Excursión a "the Quibbler"
por: Alvaro Sanchez
I: Regreso a Grimmauld Place
Harry esperaba impaciente que el tiempo pase mientras se sentía
encerrado en el número cuatro de Privet Drive. Duddley le hacía
compañía a veces.
No era que Harry o Duddley quisieran estar juntos, pero, por
petición de los Aurores, la familia Dursley se veía obligada a hacerle
compañía, y Duddley era el que más tiempo tenía. Además, un sentimiento
que compartían los había unido más de lo que nunca pensaron.
Aquel cálido atardecer en Little Whinging había quedado bien
marcado en la memoria de Duddley, y nada se lo iba a borrar. Odiaba a
Harry, odiaba haber estado junto a él cuando esas abominables criaturas
vinieron por su cabeza y odiaba haber saboreado de manera tan amarga el
mundo al que Harry corría desesperado cada vez que Agosto terminaba.
Sin embargo, aquella tarde hace un año por fín entendió lo que
era tener el dolor más grande que uno haya sentido martillándole en la
frente.
Conversaban de temas nimios y constantemente explotaban las
discusiones, pero se aplacaban inmediatamente porque, a diferencia de
antes, ambos eran reprendidos.
Pasaron un par de semanas, y Harry se inquietaba día y noche
pensando en el destino del mundo mágico, y las previsiones que el
Ministerio y todos los magos estaban tomando después del retorno del
Señor Oscuro.
El diario mágico, El Profeta, al que Harry se había suscrito,
le traía conmocionantes noticias sobre avistamientos de
Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, aterradoras noticias de desapariciones de
magos, y vientos de cambio atravesando tempestuosamente todo el mundo
mágico. Los gigantes, en su mayoría, se habían unido a las huestes del
Señor Oscuro, y los dementores eran conocidos y temidos aliados de éste
desde hace unos meses. Sin embargo todas estas noticias habían llegado
a serle rutinarias.
Las cartas de sus amigos eran alegres y de tono jovial y, si él
no lo hubiera sabido, se habría convencido que nada malo pasaba. Aunque
a veces las cartas adquirían tonos oscuros cuando volteaba el
pergamino, empezando a relatar de manera angustiante las bajas de la
Orden.
La Orden del Fénix, el grupo primeramente secreto que combatía
a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, trabajaba a marchas forzadas y
escasamente descansaba de las terribles sorpresas, y Ron, Ginny, y, a
veces, Hermione le relataban detalles generales de los acontecimientos,
pues temían que las cartas fueran interceptadas por algun Mortífago.
Hermione no estaba en los Cuarteles de la Orden, por lo que a veces
era Harry el que la tenía que informar.
Sin embargo ahora Harry también se había suscrito a una revista
de variedades, que hasta hace un tiempo no era muy difundida, que en un
principio había sido el único medio que publicó la historia de Harry
acerca del levantamiento de Voldemort: The Quibbler.
A Harry a veces la revista le parecía descabellada, pero le
guardaba gratitud por haberle escuchado cuando nadie más lo hacía, y
además era amigo de la hija del director de la revista; la joven
estudiante, y compañera de Harry, Looney Lovegood.
Casi cumpliéndose tres semanas de desesperante estancia en la
casa de los Dursley recibió por fin una ruidosa llamada de Ron.
- ¡Quiero hablar con Harry! -gritó Ron, mientras, la tía de Harry,
Petunia Dursley alejaba aterrorizada el auricular.
- ¡No grite! -gritó ella a su vez, y le lanzó el auricular a Harry al
tiempo que él llegaba al lado de su tía.
- Hey, Ron, no hace falta que grites -dijo Harry bajando la voz tanto
como pudo-, te escucho.
- Harry, vamos a recogerte mañana de la casa de tus tíos -le informó
Ron con visible alegría.
- Perfecto, voy a decirle a tía Petunia- dijo Harry.
Un par de minutos pasaron, y Harry regresó al auricular
gesticulando como si Ron pudiera verlo.
- Muy bien, vengan con ropas muggles -empezó Harry.
- ¡Mañana mismo! -le interrumpió Ron alegre.
- Si, a las diez de la mañana, ¿está bien?
- Allí estaremos -se despidió Ron.
Harry alistó sus cosas desesperado por la tarde, y se ocupó de
empaquetar perfectamente su escoba, pues los vecinos de los Dursley
habían estado más curiosos que de costumbre. Escondió la jaula de
Hedwig debajo de la capa invisible, y envió a la inquieta lechuza
directamente al número doce de Grimmauld Place.
Harry casi no durmió de la emoción, pues tenía verdaderas ganas
de ver a sus amigos, pero, después de varias horas de revolcarse
inquieto en su cama, por fín quedó plácidamente dormido.
A la mañana siguiente Vernon, el tío de Harry, salió temprano,
pues no deseaba ver a los magos.
Y a las diez de la mañana llegaron a la puerta del número 4 de
Privet Drive: Ron, Alastor Moody, Ninphadora Tonks, y los gemelos,
hermanos de Ron, George y Fred.
- ¡Ron! -saludó Harry emocionado.
- ¿Como has estado, Harry? -le preguntó Ron sonriente.
- Bien, los Dursley han sido amables conmigo todo el verano, y no tengo
quejas -Harry no mentía del todo.
- Harry, me alegro que la hayas pasado mejor -dijo sonriente George.
