She must be crazy
Nuestro éxito aumentaba tan rápidamente, que nuestros discos se vendían por miles cada día en las disquerías. Fue algo extraño. Entre las notas, los profesores, las canciones, el nuevo álbum, los conciertos, las fans, mi familia, y más aun, la fama, todo daba MUCHAS vueltas. Más de las necesarias, para mi gusto. Y de repente, sin esperarlo, todo cambió.
No fue sólo el día en que la conocí, si no, también, el día en que le hablé por primera vez (ya que ella misteriosamente nunca se acercó a mí), y el día en que me contestó por primera vez (que no fue el mismo en el que le hablé), y el día en que me tiró por primera vez el helado en la cabeza (se volvió a repetir), y el día en que me arrojó a la piscina por primera vez (ok, esta sólo fue una, pero puede ser que se vuelva a repetir), el día en que me rechazó por primera vez (estas también fueron varias), el día en que la besé por primera vez (bueno, he procurado no volver a intentarlo, pero sé que se volverá a repetir algún día), el día en que me golpeó por primera vez (que, lamentablemente, fue el mismo día en que la besé por primera vez). Podría seguir con una eterna lista. Cada día algo era distinto. Cada día iba ganando parte de su corazón.
Bueno, sigo esperando a que las cosas buenas en la lista comiencen a aparecer, pero podría esperar siglos, porque aunque me costó aceptarlo en un principio, ella me trae loco.
#1: Así empezó todo.
Nick POV.
Bajé las escaleras lentamente y arrastrando los pies ¿Porqué tenía que ser yo el único que tenía que ir al colegio? Simple: era el menor. Bueno, Frankie no contaba, ya que él todavía iba a la primaria; y de la banda, yo sí era el menor. Aunque en casa viviéramos 4 hermanos, creo que a mí me trataban peor que a Frankie, seguían creyendo que yo era el Nick pequeño e indefenso, el infantil, el que no entendía sus chistes, su objeto de entretención. Pero a no era así, y estaba cansado de repetírselo a Kevin y a Joe. Salté el último escalón sin muchas ganas y me encontré con un Joe uniformado en el marco de la puerta.
-Apúrate, vamos a llegar tarde- exclamó mirando hacia fuera –El autobús ya llegó.
Lo miré de pies a cabeza, y me sorprendí. Sí, definitivamente llevaba el uniforme de la institución
-Joe ¿Qué haces tú aquí?- le grité mientras corría a la cocina por mi bolsa de papel con el desayuno. Sí, siempre me despertaba tarde, por lo que mamá cedió a prepararme un desayuno todas las mañanas y empaquetarlo para que yo lo pueda comer luego y sin presión. No sabía que prefería mientras desayunaba: las curvas que daba autobús, o la presión de la bocina de este mismo.
Mi hermano rodó los ojos y tomó su mochila que se encontraba a lado del perchero del hall
–Te explico luego- fue lo último que dijo antes de salir por la puerta y correr al autobús, que ya estaba comenzando a andar.
Me quedé intentando procesar lo que había dicho Joe. Luego me di cuenta que no había mucho que pensar. Me lo diría después. Pero aun así seguía impaciente. No entendía porque Joe estaba yendo al colegio, conociéndolo, prefería mil veces quedarse en su cama durmiendo o viendo TV en vez de tener que levantarse todos los días en los que no estábamos de gira a las 6.30 AM.
Me encogí de hombros como respondiéndome a mí mismo, y corrí hacia fuera. Genial, el bus escolar me había dejado en mi casa el primer día de colegio, y se había llevado a mi hermano ya pasado en edad para el colegio en mi lugar. No sabía qué hacer, nuestra casa quedaba bastante lejos de la escuela para caminar hasta allí, Kevin estaba durmiendo y no era una buena idea despertarlo, Big Rob de vacaciones, y mamá y papá habían llevado a Frankie a su escuela. Pensé un momento en tomar el transporte público, pero pensé que tal vez no sería muy sensato que uno de los rostros adolescentes más conocidos del mundo anduviera solo en un autobús. Probablemente, no llegaría. O peor, llegaría sin ropa.
De pronto tuve una idea. Tal vez no era la mejor del mundo, pero al menos si tenía cuidado podría realizarla. Corrí dentro de la casa y tomé las llaves del garaje. Lo abrí, busqué mis llaves, mi jockey y mis lentes negros, me los puse y tomé mi mochila. El dulce sonido de mi Mustang Cobra abriéndose resonó por toda la habitación y yo sonreí. Me subí, le di unos golpecitos a los dados que colgaban del espejo retrovisor y encendí el motor. Había manejado muchas veces mi auto, así que estaba listo. Sólo me faltaba mi adulto acompañante y mi licencia, pero intenté dejar pasar eso por alto.
