Capítulo uno

–¡Oh-oh!

La exclamación del mecánico hizo que Sakura Haruno levantaba la cabeza.

Tenía calor, estaba sudando y llena de manchas de aceite de motor. No estaba

de humor para otro problema técnico. El avión agrícola en el que estaban

trabajando tenía casi tres veces su edad y había conocido años duros antes de

que sus actuales dueños lo compraran. No iba a volver a subirse a aquel avión

hasta que ella y el jefe de mecánicos hubieran colocado nuevos anillos en las

cabezas de los cilindros. Sarutobi, que siempre estaba mascando

tabaco, y el otro socio de Sakura, Jiraiya sumaban entre todos ochenta y dos

años en el negocio de la aviación agrícola. Habían sobrevivido a duras penas a

los tiempos duros, cuando la caída de los precios y la ejecución de las hipotecas

llevaron a muchos granjeros de Oklahoma a abandonar sus tierras. Con las

cosechas estadounidenses ahora en alza tendrían que haber dejado ya atrás

aquella etapa y deberían estar recogiendo beneficios.

Deberían era la palabra adecuada. Jiraiya le daba mil vueltas a

cualquier piloto joven o experimentado, de eso Sakura podía dar fe. La había

llevado para sobrevolar rozando los campos de trigo de sus padres cuando ella

tenía nueve años, y gracias a él había conseguido la licencia de piloto antes de

tener la edad legal para conducir un coche. Y pudo pagarse la universidad de

Oklahoma con varios trabajos aéreos cuando sus padres murieron. Y nada más

graduarse consiguió trabajo en una pequeña aerolínea regional.

En aquel momento sus planes eran hacer más horas de vuelo y pasarse a

una compañía de pasajeros más grande. La subida del precio del combustible

tiró por tierra aquel objetivo. Las líneas comerciales reducían rutas y personal,

así que Sakura cambió el transporte de pasajeros por el transporte de mercancías.

En los últimos cuatro años había volado a tantas localidades remotas en

América del Sur y del Norte que no recordaba ni la décima parte de los lugares

en los que había pernoctado. Seguramente seguiría saltando de país en país si

jiraiya no le hubiera llamado un par de meses atrás para sugerirle que se

asociara con él y con Sarutobi, ellos ya estaban ya bajando por la

colina de los setenta años, le recordó. Querían retirarse ya pronto. Si Sakura se

quedaba en Agro-Air unos cuantos años, podría comprarle la empresa entera.

Lo único que necesitaban ahora era una pequeña inyección de efectivo para

mantenerse a flote hasta la jubilación.

Resultó que el concepto de «pequeña inyección» de jiraiya era muy

diferente al de Sakura. Sin embargo, no podía dejarles a sarutobi y a él en la

estacada. Así que dejó su trabajo e invirtió todos sus ahorros en Agro-Air. Pero

incluso alguien con tantas horas de vuelo como ella no podía lanzarse de cabeza

a la agricultura aérea. Pasar por debajo de los cables de alta tensión y esquivar copas de árboles requería unas habilidades de vuelo completamente distintas. Y

también el equivalente a una doble licenciatura en biología y química. Por

suerte Sakura había recibido las clases de ciencias necesarias en la universidad,

pero aun así jiraiya insistió en que durante aquellos dos últimos meses hiciera el

trabajo pesado: conducir camiones, mezclar pesticidas y hacer el mantenimiento

del avión. Aprendió todos los aspectos del negocio desde abajo, tanto desde el

punto de vista literal como del figurativo.

Durante su duro aprendizaje, Sakura descubrió también que uno de sus

nuevos socios iba al casino casi con la misma frecuencia con la que se subía al

avión. El dinero que ella había invertido en Agro-Air tendría que haber sido

destinado a la compra de nuevo equipamiento. Pero jiraiya lo había desviado

para pagar sus deudas más apremiantes. Así que allí estaba ella ahora, tratando

de devolver al aire aquel viejo cacharro de cuarenta y cinco años. Y no quería

oír que sarutobi había encontrado un nuevo problema en el motor del avión.

Cruzó los dedos y asomó la cabeza por encima del soporte del motor.

–¿Oh-oh qué?