- Si, veo que estos muggles se han portado mejor contigo- dijo Tonks,
que en esta ocasión llevaba el pelo rubio platinado, una sonrisa
sarcástica, unos ojos de desprecio y una elegante nariz afilada, aunque
de pronto le desagradó a Harry, pues se parecía bastante a la de su
peor enemigo, Draco Malfoy, el hijo de un despreciable Mortífago que
casi lo asesina un mes antes.
- Bueno, ¿vamos? -dijo Ron.
- Si, el tiempo que planeamos casi se vence- dijo Moody, revisando un
reloj dentro de su gabardina. En esta ocasión el sombrero que llevaba
Moody para ocultar su ojo mágico era más elegante, e iba más con el
resto de su indumentaria.
Tonks, Fred y George ayudaron a Harry con su equipaje, y en
unos minutos llegaron a un estrecho callejón, en el que el Autobús
Noctámbulo apareció angostándose alarmantemente.
- Bienvenid... -recibió el conductor- ah, son ustedes.
- A Londres, Grimmauld Place- dijo serenamente Moody, enfriando de
pronto la mirada.
Mientras el autobús se movía violentamente y alternativamente
avanzaba por calles, carreteras, autopistas y, a veces, entre casas y
atravesando parques, Ron y Harry apenas pudieron hablar.
- George y Fred han dejado un poco de lado su negocio ¿sabes? -dijo Ron
preocupado- Sé que no se sienten a gusto dejando de lado su tienda,
pero ahora se los necesita constantemente en los Cuarteles de la
Orden -Ron les dirigió una mirada, mientras bajaba la voz.
- Los noto algo irritables a veces -acotó Tonks, mientras sacaba un
espejo de una elegante cartera, en la que Harry recién había reparado-,
pero hacen todo esto sin quejarse, pues saben que sus padres los
necesitan ahora, y no quieren estar riendo y vendiendo sin enterarse de
nada...
Harry recordó lo difícil que había sido para casi toda la
familia Weasley el ataque que sufrió el señor Arthur, padre de los
gemelos y Ron, el año pasado.
- Hoy los veo de buen humor -comentó un poco extrañado Harry.
- Se alegran de verte, y se alegran de haber venido a recogerte -dijo
Moody-, a veces supongo que se sentían encerrados...
Moody calló, pero Harry sintió de pronto un sobresalto: se
dirigían a la casa de Sirius, y sería la primera vez que la iba a
visitar desde que Sirius se fue.
Una media hora pasó aproximadamente, y todos se mostraron algo
nerviosos y callados. Finalmente llegaron a Grimmauld Place
La vieja y descuidada casa de los Black apareció delante de sus
ojos, abriéndose espacio entre la casa número once y la número trece.
- Adelante, Harry -dijo Tonks.
Harry de pronto sintió ganas de ver al despreciable traidor que
envió a Harry a una trampa: tenía que ver a Kreacher.
- Kreacher se fue -dijo Ron, como respondiendo al pensamiento de Harry-
olvidé decírtelo.
- ¿Como? ¿Qué? -dijo Harry sorprendido- ¿Cuando?
- Recuerda que, luego de Sirius -Ron se detuvo un instante, observando
lo que la mención de Sirius provocaba en Harry, pero, al verlo
tranquilo, continuó- la madre de Draco es el pariente Black más
cercano, y se fue allí.
- Bueno, no veremos la cara de ese miserable traidor por aquí de nuevo
-dijo irritado Harry. Odiaba la idea de dejar impune a Kreacher.
La casa Black no mostraba ser diferente desde la última vez que
Harry la visitó, aunque se notaba que la habían intentado limpiar, el
desorden continuaba, y la apariencia de lugar abandonado persistía, más
por la presencia de esos viejos y descuidados cuadros.
- Ah, Harry, después de acomodar tus cosas, debemos hablar un momento
-dijo sorpresivamente Arthur Wealey, apareciendo con un "Krack" delante
de Harry.
A Harry le sorprendió el recibimiento de la familia Weasley,
que se encontraban convocados como Harry no los había visto en años. A
excepción de Percy, todos se encontraban en la casa.
Percy reconoció haberse equivocado respecto a Harry y a sus
padres, pero todavía no se disculpaba, pues él consideraba haber hecho
lo más sensato en ese momento. La señora Weasley intentaba reunirlo con
su padre, pero, por lo ocupado que estaba el ministerio por ahora,
ellos no habían podido verse.
Harry llegó al cuarto que compartiría con Ron. Mientras
preguntaba a Ron por Percy se cambió las ropas y descendió de nuevo
para encontrarse con un señor Weasley serio, y con una mesa llena de
aurores.
- Harry -dijo una voz desde el fondo.
- ¡Profesor Dumbledore! -dijo Harry admirado.
- Harry vine a ver como se encontraban las cosas ayer, y me informaron
que ibas a llegar hoy, así que decidí pasar para ver como te
encuentras... ¿has practicado Oclumencia?
Harry de pronto recordó: anoche no se concentró para nada. No
recordaba haber tenido ningún sueño raro en la noche, pero había estado
practicando lo poco que sabía de Oclumencia todas las noches
anteriores.
- Si, aunque anoche lo olvidé -confesó Harry.
- No te preocupes, si te has estado concentrando antes de dormir todas
las otras noches, y con toda la conmoción que envuelve el mundo mágico
estos días, estoy sin duda orgulloso de ti, Harry -dijo sonriendo.
- Harry, mejor vayamos al grano -dijo una voz algo apresurada.
