Salir al sol

Hessefan


Disclaimer: Si Bleach me perteneciese sería un Todos x Ishida, oficial. Todo de Tite Kubo.

Nota: Para 10pairings xD, que mi claim es Ishida Uryû, la pareja es Ichigo. Espero que les guste ^^.


ADVERTENCIA / NOTA 2016

No, no se ilusionen (sí, claro) creyendo que es fanwork nuevo; este fic es y sigue siendo del 2010, sin embargo como mi teclado había muerto y no podía escribir (ni tampoco cuento con mucho tiempo y/o ganas de hacerlo; la verdad sea dicha), me senté a revisar mis fics de Bleach con el teclado en pantalla para remasterizarlos un poco (un poco bastante, en algunos casos). Iba a borrar de aquí todos mis fics del fandom (total, se pueden encontrar en mi cuenta de Ao3), pero aquellos que participan o participaron de comunidades, los voy dejando (por el tema de los links). Y como me da pena dejarlos en este estado deplorable XD aquí estoy editando.

No toqué la trama en lo absoluto (solo corregí algunos errores gramaticales), considero que debo dejarlo así (como nació en su momento) por mucho que me tiente la idea de meter mano y borrar el 90% de las oraciones. Por ende, también, puede que sea un poco what if? tomando en cuenta todo lo que ocurre en el manga después de lo de Aizen (me acuerdo que en el 2010 todavía seguíamos con las digievoluciones de Aizen XD Dios, qué tortura, Kubo, nos tuviste AÑOS con esa pelea). En fin, el punto es que al editar esto me encontré en la necesidad de dividirlo porque era condenadamente largo, ahí a que aparezca como nuevo, pero no lo es (la ventaja de AO3 es que te permite sepultar en el pasado esos fics cuyas tramas no te hacen sentir muy orgullosa).

Espero que aquellos que lo leyeron en su época les siga gustando pese al paso del tiempo :) (uno no escribe igual ahora que seis años atrás).

Todo sea por amor al fandom u_u

Ah, por cierto, también dejo las notas viejas... lamento mucho no poder renovar el link sobre el gigai de Kon. Voy a ver si encuentro el art y lo vuelvo a subir.


CAPÍTULO 01


El tiempo parecía no haber cambiado en nada a su padre; ni en cuanto al aspecto físico o a su delicada y particular manera de decir las cosas. Podía leer un "idiota" impreso en sus ojos.

—¿Puedes parar un poco? —solicitó, hastiado del ir y venir constante de su hijo—. Vas a hacer una canaleta en el piso. —Uryuu chistó y tomó asiento en la silla frente al escritorio—. Debí imaginarlo —reprochó—, que algo grave había pasado para que te dignaras a dar señales de vida. —Durante esos diez años su hijo mantuvo contacto, si a los escuetos emails y llamadas telefónicas en días claves del año -cumpleaños, navidad- se lo podía tildar de tal.

El cambio en Uryuu era notorio, sobre todo el visual. Las ropas que portaba eran propias de alguien como él. Pantalones de la más exquisita tela con ese toque personal y una camiseta demasiado chillona para alguien que solía vestirse, antaño, en gamas de grises. El color vino le sentaba bien y combinaba con el marco de los anteojos.

—No estoy aquí para que me retes —reclamó el joven. Había sido una mala idea pasar por el hospital a saludar a su padre. Si bien apenas llegó a Karakura -y desde que había bajado el avión- sintió que lo debía hacer, comenzaba a arrepentirse—. Sólo quería saludarte.

—Me parece que es lo mínimo. —Ryuuken arqueó las cejas y vio, con asombro, como su retoño retiraba un paquete de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta—. ¿Fumas? —lo inquirió prejuicioso.

—No, sólo los tengo para alardear —el tono sarcástico le había salido exquisito—. ¿Quieres? —ofreció prendiendo uno.

—Dejé de fumar.

—¿Sí? —realizó una mueca de sorpresa.

—Hace años, cuando tuve el infarto. —Claro, pero hacía años que Uryuu no conocía detalles sobre él ni de muchas otras cuestiones.

—Principio de infarto —corrigió, percibiendo el reproche implícito. No había sido para tanto, o quizás sí, pero le molestaba que le refregara en la cara lo mal hijo que era. Ya lo sabía.

—¿Por cuánto tiempo te quedarás?

Uryuu negó, no tenía la más pálida idea. Tal vez un día, tal vez una semana, un mes o un año. Por lo pronto quería mantenerse alejado de los paparazzi y demás carroñeros, tenerlos encima esas dos semanas fue mucho más agotador que la mismísima Guerra de Invierno.

Removió esa sensación del cuerpo y de la cabeza, hacía mucho que había dejado de pensar en el pasado, hacía mucho que había decidido enterrar en la mente los recuerdos concernientes a su vida en Karakura, la doctrina Quincy y la dichosa batalla.

—Iré a un hotel. —Buscó tranquilizarlo dándole a entender que no necesitaba hospedaje.

Ryuuken no objetó, supo que tenía dinero incluso para mantenerlo a él.

—¿Qué harás?

—Eso ya me lo preguntaste y ya te lo respondí. —Seguía sin tener la más pálida idea de qué hacer al respecto.

—Espero que no te hayas fugado de la justicia. —Fue perspicaz.

—Por supuesto que no. —Le resultó insultante la mera insinuación.

Además por más que quisiera esconderse era un personaje medianamente público, al menos en Japón y más después de lo acontecido; supuso que de hacerse ver lo encontrarían en cualquier sitio. Qué ironía, pensar que antes era un muchacho reservado, que no gustaba de contar asuntos personales.

