"Me encanta como te ves ahora," dice una voz que le hace enfocar la mirada a través de sus ojos empañados.
Con la cara sucia y pegajosa llega a tocarse una de las mejillas morenas para darse cuenta de que ha roto a llorar, aunque no sabe cuánto tiempo lleva derramando lágrimas. Está sentado en el suelo abierto de piernas, con los pantalones manchados de barro anaranjado por culpa de la luz del atardecer.
No sabe que expresión ha puesto, pero el rubio de pie frente a él le mira tan taimado que debe pensar que tiene miedo. Aomine se echa hacia atrás cuando el otro chico se agacha, y ahora sus rostros están a la misma altura.
"Piensa en ello. Cuantas veces me has llamado llorón después de ser tu mismo quien me hacía llorar," su voz habla con mohines y, sin embargo, en su cara hay una sutil sonrisa. "Ah-... Pero no eran lágrimas tan bellas como las de Aominecchi."
Un gemido sale de la garganta del menor cuando una mano helada toca su mejilla y roba el rastro húmedo que ha dejado una gota. Luego se la lleva a los labios y allí la prueba.
"Estas sí saben a lágrimas de verdad."
Sus pupilas parecen más chicas y afiladas que de costumbre, y sus pestañas más largas y brillantes. Aomine frunce el ceño cuando Kise se acerca tanto a su cara que tiene la sensación de que va a besarlo, con los labios entreabiertos y dejando escapar su aliento cálido. Por desgracia para él, pasa por su lateral dejando que varios mechones del largo pelo claro le acaricien el rostro; y termina en su oreja, acercándose más de lo debido sin llegar a tocarla.
"Nee, Aominecchi, ¿qué más te queda por darme?," habla el rubio en susurros considerados. "Quiero más, más, más. Dámelo todo, Aominecchi. Lo quiero todo de ti."
