¡Hola, chicas!

Después de tanto tiempo, vengo por aquí con una historia que acabo de leer hace poco y quiero compartir con ustedes ya que sin duda va muy bien con esta época del año.

Este fic será muy corto y es una adaptación de la novela Under The Disguise de la autora Kate Hoffmann, a quien seguramente recordaran por otras adaptaciones que les he traído de ella como Legalmente Suya y El Elixir Del Amor.

¡Espero que disfruten de este primer capítulo!


Bajo El Disfraz

Por Serenity

Capitulo 1

Vengo a solicitar el puesto de ayudante de Santa Claus.

Diez palabras que Serena Tsukino jamás habría esperado decir en su vida. Ni esas palabras ni; "Sí, por favor, hágame una endodoncia" o "Oh, tengo que engordar un poco" o "Sé exactamente qué le pasa a mi coche".

Dejó la solicitud sobre la mesa de la secretaria y sonrió, aparentemente esperanzada. Aquel era el momento más bajo de su carrera como periodista. Tantos años estudiando para acabar intentando convencer al jefe de personal de los almacenes Kou de que ella sería el ayudante perfecto para Santa Claus.

Serena casi deseó que le negaran el puesto por falta de experiencia aunque esa sería la peor humillación de todas.

La secretaria de pelo castaño miró la solicitud un momento y después levantó los ojos.

—El señor Robbins llegará enseguida. Siéntese un momento; voy a decirle que está aquí.

Serena obedeció, manteniendo la espalda bien recta. Al menos debía aparentar que quería dar una buena impresión, que ser uno de los duendes de Santa Claus era el sueño de su vida. Recordó entonces el currículum que había inventado para solicitar el puesto. Intentó imaginar qué clase de pasado debía poseer el ayudante de tan importante personaje y esperó que sus referencias fueran tan vagas y antiguas que el jefe de personal no se molestase en comprobarlas: tutora de niños, ayudante de clínica, salvavidas en una piscina... Si hubiera tenido los veranos libres en la universidad podría haber hecho todos esos trabajos.

Aunque inventarse aquello era un problema para su integridad periodística no creía que unas mentirijillas como esas importancia. Después de todo estaba en una encrucijada en su carrera. Harta de vivir como en la universidad, con el dinero justo para llegar a fin de mes, Serena Tsukino había decidido dar un paso adelante.

Desde que editó su primer periódico a los ocho años El Crónica de la calle Maple supo que estaba destinada a ser periodista. Hija única de una pareja infeliz que nunca ganó suficiente dinero, Serena estaba destinada a vivir la vida que su madre había deseado: graduarse en el instituto, casarse con un chico de buena posición y tener una gran familia.

Pero dejó la vida social en el instituto para trabajar en el Buffalo Beacon, cambiando los partidos de fútbol y las discotecas por el olor de la tinta y el sonido de las prensas.

Se fue de casa a los diecisiete años y ella misma se pagó la carrera de periodismo haciendo todo tipo de trabajo y vendiendo algún artículo de vez en cuando. Y desde la universidad había trabajado como corresponsal freelance, para la mayoría de los periódicos de Nueva York.

Pero encontrar trabajo empezaba a ser cada vez más difícil. Los propietarios de los periódicos habían dejado de ser personas de carne y hueso y eran, en su mayoría, grandes empresas con una relación de veteranos en su nómina.

Pero Serena tenía valor y tenacidad y no se detenía ante nada para conseguir lo que quería. Algunos podrían llamarla testaruda, pero ella consideraba eso una cualidad para ser una buena periodista de investigación... si algún día volvía a encontrar una historia decente.

Solían darle artículos difíciles de corrupción política, vertidos químicos, fraudes empresariales... Pero últimamente se había visto obligada a aceptar cualquier encargo, por ejemplo: "Cómo divorciarte de tu peluquero" o "Guarderías para perros".

A pesar de todo, Serena era una mujer de recursos, una mujer que podía oler una historia donde no la había, una mujer que podía convertir limones en limonada. Una auténtica Woódward y Bernstein.