Manejé relajadamente por las calles de Texas, pero procurando siempre no encontrarme con ningún policía o alguna fan loca. Bueno a esa hora era difícil, ya que era hora escolar. Iba tarde. Pero no importaba, porque yo estaba manejando mi Mustang Cobra, el amor de mi vida. Al volante, realmente me sentía como el rey del mundo, o el propio dueño de su libertad. Era lo mejor.
Iba manejando cuando vi a alguien con mi mismo uniforme caminando por la acera de la calle a unas 6 cuadras del colegio. La chica miraba a todos lados, como desorientada… o perdida. Bajé la velocidad y me acerqué lentamente, quizás necesitaría ayuda y transporte.
Bajé la ventanilla del auto y exclamé:
-¡Oye tú!- Bueno, tal vez no era la mejor línea que habría dicho en mi vida, pero no sabía como más podía llamar su atención. Aún así, no la conseguí, y la chica misteriosa siguió su camino, en mi misma dirección. Volví a gritarle un par de veces, pero nada. No se me ocurría que más hacer, así que toqué la bocina un par de veces. Bingo la chica se giró y me miró.
Esa fue la primera vez que la vi. Era de estatura mediana y de cuerpo esbelto, que hasta llegaba a parecer frágil. Su tez era morena, y su pelo marrón y ondulado le llegaba hasta un poco más arriba que la cintura. Sus rasgos faciales eran finos y delgados, pero lo que más destacaba de su rostro angelical eran sus grandes ojos cafés enmarcados por unas largas pestañas del mismo color. Cualquiera hubiera dicho que eran demasiado comunes, pero yo veía en ellos un brillo de pureza y una profundidad increíble. Con el paso del tiempo me di cuenta de que sus ojos serían mis mejores amigos y sus traicioneros delatores.
De pronto ella siguió caminando como nada. En ese momento me di cuenta que me había quedado pegado mirándola. Avancé para alcanzarla nuevamente, frenó de golpe y se me quedó mirando fijamente a los ojos. O a mis lentes. Yo no pude decir nada ¿Qué era lo que tanto miraba? Iba con jockey y lentes negros, no era muy fácil reconocerme. Aunque hace un tiempo que ya no me confiaba mucho de lo ordinario de disfraz, ya que siempre terminaba delatándome. Ella seguía con su vista fija en mí. Al ver que yo no hablaba, alzó una ceja y se giró para continuar su camino.
-¡Espera!- exclamé con dificultad, ella se giró y posó nuevamente su mirada en mí. Bien, los nervios no estaban ayudándome para nada Vamos Nicholas, has estado con todo un estadio mirándote, DI ALGO.
-Ehh.. yo… yo voy para el mismo lado que tu vas- articulé atropellando las palabras mientras hablaba. No sabía que tenía esa chica, pero hacia que se me trabara la lengua y que los pelos se me pararan de punta cuando me miraba. Y eso que recién la conocía. Ella me siguió mirando, sin comprender.
-Que yo voy… donde tú vas- hubiera sido mucho más fácil poder decirle algo coherente o más entendible si no hubiese tenido mi mente nublada por su belleza y naturalidad. Ella me miró a mí y luego miró mi auto. Me volvió a mirar, y volvió a mirar mi auto ¿Qué tenía? Abrió los ojos como plato, y llevó una mano a su mochila. Yo lo único que rogaba, era que no fuera una fan loca ¿Qué iba a sacar? ¿Una cámara? ¿Su celular? ¿Un papel con un lápiz?
Su mirada pasó de ser sorprendida a preocupada, y entonces descarté la idea de la fan loca. Tragué saliva, y le hablé:
-¿Y, vienes?- pregunté esta vez más decidido. Ella simplemente negó rápidamente con la cabeza y al fin encontró lo que había estado buscando ¿Gas pimienta? ¿Para qué quería gas pimienta? Pensé un momento… Ooooh, no.
Mandy POV.
