DISCLAIMER: Los personajes de InuYasha no me pertenecen, son propiedad intelectual de Rumiko Takahashi. La obra es mía, escrita sólo con el fin de entretener – a ustedes y a mí. Sin fines de lucro.
— One!Shot —
— Herencia —
Miró el cielo sobre ellos, el sol brillaba en lo alto regando sus rayos por los alrededores de forma generosa. Era pasado el medio día y los aldeanos organizaban las actividades que realizarían después de almorzar. Todo parecía en calma, hasta que un familiar reclamo interrumpió el ambiente, causando que esbozara una cansina sonrisa de resignación, esos muchachos nunca aprenderían.
— ¡Les dije que es demasiado peligroso! ¡Ni crean que las dejaré ir!
— InuYasha, ya lo habíamos hablado…
— El invierno se acerca y si hay amenazas acercándose, debemos detenerlas.
Tanto Kagome como Sango intentaban nuevamente hacer entrar en razón al platinado, que nunca iba a estar de acuerdo en primera instancia ni de buena gana con que ellas salieran sin su compañía o la del monje.
— Keh, pueden esperar a que pase la luna nueva. Yo puedo encargarme perfectamente de las amenazas.
Ella comenzó a acercarse al lugar de origen de la discusión, escuchando sin dificultad el suspiro de fastidio de la Exterminadora.
— El patriarca de la aldea dijo que no quería que las construcciones terminaran con muchos daños. Y tú no te caracterizas por realizar un trabajo muy pulcro.
— Patrañas, sólo hay que guiar a los infelices hacia el bosque, ahí podré pelear sin impedimentos.
— Eres tan cabeza dura…
— Pero cariño, esta vez concuerdo con InuYasha, quizá deberían esperar un par de días para que él las acompañe… si yo resulté herido al intentar acabar con ellos…
— Miroku, es fácil que te hieran si vas a intentar realizar un exorcismo sin que tus heridas pasadas hayan sanado del todo. Te dije que no era buena idea — el reproche fue directo y duro, estaba molesta porque sus advertencias no fueron escuchadas, dando como resultado que su esposo nuevamente regresara con lesiones.
— Fue mi error, lo admito. Pero, por lo mismo, creo que InuYasha debería…
— No, iremos nosotras, fin de la discusión. No van a poder detenernos, ya tenemos todo preparado y saldremos mañana a primera hora.
— ¡Claro que no!
Había llegado lo suficientemente cerca para que ellos la escucharan, así que se aclaró la garganta y les sonrió con amabilidad, terminando el recorrido con su vista fija en el grupo, esperando que todos pusieran su atención en ella.
— Vaya, siguen siendo tan problemáticos y bulliciosos como cuando se instalaron a vivir aquí — comenzó, soltando una risa nostálgica y logrando que los cuatro terminaran con un gesto avergonzado —. Me alegra saber que por lo menos aún tienen la misma vitalidad de siempre. Considero que es importante para enfrentar los desafíos futuros, ¿no creen?
— P-Por supuesto, anciana Kaede… — Kagome respondió, porque los demás habían quedado mudos, como si de pronto su madre los hubiese encontrado haciendo un berrinche.
— Keh, no debería meterse donde no la llaman, anciana. Estamos discutiendo un tema importante — InuYasha no fue tan considerado, aunque se notaba que le incomodaba la mirada severa que la sacerdotisa mayor tenía fija en él.
— No lo dudo, como cada vez que tienen este debate. Siempre es importante, siempre consideran que ellas no podrán solas con todas esas amenazas acechando, siempre creen que los necesitan para volver a salvo… ¿cuántas veces les han demostrado lo contrario?
— Sólo han tenido suerte — espetó nuevamente el hanyō, cruzándose de brazos.
— Sabes que no es verdad. Sango es la mejor guerrera de la región, superando con creces hasta a los soldados más experimentados que conozco; Kagome cada día conoce mejor sus habilidades y en este punto, es una sacerdotisa más poderosa que mi hermana. ¿Me lo van a negar?
Las aludidas estaban rojas por los cumplidos, en tanto los varones fruncieron el ceño, pero sin encontrar argumentos contra esa irrefutable verdad. Miroku negó con un gesto, dándole un codazo a su amigo antes de hablar.
