te la quito yo -pidió la chica con fingida rudeza.

-No sé... -dijo Lily. Sabía que a su amiga le encantaban los animales, así que era bastante divertido verla tratar de toma al cachorrito en brazos mientras ella huía.

-¡Lily, no seas cruel! -refunfuñó Meg estirándo los brazos para tomar al gatito.

-No soy... ¡HEY! -exclamó Lily, al verse despojada de su mascota a media correteada. Ya iba a empezar a regañar al captor de su gatito, cuando vio quién era-. ¡Remus! -gritó contenta, y abrazó al muchacho, que le dió a Meg el gatito para abrazar a Lily.

-¿Cómo has estado, Lily? -preguntó un sonriente (y mucho más alto de lo que Lily recordaba) Remus. Estaba, en efecto, muy alto, algo pálido, pero con su usual brillo de calidez en los ojos y una sonrisa dulce.

-Bien, y ¿tú? -respondió Lily, soltando al fin a su amigo.

-Tan bien como es posible -dijo Remus. Viniendo de él, eso era algo muy bueno. Volteó a ver a los padres de Lily-. ¡Señores Evans, que gusto verlos! -sonrió con sinceridad.

-Igualmente, Remus -respondió Susan.

-Hola -dijo secamente Alan. Remus no se ofendió, sabía que el padre de Lily era bastante sobreprotector con su hija.

Sonó un silbato que se escuchó incluso sobre todo el barullo de la estación.

-Bueno... Creo que ya nos vamos -dijo Lily, mientras Meg y Remus tomaban sus propias maletas.

-Hija... -llamó Alan, mientras Remus y Meg se iban para darles privacía.

-Papi... -murmuró Lily. Sabía que cuando saliera de Hogwarts ya nada sería igual. Habría comenzado una nueva etapa, y ya no podría ocultarse en su casa de lo que le atormentaba en el mundo exterior, ni podría quejarse en voz alta con su papá, o andar en pijama cantando con su madre a mediodía cada fin de semana...

-Hija -repitió su papá, abrazándola- por más que crezcas, te cases, tengas hijos y nietos, y hagas lo que sea, vas a ser mi bebé... Nada me hará olvidar los años en los que me despertabas a medianoche para que sacara los monstruos de tu armario, ni cuando me pedías que acompañara a pasear a tus amigos imaginarios... Siempre estaré contigo, y podrás contar conmigo para lo que sea.

Y Lily soltó un sollozo. De verdad había necesitado eso. Si bien, ya no podría hacer las cosas que hacía al vivir como menor de edad, ser adulto debería traer beneficios. Se separó de su padre, abrazó y besó en la mejilla a su mamá, tomó sus cosas y la cesta de su mascota (que seguía secuestrada por Meg) y se dirigió al tren, donde la esperaban sus amigos.


Hola! ¿Qué? les pareció el primer capítulo. Sí, esta historia aún no parece concordar con el summary, pero el próximo capítulo lo aclarará todo. ¡Por favor, déjen reviews! Son el mejor incentivo para actualizar.

Cariños,

Cara