Tenía tantas ganas de escribir algo sobre Vegeta y su relación con su familia, y pensé en explorar diferentes emociones del personaje. Es la primera vez que escribo algo relacionado con Dragon Ball, así que a ver qué tal.


I

Felicidad

Ocurrió poco después de lo de Majin Boo, cuando el mundo se encontraba en paz y no había ninguna amenaza al acecho. Vegeta escuchaba en silencio la conversación entre Bulma y Trunks, y aunque no participaba en ella, estaba atento a lo que decían. Los escuchó hablar sobre lo que el niño había hecho junto al hijo de Kakaroto esa mañana, discutir y negociar las horas de juego para equilibrarlas con las de estudio y entrenamiento. Los vio de reojo mientras Trunks manoteaba y gesticulaba de esa manera que era tan de su madre y ella sonreía y hacía comentarios ocasionales, sin que a ninguno de los dos pareciera importarles si él no respondía.

Fue en ese instante, mientras los tres compartían la mesa, que Vegeta se sintió tranquilo, como pocas veces ocurría en un vida como la suya. Miró de reojo a Bulma y a Trunks, y por su mente pasó la idea de que aquellos momentos con su familia le hacían sentir feliz.

Darse cuenta de ello se sintió como un golpe directo al estómago, tan intenso y fuerte que le robó el aliento. Por la impresión, soltó los cubiertos sobre el plato y echó su silla hacia atrás con violencia antes de ponerse de pie.

—¿Vegeta? —preguntó Bulma.

Vegeta no respondió.

Bulma y Trunks tenían su mirada fija en él y Vegeta sabía que debía ser todo un espectáculo: el príncipe saiyajin con los ojos abiertos como platos y sintiéndose como un animal acorralado porque, por primera vez en su vida, era realmente feliz y no sabía bien cómo reaccionar al respecto. Después de todo, ¿qué era la felicidad para un saiyajin sino el gozo de la pelea y la adrenalina de enfrentarse a un enemigo poderoso? ¿Qué clase de saiyajin se conformaba con sentirse contento con su familia, como si fuera algún ser de una raza inferior? ¿Cómo y cuándo se había vuelto tan… humano?

Posiblemente, pensó con amargura, en algún momento entre aceptar quedarse en la Tierra después de Namek y su sacrificio —inútil, por cierto— en la pelea contra Majin Boo.

No respondió a Bulma. Trunks también parecía estar a punto de lanzar la primera de muchas preguntas, y si algo comprendía Vegeta era que la curiosidad de su hijo tampoco tenía fin. Era igual a su madre en ese sentido. Evitó las explicaciones y hasta el contacto visual con ellos, y salió de la cocina.

Se dirigió directamente a la cámara de gravedad, dispuesto a destrozar su cuerpo si era necesario para poder aclarar sus pensamientos. No importaba si Bulma reclamaba después por destrozar sus robots y el espacio.

Horas más tarde, aún contrariado porque felicidad doméstica y saiyajin eran dos cosas que no podían ir juntas en la misma frase, pero sintiéndose un poco más en paz consigo mismo, Vegeta salió de la cámara de gravedad. Sentía su cuerpo pesado y cada uno de sus músculos clamaba por piedad por el duro trato que habían recibido. Y eso le hacía sentir bien; le hacía sentir vivo.

Caminó a paso lento hasta su habitación. Al pasar frente a la puerta del cuarto de Trunks, vio a Bulma durmiendo con el niño. Estaban acurrucados en la cama, usando un pequeño espacio de ella aunque era tan grande como para una familia completa y Bulma tenía un libro sobre el pecho. Vegeta se apoyó en el marco de la puerta y los estudió en silencio. Vio el rostro relajado de Trunks, la expresión serena de Bulma; analizó, como en muchas otras ocasiones, el parecido en su físico y pensó en que, en cuanto a personalidad, su hijo también era muy similar a ella.

En silencio, a mitad de la noche, Vegeta puso atención a las respiraciones de ambos, tranquilas y en paz. Se concentró también en sentir sus ki —casi imperceptible el de Bulma; innegablemente saiyajin el de Trunks— y, después de un rato, retomó el camino a su propia habitación.

Aún le era extraño el concepto de felicidad y, en cierto sentido, le era difícil aceptar que en su vida ahora era posible usar esa palabra. La felicidad para cualquier saiyajin era el gozo de la pelea y la adrenalina ante un oponente nuevo pero Vegeta, después de todo, no era cualquier saiyajin. Él era un príncipe y, como tal, estaba en todo su derecho de ser feliz como quisiera, y nadie podía cuestionarlo.


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