—Sí, como que esta historia es tan importante como el Watergate—murmuró para sí misma, irónica—. La llamaré "Santa Gate".

La idea había llegado del Saratoga Springs Chronícle, una historia de buen corazón que mezclaba cierto misterio con el altruismo y la alegría de la Navidad.

El artículo, titulado Un Santa Claus que convierte los sueños en realidad, contaba la historia de un niño que le había pedido al Santa Claus de los almacenes Kou en Schuyler Falis un regalo especial para Navidad: una nueva silla de ruedas para su hermana. Además de la silla, una reluciente furgoneta apareció frente a la casa el día de Navidad. Nadie sabía de dónde había salido y el director de los almacenes se negaba a decir una palabra.

En un momento de la historia en el que los grandes empresarios contaban a los cuatro vientos dónde iba el dinero que daban para causas benéficas, un acto tan altruista era casi increíble. Serena imaginaba que un artículo sobre el misterioso Santa Claus sería publicado con toda seguridad y decidió ofrecérselo al mejor de todos: el New York Times.

La editora aceptó la idea y le dio dos semanas para descubrir la identidad del anónimo benefactor y entrevistar a los que hubieran recibido sus regalos. Y Serena pensaba saber su número de zapato y las notas que había sacado en primero de bachiller antes del tercer día. Además, había una bonificación. Si el artículo era bueno, le prometió Setsuna Meioh, la editora, su nombre entraría en la lista de los candidatos para ocupar un puesto fijo en el Times.

—¿Está usted esperando para una entrevista?

Serena se levantó de un salto, sorprendida por la profunda voz masculina. Pero no tuvo tiempo de contestar. El hombre, con un traje de chaqueta oscuro, pasó a su lado a toda prisa permitiéndole apenas ver su espalda: anchos hombros, cintura estrecha, largas piernas….

—¿Viene o no? No tengo todo el día.

—Ya empezamos—murmuró Serena—Aún no ha empezado la entrevista y ya eres incapaz de obedecer una orden.

Entró corriendo en el despacho y se sentó frente al enorme escrito. Solo cuando vio el nombre en la placa de metal se dio cuenta de que no estaba en el despacho del señor Robbins.

Seiya Kou. El director de los almacenes Kou.

Serena esperaba que fuese mayor, quizá con el pelo, gris y una barriguita escondida bajo la chaqueta del traje. Pero aquel hombre la tomo por sorpresa.

Seiya Kou era un hombre guapísimo. Alto, moreno, atlético, llevaba la ropa con una elegancia natural, aunque el traje gris le daba un pronunciado aire de autoridad, no podía disimular su atractivo juvenil. Tenía la piel bronceada y el pelo un poco demasiado largo. Con toda seguridad no pasaba de los treinta años.

Y había otra cosa, algo que Serena había visto muchas veces en los hombres poderosos algo que también tenía Seiya Kou. En unos segundos se dio cuenta de que esperaba controlar todo lo que había a su alrededor simplemente con un gesto de impaciencia. Lo estaba haciendo en aquel momento, mirándola con expresión distante y ligeramente irritada.

¿Por qué se molestaba en entrevistar a una chica que quería ser duende de Santa Claus?, se preguntó. Pero no pensaba tentar a la suerte. Y tampoco dejaría que un hombre la asustase. Si aprovechaba el malentendido, quizá ni siquiera tendría que pasar un par de días como ayudante de Santa.

Serena empezó a diseñar una estrategia periodística. Dejaría que hablase y cuando lo viera más concentrado, le haría una pregunta capciosa. Al mismo tiempo, intentaría convencerlo de que ella era la mejor para el puesto, por si acaso.

—Lencería—dijo él, tomando una carpeta—. Hábleme de su experiencia en el negocio de la lencería.

Serena parpadeó. Evidentemente se había equivocado de oficina. Aunque si estuviera en una isla desierta o atrapada en un estrecho ascensor, Seiya Kou sería el hombre perfecto para hacerle compañía.