El mecánico señaló algún punto detrás de él.

–Tenemos compañía.

Sakura se giró y miró hacia las olas de calor que titilaban por encima del

polvoriento camino que llevaba al hangar de Agror-Air. Una columna de polvo

rojo de Oklahoma se alzaba sobre las iridiscentes oleadas. El causante de la

columna era un Jaguar.

–Maldición.

El estómago se le puso completamente del revés. Solo se le ocurría una

razón para que un coche deportivo de más de setenta mil dólares apareciera en

aquel polvoriento camino. Y al parecer a sarutobi le había ocurrido lo mismo.

El mecánico sacudió la cabeza.

–jiraiya ha vuelto a hacerlo.

Sakura apretó las mandíbulas, se sacó el trapo del bolsillo del mono y se

limpió la cara cubierta de grasa. El brutal calor de julio la había llevado a

recogerse la salvaje melena rosa bajo una gorra de béisbol. Así que estaba

bañada en sudor y sin ningunas ganas de amenazar, halagar o negociar con

ningún acreedor de Agro-Air.

Excepto...

Cuando el Jaguar plateado se detuvo unos cuantos metros más allá, el

hombre que salió del coche no se parecía a ninguno de los acreedores que

venían a reclamarles pagos. Sakura deslizó las gafas de sol hasta la punta de su

sudorosa nariz. El hombre tenía el pelo negro azabache con reflejos azules por el sol, hombros de deportista ocultos bajo una inmaculada camisa blanca y antebrazos

musculosos. Una hebilla de cinturón plateada brillaba bajo el sol de julio por

encima de unos pantalones de sport que solo los hombres de vientre plano y

caderas estrechas podían llevar.

Aquel tipo hacía algo más que llevarlos puestos. Podría haber salido en un anuncio con alguna modelo anoréxica a su lado. Sakura estaba disfrutando de

la vista hasta que el hombre se quitó las gafas de sol y se las colgó del cuello

abierto de la camisa.

–¡Oh, Dios mío!

Reconoció aquellas caderas estrechas y aquellos hombros anchos. Hacía

un año más o menos la habían dejado pegada a las sábanas. Otro tipo de calor

se apoderó de ella. Fuerte y completamente inesperado. Sintió cómo le quemaba

mientras las imágenes se abrían paso en su cabeza. Imágenes de aquel hombre

sudando mientras ella se montaba a horcajadas sobre sus caderas. Las manos de

él en sus senos, en su cintura. Las suyas explorando cada centímetro de la

gloriosa virilidad que tenía debajo.

Pero no recordaba su nombre. ¿suke? ¿sanosuke? Ella nunca se iba a la

cama con desconocidos. ¡Nunca! Excepto aquella única vez.

Si no hubiera aparecido en aquel pequeño aeropuerto de las afueras de

Nuevo Laredo en un jet privado de doble motor... si no se hubieran encontrado

en la caseta de operaciones... si él no se hubiera ofrecido a invitarla a una

cerveza...

Oh, por el amor de Dios, nada podía borrar la estupidez de aquella

noche. Ni la ansiedad que sintió días después de su alocado maratón de sexo.

Habían utilizado preservativo, varios, de hecho, pero el mes siguiente tuvo un

retraso de casi diez días.

Más tarde se dio cuenta de que seguramente se debía a los cambios en el

ciclo del sueño, pero fueron diez días muy tensos. Al recordar el miedo que

pasó al ir a la farmacia a comprar una prueba de embarazo se subió las gafas

otra vez a la nariz con dedo firme. No quería que hubiera ni rastro de aquel

sufrimiento cuando saludara a aquel fantasma de su no tan lejano pasado.

O tal vez no le saludara. El hombre miró con desprecio a su alrededor

mientras se acercaba a ellos y se dirigía directamente al jefe de mecánicos.

–Estoy buscando a Sakura Haruno . ¿Está por aquí?

Medio cherokee medio afroamericano, sarutobi o era especialmente

sociable. Miró al desconocido de arriba abajo.

–Puede ser. ¿Quién la busca?

–Me llamo Uchiha. Sasuke Uchiha.

¡Ajá! sasuke. Ese era su nombre, se dijo Sakura mientras sarutobi le dirigía al

hombre otra mirada lacónica.