Desde que había decidido animarse a hacer diseños propios, mientras estaba en la universidad cursando la carrera, toda su vida dio un vuelco. En dos años su nombre comenzó a sonar en la boca de otros, y en tres -recién recibido- ya había patentado la marca. Para cuando quiso darse cuenta participaba de eventos y mostraba el rostro a la multitud.

—Pero... —Ryuuken no encontraba la manera de preguntarlo sin lograr la furia del otro, no porque le inquietara conseguirla, sino porque quería conocer la verdad y si lograba enfurecerlo Uryuu se pondría de pie y se marcharía para no dirigirle la palabra hasta que necesitara algo de él.

—¿Pero? —alentó, aun sabiendo que animarlo a hablar podía ser una gran equivocación tratándose de su padre.

—¿Es verdad?

Uryuu lo miró con circunspección, sabía a lo que se refería, lanzó una gran bocanada de humo para luego apagar el cigarrillo a medio consumir sobre la cáscara de manzana que estaba en el plato. ¿Debía ser sincero con Ryuuken? El lugar de padre siempre es difícil, aunque a decir verdad no debería preocuparle decepcionarlo, a fin de cuentas siempre lo había hecho. Por muy estudiante estrella que fuera, por muy buen Quincy, nunca era suficiente para el señor Ishida. El sonido del intercomunicador quebró el tenso mutismo.

Señor, lo necesitan en pediatría.

—¿Para qué? —consultó con hastío.

Hay problemas con el traslado del paciente enfermo de leucemia, ¿recuerda? El que

—Sí, sí… enseguida voy. —Se puso de pie sin quitarle la vista de encima, Uryuu podía sentir la recriminación tácita en esa mirada—. Tengo trabajo.

—Bien, supongo que estaré en el hotel Kirai —dijo poniéndose de pie—, por si necesitas algo.

—Oh, qué considerado. —El sarcasmo de Ryuuken no tenía nada que envidiarle al del menor.

Uryuu no dijo nada, supo que estaba en falta, durante todo ese tiempo que estuvo estudiando y trabajando en Tokyo trató de interesarse lo menos posible en la vida que había dejado atrás, eso incluía Karakura y todos sus habitantes. Trataba de mantenerse lo menos informado posible, de hablar lo menos posible con su padre para evitar que le contara respecto al presente, incluso comprendiendo que eso era algo difícil de esperar viniendo de un tipo tan cerrado como Ryuuken.

Llamaba dos o tres veces por año para saber cómo estaba y nada más. Cuando tuvo el principio de infarto no viajó, pese a saber que debía hacerlo por -al menos- obligación moral, no tenía las fuerzas necesarias en esa época de su vida para enfrentar todos sus fantasmas. Así que se tragó las palabras, redimido.

Sin embargo le volvió a decir, una vez fuera de la oficina que en cuanto tuviera una habitación lo llamaría desde el hotel. Ryuuken no dijo nada, que hiciese lo que le viniera en gana, al fin y al cabo de esa forma siempre se había movido el joven. Lo despidió de manera escueta y se alejó por el pasillo.

Uryuu lanzó un suspiro, manos en la cintura. No le agradaba ni un poco estar allí en Karakura, pero por algo había regresado, más allá de estar escapando del escándalo y de la vida ajetreada de Tokyo.

—¿Qué —escuchó decir a sus espaldas— ahora que eres famoso no saludas? —Volteó lentamente, reconocía esa voz, cambiada apenas, más grave, pero inconfundible.

—Kurosaki —espetó con firmeza, casi deletreando el nombre, y se encontró con una franca sonrisa. ¿Qué había pasado con el "ceño siempre fruncido"? Se ajustó los lentes, viejo e inolvidable tic. Entonces el shinigami reparó en ellos, en que combinaban con la camisa color vino y una risilla se le escapó, parecía un freak. Ambos se contemplaron de arriba abajo. Uryuu no tardó en caer, pero la estúpida pregunta salió de igual modo de su boca—. ¿Qué haces aquí?

Ichigo movió los brazos mirándose la bata blanca, era tan obvio.

—Trabajo aquí. —Luego reparó en que Ishida no tenía por qué saber de su vida—. Me recibí hace un par de años y mi papá logró acomodarme aquí.

—Medicina —musitó. Durante muchos años se preguntó qué carrera habría seguido Ichigo, ahora teniéndolo frente a sus ojos se le hacía tan previsible.

—Te vi —soltó de la nada, incómodo; los años habían pasado y si antes no lograban hablar con naturalidad entre ellos la distancia no iba a resultar un aliciente—, hace un año, en la tele. En realidad Yuzu, me llamó y prendí la televisión. —Se sentía idiota, al menos estaba balbuceando como uno.

—Supongo que en el desfile Otoño-Invierno. —Silencio, incómodo y estremecedor, la gente iba y venía por el largo pasillo, facultativos y pacientes por igual—. Si me disculpas. —Ishida trató de sonar respetuoso, pero el tono sonó inevitablemente altanero.

—Espera. —Lo frenó apenas había dado la vuelta.

Ishida esperó pacientemente, otra vez se ajustó los lentes. Podía ser que Kurosaki no se hubiera enterado del escándalo, no lo veía leyendo revistas de moda o sobre la farándula. Además si bien era conocido, no tanto para ocupar la primera plana.

—¿Qué?

—No, digo… que hace mucho que no nos vemos —dejó la oración suspendida, para después agregar—: ¿Vienes de… vacaciones o algo así?

—Algo así.

—¿Por cuánto tiempo?

Suspiró, de manera escandalosa para que el muchacho frente a él se diera cuenta de lo impertinente que se estaba volviendo. ¿Qué era eso, un interrogatorio policial, acaso? Ya había tenido uno y no le apetecía pasar otra vez por lo mismo.

—No lo sé. —Había tantas cosas que no sabía Ishida Uryuu de su propia vida.