—Pues... todo el mundo lleva ropa interior.

Aquella frase resumía todo lo que sabía sobre el tema.

—En realidad, los informes de márketing muestran que cada vez hay más gente que no la usa—replicó él, levantando una ceja.

Estaba intentando asustarla. Evidentemente, no la conocía.

—¿Y usted?—le preguntó Serena.

En cuanto hizo la pregunta le hubiera gustado retirarla. Siendo impertinente no lograría el puesto. Pero su instinto periodístico solía aparecer sin avisar. El reportero dirige la entrevista, nunca deja que le roben el control. Hay que olvidar la educación o nunca se llega a la verdad.

—¿Perdone?

—¿Cree usted que la gente ha dejado de llevar ropa interior?—intentó arreglarlo Serena.

—Quiero saber lo que usted piensa—contestó Kou, mirándola fijamente—. Es usted quien busca trabajo, no yo.

Tenía unos ojos muy intrigantes, muy perceptivos, de un azul zafiro poco normal. Serena sintió un escalofrío en la espalda. En realidad, todo en él estaba por encima de lo normal: los hombros un poco demasiado anchos, el pelo un poco demasiado oscuro, perfil prácticamente perfecto...

Tuvo que tragar saliva para intentar concentrarse.

—En mi experiencia con la ropa interior, tengo que decir que... me gusta. Elijo mi ropa interior cuidadosamente. Cuando es demasiado ancha resulta incómoda y cuando es demasiado estrecha te deja marcas. Y luego está el impacto de la moda... Si sufro un accidente, espero llevar ropa interior bonita. ¿Compra usted mismo su ropa interior o deja que su mujer la compre por usted?

Seiya Kou parpadeó, sorprendido por la audacia.

—Yo... no estoy casado. Y cuando necesito ropa interior, sencillamente llamo al departamento y el encargado me la sube en una cajita de regalo.

—¿Calzoncillos largos o cortos?—preguntó Serena, divertida y secretamente contenta de que no hubiera una señora Kou.

Los hombres solteros eran más fáciles de intimidar... y manipular.

—Calzoncillos de boxeador—contestó él, mirando sus labios—. De seda.

Serena tragó saliva, intentando mantener la compostura. Seiya Kou tenía una forma de mirar a una mujer que... ¿Le gustaban sus labios? ¿Estaría pensando en besarla? ¿O tenía una espinaca entre los dientes?

—¿De dibujitos o lisos?—preguntó, concentrándose en la conversación.

—Con dibujitos, pero nada de colores pastel. ¿Por qué demonios estamos hablando de mi ropa interior?

—Quería mi opinión personal, ¿no? Pues a mí me gustan los hombres con calzoncillos de dibujitos. Los blancos no me dicen nada.

Kou se aclaró la garganta.

—Me temo que estamos perdiendo el tiempo con un tema irrelevante. Deberíamos empezar de nuevo la entrevista—dijo, levantándose y ofreciéndole su mano—. Señorita Webster, encantado de conocerla. Soy Seiya Kou, director general de estos almacenes. Y estoy deseando escuchar sus ideas para dirigir el departamento de lencería.

—Yo... no soy la señorita Webster—explicó ella, distraída por el roce de su mano—. Soy Serena Tsukino. He venido a solicitar el puesto de ayudante de Santa Claus.

Él hizo una mueca de incredulidad.

—¿Cómo?

—Debería haberme entrevistado con el señor Robbins. Pensé que era usted.

—Pero yo estaba hablando de ropa interior... ¿Cree que hablo de estas cosas con todo el que entra en mi oficina?

Serena se encogió de hombros. Hacerse la ingenua podría funcionar.

—Yo también me quedé un poco sorprendida, pero es que necesito el trabajo. Podría haberme hablado de su vida sexual y yo le habría aconsejado... siempre que así consiguiera el puesto.

Seiya Kou esbozó una sonrisa que se borró inmediatamente de sus labios. Serena se quedó helada. Había descubierto que estaba jugando con él y tenía que hacer algo para que no la echase a patadas.

