Para mi amigo Eduardo.

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Te envié 100 cartas. Cien.

No postales, no. Cartas. ¿Sabes lo que es una?

No 12 ni 15 ni 30. Te envié 100. ¿Sabes contar?

Tal vez lo sepas, porque soy consciente de que las has guardado en un cajón. ¿Dije guardado?

Las abandonaste, esa es la palabra. Guardar implica una preocupación por el objeto, no mereces que te dé el privilegio de ese adjetivo.

¿Las leíste? Seguro sí, eres un curioso por naturaleza, yo lo sé.

Lo sé porque te amo, o te amaba ya no estoy segura ¿Y sabes a qué se debe?

Que he sido ignorada 100 veces.

100 veces has despreciado mis cartas, esas hojas escritas a mano con una pluma fuente y tinta china.

¿Sabes lo que es escribir con una pluma fuente?

No lo sabes, lo sé también porque tus manos ya solo conocen los teclados, porque tu forma de expresión se ha vuelto fría con los años.

¿Recuerdas la última vez que escribiste a mano?

Yo lo recuerdo, fue una carta. Escribiste una carta, el papel era reciclado, estabas nervioso y me aferro a la idea: nadie escribe en molde con tan poca fluidez a menos que esté nervioso.

Era una carta de despedida.

¿Mencioné carta? ¡Error mío! Era una nota.

Con una nota mal escrita, en un papel oscuro y barato, con eso te despediste de mí.

¿Podrías seguir amando a alguien que se despide de ti con ese trozo de escrito?

No lo sabré nunca porque acabas de confesar tu amor a la mujer que te redactó, con pluma fuente y letra cursiva, todo su amor en cartas. 100 cartas.

Aprendí a escribir cursiva por ti.

Lo hice porque te amo. O te amaba, no lo sé.

Lo hice porque esas cartas expresaban todo lo que no pude decirte en años, todo eso que callé escondida en mi indiferencia, en mi trato osco, entre las murallas que me protegían de los sueños rotos, de las promesas vacías y de las mentiras piadosas.

Lo que sé es que no me mentiste.

Las cartas las tienes ahí, detrás de ti. Guardadas en ese cajón que proteges con una llave.

Quien guarda en llave tal vez cuida, tal vez quiere olvidar.

¿Cuál eres tú?

No nos separamos, nunca fuimos, nunca estuvimos. ¿Qué queda de lo que nunca hubo? ¿Qué queda del amor redactado en 100 cartas? ¿Dónde quedan esas miles de palabras desde el corazón?

— Helga, nunca las firmaste.

— Soy un poco tímida ¿Acaso nunca lo notaste?

— Creo que me di cuenta en la carta número 43, entonces ¿Sí te casarás conmigo?

— No lo sé, tal vez tengas que esperar la carta 101 con la respuesta. ¿O también la guardarás en el cajón Sr. Arnoldo?