Bueno, aquí estamos con la reestructuración de este fan fic. Lo voy a escribir como sucede en mi cabeza, en verdad. Espero que les guste y les vuelvo a dejar besos y cariños.
A/N: Sé que Fanfiction tiene una estricta política acerca del "sexo", así que trataré de usar la terminología menos... yo diría… malsonante.
Prólogo: La propuesta.
A pesar de haberme enfrentado a la oscuridad y haber sobrevivido, en aquel momento me sentía un poco incómoda bajo el escrutinio de la profesora McGonagall, del retrato de Albus Dumbledore y el de Phineas Nigellus.
Había recibido una carta de parte de la nueva directora y por el tono en el mensaje, tenía que ser algo muy grave, debido a su urgente insistencia de verme tan pronto como fuese posible. Apenas entré en la habitación, la profesora McGonagall evitó mi mirada y a pesar de que intentó sonreírme, pude notar que le costó mucho esfuerzo. Más de lo acostumbrado en ella.
- Siéntate, Hermione. Por favor…
Sus manos temblaban un poco en cuanto señaló la silla frente a su escritorio, pero traté de ignorarlo y convencerme de que simplemente se trataba de la edad y todo el estrés post guerra que habíamos sufrido todos. Tan pronto me senté frente a su escritorio, la profesora McGonagall se dispuso a alzar su varita y jamás la había visto dudar de esa forma. Casi se le cayó de las manos, pero finalmente consiguió hacer aparecer una charola de plata con una tetera, un azucarero de porcelana tanto como la tetera, un pequeño plato con galletas de miel y jengibre, y dos tazas con motivos escoceses circundándolas completamente.
Se conjuró un incómodo silencio y de pronto se quedó allí de pie, como petrificada. Arquee una de mis cejas ante su ligera ausencia y al parecer funcionó para que la profesora volviera en sí finalmente y rodeara su escritorio hasta sentarse frente a mí.
- ¿Té? – me preguntó, tras un breve intercambio de miradas entre ella y los cuadros que colgaban a su alrededor. No me apetecía beber nada en una circunstancia así, pero pensé que lo más educado era aceptarlo.
- Sólo un poco, gracias. Dos cucharadas de azúcar nada más.
La profesora asintió sin decir una sola palabra y con tan sólo mover una de sus manos, la tetera hizo lo que le pedí y muy pronto tuve frente a mis ojos, una taza con té negro humeante y un par de galletas, perfectamente acomodadas en mi plato.
Se escuchó el incómodo tintineo de su taza contra su plato, mientras ella intentaba beber su té, pero desistió de inmediato y al parecer muy estresada como para continuar callando.
- Lo lamento, Hermione, pero siento que no puedo continuar así.
- ¿Eh? – pregunté, soplando mi taza suavemente y tratando de mantener la calma. - ¿Le pasa algo, profesora McGonagall? Jamás le había visto tan estresada.
- No es un tópico fácil de discutir, Hermione. – dio un suspiro largo y profundo, mirando una vez más en dirección de los retratos y no estaba segura si esperaba ser interrumpida por alguno de ellos o si buscaba apoyo antes de hablar.
- ¿De qué se trata? – dije, colocando mi taza sobre el plato junto a las galletas y dándome cuenta de que no podría dar ni un solo sorbo, hasta saber la verdad. Su labio inferior temblaba tanto, que tenía miedo de que su tensión se desplomara durante nuestro encuentro y se desmayara en medio del despacho.
- Como me imagino que comprenderás… apenas nos estamos recuperando de la terrible guerra que nos vimos obligados a luchar.
- Sí… - le respondí, mirando a mí alrededor. Dándome cuenta de los destrozos que el pasado nos había dejado y sus cicatrices.
- Y quizá también sepas, que algunos sobrevivimos a duras penas.
- Así es. He oído que Bill y Fleur tendrán un hijo y Bill ha… tenido, ciertas inseguridades con respecto a si será mitad licántropo.
- Sí pero… además de eso. – añadió, moviendo una de sus manos y como si quisiera acabar con aquella charla que al parecer, nos distraía de nuestro punto. – Hay otros a quienes… no les va tan bien como debiera, tras acabar la guerra.