–¿Está usted en el negocio de los casinos?

Sorprendido por la pregunta, sasuke sacudió la cabeza.

–No. Equipamiento para yacimientos petroleros. Sakura Haruno –repitió–.

¿Está aquí?

Sarutobi guardó silencio para que ella contestara. Y lo hizo, pero primero

se limpió otra vez las manos en el trapo y dejó escapar un fuerte suspiro.

–Sí, soy yo.

Podía aceptar el hecho de que no la hubiera reconocido al instante con la gorra de béisbol y el mono. Pero no le gustó el modo en que la miró por

segunda vez. ¿Era sorpresa lo que reflejaban aquellos ojos negros? ¿O no podía

creer que hubiera tenido una noche de sexo con aquel mono grasiento? Fuera lo

que fuera, le dolió. Así que el siguiente comentario de Sakura sonó muy frío.

–¿Qué puedo hacer por ti, Uchiha?

–Me gustaría hablar contigo –miró de reojo a sarutobi-. A solas.

Se sintió tentada a pedirle que dijera allí mismo lo que tenía que decir.

Todavía estaba molesta por aquella breve mirada.

–De acuerdo. Entremos. En la oficina hay aire acondicionado.

Llamar oficina a aquel cubículo de madera situado dentro del hangar era

demasiado pretencioso, pero tenía aire acondicionado al lado de la única

ventana y servía para combatir el calor del verano.

El aire acondicionado fue como una bofetada de frescor que se agradeció

cuando Sakura entró delante de sasuke y cerró la puerta tras él. Se imaginaba lo

que le debía parecer aquel lugar. Ella tuvo que tragar saliva cuando entró por

primera vez dos meses atrás. Informes meteorológicos, planes de fumigación,

facturas de combustible y de productos químicos ocupaban toda la superficie

horizontal disponible y prácticamente cubrían el ordenador. El polvo llevaba

acumulándose desde la Edad Media. Había una lámpara torcida sobre el

escritorio y otra en la esquina en la que estaba el armarito de metal. La gata de

jiraiya, gorda y tuerta, estaba espatarrada sobre la única silla. Belinda abrió el

ojo bueno para observar con escaso interés al intruso y volvió a cerrarlo.

Sakura hizo amago de echar al animal de la silla, pero al ver la inmaculada

camisa de sasuke y los pantalones negros se detuvo. Si se sentaba allí se

levantaría luego lleno de pelos de gato. Al parecer él había llegado a la misma

conclusión, porque optó por quedarse de pie.

Sakura seguía sin poder relacionar a aquel ejecutivo sofisticado y elegante

con el piloto socarrón con el que había pasado unas horas tan intensas. Sakura

apartó de sí la imagen de sus duros muslos y los musculados hombros y se

inclinó sobre la parte delantera del escritorio de jiraiya.

–Esto es lo más a solas que podemos estar –dijo señalando a la gata con

la cabeza–. ¿De qué querías hablar conmigo?

En lugar de responder, sasuke le hizo a su vez una pregunta.

–¿Te acuerdas de mí?

–Tardé un poco en reconocerte cuando bajaste del coche –dijo

encogiéndose de hombros–. Pero finalmente te ubiqué. Nuevo Laredo, hace un

año aproximadamente.

Sasuke deslizó la mirada desde su rostro al mono ancho. Esta vez

disimuló mejor, pero Sakura imaginó lo que estaría pensando.

–Parece que a ti también te ha costado trabajo reconocerme –dijo con

ironía. Se quitó la gorra de béisbol y las gafas y las dejó sobre el escritorio–. ¿Así

mejor?

Tuvo claro que la reconoció en cuanto clavó la mirada en su melena rosa y en sus ojos de extraño color verde jade.

Recordó de pronto que Sasuke había bromeado sobre ellos antes

de besarle los párpados. Y después siguió en deliciosa línea por la boca, la

barbilla y el cuello antes de continuar en deliciosa tortura por los senos. El

recuerdo de aquel erótico ataque provocó que se le endurecieran al instante los

pezones.

–Sí –admitió él esbozando una sonrisa–. Mucho mejor.