— Quizá la anciana Kaede tenga razón, InuYasha. Después de todo, hasta tú les tienes miedo cuando se enfadan.
— Keh, yo no les tengo miedo — declaró, cruzándose de brazos y mirándolas con arrogancia.
— ¿Estás seguro de eso?
Fue fulminado por las miradas de ambas féminas mientras Miroku rodaba los ojos y soltaba un suspiro de resignación, sin comprender cómo su amigo nunca aprendía la lección. Ante la inminente amenaza, InuYasha se escondió tras el monje, asomando la cabeza sólo para ver de reojo a las muchachas y temiendo una represalia.
— Eres un cobarde — murmuró Sango, moviendo con desaprobación su cabeza.
— Entonces, está decidido — Kaede sonrió satisfecha, llamando con un movimiento de su mano a las chicas —. Será mejor que se preparen pronto. ¿Por qué no me acompañan? Quisiera hablar con ustedes un momento.
Sango y Kagome asintieron, despidiéndose con un gesto de sus compañeros y apresurándose en alcanzar a la sacerdotisa mayor que, pese a sus años, seguía siendo rápida al andar y ya les llevaba ventaja. Las guio con calma hasta su cabaña, donde las invitó a entrar y les sirvió té mientras se instalaba frente a ellas. Les sonrió con cariño, el gesto maternal brillando en su único ojo visible.
— Muchas gracias, Anciana Kaede — Kagome dijo antes de realizar una breve reverencia.
— Sí, gracias… — Sango la imitó. — ¿Qué nos quiere decir?
— Oh, ustedes son como mis hijos. Los he visto crecer durante estos años, madurar y encontrar sus caminos. Ahora sé que están preparados para seguir y hacerse cargo de la aldea cuando yo no esté… y lo harán mejor de lo que yo misma lo hice en mi momento.
Las jóvenes intercambiaron una mirada preocupada, sin saber bien qué responder a esas palabras porque siempre evitaban hablar del tema, aunque sabían que llegaría el momento más pronto que tarde y ninguno de ellos se sentía preparado para eso.
— Anciana Kaede, no debería pensar en esas cosas…
— Oh, claro que debo hacerlo. Como actual líder de la aldea, debo prever cada situación y todos sabemos que los años pasan sin pausa y ese día se acerca. Por lo tanto, debo dejar todo en orden antes de partir — su ojo las veía con ese gesto amable, cariñoso y sabio, la voz estaba cargada de sentimientos —. Pero no se depriman: ustedes son el presente y el futuro de este lugar. Quizá InuYasha tenga en su poder a Tessaiga y físicamente, sea el más fuerte de nosotros; y su Excelencia Miroku puede ser el más observador y precavido de los cuatro, además de que tiene ese carisma que llega a la gente, algo necesario para poder cumplir con su tarea. Pero ustedes… Ustedes, mis queridas niñas, son sus pilares. Ellos las necesitan porque InuYasha no podría tener esa fortaleza si no existiera Kagome para defenderla; y el monje no lograría encontrar un objetivo claro si no estuviera Sango a su lado para recordarle lo que es importante. Ellos tienen la fortuna de tenerlas a ustedes, así como ustedes a ellos. Eso es algo con lo que yo no contaba.
» Cuando era pequeña, siempre admiré mucho a mi hermana, no sólo por sus habilidades, sino por la forma en la que se paró frente a la vida y enfrentó todos los obstáculos que fueron apareciendo. Cuando ella nos abandonó, quedé sola en este mundo caótico, repleto de amenazas sobrenaturales, por un lado, y cargado de adversidades cotidianas por el otro. Por mucho tiempo escuché cómo hablaban de mi hermana Kikyō, criticándola por haberse enamorado, poniendo en riesgo a todos y desperdiciando así su vida. Las frases eran duras e hirientes, hablaban sobre el hecho de que ese tipo de labor no debería haber sido encomendada a una mujer, porque era obvio que sus sentimientos iban a traicionarla, porque era sabido por todos que ese tipo de tareas debía estar en manos de un hombre, alguien capacitado para triunfar.