—Me gustaría mucho ser uno de los ayudantes de Santa Claus.

—¿Por qué?

—Porque he oído las historias que cuentan sobre el Santa Claus de los almacenes Kou. Por lo visto, hace realidad los sueños de los niños.

—Yo no sé nada de eso—replicó él.

—¿Cómo? Santa Claus es su empleado y usted es el jefe, ¿no?

—Ahora mismo eso sería tema de debate.

—Pues yo quiero hacer realidad los sueños de los niños. Quiero conocer a ese hombre y... y disfrutar de la pureza de su corazón.

En ese momento alguien abrió la puerta del des pacho.

—Señor Kou... ¡ Ah, ahí está!—exclamó la secretaria dirigiéndose a Serena—. Creía que se había marchado.

—Señorita Kino, dígale a Robbins que recomiendo a la señorita Tsukino para el puesto de duende de Santa Claus. Es lista, atrevida.., y posee todas las cualidades que debe tener un buen duende.

—Venga conmigo—dijo la secretaria—. El señor Robbins está esperando.

Serena se levantó, cortada.

—Ha sido un placer conocerla, señorita Tsukino—sonrió Seiya Kou, estrechando su mano—. Y espero que encuentre en los almacenes Kou la "pureza" que tanto desea.

Aquella vez no pudo dejar de notar la fuerza de sus dedos y el calor que recorría su brazo. Por un momento, pensó que no quería dejarla ir.

—Puede llamarme Serena—dijo por fin—. Ha sido un placer conocerlo, Sei. ¿O es Seiya?

Él sonrió de nuevo, encantador, tan diferente de la fachada distante que quería mantener al principio.

—Mis socios me llaman Seiya. Mis amigos me llaman Sei. Pero si quiere ser uno de nuestros ayudantes, tendrá que llamarme señor Kou.

La señorita Kino carraspeó y Serena la siguió hasta la puerta. Cuando se volvió, vio a Seiya Kou mirándola con una sonrisa enigmática. Desde luego, si sabía algo sobre la vocación benéfica de su Santa Claus no pensaba decírselo. Pero ella no pensaba rendirse. Tendría que volver a intentarlo y, tarde o temprano, cantaría.

Nada impediría que consiguiera aquella historia. Ni siquiera el guapísimo e increíblemente sexy Seiya Kou.

S&S

—No entiendo por qué no encontramos buenos ayudantes. El último que contrataste era...

—Yo no lo contraté—dijo Seiya, distraído—. Lo hizo Robbins. Pareció pensar que, como era bajito y tenía la nariz roja, daba el papel. Pero no se dio cuenta de que olía a whisky. Si estás decidido a seguir con esto, deberías entrevistar a los ayudantes tú mismo, abuelo.

Artemis Kou sacudió la cabeza.

—No puedo perder el tiempo con esas cosas. Además, tú puedes hacerlo perfectamente Lo único que haces es trabajar. No sales, no vas a bailar...

Seiya apartó la mirada. Sí, desde luego tenía tiempo. Llevaba siete años en Schuyler Falls , aprendiéndolo todo sobre el negocio y esperando el día en que su abuelo y su padre lo enviaran a la oficina de Manhattan. Conocía el negocio de memoria y no podía entender por qué seguía dirigiendo el negocio más pequeño de la familia.

—Si fuera por mí pondría punto y final a este asunto—murmuró—. Si quieres regalar tu dinero, hazlo de otra forma. Tienes una fundación, ¿no? Esto cada año es más complicado, abuelo.

Los almacenes Kou eran una reliquia del pasado, de un tiempo en el que los grandes negocios eran dirigidos por una sola familia. Su bisabuelo no había reparado en gastos: suelos de terrazo, paredes forradas de caoba, portero uniformado... La mayoría de los empleados llevaban toda la vida trabajando allí.