- Me temo que no comprendo. ¿A qué se refiere? ¿Acaso ha ocurrido algo grave, profesora McGonagall?
Se mordió el labio por minutos que me parecieron eternos y antes de que insistiera, el profesor Dumbledore en su retrato, decidió continuar.
- Se trata de Severus, señorita Granger. – despegué los labios para opinar, pero volví a cerrarlos a último minuto y al darme cuenta de que el profesor me miraba fijamente, a través de sus gafas de media luna, como si tratara de decirme que no había espacio para las respuestas y que debía escuchar atentamente, antes de saltar en conclusiones. – Creo que comprenderás, el gran esfuerzo que conlleva sobrevivir a la mordedura de una serpiente como lo es Nagini. Que Severus consiguiera burlar a la muerte, es otro ejemplo de que a pesar de haber tenido una larga vida de sufrimiento, las buenas acciones siempre serán recompensadas. Gracias a Severus, Harry está vivo, usted está viva señorita Granger. La mayor parte de la comunidad está viva gracias a él, pero me temo que Voldemort no pensaba marcharse sin dejar su huella en nuestro mundo.
- ¿Acaso nos dejó algo más? – me atreví a preguntar, con un tono de voz sarcástico. ¿Qué otra cosa podía ser, además de las innumerables muertes y daños materiales? Antiquísimas estructuras que contaban la historia de toda una vida, así como Hogwarts.
- Me temo que sí, señorita Granger. Nagini no era una serpiente como cualquier otra y me imagino que ya lo sabe. Sus enormes fauces, desgarraron la piel de Severus y como cualquier otro ser humano, iba a morir desangrado.
- Pero se salvó. Director, ¿cuál es el punto?
- La mordida de Nagini y su veneno, tienen un efecto muy diferente al de una serpiente común y corriente. En vez de matar a su víctima en cuestiones de segundos o tal vez minutos, el efecto de éste es progresivo e involucra un dolor insoportable.
- ¿Y eso qué tiene que ver conmigo exactamente? Quiero decir, no quiero sonar como si no me importara, pero sigo sin comprender la razón para haberme citado y que estemos teniendo esta conversación.
- Quizá debería ser Severus quien se lo explicara, señorita Granger…
- Deja que se marche, no tiene por qué saberlo.
Finalmente la figura alta y negra del profesor Snape, que se encontraba junto a la ventana y quien había permanecido allí sin decir una sola palabra, se movió y como un enorme murciélago de grandes alas, pasó rápidamente a mí alrededor. Se detuvo a escasos centímetros del viejo pensadero que Albus había conservado en su despacho, mirando su tranquila y plateada agua.
- ¡Pero si la señorita Granger es la indicada para…!
- ¿Indicada para qué? – pregunté de inmediato, levantándome y caminando hasta detenerme a escasos centímetros del profesor. Continuaba dándome la espalda y sus hombros se mantenían rígidos, con sus manos sobre el pensadero y aparentemente ejerciendo presión sobre la vasija. No tardé en darme cuenta de que se sentía muy incómodo con la situación. - ¿Qué está pasando? – pregunté, dándome la vuelta para mirar al retrato del director y a la profesora McGonagall a su vez.
- La mordida de Nagini, es capaz de consumir la vitalidad de aquellos a quienes consigue atacar. Pero no es un proceso simple, en el que Severus perderá las energías para continuar su día a día, hasta morir. Resulta un dolor intenso que nada ni nadie podrá detener, a menos que…
- ¿A menos que qué…?
- Existe una sola forma de detenerlo, señorita Granger. – el profesor Snape ni siquiera se dio la vuelta al decirlo, así que supuse que tenía que ser algo muy grave y que le causaba una obvia vergüenza como para evitar verme a la cara. – Un viejo libro que encontré en la sección prohibida, dice que es necesario que… - hizo una breve pausa y su voz se sintió ligeramente restringida. Como si le costara respirar. – Tenga relaciones con una joven mujer, que esté dispuesta a entregarse a mí para sellar la maldición. Aunque el libro no especifica por cuánto tiempo.