» Los comentarios pronto se proyectaron en mí cuando decidí comenzar mi preparación como sacerdotisa. Siempre temí fallar porque la gente solía decirme que no tenía las mismas habilidades de mi hermana, que era imposible que pudiese llegar a completar todo el entrenamiento y ser una sacerdotisa. Incluso mientras lo hacía, debía seguir cumpliendo las labores que se me encomendaban fuera de mi rol como futura sacerdotisa.
» De esa forma, aprendí a cocinar un estofado perfecto mientras mejoraba mi puntería; mis manos se volvieron hábiles al momento de tener que zurcir alguna prenda y mis sentidos se agudizaron para identificar las presencias malignas; mis modales fueron moldeados como los de una señorita, en tanto conocía cómo derrotar a los seres más perversos que pudiesen aparecer en mi camino. Me esforcé y logré completar todos los retos, convirtiéndome en una sacerdotisa. Nunca fui tan poderosa como mi hermana, pero pude apañármelas muy bien por un tiempo.
» Recorrí el país buscando experiencia. Me encontré con mujeres que me veían de forma despectiva porque no era prudente que una muchacha como yo viajara sola; personas que no confiaban en mí porque estaba tuerta, incluso creían que podía ser una estafadora. Y hombres que me insultaban, argumentando que mi lugar era permanecer encerrada en un templo, o abandonar mi oficio y dedicarme a servirle a un varón, convertirme en su esposa.
» A pesar del daño que causaron esas palabras en mí, seguí adelante. Finalicé mi viaje cuando llegué nuevamente a esta aldea, ya hecha una mujer, siendo una sacerdotisa. Este poblado nunca fue muy ordenado y pronto me di cuenta de las falencias que tenían: les costaba organizarse para tener provisiones suficientes en los tiempos críticos como el invierno o las sequías; no sabían repartir las labores y solían dejar tareas sin cubrir porque nadie las hacía. Y los hombres se dedicaban a las labores pesadas como el cultivo de la tierra, mientras que las mujeres sólo permanecían en el hogar cuidando de los pequeños.
» No fue fácil que las cosas cambiaran. Cuando comenté mis apreciaciones a quienes en ese tiempo eran los líderes de la aldea, se rieron de mí. Dijeron que una mujer no podía saber nada sobre la organización de una aldea, que era imposible que yo pudiese tener idea alguna sobre administrar las provisiones y que aún estaba más descalificada para ayudarlos porque no conocía las labores domésticas. Mis advertencias sobre distintos problemas cayeron en oídos sordos y durante años observé cómo seguían cometiendo errores que tuvieron altos precios.
» Entonces, un día el hijo mayor de uno de los líderes acudió a mí en busca de consejo. Había notado cómo las decisiones de su padre no estaban siendo productivas y había escuchado que yo tenía ideas sobre cómo mejorar la situación. En ese tiempo era apenas un jovencito, pero fue prudente y respetuoso al escucharme. Entendió mis puntos y vio lo importante que era cambiar la forma en la que se hacían las cosas.
» Rikichi discutió con los mayores. Pese a que aún no era considerado todo un adulto, sus palabras fueron escuchadas más que las mías, incluso siendo el mismo discurso, sólo por el hecho de ser hombre. Yo no buscaba reconocimiento, por lo que al principio sólo le decía a Rikichi mis ideas y él las llevaba a cabo.
» No fue hasta que su padre murió y el resto de la aldea comenzó a buscar a un nuevo líder, que mi nombre fue pronunciado. Los aldeanos querían que Rikichi asumiera su papel como sucesor, pero él no lo aceptó, argumentando que no tenía las habilidades para hacerlo. Reveló ante todos que él sólo seguía mis consejos y que yo era la más indicada para tener el puesto.
» Por supuesto que al principio me negué. No quería tanta atención sobre mi persona, mi único objetivo era ayudar a esta gente, además de que las opiniones eran encontradas, muchos no estaban de acuerdo con la idea. Ofrecí mi consejo a quien fuera a ser el nuevo líder, pero rechacé formar parte de las decisiones. Y así estuvo bien hasta que el aldeano que era el cabecilla en ese tiempo comenzó a fallar nuevamente. Mis advertencias dejaron de ser escuchadas y cuando los resultados fueron evidentes, el resto de los aldeanos comenzó a reclamar.
