uno
ISAAC DE KRAKEN, SHOGUN DEL MAR ÁRTICO
Isaac
Desperté.
Recuerdo que eso me asombró un poco, pero no demasiado, de alguna manera al quedar inconsciente suponía que despertaría... en algún otro lugar... en el otro mundo. Lo que no esperaba era que fuera a dolerme tanto.
La mitad de mi cara ardía y palpitaba, y pronto descubrí que tenía vendado todo el lado izquierdo.
Mi visión era un poco borrosa, pero pude darme cuenta de que estaba en una habitación que parecía ser más grande que toda la casa que compartía con Hyoga y nuestro Maestro. El sitio estaba en penumbra, pero de todos modos me daba cuenta de que nunca antes había estado ahí, ni siquiera en sueños o pesadillas.
Y ese aroma a mar profunda...
Todo estaba impregnado a olor de agua y sal marina, aunque no advertía humedad en ninguna parte. Era el ambiente en sí, de modo que supuse que estaba en algún lugar de la costa... cualquier costa.
Además, estaba el calor. Jamás había sentido tanto calor en mi vida.
Aparté con impaciencia las mantas que me cubrían y bajé de la cama, contento de ver que mis piernas me sostenían sin dificultades. ¿De dónde habría salido la ropa que llevaba puesta? Una camiseta de algodón y unos pantalones cortos del mismo material, cerca de la cama había un par de sandalias de cuero que, afortunadamente, eran de mi número. Me las puse y miré a mi alrededor. Por alguna extraña razón (quizá la forma en que seguía doliéndome la cara) no me sorprendió el no ver ni un solo espejo por ahí.
La puerta de la habitación no estaba cerrada, de hecho apenas estaba entornada, y salí a explorar.
Afuera había un largo pasillo y otras nueve puertas iguales a la que acababa de abrir del todo, distribuidas de modo que había cinco puertas a cada lado del pasillo.
Ocho de las otras habitaciones estaban en completo abandono, llenas de polvo y muebles viejos, la que hacía el número diez, precisamente la que estaba frente a la mía, era la única que parecía habitada.
No tenía mucha diferencia con la que acababa de dejar, aparte de una estantería repleta de libros, la mayor parte escritos en un idioma que no reconocí en ese momento, un escritorio repleto de papeles, todos garabateados en el mismo idioma que los libros, algunos planos cuidadosamente trazados... y un amplio ventanal que daba a lo que en ese momento creí que era un patio empedrado.
Extendí uno de los planos para observarlo con más detenimiento.
Parecía tratarse de un templo construido alrededor de una columna. Los demás planos mostraban construcciones parecidas. Empezaba a ponderar si alguno de ellos correspondía al lugar en el que me encontraba cuando la puerta se abrió.
En el umbral estaba un hombre de alrededor de treinta años que me miraba sin demostrar la más mínima sorpresa. Permaneció inmóvil y en silencio, cosa que aproveché para observarlo cuidadosamente.
Ya no me cabía duda de que definitivamente estaba lejos de Siberia o en un lugar con una calefacción más que excelente, puesto que el desconocido llevaba unos pantalones de mezclilla, una camiseta de manga corta y zapatos deportivos, un atuendo con el que difícilmente habría podido sobrevivir en el clima del sitio al que yo llamaba mi hogar.
Había manchas de pintura en su ropa y algo de aserrín y virutas de madera en su cabello. ¿Un carpintero? ¿Un albañil? Su expresión era completamente hermética.
Me habló entonces y creo que fue evidente por mi expresión que no le había entendido nada. No conocía ese idioma. Así que habló de nuevo en otro lenguaje, al igual que la vez anterior, con la pronunciación cuidadosa de quien usa un idioma que no es su lengua materna. Tampoco comprendí nada. Por fin al tercer intento pude reconocer algunas palabras. Griego. El Maestro solía hablarnos en griego a Hyoga y a mí de vez en cuando, para cuando estuviéramos listos para presentarnos en el Santuario.