Conelius Fudge, Ministro de Magia, estaba parado en una
esquina, y sonreía agitado mientras revisaba su reloj con el rabillo
del ojo.
- Ah, si -dijo Kingsley, un auror que Harry no había visto cuando entró
al cuarto pero que conocía y respetaba. Sacó un viejo pergamino
enrollado y con el sello de cera del Ministerio de Magia.
- Harry, como podrás suponer -dijo el Ministro, mientras recogía el
pergamino que Kingsley había dejado delante de él sobre la mesa- sería
una conmoción demás para el mundo mágico toda esta avalancha de
información, y es por eso que tenemos planeada para pasado mañana la
noticia de la inocencia de Sirius, y... -dijo, desenvolviendo el
pergamino- Harry, las pertenencias de Sirius, su casa, y la fortuna,
nada despreciable, de la familia Black han pasado... a tus manos
-terminó, extendiendo el pergamino hacia Harry.
Harry se quedó callado, pero dentro de sí sentía una furia
terrible. De pronto, y sin razón, empezó a sentir que quería gritarles
a todos. Había estado tranquilo en la casa de los Dursley, pensando en
Sirius de noche, y consolándose en las numerosas fotos de Sirius que
había juntado. Pero ahora sentía que no valía nada todo esto, que todo
lo que Sirius podía dejarle no valía nada comparado con su compañía, y
su apoyo y comprensión de pronto cobraron terrible importancia desde
que se fue... todo esto hizo un nudo en la garganta de Harry, y sus
ojos se humedecieron visiblemente.
- Mira -dijo el Ministro, con el más amable tono que pudo- toma esto
¿está bien?, yo, ahora que sé de la inocencia de Sirius, reconozco su
valor, y lamento su pérdida. Pero debo retirarme, pues el Ministerio
trabaja contra el reloj también, y debo retirarme.
Diciendo esto Fudge se fue, y nadie tuvo ánimos para continuar
con la reunión con Harry presente, pues obviamente deseaba irse, y
Lupin se ofreció para acompañarle, cuando de una estrecha ventana
apareció una lechuza grande y ligeramente robusta, con un mensaje
dirigido a él.
Harry se empezaba marchar silenciosamente, y de repente Moody
lo alcanzó y le habló en voz baja.
- Harry, no sé si era el momento de decirte, pero... -dudó el viejo
auror un momento- bueno, mañana tenemos cubierto por completo los
movimientos de todos los posibles mortífagos, y, con una pequeña
escolta, permitiremos que la señorita Granger, Ron y tú puedan visitar
algún lugar ¿piensas donde pueden ir?
- Estaba pensando... -Harry susurró meditabundo- tal vez... ¿el
callejón Diagon estaría bien?
- Claro... -respondió pensativo Moody- uhm... allí hay bastantes magos,
pero creo que no habrá mucho problema...
Moody le dio las buenas noches a Harry y se alejó a la cocina
meditabundo.
Harry llegó a su cuarto y se puso ropa de dormir pensando en
que ahora era dueño de este lugar... y de Buckbeak ¡Buckbeak!
Saliendo precipitadamente del cuarto, Harry fue a visitar a
Buckbeak, que, como suponía, se encontraba en la azotea.
Buckbeak se veía algo triste, si es que esos ojos podían
reflejar alguna expresión que un humano pueda entender. Estaba delgado
y decaído, y numerosas ratas a medio comer empezaban a oler un poco a
podrido.
- Buckbeak... ¿como estas? -le dijo, mientras se inclinaba en signo de
cortesía, solo por si Buckbeak había olvidado que Harry lo había
salvado tres años atrás.
Pero Buckbeak no lo había olvidado, y en cuanto lo vio se
acercó desesperado y empezó a gemir bajito desplegando las alas
suavemente. Luego de envolver a Harry con las alas, se sentó en el
suelo, y comenzó a echarse lentamente, llevando a Harry con él.
Buckbeak seguía gimiendo, y, de alguna manera, Harry entendía los
lamentos que emitía, o tan solo algunos pensamientos ocultos tomaban
los gemidos de Buckbeak como medio para manifestarse ante Harry.
Así estuvieron, y Harry empezó a pensar en todo lo que le debía
a Sirius, y Buckbeak susurraba algo como: "No tengo nadie que me
acompañe".
- Yo tampoco -respondió Harry.
- Y Sirius entendía qué era ser un fugitivo, sabía qué era ser visto
como un monstruo -continuó quejándose Buckbeak.
- Me entendía tan bien... -respondió, con un sollozo, Harry.
Entonces Harry comenzó a llorar. Y todo se hizo tan fácil,
mientras renegaba de su situación, y se quejaba del cruel destino,
ahora maldiciendo su memoria por olvidar el espejo con el que
fácilmente se habría comunicado con Sirius... ahora estaría con él.
Unos minutos después empezó a oír débilmente unos pasos,
subiendo las escaleras, y se limpió las lágrimas a tiempo para que una
cabeza apareciera a través de la entrada del ático.
- Harry, supuse que estarías aquí -dijo una voz murmurante.
- Bien, no te preocupes, Ginny -dijo Harry esquivando su mirada.
- Debes ir a dormir -le dijo, mientras lo dejaba- creo que hablaremos
después.
Harry estuvo unos momentos después que Ginny se fue, y luego se
levantó y se dirigió perezosamente a su cuarto.
- Harry estaba pensando dónde te podrías haber metido -dijo Ron cuando
lo vio entrar.