—Podríamos tomar algo; en un rato tengo mi descanso.

—Lo siento, Kurosaki, tengo mucho por hacer.

—Otro día.

—No sé.

Ichigo mostró entonces un semblante serio, casi igual al que solía mostrar en antaño cuando era un crío de tan sólo quince años.

—Sigues tan borde como siempre —espetó y Uryuu rió internamente, mas se preocupó en mostrar un semblante formal, que alejara lo más posible al otro. Pues por algo se había ido de Karakura, no le apetecía recuperar lo que había dejado atrás por libre albedrio—. Es sólo un café, Ishida.

—Algún día —concedió, pensando en sus adentro "o sea nunca".

—Si quieres puedo hablar con Chaddo, estará contento de verte, no debe saber que estás aquí.

Una ligera emoción lo embargó al escuchar el apodo de Yasutora, había sido un buen compañero durante su vida en Karakura, sin embargo no estaba allí para hacer presente el pasado que con tanto ahínco había buscado enterrar.

—Soy una persona muy ocupada, Kurosaki —se negó, tratando ahora de sacar a flote su parte más borde.

—Veo —remarcó con fastidio o más bien decepción.

Lo recordaba a Ishida algo latoso, pero sin dudas buena persona, incapaz de hacer o decir algo que hiciera sentir mal a otra persona. ¿Qué pretendía Kurosaki? No eran los mismos y ellos dos nunca habían sido amigos, propiamente hablando. No tenía sentido fingir y hacer de cuenta que le alegraba estar de regreso o ver a los suyos.

—¿Sigues aquí? —Una voz a sus espaldas le hizo voltear de nuevo. Era su padre.

—Ya me iba —respondió Uryuu.

—Señor Ishida —interrumpió el chico de pelo naranja—, hay de nuevo problemas con los turnos, Sasaki se ha quejado otra vez de que le toque el domingo.

—Dile a Sasaki que me tiene harto —murmuró dejándole unos papeles a su secretaria para luego encaminarse a su oficina.

—Eso ¿y además? —apuntaló—. Dice que el domingo tiene el cumpleaños de su nieto.

—Dile que su nieto va a cumplir todos los años, y que si todos los años va a faltar cuando cumpla años, entonces…

—¡Señor Ishida! —una enfermera caminaba a toda prisa, sosteniendo con dificultad algunos insumos—. En depósito dicen que no hay más gasas.

—¿Cómo que no? —Se frotó la sien—. En cuanto averigüe quién se los está robando…

Kurosaki sonrió levemente. Ishida padre lo miró rogándoselo con los ojos.

—No se preocupe, yo me encargo de ver qué ha pasado.

—Gracias.

Uryuu miró con recelo los gestos que ambos se dedicaban; ¿por qué esa confianza? Parecía ser que los dos hablaban sin palabras o que podían hacerse entender con algunas pocas miradas y expresiones.

—¿No podría hacer yo algunos cambios en los turnos? —solicitó Kurosaki, en pos de ayudar. Ryuuken lo miró resignado y negó con la cabeza, en algunos aspectos era igual al padre.

—Haz lo que quieras Ichigo.

Cuando el hombre de pelo blanco se metió a la oficina, Ichigo volteó encontrándose con su antiguo némesis todavía allí.

—¿Café? Porque veo que no estás muy apurado.

—No me gusta el café —Uryuu suspiró derrotado—, pero si tan desesperado estás por mi compañía —ironizó— puedo darte con el gusto de acompañarme hasta la salida.

—Me parece genial. —Intentó ser más irónico que Uryuu.

Comenzaron a caminar a la par, pero cada dos personas Kurosaki se detenía, algunos para consultarle respecto a pacientes concretos o para hacerle acotaciones banales e incluso, notó Uryuu, pedir "permisos", cuando lograron estar en el ascensor y por fin a solas, Ishida consultó con tacto.

—Dime. ¿qué lugar ostentas aquí?

—¿Ostentas? —Kurosaki no pudo evitar reír con ganas—. ¡¿Ostentas?! ¿Te has oído Ishida?

El mentado lo miró con altura y negó elevando las cejas.

—No se puede esperar otra reacción de un shinigami bruto.

—Ey —se ofendió, guardando compostura.

—Ostentar es sinónimo de presumir, presumir…

—Ya, me aburres Ishida, no estamos en la escuela. —Lo cortó en seco para luego retomar—. ¿Por qué me preguntas? Sólo soy médico generalista, la carrera es más corta. Ocupo un lugar de acuerdo a mi título, al igual que el resto…

—Pues yo no diría igual que el resto —murmuró ladino.

—¿A qué te refieres?

La puerta del ascensor se abrió y un hombre de pronunciada calvicie ingresó saludando con una sonrisa al joven de pelo naranja.

—Kurosaki.

—Señor Sasaki.

Uryuu le regaló una escueta sonrisa a modo de saludo cordial, pero pareció más una mueca sobradora que otra cosa. Cuando el hombre bajó en planta baja, los dos se encaminaron a la salida.

—¿A qué te referías con eso? —volvió a inquirir el shinigami.

—Nada, déjalo así —respondió con desidia. Una garua constante había humedecido el asfalto—. Tomaré un taxi.

—No, ahora dime.

—Nada, es que me doy cuenta —dijo con tono de obviedad—. Es cierto eso de que tu padre te acomodó aquí, ya veo.

—Ah, dices por Ryuuken —suspiró Ichigo. Uryuu enarcó una sola ceja, "¿Ryuuken?" Le sorprendió tanta familiaridad. Sí, sin dudas se había perdido de muchos cambios en ese tiempo, y lo que acotó Kurosaki afirmó ese pensamiento—. Tu padre es un buen tipo.

—¿Un buen tipo? —Las sorpresas parecían no acabarse.