Vaya, aquel era el hombre que ella recordaba. Aquella sonrisa lenta y

sexy le arrugaba la piel bronceada en los ojos y lo transformaba en un dios

griego.

Sakura recordó que no había hecho falta nada más. Aquella sonrisa asesina,

seguida de una cena, un par de cervezas, varias historias compartidas sobre la

guerra y tres explosivos orgasmos. Desgraciadamente, el efecto de todo lo

anterior había provocado que todos los hombres que Sakura conocería a partir de

entonces le parecieran aburridos y poco interesantes. No pasaban de la etapa de

la cena. Aunque en los últimos meses no había tenido mucho tiempo para

hombres. Pero las cosas podrían mejorar.

–Es muy difícil seguirte la pista –comentó él.

¿Había estado buscándola? Vaya, vaya. Al parecer las cosas ya habían

empezado a mejorar.

A menos que...

¿Habría viajado hasta aquel rincón de Oklahoma en busca de otro

revolcón? La posibilidad le dejó un mal sabor de boca. Tal vez era el precio que

tenía que pagar por dejar que su cara bonita y su sonrisa asesina fueran más

fuertes que su sentido común.

Y sin embargo había ido hasta allí. Sakura decidió hacer las cosas diferentes

en esta ocasión. Iría más despacio. Compartiría con él algo más que un par de

cervezas y unas cuantas historias antes de intercambiar fluidos corporales. La

posibilidad le provocó un delicioso escalofrío de emoción.

–Cuando me desperté te habías ido –comentó él interrumpiendo sus

pensamientos.

–Tenía que estar en el aeropuerto a las cinco de la mañana.

Y también tenía sentimiento de culpabilidad. En aquel entonces salía con

alguien. No era nada serio, pero sí lo suficiente como para añadir una incómoda

sensación de deslealtad al impacto de haber hecho algo completamente

impropio de ella. Rompió con Gaara poco después, seguramente debido al

hecho de que tanto él como los otros dos o tres hombres con los que había

salido desde entonces no habían superado las comparaciones con este otro.

De acuerdo. Lo admitía. Había pensado un par de veces en buscar a

Sasuke tras su breve encuentro. Tras romper con Gaara podría incluso haber

mirado en los archivos del aeropuerto de Nuevo Laredo para averiguar dónde

vivía. Pero había aceptado un trabajo para trasportar material a unas minas de

Chile justo antes de entrar en Agro-Air. Había sido un viaje agotador a través de los Andes, y desde que volvió a Estados Unidos no pensaba más que en

fungicidas y fertilizantes. Gracias a Dios, ahora mismo estaban en el breve

periodo de descanso entre la cosecha de primavera y los preparativos

invernales para la siembra del trigo. Por fin tenía unas semanas para terminar

de arreglar el avión. Al recordar la fuga de combustible del motor decidió dejar

las cosas claras.

–Me siento halagada de que hayas venido hasta aquí para dar conmigo,

Uchiha , pero debes saber que no soy la misma persona que conociste entonces.

Han ocurrido muchas cosas en mi vida y no tengo ni el tiempo ni la energía

para una aventura. Aunque la otra vez estuvo muy bien –aclaró.

–No he venido aquí para continuar donde lo dejamos.

Bien. Era mejor que las cosas quedaran claras.

–Entonces, ¿por qué me has buscado? –en cuanto dijo aquellas palabras

se le ocurrió pensar que tal vez solo quisiera hablar de negocios. Sakura dedujo

por el avión que pilotaba y el carísimo reloj que llevaba puesto que era pariente

de los Uchiha con negocios petroleros en Oklahoma. Por lo que Sakura sabía,

Uchiha internacional no estaba metida en la aviación agrícola pero podrían estar

sopesando la posibilidad. Si continuaba la tendencia actual de las cosechas

podría tratarse de un negocio muy lucrativo. A menos, por supuesto, que fueras

socia de una empresa cuyo socio más antiguo era adicto a las tragaperras. Sakura

hizo un esfuerzo por no torcer el gesto y esperó a que Uchiha continuara. Lo

hizo, esta vez sin asomo de sonrisa.

–He venido para averiguar si te quedaste embarazada aquella noche en

Nuevo Laredo.

–¿Qué?