-¿Puede hablar más despacio? –le dije, con algunas dificultades, en parte por mi poco dominio del idioma y en parte por el dolor que me causaba tratar de hablar.
-¿Cómo te sientes? –repitió.
Señalé el vendaje.
-¿Qué tan grave es? –pregunté.
-Lo lamento, no pude hacer mucho. Perdiste el ojo. Y creo que quedará una cicatriz.
Me parece que no acabé de comprenderlo del todo en ese momento, solo me sentí aturdido y busqué la silla en forma completamente instintiva. El desconocido no pareció advertirlo.
-Sin embargo, sobreviviste –me dijo-. Llegará un momento en que eso sea lo importante.
Logré reunir todas mis fuerzas para serenarme y mirarlo de nuevo.
-¿Quién es usted?
-Kanon Seadragon.
Curioso nombre.
Él siguió hablando con calma, adelantándose a mis preguntas.
-En este momento estás en el Palacio de Poseidón. No estoy muy seguro de cómo llegaste aquí, no entiendo demasiado bien cómo funciona el sistema, pero fue una suerte que aparecieras donde lo hiciste y cuando lo hiciste. Verás... –extendió otro de los planos, uno que mostraba siete construcciones rodeando una octava-. Estamos aquí –me indicó, señalando el edificio del centro-. Estos son el Palacio y el Soporte Principal. Los otros siete son los pilares de los Siete Mares. No he visto muchos humanos en los años que llevo aquí, así que fue toda una sorpresa encontrarte. Por lo mojado que estabas todavía, diría que aún no llevabas mucho tiempo ahí. Agua completamente helada, por cierto...
-Siberia. Yo estaba en Siberia cuando...
-¿Te caíste de un barco?
-Algo así –contesté, no quería ser demasiado específico, pero de todos modos Kanon no parecía tener demasiado interés en averiguar cómo o por qué había llegado hasta su... ¿casa?, o tal vez no quería acosarme a preguntas, actuaba como alguien que dispusiera de todo el tiempo del mundo. Probablemente así era. ¿Qué querría decir con eso de que no había visto muchos humanos?
Tardé un poco en darme cuenta de que no me había preguntado mi nombre, simplemente seguía hablando con ese tono de calma absoluta, explicándome la distribución del Palacio para que no fuera a perderme mientras estuviera ahí.
-Mi... mi nombre es Isaac –le dije, sin cuidarme de si lo estaba interrumpiendo o no.
-Mucho gusto, Isaac –me respondió con una sonrisa, la primera desde su aparición-. Veo que ya estás saliendo del shock. Eso es bueno.
Yo, la verdad, cada vez entendía menos.
Kanon
Me sorprendió que no preguntara demasiado. Yo, en su lugar, me habría deshecho en preguntas. A decir verdad, creo que lo único que me impidió volver loco a Poseidón con uno de esos interrogatorios que no se acaban nunca fue lo rápido que el dios se marchó de aquí. Pero claro, el chico acababa de pasar por una experiencia realmente mala, no podía esperar que actuara normalmente, al menos por un tiempo.
El resto de ese día y el día siguiente los pasó en su habitación, pero al tercer día apareció en el área del Palacio que yo estaba restaurando y me preguntó si podía ayudar. Un buen comienzo, diría yo.
Cuando finalmente comprendió que lo que yo pretendía era restaurar completamente los Siete Pilares y el Palacio, me dio la impresión de que se convenció de que estaba quien-sabe-dónde y que su única compañía era un loco de remate.
-No vamos a terminar nunca –me dijo.
-¿A ti te parece que haya algo más qué hacer por aquí? –le pregunté con mi cara más inocente. Oh, sí, puedo lucir en verdad inocente cuando necesito hacerlo.