Kou era también el primer peldaño en el imperio familiar, un trabajo que llevaba a un puesto mejor. El padre de Seiya, Taiki Kou, que dirigió los almacenes cuando era joven, vivía en Nueva York y se dedicaba a controlar las inversiones inmobiliarias. Su abuelo, ya retirado, pasaba los inviernos en Arizona y volvía a Schuyler FalIs solo para llevar a cabo su pasión secreta: hacer de Santa Claus. Seiya era el único de la familia que seguía aislado en aquel pueblo diminuto.

—Dime una cosa, Sei. ¿Cuándo fue la última vez que estuviste con una mujer?

Él lo miró, atónito.

—¿Qué has dicho, abuelo?

—¿Cuándo fue la última vez que tuviste relaciones sexuales? No te preocupes, a mí puedes decírmelo. Soy muy discreto.

—¿Qué tiene eso que ver?

—En realidad, nada. Solo era por curiosidad. A mi edad uno se vuelve curioso—contestó su abuelo.

—No pienso hablar contigo sobre mi vida sexual. El problema no es el sexo, sino el aburrimiento. Puedo hacer este trabajo dormido y tú lo sabes. Además, he triplicado los beneficios del almacén. ¿Por qué no me envías a Nueva York?

—Aún quedan muchas cosas que hacer aquí. Si te aburres, estoy seguro de que encontrarás la forma de mantenerte ocupado.

En realidad, Seiya había encontrado algo... o más bien a alguien que había despertado su interés. Serena Tsukino. Había pensado en ella muchas veces des de que la había visto en su despacho. Con aquella sonrisa contagiosa y los ojos brillantes...

—Robbíns ha contratado una nueva ayudante para Santa Claus—dijo, para cambiar de conversación—. Es muy guapa, por cierto.

Su abuelo se volvió para mirarlo.

—¿Cómo de guapa?

Seiya vaciló un momento. ¿Lo había dicho en voz alta? Normalmente no decía en voz alta lo que pensaba, pero Serena tenía la habilidad de hacerle decir cosas que no solía decir. Tenía la capacidad de desarmarlo.

—Mucho—contestó—. Tiene muy buena figura y una melena rubia que le llega casi hasta la cintura... Además de una sonrisa encantadora y uno ojos preciosos.

—¿De qué color?

—Azul celeste, diría yo. Cautivadores.

—Parece que te has fijado mucho en esa chica—rió su abuelo—. No olvides la primera regla de los Kou. Regla número uno, nunca...

—Lo sé, lo sé. No mantener relaciones con los empleados—dijo Seiya, impaciente.

Nunca había sentido la tentación de hacerlo, pero Serena lo intrigaba. Le gustaría conocerla mejor, charlar con ella, disfrutar de sus afilados comentarios.

—No, esa no es la regla número uno—dijo Artemis entonces—. Es la número tres. La número uno es no dejar pasar la oportunidad de conquistar a una mujer hermosa. Así es como conocí a tu abuela. Estaba tras el mostrador de los caramelos con un mandil de florecitas. Me sonrió, yo le sonreí y el resto es historia.

—No pienso salir con un duende de Santa Claus—replicó Seiya, nada convencido—. Ni con una empleada.

Pero podía pasarlo bien con ella mientras estaba allí, ¿no? Para pasar el rato, se dijo.

—Pero no mojes el palito en el tintero de la empresa—le aconsejó su abuelo.

Seiya soltó una carcajada.

—Mojaré el palito fuera de la empresa, te lo prometo.

—Por cierto, me voy a Nueva York la semana que viene.

—Oh, no. No pienso hacerlo, abuelo. No pienso ponerme el traje de Santa Claus, no pienso sentarme en el sillón y tener a un montón de mocosos sobre la rodilla...

—Hacer de Santa Claus es una tradición familiar—lo interrumpió Seiya—. Yo lo hecho, tu padre lo ha hecho y ahora lo harás tú. Y algún día lo harán tus nietos. Además, así tendrás más tiempo para estar con esa encantadora jovencita—añadió, mirando el reloj—. Y ahora tengo que irme. El deber me llama.

Suspirando, Seiya lo observó salir del despacho. Quería mucho a su abuelo, pero no podía entender aquella devoción por hacer de Santa Claus.