- Estaba con Buckbeak, esta muy triste -dijo Harry ocultando su cabeza
dentro de las sábanas-. Estoy cansado -suspiró, emergiendo de su cama
de pronto.
- Muy bien, hablaremos mañana -dijo Ron, enterrándose en su cama.
Harry empezó a adormilarse, y olvidó la oclumencia. La visita a
Buckbeak había sido un extraño consuelo, y el inmenso Hipogrifo lo
entendía a la perfección.
De pronto se encontró caminando por un corredor iluminado, y
muchos cuadros mágicos de distintos equipos de Quidditch mostraban
jugadores montando escobas y cambiando de cuadros a altas velocidades,
mientras se gritaban y reían. Alguno saludó a Harry. Más adelante,
cuadros de celebridades del mundo mágico conversaban entre ellos, y
ninguno ponía la más mínima atención a Harry.
Al final del corredor encontró una vieja puerta, y dentro una
tenue luz. Abrió la puerta y encontró una habitación amplia y vacía y
una silla que miraba a una ventana, a la que la luz del sol le llegaba
plenamente.
Harry se sentó y miró afuera. La luz del sol bañaba en tenues
matices verdosos el lago de las afueras del Castillo de Hogwarts.
Muchos arboles dejaban caer numerosas flores, que flotaban
tranquilamente llevadas por una suave brisa.
- Este año la primavera ha demorado en irse ¿eh? -dijo una voz suave y
soñadora al lado de Harry.
Harry se dio cuenta de la presencia de otra persona en el
cuarto, mas no le causaba el más mínimo miedo, y volteó tranquilamente
a ver de donde provenía.
- Cada noche se oyen los cantos de las ranas ¿sabes? -dijo la voz de
nuevo. Harry intentó ver quién era, pero no le podía ver el rostro,
estaba vuelto a la ventana. Sin embargo, quedó sorprendido ante lo que
vio.
Una chica de largo pelo rubio, que caía lacio sobre su espalda,
estaba al lado de él, vistiendo una larga túnica oscura, muy parecida al
uniforme de diario en Hogwarts, pero, a la vez, más elegante.
- Es divertido oír como cantan, y leí el mes pasado que si las imitas a
la perfección, puedes hipnotizar a cualquiera- continúo, tal vez ni
siquiera notando que Harry se le había quedado viendo con la boca
abierta-. Debieras hacerlo, imagínate hipnotizando a Quien-Tu-Sabes
-rió estrepitosamente, y Harry se asustó de pronto, reconociendo esa
risa, y ella volteó a verle con aquellos ojos plateados, que lucían
alegres y somnolientos.
- ¡Looney! -dijo Harry. Y se incorporó, acercándose a ver de cerca a su
amiga.
Lucía encantadora. Looney nunca había sido muy bonita, pero
aquella dulce alegría con la que ella acababa de voltear a ver de nuevo
la ventana le robó sorpresivamente el aliento a Harry.
- ¡Mira! ¡Ahora el calamar gigante está intentando hacer olas! -dijo,
explotando en aquella ruidosa risa que Harry le había oído tanto tiempo
antes, cuando la conoció.
- Looney... -repitió Harry, mientras se acercaba a la ventana. El pelo
de Looney brillaba a la luz del sol, y la alegría de su risa lo agitaba
de manera que parecía danzar. Un suave viento sopló por la ventana,
desordenando el pelo de Looney, y recuperó un poco la apariencia que
siempre le había visto Harry.
Ella volteó a verle, sosteniéndose el abdomen con ambas manos,
y un mechón de pelo le atravesaba el rostro. Harry sintió de pronto el
estómago revolcándose dentro de él.
- Pero... todo puede perderse -dijo sorpresivamente, y su risa se
extinguió, inclusive el eco, que había estado viajando de aquí por allá
por la habitación- ¿crees que podemos?
- ¿Podemos? ¿Podemos qué? -dijo Harry acercándose a propósito.
- Quien-tú-sabes, Harry -dijo Looney, y su mirada se perdió en el lago,
que continuaba brillando, interrumpido de vez en cuando por las ondas
que el calamar gigante hacía.
- Podremos -dijo Harry, sorpresivamente seguro- Tú y yo.
Harry se acercó a Looney, que se había apoyado en el alfeizar
de la ventana, y la abrazó por la espalda. Looney se empezó a voltear
y Harry de pronto tuvo claro qué hacer.
- Harry... -suspiró Looney.
De pronto, Harry sintió que su espalda golpeaba algo frío, y
apareció echando en el suelo, abrazando su almohada, con la cabeza
apoyada suavemente sobre la parte superior.
- Harry, amigo, ¿estás bien? -dijo Ron, mientras lo miraba con una
sonrisa- soñando con ella ¿eh? -dijo, explotando en una estruendosa
carcajada. La noche había pasado, y era de día, las seis, tal vez.
- No, eh... -Harry se incorporó, y se alisó la pijama buscando sus
lentes- Ya sé donde ir hoy.
- Voy a avisarle a Moody -dijo Ron, desapareciendo por la puerta.
- ¡No te he dicho a dónde! -dijo Harry sorprendido.
- Le gusta... vaya, y yo creía que con Cho iba a tener problemas...
Uhm... no, tal vez con ella no se haga tantos problemas... -dijo Ron,
sonriendo pensativamente.
_______________________________________________________________________
Bueno, este es el primer fic de Harry que publico, espero que les
guste.
No duden en postear, y denme su opinión sincera.
El siguiente capítulo titula: "El Animago más grande".