—Sí, lo es —remarcó con convicción, le acompañó un asentimiento firme de cabeza—. Tiene mucho trabajo, un hospital público es mucha responsabilidad y tiene que estar en todo, trato de ayudarlo —realizó una mueca de aceptación—; ya sabes: tirar para su mismo lado.

—Ser su buchón —remarcó el Quincy notando que Ichigo no había cazado la expresión. Claro: el chico de ciudad hablando con el pueblerino. Intentó explicarse—: Eres algo así como su alcahuete.

Ichigo frunció el ceño, muy ofendido.

—Claro que no, sólo que hay muchos que quieren sacar ventaja; ya viste: los insumos que a diario faltan, cuando tu padre se ha asegurado que el pedido fue hecho y recibido. Pierde mucho dinero y tiene que lidiar día a día con…

—Ya, entendí —lo silenció, sonriendo apenas y divertido por la reacción. Es decir, le alegraba arrancarle esos pequeños gestos que solía portar años atrás, como el ceño fruncido—. Te lo decía en broma —mintió para que dejara de lado el discurso, poco le interesaba, y entonces Kurosaki reparó en el pormenor.

—Mal mentiroso como siempre.

—¿Y qué pretendes que piense? —Se rió de una manera tan falsa que resultó provocativo.

—Yo estudié, como todos, así que el puesto me lo gané si lo que estás pensando…

—No pienso nada en concreto al respecto, Kurosaki —dijo con formalidad—, pero no me vengas con un discurso moralista.

—¿Qué quieres decir?

—Que ya veo como conseguiste el puesto, tu papá habló con el mío… —relató sobrador.

—¿Qué tiene de malo? —interrumpió, comenzando a perder la calma. Mejor así, pensó Ishida, quizás con suerte se le quitaban las ganas de tratarlo.

—Muy loable de tu parte. Veo el sacrificio que has hecho para llegar tan alto.

—¿Cuál es tu problema, Ishida? —cuestionó con dureza—. ¿Te molesta que tenga una buena relación con tu papá, estás celoso, tienes cinco años, qué? —Se sintió satisfecho, le había borrado de un plumazo la sonrisa socarrona de los labios dando paso a un semblante perturbado.

—Claro que no, idiota. Por mi pueden follar ustedes dos.

—Qué enfermo. —Se asqueó y luego chistó—. Bastante tengo con los idiotas que trabajan aquí y piensan igual que tú.

—Pero no puedes culparlos de que piensen así.

—Ya les demostré que soy un buen profesional, no me importa lo que piensen.

—Se nota que no te importa. —Volvió a ironizar, arrancándole otro gesto de fastidio.

Por fin un taxi estaba libre, se paró detrás de la línea y en cuanto abrió la puerta sintió la insistencia del shinigami. ¿Qué condenado problema tenía? ¿Tanto le urgía tomar un café con él, cruzar unas palabras?

—Vamos ¿qué dices? Le aviso a los chicos y podemos encontrarnos en el bar, tomar unas copas, charlar un…

—Estoy muy ocupado —reiteró metiéndose dentro del coche y cerrando la puerta.

—Mal mentiroso —reiteró el shinigami en un murmullo.

Uryuu hasta incluso sintió algo similar a la pena o al arrepentimiento cuando lo dejó bajo la lluvia con ese semblante de derrota. Suspiró recargándose en el asiento, comenzaba a dolerle la cabeza.

—¿A dónde lo llevo señor?

—Al hotel Kirai.

El viaje fue corto, lo bueno y lo malo que tenía Karakura: todo estaba cerca y a mano, lo único negativo era que también las personas, así que si uno se peleaba con alguien corría el riesgo de cruzárselo hasta en su propio jardín.

(…)

Amaneció con resaca y mal humor, el teléfono sonando hasta el hartazgo iba a ser la gota que colmara el vaso. Se puso de pie sintiendo que la cabeza se le caería, literalmente, en cualquier momento. Atravesó el mar de diseños que había estado estudiando hasta que llegó al pantalón, tirando sin querer con el pie una de las botellas semi vacías.

Sólo era su padre. Cierto, había olvidado llamarlo para comunicarle dónde se quedaría. Sí, el hotel Kirai, como si tuviera muchas opciones, era el mejor hotel de Karakura y no tenía una piscina cubierta (peor es nada). Habitación quince, número curioso, él no lo eligió, fue el que le dieron. Karma, seguro. ¿Desayuno? ¿Qué hora era? Muy temprano, con razón estaba de mal humor.

No supo por qué le dijo que sí, quizás porque estaba cansado de decir "no" o de sentirse culpable. Se dio una ducha y se vistió con una camisa blanca entallada y masculina que él mismo había confeccionado (siempre usaba diseños propios), luego se colocó unos pantalones negros que simulaban cuero.

Parecía una estrella de rock, aunque en realidad ese era su look informal, le daba "cosa" apersonarse en el hospital con ropas elegantes o cuidadosamente elegidas, que siempre había sido quisquilloso y eso con los años no se le había quitado, al contrario, debido a su profesión tenía que cuidar constantemente y al borde de la obsesión lo que usaba.

Buscó desesperado los lentes de marco blanco, había estado seguro de ponerlos, revolvió el bolso hasta que lo halló. Se observó en el espejo, algo que nunca había tocado de él había sido su pelo, eso se mantenía tal cual, mas su cuerpo había sufrido horas de gimnasio ¿Narcisismo? No, quizás la necesidad de tener algo para descargar tensiones y cuando no podía valerse del sexo para tal fin.

Además debía lucir los modelos que él confeccionaba, y el modelo no podía ser un chico escuálido y anémico. Además DJ era quien lo arrastraba a todo eso. DJ no era su nombre, desde ya, pero se había acostumbrado a llamar a su socio (más bien empleado) de esa forma. Una sola vez escuchó el nombre de la propia boca de DJ con su tono que le venía a recordar a un antiguo enemigo, un tono que opacaba cualquier atisbo de altanería en el Quincy dejándolo como un chico de pueblo a su lado.