» Nuevamente pronunciaron mi nombre, propuesto por Rikichi pero apoyado, esta vez, por otros. No pude negarme esta vez y acepté guiarlos mientras encontraban un nuevo cabecilla. Sin embargo, el tiempo pasó y cuando volvió a discutirse el tema, varios estuvieron de acuerdo en que yo debía permanecer en la cabeza. Algunos dijeron que ese no era el lugar de una mujer, que no tenía las capacidades para mantenerme en el puesto.
» Lloré más de una vez al saber que el simple hecho de ser mujer, les quitaba valor y peso a mis acciones. Deseé con todo mi corazón que en algún momento se dieran cuenta de que el género no limita a una persona, de que podían confiar en mí tanto como en cualquiera. Incluso debo admitir que quería demostrarles de alguna forma que me necesitaban.
» Ese invierno fue largo y se llevó consigo a varios niños y ancianos que no estaban bien preparados para enfrentarlo. Cuando la primavera llegó, los yōkai que se habían refugiado de las bajas temperaturas, volvieron a salir y comenzaron a acechar las cercanías. Propuse hacer guardia en pequeños grupos para que fuese más difícil que nos detectara; reforzar las cercas de los límites de la aldea y utilizar protecciones espirituales en algunos puntos clave. En ese entonces, yo ya no formaba parte de las decisiones importantes y mis consejos, nuevamente, fueron ignorados. Las frases del tipo "qué va a saber una mujer sobre proteger una aldea" fueron dichas más de una vez.
» Me resigné y me limité a mis labores de sacerdotisa, consciente de que no podría cambiar su mentalidad. Pasaron unas semanas y la falta de organización para cuidar de la aldea y los alrededores, tuvo como resultado un ataque nocturno. Un yōkai serpiente se escabulló en uno de los límites y atacó las cabañas de ese sector. Ustedes saben que aquí, incluso cuando ustedes llegaron, no había personas preparadas para combatir una amenaza así, por lo que podrán imaginar el desastroso escenario al que nos enfrentábamos.
» Pero yo, como sacerdotisa, sabía lo que había que hacer. Usando mis habilidades espirituales, logré acorralar al yōkai y llevarlo de vuelta al bosque, en donde les ayudé a los aldeanos a exterminarlo. A pesar del triunfo, fue una noche triste debido a las pérdidas causadas por el ataque. Me sentía abatida e inútil, porque a pesar de que anhelaba demostrarles que sí sabía cómo proteger la aldea, nunca quise que fuese de esa forma y no había podido evitar lo ocurrido.
» Me guardé las lágrimas esta vez, porque debía atender a los heridos. Por varios días mi principal labor fue ésa, y recolectar hierbas medicinales para tratarlos. No insistí en aconsejar a los aldeanos de ninguna forma, porque no me sentía en condiciones. Hasta que un día, Rikichi apareció en mi cabaña, junto a un grupo de hombres, y me dijeron que lo habían debatido durante un tiempo y habían llegado a la conclusión de que podían confiar en mí. Se arriesgarían a que yo fuese la cabecilla, porque no tenían mejor opción que esa.
» Acepté sin refutar nada, porque sabía que no tenían a nadie más y porque nuevamente quería demostrarles que era tan capaz como cualquiera de ellos, de ser la líder. Comencé cambiando la organización de la aldea, repartiendo más tareas y sacando a las mujeres de las casas. Habíamos perdido a algunos hombres durante el ataque y necesitábamos de toda la ayuda de la que disponíamos. Se les enseñó a las mujeres a trabajar la tierra, mientras que los hombres se hicieron cargo de reconstruir las cabañas y los cercados que protegían los límites. Logramos seguir después de eso y, a pesar de ser una mujer, mi rol fue tomando peso hasta que realmente me reconocieron como la cabecilla de la aldea.
» Fue una larga travesía y debo agradecer el apoyo de Rikichi, porque creo que, sin él, las cosas habrían sido muy distintas. Sin embargo, no pude cambiar en nada el pensamiento tan arraigado en el inconsciente colectivo de que las mujeres no somos capaces. Para ellos, yo era una excepción, una necesidad más que algo que aceptaron de buena gana al principio.