Alssus the unmaker.
por: Alvaro Sanchez
I: Regreso a Grimmauld Place
Harry esperaba impaciente que el tiempo pase mientras se sentía
encerrado en el número cuatro de Privet Drive. Duddley le hacía
compañía a veces.
No era que Harry o Duddley quisieran estar juntos, pero, por
petición de los Aurores, la familia Dursley se veía obligada a hacerle
compañía, y Duddley era el que más tiempo tenía. Además, un sentimiento
que compartían los había unido más de lo que nunca pensaron.
Aquel cálido atardecer en Little Whinging había quedado bien
marcado en la memoria de Duddley, y nada se lo iba a borrar. Odiaba a
Harry, odiaba haber estado junto a él cuando esas abominables criaturas
vinieron por su cabeza y odiaba haber saboreado de manera tan amarga el
mundo al que Harry corría desesperado cada vez que Agosto terminaba.
Sin embargo, aquella tarde hace un año por fín entendió lo que
era tener el dolor más grande que uno haya sentido martillándole en la
frente.
Conversaban de temas nimios y constantemente explotaban las
discusiones, pero se aplacaban inmediatamente porque, a diferencia de
antes, ambos eran reprendidos.
Pasaron un par de semanas, y Harry se inquietaba día y noche
pensando en el destino del mundo mágico, y las previsiones que el
Ministerio y todos los magos estaban tomando después del retorno del
Señor Oscuro.
El diario mágico, El Profeta, al que Harry se había suscrito,
le traía conmocionantes noticias sobre avistamientos de
Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, aterradoras noticias de desapariciones de
magos, y vientos de cambio atravesando tempestuosamente todo el mundo
mágico. Los gigantes, en su mayoría, se habían unido a las huestes del
Señor Oscuro, y los dementores eran conocidos y temidos aliados de éste
desde hace unos meses. Sin embargo todas estas noticias habían llegado
a serle rutinarias.
Las cartas de sus amigos eran alegres y de tono jovial y, si él
no lo hubiera sabido, se habría convencido que nada malo pasaba. Aunque
a veces las cartas adquirían tonos oscuros cuando volteaba el
pergamino, empezando a relatar de manera angustiante las bajas de la
Orden.
La Orden del Fénix, el grupo primeramente secreto que combatía
a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, trabajaba a marchas forzadas y
escasamente descansaba de las terribles sorpresas, y Ron, Ginny, y, a
veces, Hermione le relataban detalles generales de los acontecimientos,
pues temían que las cartas fueran interceptadas por algun Mortífago.
Hermione no estaba en los Cuarteles de la Orden, por lo que a veces
era Harry el que la tenía que informar.
Sin embargo ahora Harry también se había suscrito a una revista
de variedades, que hasta hace un tiempo no era muy difundida, que en un
principio había sido el único medio que publicó la historia de Harry
acerca del levantamiento de Voldemort: The Quibbler.
A Harry a veces la revista le parecía descabellada, pero le
guardaba gratitud por haberle escuchado cuando nadie más lo hacía, y
además era amigo de la hija del director de la revista; la joven
estudiante, y compañera de Harry, Looney Lovegood.
Casi cumpliéndose tres semanas de desesperante estancia en la
casa de los Dursley recibió por fin una ruidosa llamada de Ron.
- ¡Quiero hablar con Harry! -gritó Ron, mientras, la tía de Harry,
Petunia Dursley alejaba aterrorizada el auricular.
- ¡No grite! -gritó ella a su vez, y le lanzó el auricular a Harry al
tiempo que él llegaba al lado de su tía.
- Hey, Ron, no hace falta que grites -dijo Harry bajando la voz tanto
como pudo-, te escucho.
- Harry, vamos a recogerte mañana de la casa de tus tíos -le informó
Ron con visible alegría.
- Perfecto, voy a decirle a tía Petunia- dijo Harry.
Un par de minutos pasaron, y Harry regresó al auricular
gesticulando como si Ron pudiera verlo.
- Muy bien, vengan con ropas muggles -empezó Harry.
- ¡Mañana mismo! -le interrumpió Ron alegre.
- Si, a las diez de la mañana, ¿está bien?
- Allí estaremos -se despidió Ron.
Harry alistó sus cosas desesperado por la tarde, y se ocupó de
empaquetar perfectamente su escoba, pues los vecinos de los Dursley
habían estado más curiosos que de costumbre. Escondió la jaula de
Hedwig debajo de la capa invisible, y envió a la inquieta lechuza
directamente al número doce de Grimmauld Place.
Harry casi no durmió de la emoción, pues tenía verdaderas ganas
de ver a sus amigos, pero, después de varias horas de revolcarse
inquieto en su cama, por fín quedó plácidamente dormido.
A la mañana siguiente Vernon, el tío de Harry, salió temprano,
pues no deseaba ver a los magos.
Y a las diez de la mañana llegaron a la puerta del número 4 de
Privet Drive: Ron, Alastor Moody, Ninphadora Tonks, y los gemelos,
hermanos de Ron, George y Fred.
- ¡Ron! -saludó Harry emocionado.
- ¿Como has estado, Harry? -le preguntó Ron sonriente.
- Bien, los Dursley han sido amables conmigo todo el verano, y no tengo
quejas -Harry no mentía del todo.
- Harry, me alegro que la hayas pasado mejor -dijo sonriente George.