DJ era especial, era quien le recordaba no emborracharse mucho cuando tenían una presentación al otro día, era quien le conseguía lo que necesitaba cuando lo necesitaba, y cuando no también; quien echaba educadamente a las damas que lo visitaban y quien le daba ese empujón final cuando sentía que no podía más y quería mandar todo al Averno.

Debía esforzarse, porque la ropa de hombre no se le daba tan bien como la femenina. Debía esforzarse, porque él era Ishida Uryuu, las cosas a él no le salían nunca bien (según y en palabras de su padre). Se colocó un poco de su perfume importado y salió rumbo al hospital.

Sintió las miradas de algunas enfermeras, más el cuchicheo constante; sabían que era el hijo del director (sobre todo los más decanos) o al menos lo sospechaban. Muchos lo reconocían como el Uryuu de siempre y lo saludaban más por cortesía que por verdaderas ganas.

Cruzó los pasillos con velocidad, quería meterse cuanto antes dentro de la oficina de su padre y dejar de lado esas miradas que lograban incomodarlo pese al tiempo… sabía que ya debería estar acostumbrado a que lo mirasen y hablasen de él, pero era más fuerte y DJ no estaba en los alrededores para distraerlo del pormenor.

Abrió la puerta sin pedir permiso.

—Te dije 9.30 —miró el reloj—, son 10.15 a.m.

Uryuu no dijo nada, suspiró con tedio y caminó hasta el banco libre frente al escritorio de su padre, pero no pudo evitar reparar en una personita a un costado de la enorme oficina. Una niña de aproximadamente cuatro años pintaba con lápices de colores. Ishida la miró con sorpresa y la niña lo escudriñó con la curiosidad propia de todo infante, pero de inmediato le restó importancia; recordando de súbito tomó el papel y corrió hacia Ryuuken.

—Mira abuelo, no me salió…

—No importa, el dibujo está lindo igual.

Ishida hijo tomó asiento con calma sin esbozar palabra alguna, notó como la niña tomaba lugar en la falda de su padre con total naturalidad y despreocupación.

—Ella es Amaya. —La presentó—. Amaya, él es Uryuu, mi hijo.

—Mucho gusto.

—Igualmente —correspondió Uryuu tratando de regalarle una sonrisa amable.

—Ve a decirle a Rita lo que quieres para desayunar.

La niña de largo cabello castaño se puso de pie y radiante se fue por la puerta no sin antes dedicarle una mirada al Quincy menor. Éste permaneció pegado al sitió, contempló a su padre cuando la niña se fue y la expresión se le escapó sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

—¿Abuelo? —Arqueó una ceja—. Acaso, ¿tienes otros hijos y yo no lo sabía?

—Me dice así. —Era tan obvio.

La gran incógnita era de dónde había salido la niña, Ryuuken no estuvo seguro por qué, pero tardó en revelarlo, incluso pareció no estar muy seguro de hacerlo. Intuición de padre, que le dicen.

—Ella es… —Uryuu dejó la oración a medio formar suponiendo acertadamente que era el pie que su padre necesitaba.

—La hija de Kurosaki —se acomodó la chaqueta y aclaró—: Kurosaki Ichigo —para disipar el ambiente tenso prosiguió—: Los martes a la mañana la trae al hospital, es el único día que Yuzu no puede cuidarla.

—¿Kurosaki está casado?

—Oh, no. —No dijo nada más, no era algo que le concernía, pero era evidente que Uryuu quería saber más, que necesitaba saber más.

—¿La madre? —Fueron interrumpidos por el llamado de la secretaria preguntándoles que querían para desayunar porque el chico de la cafetería estaba allí—. Un té por mi está bien —dijo Uryuu.

Ryuuken pidió por el intercomunicador lo mismo más medialunas, notó el semblante apocado en su hijo, pero éste extrañamente no se sentía en el lugar de averiguar esas cuestiones por las que en su momento debió haberse preocupado. O tal vez era otra cosa, no lo sabía.

Uryuu desayunó con prisa, le urgía mandarse a mudar cuanto antes, no tenía nada relevante que hacer, pero la incomodidad del inicio no se había ido con el tiempo y las preguntas capciosas de Ryuuken no ayudaban en nada a disipar esa horrible sensación.

Ishida padre se dio cuenta de que buscaba escapar, el problema residía en que venía escapando desde hacía años; ¿por cuánto tiempo más estaría en las mismas? Intentó no inmiscuirse, su hijo ya era un adulto y si no lo había escuchado en su juventud menos que menos lo haría en el presente.

Cuando se puso de pie la niña ingresó cual huracán, con total confianza y sin golpear, detrás de ella el supuesto padre. Uryuu miró hacia los costados como si de repente tuviera la necesidad de encontrar algo que lo hiciera invisible, más el rostro que profesaba Kurosaki dejaba en evidencia el mismo sentimiento.

Ryuuken lanzó una risa muy interna y se concentró en ayudarla a Amaya a juntar sus útiles.

—Espero que no te haya molestado. —Kurosaki tomó la mochila de la niña y la apremió a apurarse—. Vamos que no llegaremos a la escuela.

—Sabes que nunca molesta —dijo el director.

—Ishida —musitó el chico de pelo naranja observando a su antiguo compañero de clases.

—Kurosaki —correspondió en el mismo tono—. Muy bonita tu hija —dijo a modo de revelar lo evidente. Kurosaki le regaló una franca sonrisa y un asentimiento, era el padre ¿qué iba a decir?

—¿Usted es amigo de mi papá? —consultó la pequeña con suma despreocupación.