En todo caso, no me pareció que hiciera falta hablarle todavía sobre los súbditos de Poseidón que estaban llegando cada día en mayor número y se encargaban de la parte más pesada del trabajo, al menos me pareció que no era buena idea comentárselo todavía. Primero necesitaba estar seguro sobre él y sobre los demás. Muchos de esos seres ni siquiera parecían encajar de todo con la definición de "humano" y yo no estaba dispuesto a confiar demasiado rápido en nadie, y eso incluía a Isaac, aunque fuera humano.
Sabía por las leyendas aprendidas en el Santuario que Poseidón tenía a su servicio muchas razas distintas de seres acuáticos, incluyendo sirenas y tritones. De estos últimos era lo que estaba viendo más últimamente. Podían adquirir una forma más o menos humanoide, pero al principio no lograban retenerla por mucho tiempo. Fue una sorpresa un tanto desagradable el darme cuenta de que tendría que entrenarlos desde el principio si quería formar un ejército con esos seres, pero a la vez fue reconfortante el que estuvieran tan dispuestos a aprender.
Y fue sumamente extraño el darme cuenta de que no tenían ningún problema en obedecerme. Aceptaban mi autoridad de Shogun como si fuera lo más natural del mundo. Como si a ninguno de ellos pudiera ocurrírsele que me había apropiado de la escama del Dragón Marino engañando a Poseidón. Tal vez no les importaban los medios sino los resultados, tal vez Poseidón se había comunicado con ellos antes de adormecerse en su nuevo cuerpo mortal y les había ordenado obedecerme, tal vez no tenían inteligencia suficiente como para imaginarse algo así...
Aunque la tercera opción me parecía la menos probable, aún así no me sentía dispuesto a confiarle a ninguno de ellos las otras escamas. No me sentía a gusto con los tritones, por muy amables y serviciales que se comportaran conmigo y en los últimos años realmente estaba empezando a desear la presencia de algún otro humano, alguien capaz de llevarme la contraria y quizá ganarme una discusión de vez en cuando.
Bueno, tenía que admitirlo. El problema con los súbditos de Poseidón no era su falta de iniciativa o el que me dieran la impresión de ser poco inteligentes, ni siquiera me molestaba el saber que no eran humanos. Lo que me tenía desesperado el que SIEMPRE me daban la razón y JAMÁS discutían mis órdenes... de hecho, no me hablaban en absoluto a menos que ocurriera una emergencia… y les había dicho cosas bastante estúpidas, sólo por intentar conseguir alguna reacción... se limitaban a sonreír y obedecer. Quizá llegaron a pensar que yo mismo era bastante estúpido, pero eran demasiado respetuosos como para decirme lo que opinaban, y eso me sacaba de quicio.
Llevaba ya diez años en el reino submarino y pasaba solo la mayor parte del tiempo. Hacía que los tritones trabajaran en la reconstrucción de seis de los Pilares y me había dedicado a afinar detalles en el Palacio y el Pilar del Atlántico Norte, cuyos daños más graves ya estaban reparados. Pasaba el día restaurando algo aquí y algo allá, tratando de pensar qué podía hacer con el asunto de las seis escamas que continuaban sin dueño, dándome cuenta de que no podía esperar mucho tiempo más. Poseidón despertaría y, aunque sin duda le agradaría la restauración de los Pilares, querría ver a todos sus Shoguns frente a él. Pero no podía decidirme a nombrar como Shogun a nadie...
Y entonces apareció Isaac.
Mi primera impresión fue que el propio Santuario lo había convocado, quizá uno de los Pilares lo había hecho. Y quizá no me equivocara demasiado en eso. Si un Caballero de Atenea debe estar bajo la protección de alguna constelación, ¿por qué un Shogun de Poseidón no podría estar bajo la protección de un Pilar?
Todavía no estaba muy seguro de cómo funcionaría todo el asunto, pero mientras Isaac me ayudaba a reparar unas cuantas cosas, decidí que en cuanto el chico estuviera recuperado, lo llevaría a la sala donde estaban las otras escamas y le preguntaría si alguna le llamaba la atención.
