Supongo que debería comenzar pidiendo disculpas, mil, mil, mil disculpas.

Ya publiqué al menos dos o tres capítulos de esta historia hace un año o dos, y estaba realmente contenta, y emocionada, porque amo Percy Jackson y sobretodo a Nico y Will, que son tan AJSHSGJS.

Pero me puse a escribir el siguiente capítulo que debía de publicar y me di cuenta de que no me gustaba cómo estaba quedando la historia. Así que comencé la insaciable búsqueda de lo correcto, y teniendo en cuenta que ha sido un tiempo bastante movido, desaparecí. Lo siento muchísimo, de verdad.

Pero he vuelto para quedarme. Mismo fanfic, misma trama. Y mantengo mi palabra: habrá lemmon, y una versión desde la perspectiva de Will.

Espero que os guste, y vuelvo a disculparme.

Neela Jackson.

Nueva York era un sitio tan grande y con tanta gente que Nico sabía, sin lugar a dudas, que era demasiado extraño coincidir con un desconocido (o incluso con un amigo) en algún sitio más de dos días seguidos.

En realidad, aquella era una de las cosas que más le gustaban de la gran manzana. Venecia había sido un sitio estupendo para vivir, y Roma también, pero por muy bonitas que fueran las ciudades italianas, no eran tan grandes como Nueva York y podías cruzarte con la misma persona incluso más veces al día de las que desearías.

A Nico nunca le había gustado demasiado estar con la gente. Prefería dar paseos tranquilos sin más compañía que sus auriculares, le gustaba sentarse en silencio en el sofá y leer antes que salir por ahí con sus compañeros de clase. Por eso Nico nunca había tenido amigos. Tampoco le molestaba, desde luego. Él lo había escogido así y había apartado a todo el mundo que había intentado acercarse a él y en realidad se había convertido en una costumbre después de la muerte de Bianca, la única compañía que nunca le había molestado.

—Buenos días.

Ahí estaba de nuevo.

Lo intentó. Intentó no girarse hacia la voz y seguir con los ojos perdidos en la nada, viendo al hombre de los perritos calientes de la acera de enfrente atender a una anciana con problemas en los huesos. De verdad que lo hizo. Pero como las otras veces, fracasó.

El corazón comenzó a latirle furiosamente y la sangre se arremolinó en sus pálidas mejillas.

Allí estaba de nuevo ese chico. En realidad no sabía su nombre, ni siquiera la edad que tenía. Solamente sabía que iba a un instituto privado llamado Saint Joseph y que era el chico más guapo que había visto jamás. También llevaban encontrándose en la parada del autobús cerca de dos meses todos los días.

Nunca había dedicado mas de un pensamiento a alguien que no conocía e incluso con las personas más cercanas a él, procuraba no meterse demasiado en sus asuntos. Pero con aquel chico la maniobra de pensar en cualquier otra cosa que no tuviera nada que ver con él no funcionaba y eso le enfadaba. Al final, siempre volvía a acordarse de sus ojos, de su voz y de su sonrisa. Y siempre deseaba hablarle más, si es que lo que hacía era hablarle. Verlo por las mañanas era como despertar después de una larga e interminable noche. Sentía como la sangre le recorría el cuerpo y le daba vida a sus extremidades y también como se hacía más sensible a cualquier estímulo.

Para el carro, Di Angelo se reprendió.

Rubio, de ojos azules y bronceado perfecto, aquel chico le sonreía animado y alegre. Nico no sabía lo que hacía para estar siempre de tan buen humor, pero cada vez que sonreía parecía que brillaba con luz propia.

Y cada vez él se volvía más cursi.

Devolvió el saludo con una leve inclinación de cabeza y su acostumbrado Hmph y luego se dio la vuelta.

Por desgracia, la anciana ya no estaba allí.