- Si, veo que estos muggles se han portado mejor contigo- dijo Tonks,
que en esta ocasión llevaba el pelo rubio platinado, una sonrisa
sarcástica, unos ojos de desprecio y una elegante nariz afilada, aunque
de pronto le desagradó a Harry, pues se parecía bastante a la de su
peor enemigo, Draco Malfoy, el hijo de un despreciable Mortífago que
casi lo asesina un mes antes.
- Bueno, ¿vamos? -dijo Ron.
- Si, el tiempo que planeamos casi se vence- dijo Moody, revisando un
reloj dentro de su gabardina. En esta ocasión el sombrero que llevaba
Moody para ocultar su ojo mágico era más elegante, e iba más con el
resto de su indumentaria.
Tonks, Fred y George ayudaron a Harry con su equipaje, y en
unos minutos llegaron a un estrecho callejón, en el que el Autobús
Noctámbulo apareció angostándose alarmantemente.
- Bienvenid... -recibió el conductor- ah, son ustedes.
- A Londres, Grimmauld Place- dijo serenamente Moody, enfriando de
pronto la mirada.
Mientras el autobús se movía violentamente y alternativamente
avanzaba por calles, carreteras, autopistas y, a veces, entre casas y
atravesando parques, Ron y Harry apenas pudieron hablar.
- George y Fred han dejado un poco de lado su negocio ¿sabes? -dijo Ron
preocupado- Sé que no se sienten a gusto dejando de lado su tienda,
pero ahora se los necesita constantemente en los Cuarteles de la
Orden -Ron les dirigió una mirada, mientras bajaba la voz.
- Los noto algo irritables a veces -acotó Tonks, mientras sacaba un
espejo de una elegante cartera, en la que Harry recién había reparado-,
pero hacen todo esto sin quejarse, pues saben que sus padres los
necesitan ahora, y no quieren estar riendo y vendiendo sin enterarse de
nada...
Harry recordó lo difícil que había sido para casi toda la
familia Weasley el ataque que sufrió el señor Arthur, padre de los
gemelos y Ron, el año pasado.
- Hoy los veo de buen humor -comentó un poco extrañado Harry.
- Se alegran de verte, y se alegran de haber venido a recogerte -dijo
Moody-, a veces supongo que se sentían encerrados...
Moody calló, pero Harry sintió de pronto un sobresalto: se
dirigían a la casa de Sirius, y sería la primera vez que la iba a
visitar desde que Sirius se fue.
Una media hora pasó aproximadamente, y todos se mostraron algo
nerviosos y callados. Finalmente llegaron a Grimmauld Place
La vieja y descuidada casa de los Black apareció delante de sus
ojos, abriéndose espacio entre la casa número once y la número trece.
- Adelante, Harry -dijo Tonks.
Harry de pronto sintió ganas de ver al despreciable traidor que
envió a Harry a una trampa: tenía que ver a Kreacher.
- Kreacher se fue -dijo Ron, como respondiendo al pensamiento de Harry-
olvidé decírtelo.
- ¿Como? ¿Qué? -dijo Harry sorprendido- ¿Cuando?
- Recuerda que, luego de Sirius -Ron se detuvo un instante, observando
lo que la mención de Sirius provocaba en Harry, pero, al verlo
tranquilo, continuó- la madre de Draco es el pariente Black más
cercano, y se fue allí.
- Bueno, no veremos la cara de ese miserable traidor por aquí de nuevo
-dijo irritado Harry. Odiaba la idea de dejar impune a Kreacher.
La casa Black no mostraba ser diferente desde la última vez que
Harry la visitó, aunque se notaba que la habían intentado limpiar, el
desorden continuaba, y la apariencia de lugar abandonado persistía, más
por la presencia de esos viejos y descuidados cuadros.
- Ah, Harry, después de acomodar tus cosas, debemos hablar un momento
-dijo sorpresivamente Arthur Wealey, apareciendo con un "Krack" delante
de Harry.
A Harry le sorprendió el recibimiento de la familia Weasley,
que se encontraban convocados como Harry no los había visto en años. A
excepción de Percy, todos se encontraban en la casa.
Percy reconoció haberse equivocado respecto a Harry y a sus
padres, pero todavía no se disculpaba, pues él consideraba haber hecho
lo más sensato en ese momento. La señora Weasley intentaba reunirlo con
su padre, pero, por lo ocupado que estaba el ministerio por ahora,
ellos no habían podido verse.
Harry llegó al cuarto que compartiría con Ron. Mientras
preguntaba a Ron por Percy se cambió las ropas y descendió de nuevo
para encontrarse con un señor Weasley serio, y con una mesa llena de
aurores.
- Harry -dijo una voz desde el fondo.
- ¡Profesor Dumbledore! -dijo Harry admirado.
- Harry vine a ver como se encontraban las cosas ayer, y me informaron
que ibas a llegar hoy, así que decidí pasar para ver como te
encuentras... ¿has practicado Oclumencia?
Harry de pronto recordó: anoche no se concentró para nada. No
recordaba haber tenido ningún sueño raro en la noche, pero había estado
practicando lo poco que sabía de Oclumencia todas las noches
anteriores.
- Si, aunque anoche lo olvidé -confesó Harry.
- No te preocupes, si te has estado concentrando antes de dormir todas
las otras noches, y con toda la conmoción que envuelve el mundo mágico
estos días, estoy sin duda orgulloso de ti, Harry -dijo sonriendo.
- Harry, mejor vayamos al grano -dijo una voz algo apresurada.