Después de todo, cuando Poseidón me preguntó quién rayos era, miré a mi alrededor preguntándome qué tan peligroso sería decirle mi verdadero nombre y, cuando mi mirada alcanzó a una de las escamas (algo que hasta momento sólo me pareció un cúmulo de metal sin forma alguna), pude escuchar con toda claridad a la escama hablándome.
"Elígeme, Dragón Marino" eso fue lo que escuché en mi mente.
Las demás permanecieron en silencio y, hasta la llegada de Isaac, yo seguía sin encontrarle forma reconocible a ninguna de las otras seis, aún a pesar de que ya podía ver con toda claridad el dragón marino que formaba mi escama en reposo y que sabía que todas tenían forma. Encontré en los libros de la (semidestruida) biblioteca del palacio los nombres de las otras escamas y en las ilustraciones de los libros que las mencionaban podía distinguir sus formas, pero no al mirarlas directamente. Y, por alguna extraña razón (puesto que ningún libro mencionaba ese fenómeno), tenía la idea de que eso se debía a que aún no habían sido llamadas en voz alta por sus respectivos Shoguns y quizá esa era la forma en que las escamas se protegían de cualquier peligro que pudieran correr mientras estaban vacías.
En fin, quizá la llegada de Isaac aclararía mis dudas.
Isaac
Kanon me cambiaba el vendaje a diario pero no parecía estar muy a gusto con eso, cosa que no me sorprendía, los vendajes de cabeza son sumamente incómodos y él demostraba con toda claridad que no poseía ninguna experiencia en cosas de ese tipo.
-Debí haber aprendido algo de primeros auxilios alguna vez... –murmuró cuando por fin me quitó el vendaje en forma definitiva-. O por lo menos... –se quedó mirándome y de pronto enrojeció-. Lo que debería hacer es llevarte con un médico, ¿no es así?
Me sorprendió en igual medida lo avergonzado que parecía estar por no haberlo pensado antes como la idea de que pudiera llevarme con un médico. No se me había ocurrido la posibilidad a mí tampoco, y probablemente no se me habría ocurrido aunque hubiéramos estado frente a un hospital. El Maestro siempre se encargaba de cualquier herida que sufriéramos sus aprendices, jamás habíamos acudido a nadie más.
Pero Kanon ya había tomado una decisión y de pronto me encontré en mi cuarto con instrucciones de cambiar la ropa que llevaba puesta por algo más abrigado porque, según él, iríamos a un sitio un poco más frío. ¿Frío? ¿Él consideraba que el palacio era frío? ¿Pero de dónde era Kanon? ¿Del centro de África, quizá?
Por enésima vez me pregunté de dónde habría salido la ropa que estaba en el armario de mi habitación, era muy variada pero toda era de mi talla y parecía nueva. Cuando volví a salir, Kanon ya estaba listo... ¿Cómo se suponía que íbamos a salir de donde nos encontrábamos? Mi visión estaba muy limitada, sí, pero a menos que me estuviera volviendo loco (y no había descartado aún esa posibilidad) estábamos debajo del mar...
-¿Listo? –me preguntó.
-Eso creo...
No pude decir nada más, de hecho, lo único que pude hacer fue contemplar boquiabierto lo que parecía ser una rajadura en mitad del aire. Una puerta a otra dimensión...
-Procura no alejarte de mí –me advirtió mientras entraba a... a lo que fuera aquello. Como si tuviera yo la menor intención de perderme ahí dentro.
Sólo dimos tres o cuatro pasos en un universo de formas cambiantes antes de encontrar otra rajadura, la salida de aquello... y nos encontramos entonces a pleno sol, en un sitio sumamente concurrido y bullicioso. El cambio repentino me dejó más aturdido que el propio viaje y que el medio que habíamos empleado y Kanon tuvo que sujetarme por un brazo para que no me cayera.
-Tranquilo, tómalo con calma.
-¿Dónde estamos? –pregunté.
-En Vancouver...
-¿Dónde?