Conocía bien la historia. El año que abrieron los almacenes su bisabuelo, Thadeus Kou, decidió que el éxito económico debía ser mitigado con cierta humildad. Según él, siempre era bueno acordarse de los menos favorecidos. De modo que se convirtió en Santa Claus para hacer realidad los deseos de los niños y continuó hasta su muerte en 1988. Como creía una grosería alardear de eso, el secreto empezó a formar parte de la tradición.

En 1920 era imposible averiguar quién había dejado un sobre con dinero debajo de una puerta. Pero últimamente los regalos eran cada vez más elaborados y había que contratar gente de fuera, de modo que tarde o temprano la historia llamaría la atención de la prensa.

Seiya insistía en usar el dinero de forma más eficiente; le pidió a su abuelo que donase una buena cantidad al ayuntamiento de Schuyler Falls, que comprase ordenadores para el instituto…Y Artemis Kou hizo ambas cosas pero seguía negándose a dejar el papel de Santa Claus.

Seiya podía tolerar el secretismo, pero no si lo obligaba a ponerse una barriga postiza. Después de todo, como director de los almacenes tenía una reputación que proteger. ¿Y si los empleados lo reconocían bajo el traje rojo y la barba blanca? ¿Seguirían respetándolo? Si Serena Tsukino era un ejemplo, tenía razones para preocuparse.

Nunca había conocido a nadie como ella, nunca había sentido una atracción tan inmediata.., ni una irritación tan severa.

Quizá su abuelo tenía razón; llevaba demasiado tiempo sin estas con una mujer. Desde que su compromiso se rompió tres años atrás, apenas tenía vida social. Schuyler Falls era un pueblo pequeño y la mayoría de las chicas solteras, que lo consideraban un partidazo, se dedicaban a perseguirlo Pero él no estaba interesado.

Había tenido un par de aventuras desde que rompió su compromiso, pero últimamente quería algo más. No solo sexo, como su abuelo había sugerido, sino algo mucho más profundo, Quería una mujer que pudiera interesarlo fuera del dormitorio, una mujer independiente que fuera un reto para él, que hiciera interesante cada día.

Seiya salió del despacho de su abuelo y se detuvo ante el escritorio de la señorita Kino.

—¿Quiere algo, señor Kou?

—Le importa traerme el informe de la señorita Tsukino? Debe de tenerlo Robbins.

—¿No es la joven que contratamos ayer?

—Esa misma. Dígale a Robbins que quiero también su horario de trabajo.

La señorita Kino no disimuló su curiosidad.

—¿Hay algún problema?

—En absoluto. Solo quiero echar un vistazo al informe.

Apenas se había sentado tras su escritorio cuando la señorita Kino entró con el informe en la mano y una expresión de censura en el rostro. Seiya conocía a Lita Kino desde que era un niño y tuvo que disimular una sonrisa.

—No me mire así. Siempre reviso los informes de los nuevos empleados.

—Solo después de que yo se lo recuerde seis o siete veces. ¿Recuerda la primera regla de los almacenes Kou?

—Ahora es la tercera. Mi abuelo ha cambiado el orden.

La señorita Kou lo miró, sorprendida.

—No había sido informada, ¿Por qué no había sido informada?

—Puede discutirlo con mi abuelo. Ya sabe dónde encontrarlo.

Ella salió del despacho haciendo un gesto de fastidio y Seiya abrió el informe de Serena Tsukino.

Lo primero que encontró fue una copia de su fotografía de carné. Incluso en una foto tan mala estaba guapa, pero la fotografía no mostraba su personalidad, su ingenio, su talento para ponerlo nervios su increíble desdén al tratar con quien sería su jefe.

¿Qué hacía una mujer tan inteligente trabajando como ayudante de Santa Claus? Por su currículum podría haber buscado un puesto en la oficina. ¿Por qué trabajar en el escalafón más bajo?