Nuevo país, nueva ciudad, nuevo barrio, nueva escuela, nuevos amigos, nueva vida prácticamente. Yu-pi. Después de que la jueza decidiera que mis padres no eran capaces ni de cuidarse a ellos mismos y que yo ya era demasiado, me mandó a vivir con mis abuelos. Santiago, Chile – Texas, EEUU. Cambio drástico, sí. Por suerte, sabía hablar inglés. O algo así. A los papás de mi mamá los conocía de pequeña incluso vivieron un tiempo con nosotros; pero se fueron a vivir a Estados Unidos cuando yo tenía 7 años porque el abuelo consiguió un buen trabajo en el país, y decidieron quedarse. Venían cada verano a visitarnos a nuestro pequeño departamento en Ñuñoa y para mí de verdad que era una salvación. La abuela era una mujer muy activa y divertida, pero a la vez maternal y cariñosa. El abuelo, bueno, para qué hablar de él. Era definitivamente la mejor persona había conocido. No sé realmente como una pareja tan agradable podía haber tenido una hija tan demente. Tal vez fue el exceso de amor, quien sabe. Aun así los abuelos podían tener un fuerte carácter cuando querían, pero siempre aspirando a lo mejor para ti. Creo que ése era su único defecto, eran demasiado buenos.
Ya. Así es como empezó todo. Llegué a la nueva casa, que era grande pero a la vez humilde y hogareña, y dejé las cosas en mi pieza. Era una habitación linda y espaciosa, las paredes eran blancas, pero los muebles eran todos de colores, por lo que contrastaban. El armario era verde limón, lar cortinas celestes, y las maderas de la cama eran blancas también. El cubrecama era morado, y las almohadas eran de color rosado oscuro. El velador tenía una lámpara amarilla muy bonita, y un despertador naranjo. A un costado había un pequeño librero, y una radio encima. La habitación también daba a un pequeño balcón, que miraba hacia la calle.
Mi objeto preferido era el gran atril en una esquina de la habitación, perfecto para mí. Mi pasión era el arte, amaba pintar y dibujar; desde pequeña había tenido muy buena mano y había querido cursar un taller de dibujo o pintura, pero mis padres nunca me dieron el apoyo que requería.
Bajé a cenar, ya que la abuela se había pasado todo el camino hablando de que había preparado mi comida favorita: Tomaticán.
Terminada la cena, volví a subir a mi pieza. Prendí la radio y dejé una estación en la que estaban tocando la canción I'm yours, de Jason Mraz. Ordené mi ropa en el armario y luego coloqué los libros que me había traído desde Chile y algunos que mi abuela me había comprado en la librería del aeropuerto en inglés. Según ella, ya estaba bien que empezara a ejercitar mi lectura en inglés, ya que al otro día entraría a la escuela y pronto empezarían las pruebas de repaso. Terminé de dejar todo en su lugar, y comencé a pintar haciendo líneas al ritmo de la música. Sonaron varias canciones, y le subí aún más a la radio cuando escuché que estaba sonando una canción que me gustaba mucho: Lovebug, de los Jonas Brothers. Ellos en Chile eran la banda del momento, pero la verdad yo sólo conocía sus típicas canciones y nunca me habían llamado mucho la atención. Además, encontraba patéticas a las fans que se volvían locas, amaban, y llegaban a sufrir por un artista inalcanzable y que más encima, ni conocían como eran en realidad.
Canté las partes de la canción que me sabía y me emocioné pintando la puesta de sol que estaba haciendo. Un minuto más tarde mi abuela me dijo que bajara la música porque el abuelo estaba tratando de dormir. Consideré que ya era hora de ir se a la cama, así que fui al baño, me lavé los dientes, me puse pijama y me acosté. Aun con los nervios de que al otro día era mi primer día en el colegio inglés, logré conciliar rápidamente sueño, el viaje me había dejado agotada.
Desperté siendo removida por mi abuela, quien gritaba como loca: AMANDA, YA SON LAS OCHO DE LA MAÑANA, LEVÁNTATE ¿QUIERES? VAS A PERDER EL AUTOBUS Y VAS A LLEGAR TAAARDEEE!!! Me tapé con el cubrecama la cabeza y ella me destapó.
-Ya va, abuela, ya vaaaaa- abrí los ojos y dejé caer mi mano sobre el velador en busca del despertador que no me despertó por alguna extraña razón. Miré la hora, y efectivamente eran las 8:02 minutos. Mi abuela, al ver que ya daba signos de vida, desapareció por la puerta. Me levanté rápidamente y me di una ducha de 5 minutos, que pasaron a ser 10, y luego 15. Me vestí a la velocidad de la luz y bajé corriendo las escaleras, me tropecé con la alfombra, me paré, devoré los cereales, me despedí de la abuela, y no alcancé el autobús. Me devolví a casa mirándome los zapatos y con la cabeza gacha.
