Es una mañana cualquiera, y el día que acaece no es nada especial.

El vapor se arremolina en la pequeña habitación, y cálida, el agua corre por sus espaldas. Ambos se quedan en silencio, escuchando el relajante sonido del líquido caer desde la ducha. Así como sus mentes gritan, ellos callan. No por falta de cosas para decir; si no por la incapacidad de decirlas, algo que parecía ya normal en esos últimos días.

La mano del pelinegro viaja sin la menor delicadeza al cuerpo ajeno, como si el movimiento en sí fuese uno cotidiano; lo roza, tanteando la piel, jugueteando con la cicatriz que el médico exhibía en su hombro.

"¿Qué haces?"

Por un momento, John se preguntó si tal vez, luego de mucho tiempo, Sherlock estaba drogado. Lo observó detenidamente, mirándole a los ojos, buscando indicios en sus pupilas. Para su suerte, no halló nada.

Aún así, no era normal—ni siquiera en él—que entrara en la ducha cuando él estaba bañándose. Encima, no era normal que entrara completamente vestido. Divagó, entonces, un momento: ¿Lo prefería desnudo o con ropa? Su respuesta le hizo abofetearse mentalmente.

Incrédulo lo observó empaparse rápidamente, mirando como su cuerpo se marcaba tras la fina capa de ropa que significaba su camisa a medio cerrar y su pantalón de tela.

El detective se le acercó. Parecía una pantera acechando a su presa, un fiero animal preparándose para cazar.

"Bésame."

Y aunque no dijo nada, así lo hizo. Sus labios finos, pálidos y fríos dieron contra los propios, cálidos y húmedos con el agua. Le sintió torpe, ansioso por experimentar ese nuevo contacto.

Una corriente eléctrica tomó el cuerpo del soldado, quien tembló, respondiendo de inmediato ante sus acciones, tomándole de la camisa y atrayéndole contra su cuerpo.

Las manos de Sherlock jugaron en los muslos ajenos.

"Más arriba."

John se traga las palabras y cierra los ojos, pegado a la pared, aprisionado entre ésta y su compañero de piso. Suave, se mueve contra él, siguiendo un leve vaivén que había comenzado entre ambos cuerpos, rozándose, tentándose.

Luego se aleja, y lo mira fijamente. Murmura un par de palabras, y observa la erección que John presenta en ese momento.

Es cosa de unos simples segundos tenerle deshecho entre sus brazos, jadeante y ansioso por más. El médico le enseña al detective, y éste aprende rápido, muy rápido.

Ahí, en la ducha, en una madrugada de Enero, ambos se aman en silencio. No se dicen nada, no se hablan. Se comunican con expresiones, gemidos y temblores de sus cuerpos expectantes.

-Más.

Susurra John, por primera vez en el día. La orden sale de sus labios de dulce manera, y más que orden, es un ruego, una petición.

Y Sherlock lo complace.