Seiya sacó el horario y vio que empezaba a trabajar a las doce. Quizá pasaría un momento por la segunda planta pasa comprobar cómo iban las visitas Santa Claus. No solía ir por allí, pero aquel día había algo mucho más interesante que un montón de niños pidiendo juguetes: Serena Tsukino, el nuevo y fascinante duende del hombre de la barba blanca.

S&S

—¿Tengo que ponerme esto?

Serena se miró al espejo con cara de horror. El traje, que debía de haber sido confeccionado treinta años antes porque apestaba a naftalina, era una especie de casaca de lana roja con lunares verdes. Y unos leotardos del mismo color.

—Precioso, ¿ verdad?

Serena se volvió para mirar a su supervisora, la señorita Rei Hino.

La idea de trabajar como ayudante de Santa Claus era humillante, pero tener que llevar aquel disfraz sería una tortura.

—Tiene que haber otra cosa que pueda ponerme. Algo de algodón... o de poliéster incluso.

La señorita Hino tomó un gorrito puntiagudo y se lo puso en la cabeza. Genial. Parecía recién salida de una película de Navidad con Robin Hood corno protagonista.

—Artemis Kou diseñó este traje en 1949. Fue después de la guerra, cuando todos los soldados volvían a casa—explicó Rei, mostrándole unos botines de fieltro con la punta hacia arriba y adornados con cascabeles—. Aquí están sus botines, querida. Y la etiqueta con su nombre... se llamará Twinkie. También están Winkie, Dinkie y Blinkie.

—¿Twinkie? ¿Cómo los bollos de crema?

—Es por los niños. Visitar a Santa Claus debe ser algo mágico para ellos—dijo Rei.

—Pero yo no tendré que encargarme de los niños, ¿verdad? No se me dan muy bien. En serio, preferiría limpiar la casita de Santa Claus, quizá patrullar por la planta, hacer recados…

—Se encargará de dejar pasar a los niños de uno en uno. Mientras tanto, debe entretenerlos, contar chistes, historias de Navidad… ya sabe, para animarlos. No queremos a ningún niño llorando sobre las rodillas de Santa Claus.

—Hablando de Santa Claus…. ¿qué sabe de él?—preguntó Serena.

—Lo mismo que todo el mundo. Vive en el Polo Norte con la señora Claus y sus ayudantes. Tiene un trineo y ocho renos que tiran de él. Es un anciano encantador….

—No, no, no. Me refiero al hombre que se pasar por Santa Claus ¿Quién es?

—El Santa Claus de los almacenes Kou es el auténtico Santa Claus—contestó Rei Hino—Y no deje que nadie la convenza de lo contrario. Venga, abróchese los botines y vamos a trabajar. Le presentaré a sus colegas.

Serena no sabía si rascarse el cuello, porque le picaba la chaqueta o llorar por el estado en que se encontraba su carrera periodística. Reducida a pasearse por los almacenes con aquel disfraz, reducida da a ser llamada "Twínkie" por niños insoportables. Furiosa, se levantó la chaqueta de un tirón para rascarse la barriga.

—¿Señorita Tsukino?

Serena se dio la vuelta al oír aquella voz familiar. Pero no se molestó en tapar su barriga, a pesar de que Seiya Kou estaba mirándola. ¿Por qué iba a sentir vergüenza? Ella hacía abdominales todos los días.¿ Y qué mejor manera de ponerlo nervioso que permitirle ver su estómago plano?

—Me llamo Twinkie—murmuró, echando la chaqueta atrás para rascarse la espalda.

—Para ser una encantadora ayudante de Santa Claus, parece muy irritada—dijo él.

Quizá no parecía contenta por fuera, pero estaba encantado de verlo. Después de la entrevista, tuvo la impresión de que le había gustado. Más que eso, que se sentía atraído por ella. Y podía usar eso para conseguir el artículo.

—Ahora entiendo que tengan que poner un anuncio buscando ayudantes. Estos disfraces son un crimen. Además de ser alérgica a la lana, los botines me quedan pequeños.

Y no pensaba añadir que no había encontrado nada para su artículo en veinticuatro horas.

—Yo creo que está muy guapa.