Ishida rió ante el mote de "usted" aunque supuso que para la niña él era ya un señor. No respondió enseguida y, supuso, había sido tanto el tiempo que se tomó que lo hizo Ichigo en su lugar.

—Sí.

La forma de profesar ese "" fue a modo de desafío, no dejaba lugar a ninguna objeción, como si le estuviera diciendo al mismo Uryuu "por mucho que te pese SÍ somos amigos". Como si fuera el mismo shinigami quien se rehusara a aceptar lo que Ishida le proponía: cortar los vínculos, hace de cuenta que lo vivido codo a codo no pasó.

Nadie puede borrar lo vivido, por mucho empeño que ponga.

Acabaron por salir los tres juntos, Uryuu no pudo evitar eso, ya tenía la chaqueta puesta cuando Kurosaki había ido en busca de la pequeña, pensó en tomar un ascensor distinto, pero le pareció demasiado descortés. Algo que le llamó la atención: él siempre había sido cortés, no obstante el tiempo vivido en Tokyo le enseñó que ser cortés con determinadas personas daba lugar a malos entendidos; había aprendido así a marcar diferencias para evitar que lo pasaran, literalmente, por encima. Ya no le preocupaba, por ende, serlo o no.

—¿Dónde estudia? —Uryuu no sabía cómo hacer la pregunta que tanto le interesaba, así que comenzó con lo más sencillo.

—En el mismo establecimiento que el nuestro —dijo esbozando una nostálgica media sonrisa—. Está en nivel inicial, ahora le dicen jardín de infantes, último año —agregó arreglándole el pelo a la niña para hacerle una coleta.

—No tiene tu mismo color de cabello. —Segundo intento, quizás de esa forma revelaría quien era la madre.

—Pero mi papá dice que lo va a tener —asintió con firmeza—, que yo lo tenía así a su edad… un poco más claro.

Llegaron a planta baja, Kurosaki la tomó en brazos para hacer más rápido y sin esperarlo una de las tantas preguntas que rondaban la mente del quincy fue respondida a medias.

—Mamá dice que estoy grande para que me hagan upa.

Eso significaba que la "madre" estaba con vida, existía, era una realidad en la vida de Ichigo, viudo no era, pero tampoco estaba casado; ¿y por qué, con un demonio, reparaba en esos detalles? Como si le importara.

—Y tiene razón, pero no vamos a llegar si no te hago upa. —Ishida lo miró y aprovechó para decirle—: ¿Quieres tomar algo? Digo, después. —Sentía que tenía mucho por aclararle aunque no fuera su obligación. Uryuu tomó aire antes de responder, pero Ichigo se le adelantó—. Ya sé, tienes mucho que hacer.

—Pues sí. —Arqueó las cejas, era una realidad aunque en gran parte mentira. Estaba en Karakura con el fin de alejarse del trabajo así que no estaba en sus planes hacerlo.

—¿Qué dices del fin de semana?

—Nos estaremos viendo así que… me fijo. —Acabó por acceder un poco; notó el rictus de Kurosaki, se había dado cuenta de que volvía a patearlo—. Veo cómo está mi agenda y te aviso.

Ichigo rió con mesura para luego murmurar:

Agenda —la carcajada fue más nítida—, ostentar.

Uryuu lo contempló con una expresión que parecía gritarle: "Madura de una vez, Kurosaki". La niña fue quien intercedió.

—¡Ya papá, llegamos tarde!
—¡Cierto!

—Adiós, señor —saludó ella con la manito levantada y fue correspondida con el mismo gesto.

—Nos vemos, Ishida —desapareció rumbo a la cochera con la niña en brazos.

Uryuu los vio alejarse y volvió en sí cuando desaparecieron de su rango visual. Necesitaba algo fuerte. Tomó un taxi y se dirigió al hotel para permanecer todo el día encerrado en él. Prendió el celular del trabajo para encontrarse con un número exagerado de llamadas perdidas y mensajes. Volvió a apagarlo de inmediato y se dedicó a contemplar el techo con una botella de champagne recién pedida, esperando por la de sake.

(…)

Durante esa semana Ichigo no se lo cruzó, le preguntó incluso a Ryuuken, pero éste lo único que le dijo fue "ni un llamado". Se preocupó, no de manera verbal, pero Ishida supo verlo de todos modos y en consuelo agregó un "está vivo".

Fin de semana, y franco por fortuna, tener entre las manos el vaso con el trago largo y a sus amigos y hermanas alrededor le daba la paz que tanto necesitaba, observó el gigai de Kon al que, después de tantos años, se había acostumbrado a contemplar y a relacionar con el antiguo león de peluche. Un gigai de pelo negro y ondulado, cuya cabeza su dueño insistía en llevarla cubierta. Por el gorro asomaban algunos mechones.

—Te lo juro, si no pregúntale a Yuzu, ¿verdad? —La sacudió de un brazo. La chica estudió el rostro de su hermano, algo en su expresión la llevó a silenciar—. Estaba en una de esas revistas que ella suele comprar —agregó Kon con cierto deje de desprecio, la muchacha entornó los ojos—. ¡Ichigo, ¿me estás escuchando?!
—Sí, maldición, te oigo con los oídos no con los ojos. —Volvió a posar la mirada en el contenido marrón del vaso.

—Igual ya sabes cómo son estas revistas, siempre andan exagerando para vender más —consoló Yuzu mirándola a Karin para que acotara algo. Sado, cual costumbre, se mantuvo en silencio.

—Es problema de él —fue lo único que dijo la morena, acomodándose los mechones largos de pelo que caían a lado.