» Supongo que saben de lo que hablo, tuvieron que enfrentarse a eso cuando llegaron aquí. Primero fuiste tú, Sango, con tu temperamento fuerte, tu carácter poco femenino y tu gran habilidad como guerrera, quien les cayó como patada en el estómago. A pesar de que estaban muy agradecidos porque los salvaron de Naraku, cuando supieron de sus planes por quedarse aquí, muchos no estuvieron de acuerdo. No les gustaba la idea de que una mujer tan problemática formase parte de la comunidad. No debo recordarte los problemas que tuviste incluso con su Excelencia en un comienzo.
» Pero les demostraste que yo no era una excepción. Que existían mujeres tan o más capaces que yo, y que no necesariamente el ser fuerte tenía que entrar en conflicto con otras cosas, como la maternidad o el hacerse cargo del hogar. Te aceptaron poco a poco, y me gustó ser espectadora de ese cambio porque es reconfortante saber que ahora te valoran de verdad.
» Luego, fue tu turno Kagome, cuando volviste. Tú rompes todos los estereotipos y cánones establecidos sobre lo que una mujer, y una sacerdotisa, deben hacer. Aunque Sango preparó muy bien el terreno antes de que regresaras, nadie estaba preparado para ese cambio. Ver a una chica que comienza su preparación como sacerdotisa de la manera menos tradicional posible, mientras establece una relación con un hanyō, yéndose a vivir con él antes del matrimonio y, aún así, habla de igual a igual con todos los que se encuentra… digamos que era demasiado para ellos.
» Sin embargo, Sango y yo nos encargamos de dejarles claro que, así como nosotras habíamos roto sus paradigmas de estereotipo femenino, tú ibas a darles aún más sorpresas pero que eso no significaba que fuese algo malo. Y por lo menos hasta ahora, lo han aceptado bastante bien.
» Ah, después de tantos años viendo cómo se convierten en adultos, creciendo por dentro y por fuera, y sabiendo de lo que son capaces, ha llegado el momento de confiarles mi más grande responsabilidad. Queridas, no pretendo que nadie más lo entienda, sólo ustedes. Si alguien llega a cuestionar mi decisión, sólo será cuestión de tiempo para que se dé cuenta de los motivos por los que la tomé.
» Cuando llegue mi hora y nuevamente la aldea busque líderes, yo deseo que mi tarea recaiga sobre ustedes. Sé que los cuatro serán capaces de cuidar de la aldea como corresponde y la sacarán adelante, porque es lo que han estado haciendo todo este tiempo. Pero no traje a los cuatro hasta mi cabaña ni le conté a los muchachos la historia, porque ellos no comprenderían mi lucha de la forma en la que ustedes lo hacen, y estoy segura que no debo temer que mi legado caiga en sus manos, ya que son más que capaces de lograrlo — concluyó el relato, regalándoles una cansina sonrisa y el ojo fijo en ambas.
Las dos jóvenes habían escuchado la historia, expectantes, conociendo de primera mano los sentimientos y la lucha contra esa discriminación que había marcado la mayor parte de la vida de la sacerdotisa mayor, pero ninguna esperaba que eso terminara así. Kagome se mordió el labio y Sango apretó los puños, las dos no sabían cómo responder a esa petición. Ellas ayudaban en la aldea y trabajaban codo a codo con sus parejas para que todo siguiera en orden. En más de una ocasión, los aldeanos habían pedido sus consejos para enfrentar las problemáticas que se presentaban y ellas se los habían dado. Y, por si fuera poco, Sango había preparado a varios en las artes de la defensa, proveyendo así a la aldea de mejor protección.
Pero hacerse cargo del liderazgo, tomar las decisiones y velar por el bienestar de cada uno en el poblado…
— Anciana Kaede, nos honra su confianza y estaríamos orgullosas de poder cumplir su deseo; sin embargo, no creo que seamos las más adecuadas para esto — Kagome fue quien verbalizó los pensamientos de ambas, haciendo una leve reverencia a modo de disculpa.