-Vancouver... Eh... a Vancouver le dicen "la puerta del Pacífico Norte", pertenece a Canadá y Canadá está en América del Norte. Has oído hablar de América, ¿verdad?
... ¿En realidad tendría yo aspecto de ser tan ignorante como para necesitar que me lo aclarara con tanto detalle?
Kanon
Había tratado de hacerme el chistoso y, como de costumbre, no funcionó muy bien que digamos, pero al menos Isaac ya no tenía aspecto de estar a punto de desmayarse.
Afortunadamente, me las había arreglado lo suficiente como para abrir la salida de la Otra Dimensión bastante cerca del consultorio de la doctora O'Hara. Sí me estaba ayudando la práctica a fin de cuentas.
Empezó a soplar un viento increíblemente helado y yo subí el cierre de mi jacket. Jamás me acostumbraré al frío de Vancouver en invierno... y entonces observé que Isaac se había quitado el abrigo.
-¿No tienes frío? –le pregunté con algo de sorpresa.
-¿Con el calor que hace aquí? –me respondió con aire intrigado.
¿Este muchacho sería esquimal o algo por el estilo?
Isaac
La doctora no pareció creer ni media palabra cuando Kanon me presentó como su sobrino, pero no hizo comentarios. Lo que hizo fue regañar a Kanon por haber tardado tanto en conseguir ayuda.
-Le gusta complicarse la vida, ¿no es así? No me explico cómo consiguió que esto sanara así de bien, tiene suerte de que Isaac sea un muchacho fuerte, pero debió haberlo llevado inmediatamente a un hospital, quizá habríamos podido hacer algo más.
-Se lo he dicho medio millón de veces –respondió él con calma-, de donde yo vengo no acostumbramos pedir ayuda.
-Y mientras tanto este pobre niño debe haber estado sufriendo horrores. ¿Le ha dado algo para el dolor, cuando menos?
¿"Niño"? Hacía siglos que nadie se refería a mí como "niño". Creo que puse mala cara al escuchar eso, pero la doctora probablemente pensó que se debía a otra cosa.
-Isaac es muy valiente, no se ha quejado ni una vez.
-Eso no responde mi pregunta, señor Seadragon.
-No, no le he dado nada. No tengo nada que pudiera servir para eso de todos modos, ya sabe que no me agradan las medicinas...
-Un día de tantos tendrá que recurrir a ellas, lo sabe.
-Lo que venga, vendrá. En fin, si le parece que es tan necesario, ¿qué cree usted que debería darle?
Contemplé con curiosidad a la doctora mientras ésta escribía una receta y le daba instrucciones a Kanon. Era una dama de unos 45 a 50 años de edad, tenía mechones grises en la cabellera negra y un aspecto general de persona bondadosa.
-Ah, y no se olvide de esto –añadió ella, entregándole una tarjeta a Kanon.
-¿Adrian King? ¿Quién es? –preguntó él enarcando una ceja.
-Un viejo amigo. Su especialidad es la cirugía reconstructiva...
-¿Qué es eso? –pregunté yo. Wow, tres preguntas en un día, eso superaba mi propio récord...
-Es un doctor que puede ayudarte a borrar esa cicatriz que te ha quedado, cariño -¡¿"cariño"? ¿Primero "niño" y ahora "cariño"? De pronto la doctora me parecía mucho menos simpática que al principio...-. Él es una persona muy amable y...
-No quiero que me quiten la cicatriz –interrumpí... cielos, eso no es propio de mí, jamás interrumpo a los mayores...
Kanon no pareció sorprenderse por eso, pero la doctora sí. Claro, ella no pertenecía a la Orden. No podía saber que las cicatrices son parte del honor de un guerrero... Tuve que morderme el labio al recordar que no había ganado la mía en combate precisamente, estúpido Hyoga, pero aún así no iba a permitir que me la quitaran.
-Quizá no sea el momento apropiado para hablar de eso, doctora –intervino Kanon-, me parece que Isaac necesita reflexionar un poco al respecto, procuraré convencerlo, no se preocupe.