Pese a que Yuzu mantuvo su cabellera inalterable, Karin había optado por dejárselo largo, a esas alturas por la cintura. Aunque lo negaba con ahínco, la gran razón de no cortárselo radicaba en que a Sado le gustaba así. Al menos ese había sido el primer piropo que le dedicó cuando todavía no eran novios.

—¿Qué dice la nota? —consultó Kurosaki dándose por vencido, Kon había llevado la revista como si fuera una prueba fehaciente o lo necesario para que creyera en su palabra.

Se la dejó frente a las narices y el shinigami comenzó a leer. Ishida Uryuu, el diseñador de ropa más joven de Tokyo, quien había alcanzado antes de los 30 años lo que muchos no logran incluso después, envuelto en un escándalo sexual.

Eso no era lo preocupante, ni siquiera que se tratara de un escándalo homosexual, y con un supuesto menor de edad. Sino que el chico en cuestión, un don nadie, había muerto de sobredosis en su casa, durante una fiesta que él había organizado.

Kurosaki tragó saliva.

—¿Trajiste la revista? —Reparó en el pormenor, frunciendo el ceño.

—Para que la veas. —Kon se ofendió y se la arrebató de malos modos—. No espero que me des las gracias, estoy curado de espanto contigo.

—¿Y qué con eso?

—Nada —acotó el ex león de peluche, los gestos del gigai eran tan suyos—, creí que te iba a interesar.

—¿Qué estará haciendo aquí? ¿Se habrá fugado de la justicia? —Las preguntas de Yuzu parecían ser retóricas—. Dicen que fue detenido e indagado por la muerte.

—Lógico —espetó Karin—, murió en su casa de sobredosis mientras daba una fiesta; y se habla también de que mantenía un romance con él y que era menor de edad.

—Vaya —reparó Kon sonriéndole con malicia—, menos mal que estas revistas tontas no son para ti. Te sabes la nota mejor que yo —entrecerró los ojos— y eso que Yuzu que me tortura mes a mes, sé hasta los colores que están de moda.

—Mira, intento de humano —Karin se puso una mano en la cintura y lo señaló con el dedo índice—, no me provoques. Que haya leído la nota no quiere decir que me compré la revista ni mucho menos que la leí de pe a pa.

Kon miró a Yasutora.

—Se la compró, ¿cierto?

El coloso asintió ahogando una risa, la chica, sentado a su lado, lo fulminó con la mirada por semejante traición. Kurosaki rió apenas y volvió la vista a las hojas, había una sola foto de Ishida, vestido de una manera totalmente distinta a como lo había visto. Portaba tonalidades de marrón: zapatos, un pantalón de lino y una chaqueta larga con botones y cinto, sin dejar de lado la abultada bufanda rayada.

Parecía una persona seria, como siempre. Sólo que no llevaba los lentes.

Llegó la hora en la que cada uno tomaría su rumbo, al menos Sado y Karin. Yuzu y Kon le propusieron quedarse para el karaoke, pero Kurosaki quería irse a casa y tratar de dormir. Yuzu le recordó que Isshin lo esperaba al otro día para almorzar con Amaya.

Se despidió de los dos y se fue, necesitaba descansar, necesitaba quitarse de la cabeza la maldita nota. ¿A él qué demonios le importaba lo que hacía o dejaba de hacer Ishida? Ahora comprendía un poco mejor tanto hermetismo y las posibles razones del Quincy para escapar de Tokyo y refugiarse en Karakura.

No adivinó por qué, pero tenía la imperiosa necesidad de hablar con Ishida, quizás de decirle que no se preocupara, que todo estaría bien, que ellos no lo juzgaban y que lo conocían bastante para asegurar o negar al respecto.

¿Le echaban la culpa de la muerte? Quizás sí, tal vez era responsable indirecto, pero lo que le perturbaba a Kurosaki era que, conociendo al Quincy, seguro se sentía plenamente responsable y se encontraba ahogándose en un vaso con agua. Era tan extremista Uryuu, era tan fácil hacerle sentir mal, culpable o responsable, incluso de lo que no tenía nada que ver.

Supo que si la montaña no iba a Mahoma, Mahoma debía ir a la montaña, no obstante esperó, quizás en la semana lo volvería a ver en el hospital. Dicho y hecho sucedió, de la manera menos esperada.

(…)

En urgencias siempre reinaba un constante caos. En cuanto fue avisado por una de las enfermeras más veteranas corrió como alma que lleva el diablo sin detenerse un segundo a reparar en los demás convalecientes, a fin de cuentas él no era médico de guardia. Ingresó corriendo la cortina y mantuvo distancia, en ese estado catatónico poco podía hacer y sabía que debía mantenerse alejado para permitirle a sus compañeros trabajar. Una de las doctoras lo miró.

—Kurosaki, ¿le has avisado al director?

—¿Cómo está?

—En shock, deberá ir a cirugía —se dirigió luego a una de las instrumentistas—, avisa a quirófano que le enviamos un paciente. Llama a hemoterapia y que vengan ¡ya! Necesitamos el factor y… ¡Kurosaki! ¡Reacciona! ¡Avísale al padre!

Estaba vivo, al menos estaba vivo, cubierto de sangre lo había visto en muchas ocasiones, no debía alarmarse. Volvió a correr por todo el hospital hasta llegar a la puerta del director, Rita lo miró, ella ya lo sabía, pero no le había dado tiempo a comunicárselo al mismo Ishida. Kurosaki tomó aire y trató de serenarse.

(…)

El corazón latiendo a un ritmo alarmante. Ryuuken trató de memorizar: era alérgico al durazno, pero eso ¿qué demonios importaba en el quirófano? A la penicilina no, operaciones anteriores, tampoco, Uryuu siempre había sido un chico sano.

—¿Qué pasó?

—Un accidente, señor —le contestó tratándolo como a un pariente más y no como al director—, por lo que sabemos chocó contra un camión repartidor, iba en un auto alquilado.