Serena se rascó el hombro derecho.

—Si has venido para reírte de mí, podrías hacer algo de provecho—dijo, volviéndose—Ráscame la espalda, por favor.

—Señorita Tsukino, no creo que...

—Hazlo, por favor. Antes de que me vuelva loca.

Vacilante, Seiya alargó la mano y le rascó la espalda. Serena dejó escapar un suspiro.

—Este traje tiene cincuenta años. ¿No podrías comprar algo más cómodo para tus empleados? A la derecha... no, más a la izquierda... ahí.

Serena se aclaró la garganta.

—Los trajes son una tradición—dijo muy serio—. Y nadie se ha quejado nunca.

—Seguramente por miedo a ser despedidos. Si los pajes de Santa Claus tuviéramos un sindicato, esto no pasaría—contestó ella, echando la cabeza hacia atrás. Le encantaba sentir las manos de Seiya Kou en la espalda. Era como un masaje... y hacía tanto tiempo que nadie le daba un masaje, tanto tiempo desde que...

Serena abrió los ojos de golpe. Aquello no podía ser. Tenía que mantener la objetividad a toda costa.

Entonces se dio la vuelta para enfrentarse con unos penetrantes ojos azules.

—¿Y usted, señorita Tsukino? ¿No tiene miedo de que la despida?

—¿Por qué? ¿Por ser alérgica a la lana?

—Por insubordinación—contestó Seiya con una sonrisa irónica—. Por no mostrar el debido respeto. Por hacer que le rasque la espalda.

Serena levantó los ojos al cielo.

—¿Qué quieres, que me ponga de rodillas?

Seiya Kou soltó una carcajada. Un sonido rico, profundo, acariciador.

—¿Piensa alguna vez antes de hablar, señorita Tsukino? ¿O se sorprende tanto como yo por lo que sale de su boca?

Ella se ajustó el sombrerito, sonriendo.

—Si te molesta puedes despedirme, Sei.

Seiya Kou se cruzó de brazos y Serena se preguntó qué habría debajo de aquel traje. Unas buenas hombreras pueden disimular, pero aquel hombre parecía muy bien hecho.

—¿Por qué ha querido ser ayudante de Santa Claus, señorita Tsukino? He leído su currículum. Una licenciatura universitaria y cierta experiencia como escritora la cualifican para muchos otros puestos de trabajo.

—Necesitaba el dinero—mintió ella—. Tengo que comprar regalos de Navidad y supuse que encontrar trabajo aquí sería fácil. No hace falta una licenciatura para ponerse este trajecito.

—¿Por qué no deja que busque otro puesto para usted? Siempre hacen falta dependientes. Y el sueldo es mucho mejor.

—¿Por qué? ¿Te da vergüenza que te vean rascando la espalda de una pobre ayudante de Santa Claus, Seiya?

—Preferiría que me llamara señor Kou.

Serena se encogió de hombros.

—Hemos hablado de tu ropa interior. Es un poco difícil ponerte en un pedestal cuando te imagino llevando calzoncillos con dibujitos—contestó ella, dirigiéndose a la puerta.

—¡Señorita Tsukino!

Serena se volvió, asustada. ¿Algún día aprendería a controlar su lengua?

—¿Sí, señor Kou?

—Encargaré uniformes nuevos inmediatamente.

Ella se volvió hacia la puerta con una sonrisa de satisfacción en los labios. Aparentemente, tenía a Seiya Kou exactamente donde quería... atado alrededor de su meñique. Lo único que le quedaba era hacerle revelar los secretos familiares. Una vez hecho eso, Serena Tsukino podría dejar atrás sus días como ayudante de Santa Claus y continuar su carrera como periodista.


Las cosas se están poniendo muy interesantes entre Serena y Seiya, y eso que este apenas fue el primer capítulo. Ya veremos cómo avanzan las cosas entre ellos en el capitulo dos.

Me despido por ahora esperando que hayan disfrutado de este capitulo. No olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias. Hasta el siguiente capitulo.

XOXO

Serenity