Conelius Fudge, Ministro de Magia, estaba parado en una
esquina, y sonreía agitado mientras revisaba su reloj con el rabillo
del ojo.
- Ah, si -dijo Kingsley, un auror que Harry no había visto cuando entró
al cuarto pero que conocía y respetaba. Sacó un viejo pergamino
enrollado y con el sello de cera del Ministerio de Magia.
- Harry, como podrás suponer -dijo el Ministro, mientras recogía el
pergamino que Kingsley había dejado delante de él sobre la mesa- sería
una conmoción demás para el mundo mágico toda esta avalancha de
información, y es por eso que tenemos planeada para pasado mañana la
noticia de la inocencia de Sirius, y... -dijo, desenvolviendo el
pergamino- Harry, las pertenencias de Sirius, su casa, y la fortuna,
nada despreciable, de la familia Black han pasado... a tus manos
-terminó, extendiendo el pergamino hacia Harry.
Harry se quedó callado, pero dentro de sí sentía una furia
terrible. De pronto, y sin razón, empezó a sentir que quería gritarles
a todos. Había estado tranquilo en la casa de los Dursley, pensando en
Sirius de noche, y consolándose en las numerosas fotos de Sirius que
había juntado. Pero ahora sentía que no valía nada todo esto, que todo
lo que Sirius podía dejarle no valía nada comparado con su compañía, y
su apoyo y comprensión de pronto cobraron terrible importancia desde
que se fue... todo esto hizo un nudo en la garganta de Harry, y sus
ojos se humedecieron visiblemente.
- Mira -dijo el Ministro, con el más amable tono que pudo- toma esto
¿está bien?, yo, ahora que sé de la inocencia de Sirius, reconozco su
valor, y lamento su pérdida. Pero debo retirarme, pues el Ministerio
trabaja contra el reloj también, y debo retirarme.
Diciendo esto Fudge se fue, y nadie tuvo ánimos para continuar
con la reunión con Harry presente, pues obviamente deseaba irse, y
Lupin se ofreció para acompañarle, cuando de una estrecha ventana
apareció una lechuza grande y ligeramente robusta, con un mensaje
dirigido a él.
Harry se empezaba marchar silenciosamente, y de repente Moody
lo alcanzó y le habló en voz baja.
- Harry, no sé si era el momento de decirte, pero... -dudó el viejo
auror un momento- bueno, mañana tenemos cubierto por completo los
movimientos de todos los posibles mortífagos, y, con una pequeña
escolta, permitiremos que la señorita Granger, Ron y tú puedan visitar
algún lugar ¿piensas donde pueden ir?
- Estaba pensando... -Harry susurró meditabundo- tal vez... ¿el
callejón Diagon estaría bien?
- Claro... -respondió pensativo Moody- uhm... allí hay bastantes magos,
pero creo que no habrá mucho problema...
Moody le dio las buenas noches a Harry y se alejó a la cocina
meditabundo.
Harry llegó a su cuarto y se puso ropa de dormir pensando en
que ahora era dueño de este lugar... y de Buckbeak ¡Buckbeak!
Saliendo precipitadamente del cuarto, Harry fue a visitar a
Buckbeak, que, como suponía, se encontraba en la azotea.
Buckbeak se veía algo triste, si es que esos ojos podían
reflejar alguna expresión que un humano pueda entender. Estaba delgado
y decaído, y numerosas ratas a medio comer empezaban a oler un poco a
podrido.
- Buckbeak... ¿como estas? -le dijo, mientras se inclinaba en signo de
cortesía, solo por si Buckbeak había olvidado que Harry lo había
salvado tres años atrás.
Pero Buckbeak no lo había olvidado, y en cuanto lo vio se
acercó desesperado y empezó a gemir bajito desplegando las alas
suavemente. Luego de envolver a Harry con las alas, se sentó en el
suelo, y comenzó a echarse lentamente, llevando a Harry con él.
Buckbeak seguía gimiendo, y, de alguna manera, Harry entendía los
lamentos que emitía, o tan solo algunos pensamientos ocultos tomaban
los gemidos de Buckbeak como medio para manifestarse ante Harry.
Así estuvieron, y Harry empezó a pensar en todo lo que le debía
a Sirius, y Buckbeak susurraba algo como: "No tengo nadie que me
acompañe".
- Yo tampoco -respondió Harry.
- Y Sirius entendía qué era ser un fugitivo, sabía qué era ser visto
como un monstruo -continuó quejándose Buckbeak.
- Me entendía tan bien... -respondió, con un sollozo, Harry.
Entonces Harry comenzó a llorar. Y todo se hizo tan fácil,
mientras renegaba de su situación, y se quejaba del cruel destino,
ahora maldiciendo su memoria por olvidar el espejo con el que
fácilmente se habría comunicado con Sirius... ahora estaría con él.
Unos minutos después empezó a oír débilmente unos pasos,
subiendo las escaleras, y se limpió las lágrimas a tiempo para que una
cabeza apareciera a través de la entrada del ático.
- Harry, supuse que estarías aquí -dijo una voz murmurante.
- Bien, no te preocupes, Ginny -dijo Harry esquivando su mirada.
- Debes ir a dormir -le dijo, mientras lo dejaba- creo que hablaremos
después.
Harry estuvo unos momentos después que Ginny se fue, y luego se
levantó y se dirigió perezosamente a su cuarto.
- Harry estaba pensando dónde te podrías haber metido -dijo Ron cuando
lo vio entrar.