La doctora lo miró con extrañeza, pero no insistió. Debía pensar que los dos estábamos completamente locos... y no me sorprendería que en ese momento hubiera empezado a creer que sí era sobrino de Kanon después de todo.
Lo que me tenía sorprendido a mí era la calma con la que él aceptaba mi decisión. Ya me había dado cuenta de que no era una persona corriente, pero si estaba tan acostumbrado a vivir entre la gente normal como para hablarle con tanta confianza a la doctora, ¿por qué no se sorprendía tanto como ella? ¿Sería posible que perteneciera a alguna Orden? ¿Había más órdenes además de la de los Caballeros de Atenea? Tantas preguntas... demasiadas preguntas...
La doctora nos acompañó hasta la puerta del consultorio, dándonos más consejos todavía. Fue ahí donde nos encontramos con un muchacho algo mayor que yo, que parecía estar esperando a la doctora.
-Ah, finalmente te dignaste aparecer –dijo ella, con un tono profundamente dolorido en la voz.
El chico la miró con indiferencia.
-Tú sabes que siempre regreso.
-¿Anda mal el negocio de las billeteras? –preguntó Kanon con una sonrisa sarcástica.
-Todo anda tan bien como siempre –replicó el muchacho con desprecio-. ¿Y usted, lagartija de mar? ¿De dónde sacó a Caracortada?
¿Se refería a mí?
-¡Baian! –gritó la doctora, escandalizada.
Sí, se refería a mí.
-Isaac, este sujeto es Baian O'Hara y, aunque no lo aparente, es hijo de la doctora O'Hara, lo siento por ella... Baian, él es Isaac –dijo Kanon.
¿Hijo de la doctora? Sí, se parecían un poco en la forma de los ojos, pero por lo demás... la verdad es que Baian tenía todo el aspecto de un pandillero.
-Ve a casa, Baian –casi suplicó la doctora-, hablaremos ahí, ¿sí?
Baian asintió y se marchó sin despedirse.
-¿Sigue dándole problemas? –preguntó Kanon.
La doctora apartó la mirada, retorciéndose las manos.
-Lo expulsaron otra vez del colegio. Pronto será mayor de edad y entonces... Pero no es algo por lo que deba preocuparse, señor Seadragon, estoy segura de que encontraré alguna solución...
-Sin duda –concedió Kanon, aunque era evidente que pensaba todo lo contrario-, pero ya sabe, si se pone demasiado difícil... siempre puedo ocupar otro par de manos en el astillero. El trabajo duro ayuda, créame.
-Curiosa familia –comenté mientras nos dirigíamos a una farmacia cercana.
-Lo mismo deben estar pensando ellos de nosotros, "sobrino" –sonrió Kanon.
-¿De dónde los conoces? No hablan con el mismo acento que tú.
-Fue casualidad. Baian me robó la billetera una vez. La doctora agradeció mucho entonces el que no lo denunciara a la policía cuando lo atrapé, pero tengo la impresión de que habría sido mejor para él si lo hubiera hecho –Kanon frunció el ceño ligeramente.
-... Y... ¿de qué astillero hablabas?
-Ah, eso. Ya lo verás.
Kanon
No tuve más remedio que preguntarme a mí mismo si no estaría dándole demasiado qué pensar a Isaac para un solo día. A pesar de la fría calma que mostraba, me daba la impresión de estar bastante asustado con tantas novedades. Había tomado con mucha tranquilidad el viaje a través de la Otra Dimensión y había fingido a la perfección no entender el insulto de Baian, pero de alguna manera podía percibir su nerviosismo, así que lo llevé al astillero para distraerlo un poco.
-Pero... este barco es del siglo XV... –murmuró, observando atentamente a su alrededor.
-1400 y algo –concordé.
-Y... aquel otro... parece un barco vikingo...
-De Noruega, siglo VIII, creo. Los que ves más allá son de origen peruano, están hechos de juncos y...
