Eres mi adicción
Adicción
Eso era lo que ella lo hacía sentir, adicción.
Rondaba por su mente la única idea de tenerla cerca, de poder sentirla, de tener sus suaves labios, su silueta, su ser entero. Y le hacía estremecerse el verla caminar de esa manera tan inocentemente sensual. Por que eso era lo que más le atraía de ella, su inocencia.
Y la chica en cuestión no se daba cuenta de los sentimientos tan puros y a la vez tan oscuros que despertaba en él; no se daba cuenta de que era como una droga de la cual ya jamás podría prescindir. Ella, lo único que hacía, era amarlo.
Las horas pasaban y pasaban. Estaba impaciente por que llegara a regalarle más de su maravillosa existencia, de su amor; y se sentía afortunado, afortunado por poder tenerla cerca y beber de su elíxir de vida cada vez que lo quisiera. Por que lo sabía, si ella le llegara a faltar un día, moriría irremediablemente.
Y entonces la puerta se abrió. Aquella joven mujer rubia que lo volvía loco estaba de pie en el umbral observándolo. Miró sus ojos y se perdió en ellos. Como si estuviera hipnotizado (si no es que en realidad lo estaba) caminó hacia ella y cuando la tuvo cerca, la abrazó.
- Me alegro de que al fin hayas llegado.
- Vamos Mamo-chan ¿Acaso creías que no iba a venir o qué?
- Siempre temo eso – Susurró en su oído
- No me conoces lo suficiente entonces.
Terminadas estas palabras, besó a su prometida como cada noche lo hacía, con la misma pasión y ternura con la que se habían dado su primer e inocente beso en aquella noche de baile mientras ella dormía.
Y Usagi le respondía de la misma forma. Disfrutaba ver el amor que poseía hacia ella y recibirlo de esa manera. No cabía duda, Mamoru era su perdición, su todo, su propia y culposa obsesión.
Para ambos, la noche pasó tranquila, llena de entrega que no tuvo final hasta ver el alba de un nuevo día, hasta que se rindieron a los brazos de Morfeo.
Con el llegar del medio día, el guapo chico de cabellos negros abrió sus ojos, y lo primero que estos buscaron fue a su acompañante, quien aún yacía dormida. Acarició sus rubios cabellos y volvió a perderse en ellos, para después despertarla con un dulce beso.
- Buenos días
- Buenos días Mamo-chan
- ¿Dormiste bien?
- Eso creo, Hm – Suspiró un poco – Un latoso vino a molestarme en sueños
- ¿Y como era? – se inclinó para poder hacerle esa pregunta, de manera sarcástica, claro
- Debo decir que era muy guapo – confesó sonrojada y mirando hacia otro lado
- ¿Aún te sonrojas? – Preguntó divertido
- Tienes que admitir que tienes ese efecto en mí. ¿Te molesta?
- No, en absoluto – confesó – sólo hace que me sienta más atraído hacia ti
- ¿En serio? – Preguntó la chica, sorprendida
- ¿Es que aún no lo sabes? Eres mi adicción Usagi
- Qué curioso, tú también eres la mía
Se dieron un beso más, al tiempo en que volvían a cubrirse con las sábanas y se pertenecían al otro nuevamente.
Ahora ambos lo sabían, jamás podría nadie separarlos.
Fin.