— Concuerdo con Kagome — agregó Sango, también inclinando la cabeza —. Rikichi sería el más indicado para ese papel, después de todo lleva tiempo apoyándola a usted…
La sacerdotisa mayor sonrió, negando con un gesto.
— Sin necesidad de que yo le dijera mi idea a Rikichi, él mismo me ha comentado que piensa que ustedes son quienes deben ocupar ese lugar.
Las más jóvenes intercambiaron una mirada antes de volver a hablar, era difícil aceptar esa labor porque conllevaba una responsabilidad mayor.
— Quizá Miroku… él tiene esa habilidad de planificación necesaria y creo que nadie cuestionaría su autoridad…
— Mi querida Sango, a estas alturas, nadie cuestionaría la autoridad de ustedes dos. Además, ya se los dije: sus esposos pueden ser muy capaces, pero sin ustedes a su lado perderían el objetivo. Ya ven que ni siquiera son capaces de aceptar que no necesitan protección de ellos para salir a exterminar una amenaza, incluso habiendo un acuerdo previo. A pesar de que sean más racionales, son demasiado aprensivos. No creo que eso sea algo malo, pero para cumplir con esa tarea, hay que saber cuándo puedes ser un poco más despreocupado, y cuando es necesario sobreproteger a los tuyos. Eso no es algo que caracterice a sus compañeros, pero sí a ustedes.
Les regaló una sonrisa cómplice, astuta y llena de confianza, un gesto que les llenó de calidez el corazón. Sabían que, en ese punto, ella tenía razón y nunca iban a dejar de pelear por eso, porque tanto Miroku como InuYasha tendían a pensar que todos necesitaban más protección que la requerida en realidad.
— De acuerdo, creo que eso no podemos negarlo — Kagome sonrió también, aceptando la verdad.
— Es cierto, pero tampoco podemos negar que necesitamos de su ayuda. Hasta ahora, Miroku sigue siendo el de la mente brillante e InuYasha logra mantener bien alejados a cualquier enemigo — acotó Sango, debían ser objetivas, ante todo.
— No lo niego, por eso van a necesitar de ellos. Y la diferencia está en que ustedes lo saben y lo admiten, ellos en cambio… a pesar de que lo sepan, quizá sea más difícil que lo admitan.
Las tres soltaron una carcajada ante esas palabras, lo que fue suficiente para aceptar que la decisión ya estaba tomada. Luego siguieron platicando durante unos minutos más hasta que fue momento de que se despidieran, debían terminar los preparativos para partir al día siguiente en busca de esos yōkai que amenazaban un poblado cercano. Como siempre decía Miroku, mientras antes salieran, antes volverían.
La anciana sacerdotisa las observó alejarse, con una sonrisa tranquila en su rostro, la mirada cargada de esperanzas y el corazón henchido de felicidad y orgullo. Ella tuvo más de un inconveniente para poder llegar a demostrar su valía, y sabía que las muchachas que acababan de abandonar su cabaña también los habían tenido. Sin embargo, las tres compartían una característica que les impedía caer ante las adversidades, superando la discriminación y demostrando con creces sus habilidades. Eso era perseverancia y decisión, cosas que no podía encontrar en cualquiera pero que, cuando se dio cuenta de que no era la única, se alegró porque sabía que todo lo que había luchado no había sido en vano.
Ingresó en la cabaña y se sirvió otra taza de té, el alma liviana y tranquila al saber de que podía confiar en que lo que había logrado con tanto esfuerzo, quedaría en buenas manos. Quizá no tuviese hijos biológicos a los que dejar su legado, pero sí los tenía a ellos, y serían su mejor herencia.
¡Y aquí estoy de nuevo! Con otro fic para una actividad del sensual foro "¡Siéntate!", y esta vez queríamos que las mujeres fueran las protagonistas, así que... bueno, tomé a Kaede porque es un personaje del que poco se escribe y considero que no tiene que haber tenido una vida muy fácil después de la muerte de Kikyou.
En fin, muchas gracias por leer, les invito a que se pasen por el foro y así descubran qué otras sexy actividades y fics hay dando vueltas por ahí *carita pervertida e insinuante acá*
Nos estamos leyendo, por ahí o por acá :)
Yumi~