—¿Cómo está? —Kurosaki apareció de la nada, a duras penas había podido sacarse el trabajo de encima para subir a quirófano.

—Fuera de peligro, sufrió algunas fracturas de consideración —remarcó, y recordando frente a quienes estaban le cedió la historia clínica para que por su cuenta vieran el daño.

Ryuuken la tomó y a su lado Ichigo la leyó. ¿Drogas, alcohol? Ishida soltó el aire atorado en los pulmones y le dejó la planilla a Kurosaki para marcharse al exterior a fumar un cigarrillo. Estaba alcoholizado (mucho) y drogado al momento del accidente, en apariencias había sido un descuido suyo.

Uryuu nunca había sido un irresponsable.

—¿El conductor del camión? —consultó Ichigo.

—En perfecto estado, mañana le dan el alta —respondió el joven doctor—, por lo que sé el camión volcó por el impacto, pero el chofer salió ileso, algunas contusiones leves, sin embargo nada de importancia.

—¿Otros heridos?

—No, no… sólo ellos dos.

—¿Iba alguien más con el paciente? ¿Con Ishida? —Se corrigió.

—No, ambos iban solos. O eso creo, al hospital llegaron ellos dos nada más. —Como facultativo podía estar al tanto de todo lo concerniente a sus pacientes, pero el resto ya escapaba de su interés como profesional.

—Gracias. —Kurosaki decidió dejarlo libre para ir en busca de Ryuuken. Lo encontró, luego de mucho buscarlo, en la terraza. Fumaba un cigarrillo con un semblante estoico e inconmovible, como si no aconteciera nada estremecedor a su alrededor. Hasta en eso se parecía con el hijo—. Estará bien. —Fue lo único que supo decir Ichigo tratando de no mirar el cigarrillo.

—Lo sé —contestó con confianza y seguridad. Ryuuken negó con la cabeza en un gesto gracioso de incredulidad dándole una última pitada al cigarro. Hasta en eso Ichigo se parecía a Isshin. Eran de meterse en todo y estar preocupados por todos sin que nadie se los pidiera, pero tenían una particular forma de confortar—. ¿Vamos a trabajar? Que en teoría es lo que hacemos aquí. —Ryuuken se encaminó hasta la puerta siendo seguido por Ichigo.

Aguardaron todo el día por el parte médico, Uryuu había salido de quirófano y, para la noche, de terapia intensiva; no corría un riesgo mayor, había perdido mucha sangre, pero nada que en batallas anteriores no hubiera padecido. Fue puesto en una habitación especial para él solo. No por nada era el hijo del director.

(…)

Despertar y presenciar la "amabilidad" de su padre era lo último que deseaba en ese momento, pero lo percibía a Ryuuken blando, no adivinaba por qué, quizás los años lo habían suavizado.

—Casi mueres, idiota.

—Qué lástima —le dedicó una media sonrisa— digo, por el casi.

—Sí, el problema es que casi —remarcó la palabra— te llevas a alguien contigo.

"Si vas a morir hazlo solo, no arrastres a los demás contigo" ¿eso era lo que estaba queriéndole decir? Recordó de súbito el choque, el camión volcando y el ruido ensordecedor. Comenzó a dolerle la cabeza.

—¿La persona que iba manejando? —consultó con dificultad, apenas podía hablar y sentía una presión en el pecho a causa de las fracturas—. ¿Hubo heridos?

—No, por suerte. —El reproche siempre implícito—. Estás quebrado como un huevo —señaló el arnés que le impedía mover la pierna derecha— así que pasarás un tiempo aquí.

—¿Cuánto?

—El que te tome recuperarte —espetó con dureza, como si estuviera diciéndole: bien merecido te lo tienes.

Llevó una mano al estómago notando que incluso se había fracturado algunas costillas. Dolía, y eso pareció traducirse en sus ojos puesto que su padre se acercó al suero para desajustar la chapa del mismo calculando el goteo.

—¿Mis lentes?

—Y te preocupas por tus lentes —chistó en un murmullo.

—Mis cosas —reafirmó.

—Las tengo yo, en la oficina; ¿por qué tanto interés, tienes algo que ocultar? —Su hijo elevó las cejas y no se dignó a responder—. Les pediré que te traigan el desayuno ahora.

—No tengo hambre —rechazó mirándose el yeso del brazo izquierdo, es que tampoco así podría comer.

Ryuuken tampoco agregó algo, leyó la historia una vez más para ver si había habido algún cambio en la mañana y se marchó del cuarto sin dedicarle una última mirada. Vaya que estaba enojado. Era tan fácil -al menos para Uryuu- hacerlo enfurecer.


Para que se sitúen (por si no pudieron hacer cálculos en la historia), Ichigo tiene 29/30 años en éste fic, Uryuu 28/29 por ser unos meses más chico (las carreras de cada uno tardan entre cuatro o cinco años, la de Ichigo NO es medicina… sino serían como 10). Karin y Yuzu tienen 24/25 por ende. Del resto hacer cuentas xD

El gigai de Kon: img526. imageshack. us/img526/4236/taijutsumstrbleachkirib. jpg [Junten los espacios para poder acceder]

Como curiosidad extra: En Japón hay empresas especializadas en recibir valijas y transportarla. La gente no anda con bolsos, deja sus cosas en estas compañías (que están en los aeropuertos) y al encontrar lugar u hotel llaman dando la dirección para que se lo alcancen.

Por fin puedo traer un fic de IchiIshi a fanfiction, casi todos mis fics de estos dos (salvo dos) son con lemon. Cuidaré que no haya lemon, como mucho lime.

Muchas gracias por leer ^^. Antes que nada continúo con "Un niño" y vuelvo con éste.

Besos.


15 de junio de 2010

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.