- Estaba con Buckbeak, esta muy triste -dijo Harry ocultando su cabeza
dentro de las sábanas-. Estoy cansado -suspiró, emergiendo de su cama
de pronto.
- Muy bien, hablaremos mañana -dijo Ron, enterrándose en su cama.
Harry empezó a adormilarse, y olvidó la oclumencia. La visita a
Buckbeak había sido un extraño consuelo, y el inmenso Hipogrifo lo
entendía a la perfección.
De pronto se encontró caminando por un corredor iluminado, y
muchos cuadros mágicos de distintos equipos de Quidditch mostraban
jugadores montando escobas y cambiando de cuadros a altas velocidades,
mientras se gritaban y reían. Alguno saludó a Harry. Más adelante,
cuadros de celebridades del mundo mágico conversaban entre ellos, y
ninguno ponía la más mínima atención a Harry.
Al final del corredor encontró una vieja puerta, y dentro una
tenue luz. Abrió la puerta y encontró una habitación amplia y vacía y
una silla que miraba a una ventana, a la que la luz del sol le llegaba
plenamente.
Harry se sentó y miró afuera. La luz del sol bañaba en tenues
matices verdosos el lago de las afueras del Castillo de Hogwarts.
Muchos arboles dejaban caer numerosas flores, que flotaban
tranquilamente llevadas por una suave brisa.
- Este año la primavera ha demorado en irse ¿eh? -dijo una voz suave y
soñadora al lado de Harry.
Harry se dio cuenta de la presencia de otra persona en el
cuarto, mas no le causaba el más mínimo miedo, y volteó tranquilamente
a ver de donde provenía.
- Cada noche se oyen los cantos de las ranas ¿sabes? -dijo la voz de
nuevo. Harry intentó ver quién era, pero no le podía ver el rostro,
estaba vuelto a la ventana. Sin embargo, quedó sorprendido ante lo que
vio.
Una chica de largo pelo rubio, que caía lacio sobre su espalda,
estaba al lado de él, vistiendo una larga túnica oscura, muy parecida al
uniforme de diario en Hogwarts, pero, a la vez, más elegante.
- Es divertido oír como cantan, y leí el mes pasado que si las imitas a
la perfección, puedes hipnotizar a cualquiera- continúo, tal vez ni
siquiera notando que Harry se le había quedado viendo con la boca
abierta-. Debieras hacerlo, imagínate hipnotizando a Quien-Tu-Sabes
-rió estrepitosamente, y Harry se asustó de pronto, reconociendo esa
risa, y ella volteó a verle con aquellos ojos plateados, que lucían
alegres y somnolientos.
- ¡Looney! -dijo Harry. Y se incorporó, acercándose a ver de cerca a su
amiga.
Lucía encantadora. Looney nunca había sido muy bonita, pero
aquella dulce alegría con la que ella acababa de voltear a ver de nuevo
la ventana le robó sorpresivamente el aliento a Harry.
- ¡Mira! ¡Ahora el calamar gigante está intentando hacer olas! -dijo,
explotando en aquella ruidosa risa que Harry le había oído tanto tiempo
antes, cuando la conoció.
- Looney... -repitió Harry, mientras se acercaba a la ventana. El pelo
de Looney brillaba a la luz del sol, y la alegría de su risa lo agitaba
de manera que parecía danzar. Un suave viento sopló por la ventana,
desordenando el pelo de Looney, y recuperó un poco la apariencia que
siempre le había visto Harry.
Ella volteó a verle, sosteniéndose el abdomen con ambas manos,
y un mechón de pelo le atravesaba el rostro. Harry sintió de pronto el
estómago revolcándose dentro de él.
- Pero... todo puede perderse -dijo sorpresivamente, y su risa se
extinguió, inclusive el eco, que había estado viajando de aquí por allá
por la habitación- ¿crees que podemos?
- ¿Podemos? ¿Podemos qué? -dijo Harry acercándose a propósito.
- Quien-tú-sabes, Harry -dijo Looney, y su mirada se perdió en el lago,
que continuaba brillando, interrumpido de vez en cuando por las ondas
que el calamar gigante hacía.
- Podremos -dijo Harry, sorpresivamente seguro- Tú y yo.
Harry se acercó a Looney, que se había apoyado en el alfeizar
de la ventana, y la abrazó por la espalda. Looney se empezó a voltear
y Harry de pronto tuvo claro qué hacer.
- Harry... -suspiró Looney.
De pronto, Harry sintió que su espalda golpeaba algo frío, y
apareció echando en el suelo, abrazando su almohada, con la cabeza
apoyada suavemente sobre la parte superior.
- Harry, amigo, ¿estás bien? -dijo Ron, mientras lo miraba con una
sonrisa- soñando con ella ¿eh? -dijo, explotando en una estruendosa
carcajada. La noche había pasado, y era de día, las seis, tal vez.
- No, eh... -Harry se incorporó, y se alisó la pijama buscando sus
lentes- Ya sé donde ir hoy.
- Voy a avisarle a Moody -dijo Ron, desapareciendo por la puerta.
- ¡No te he dicho a dónde! -dijo Harry sorprendido.
- Le gusta... vaya, y yo creía que con Cho iba a tener problemas...
Uhm... no, tal vez con ella no se haga tantos problemas... -dijo Ron,
sonriendo pensativamente.
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Bueno, este es el primer fic de Harry que publico, espero que les
guste.
No duden en postear, y denme su opinión sincera.
El siguiente capítulo titula: "El Animago más grande".
Alssus the unmaker.