-Querida, tienes que estar lista antes mañana ¿si?- me dijo el abuelo mientras me subía a su auto. Yo asentí –Te voy a dejar a unas cuadras de tu colegio, porque tengo que desviarme después para irme al trabajo ¿No importa?- mi abuelo era gerente en una empresa de electrodomésticos estadounidenses.
-No te preocupes, así aprovecho de conocer la ciudad- le sonreí.
El abuelo manejó a una velocidad moderada, y me dejó a unas 10 cuadras del colegio, pero yo no tenía problema, porque amaba caminar. Prendí mi Ipod y me puse a escuchar música mientras caminaba por la vereda de la calle en la que me había dejado el abuelo. En la cuarta cuadra debía doblar a la izquierda. Lamentablemente, no había contado las cuadras cuando había comenzado a caminar. Miré para todos lados, y nada. Me devolví algunas cuadras hasta donde me habían dejado y caminé contando las cuadras, y en la cuarta, viré a la izquierda, tal como me habían indicado. Seguí entonces caminando por las calles de la ciudad, algo desconcertada todavía, y mirando hacia todas partes, buscando un colegio con el nombre del que llevaba en la insignia de mi pulcro y reluciente uniforme.
Iba pensando en porque mis abuelos habían destruido mi ilusión de no llevar nunca más un odioso uniforme puesto y porqué habían preferido ponerme en una escuela privada en vez de una pública, cuando escuché que alguien estaba llamando a otra persona a gritos por la calle.
-¡Oye, tú!- se escuchó la voz masculina.
Odiaba cuando hacían eso. Miré hacia todos lados en la calle, y me di cuenta que el grito proveniente del auto era para mí. Frené en seco, y me giré para encarar al gritón estadounidense. Gritón estadounidense que se estaba dirigiendo a mí ¿Por qué alguien me estaba dando gritos en la calle, en un país en el cual había estado menos de 24 horas? Me quedé mirando fijamente al interlocutor, era un hombre de apenas unos 16 o 17 años, solo, en un extravagante Mustang Cobra. Llevaba un jockey negro, y unos lentes de rockstar negros también. A primera impresión, el chico me pareció interesante, lo seguí mirando, esperando a que digiera algo. Él también se quedó mirándome, y más de lo que yo consideraba común. Al ver que no decía nada, me di media vuelta y seguí caminando, talvez se había confundido de persona.
-¡Espera!- exclamó de pronto, y yo volví a girarme. Lo miré, y alcé una ceja. Él se quedo callado nuevamente, y yo no estaba para bromas pesadas, iba muy tarde ya al colegio. Estaba a punto de volver a girarme, cuando habló
-Ehh.. yo… yo voy para el mismo lado que tu vas- atropelló las palabras, y casi ni le entendí lo que dijo. Seguí mirándolo, esperando a que digiera algo más, porque no le entendía y ya me estaba empezando a asustar un poco.
-Que yo voy… donde tú vas- habló nuevamente, y en ese momento pude comprender bien el mensaje. Lo que acababa de decir el chico terminaba por confirmar mi teoría. Lo miré a él, y luego a su Mustang. Lo volví a mirar: de unos 17 años, en horario de clases, con lentes y jockey. No quería ser reconocido. Miré su auto: Mustang Cobra, brillante y bonito, no común en el mercado, llamativo, pero no era de esos que uno se queda mirando como bobo en el medio de la calle cuando la cruzan.
Todas las piezas encajaron en mi cabeza. Estaba realmente asustada y preocupada, así que comencé a buscar rápidamente en mi bolso el gas pimienta que mi mamá me había dado antes de venirme, como obsequio de despedida.
-¿Y, vienes?- el psicópata/violador de niñas inocentes volvió a hablar y yo me urgí aun mas. Me limité a negar varias veces con la cabeza, mientras seguía en busca del gas, y de pronto di con él. Lo saqué, y lo agité un momento, me acerqué a al auto, decidida de mi movimiento y presioné el botón cerrando los ojos. Esperé un grito o un par de groserías, pero nada. Nada había salido del pequeño contenedor. Volví a agitar la lata y nuevamente intenté atacar al chico, pero no funcionó.
Horrorizada por encontrarme indefensa, y al ver la cara sin expresión del sujeto, solté el tarro y me largué a correr lo más rápido que me permitían mis piernas en dirección contraria a la que estaba se estaba dirigiendo él, devolviéndome sobre mis pasos.