Sentí que mi alma descendió hasta mis pies y supe que empalidecí violentamente y que un fuerte tremor recorrió mi cuerpo por completo.
- ¿¡Y por qué soy yo la más adecuada!? – dije, mirándolos a todos con cierto desasosiego. - ¿Eso qué significa?
- Creímos que usted sería la única, señorita Granger, capaz de ayudarlo… - se atrevió a decir la profesora, sonrojándose de pronto. – Pensamos que con toda la lealtad que le ha demostrado a la Orden del Fénix y a la causa, no tendría problemas en aceptar.
- ¡Pues supuso mal! ¿Es que acaso tomaron la decisión sin consultarme siquiera?
- La señorita Granger tiene razón, Minerva. Ni siquiera debería estar aquí, de seguro habrá otra solución mejor.
- ¡Por supuesto que no la hay! Hemos leído centenares de libros y no hay nada tan eficaz como ese contrato.
- ¿Contrato?
- El libro especifica que una vez que la mujer o el hombre, involucrado en el conjuro, decide entregarse voluntariamente, debe formalizarse un contrato en el que las dos partes consumirán el hechizo, siempre y cuando sea estrictamente necesario, sin importar el lugar, la hora o el día.
- ¿"Siempre y cuando sea necesario"? ¿¡Y eso qué significa!?
- Todavía no lo sé, pero supongo que se refiere a que no podremos… hacerlo a no ser que sea necesario.
- ¿Hacer qué cosa según usted?
- Debo… - volvió a inspirar, haciendo gran esfuerzo para hablar. – Estimularla a tal punto en el que alcance a tener un orgasmo y yo pueda… - el profesor se llevó ambas manos a la cabeza y se mesó el cabello un par de veces. – Beber su "esencia".
- ¿¡A qué demonios se refiere con eso!?
- Sexo oral, señorita Granger. A eso me refiero…
- ¡Por supuesto que no! – me sonrojé furiosamente, de camino a la puerta del despacho. - ¿¡Es que acaso se han vuelto locos!? ¿Cómo creen que podría hacer algo así? ¡Yo…!
- Asumo que lo dice puesto que todavía es virgen, señorita Granger. – la voz del director, me detuvo en seco y en cuanto estuve a punto de marcharme. Sentí que de sonrojarme más, me desmayaría de la impresión.
Al igual que la profesora McGonagall.
- Hermione, por favor piénsalo. ¡Eres la única que sería capaz de hacerlo! Nadie más podría enfrentar la tempestad como tú y superarlo estoicamente. Severus podría morir…
- Deja que se marche, Minerva. No tiene por qué hacerlo si no quiere. Debe entregarse a mí, voluntariamente. De otra forma, el conjuro no funcionará.
- ¡Pero si es perfecta! Es virgen, joven y…
- ¡YA BASTA! ¡No hable de mí como si no estuviera en esta habitación! – suspiré pesadamente y caminé de vuelta hasta la silla, para sentarme e intentar calmarme. Me llevé una mano hasta la cara y restregué mi rostro un par de veces. – Profesor Snape, sea sincero y explíqueme exactamente lo que se supone debemos hacer.
- El hechizo en cuestión, deberá provenir de los labios y la varita de la mujer u hombre que se entregue voluntariamente al enfermo. No podrá ofrecer resistencia, sin importar lo que haga y…
- ¿Y qué, profesor?
- Tendrá que perder su virginidad conmigo. Parte de su contrato significa total sumisión a mi persona, señorita Granger. Y la única forma de que así sea, es que ambos perdamos la virginidad… juntos. – su voz se convirtió en un débil susurro y la mía, se perdió en los confines de mi garganta por unos minutos.
- ¿Y qué sucederá si me niego?
- Moriré, señorita Granger. Sentiré un terrible dolor, que ninguna poción podrá sanar, ningún mago. Y moriré.
- Es nuestra única salida… señorita Granger. – insistió el profesor Dumbledore y me encontré entre la espada y la pared.
- Yo… - tartamudee un poco, mientras intentaba hablar. – Está bien…. ¡pero nadie debe enterarse!