-¿De qué se trata esto?
-Bueno, hacemos reproducciones de barcos antiguos, con técnicas antiguas, todo muy artesanal.
-¿Y eso para qué?
-De todo hay. Entre nuestros clientes hay museos, universidades... la fuerza naval de no me acuerdo qué país nos compró uno para convertirlo en su emblema, y siempre anda por ahí algún millonario excéntrico. No creerías las cosas que quieren algunos a los que les sobra el dinero.
-¿Y esto es propiedad tuya?
-Más... o... menos... –sonreí-, parece ser que dejará de serlo dentro de poco. Sólo vengo aquí unas cuantas veces por año a ver cómo siguen las cosas, así que no me entero demasiado, pero parece que una empresa grande lleva tiempo tratando de absorbernos.
-¿Y vas a permitirlo? –me preguntó... ¿enojado? Bueno, eso sí que no me lo esperaba, y por la cara que puso tan pronto como lo dijo, me di cuenta que él mismo no se lo esperaba tampoco.
-¿Y si te dijera que es justo lo que pretendo?
Isaac
Definitivo, ese sujeto estaba loco.
¿Dejar que alguien le quite su empresa? ¿Y eso, por qué? Podía ver que le gustaba el astillero. Sabía mucho de barcos. Y decía que iba ahí sólo dos veces por año, pero conocía los nombres de todos los empleados que encontramos mientras lo recorríamos.
Perder todo eso sin hacer el menor intento por defenderlo sería como...
...como dejar que Hyoga ganara la armadura del Cisne sin siquiera tratar de ponerle alguna dificultad...
-No deberías... –me detuve de repente, bastante avergonzado. Era una tremenda falta de educación el que me pusiera a opinar al respecto. Afortunadamente, alguien se encargó de distraer a Kanon en ese momento.
Me llamó mucho la atención el administrador que se encargaba del astillero en ausencia de Kanon, era muy alto, de piel oscura y una sorprendente melena blanca. Su nombre era Krishna, como el de una divinidad de la mitología hindú. Y parecía estar realmente preocupado por la situación del astillero, no paraba de repetirle a Kanon que las Empresas Solo seguían presionando en formas legales e ilegales para quedarse con todo.
Kanon parecía muy tranquilo a pesar de todo eso y le aseguró a Krishna que estaba tomando todas las previsiones del caso, pero Krishna no parecía muy convencido. Tampoco yo.
No nos quedamos mucho tiempo en el astillero, pronto regresamos a la zona comercial de Vancouver, siempre caminando. Kanon me miraba de reojo de vez en cuando, como si estuviera algo intrigado.
-De acuerdo... vamos al grano –me dijo de repente-. Ninguna persona normal resistiría la jornada a la que te he sometido hoy, viste la Otra Dimensión y actuaste como si fuera algo de todos los días, te he hecho caminar por todo Vancouver y hemos atravesado dos veces la ciudad sin descansar ni un segundo, deberías estar medio muerto... lo cual me lleva a la conclusión de que has recibido entrenamiento como guerrero al servicio de algún dios o estás preparado para ser el atleta más destacado de la historia. ¿A qué Orden perteneces?
Traté de poner cara de desconcierto. Rayos, a Hyoga le habría resultado muy fácil (era su expresión habitual cuando el Maestro nos explicaba algo), pero creo que no me funcionó del todo.
-¿Entonces tú también perteneces a una Orden? –respondí, aunque era más una afirmación que una pregunta.
Sonrió a medias, mi maniobra evasiva le había resultado demasiado fácil de detectar... y de paso yo había admitido que estaba en lo cierto.
-Soy un Shogun al servicio de Poseidón.
Retrocedí involuntariamente. ¡Poseidón! ¡El enemigo de Atenea! Tuve la impresión de que debía huir de ahí tan rápido como pudiera, pero algo me detuvo. Tal vez el hecho de que muy probablemente le debía la vida a Kanon.
-Soy un aprendiz del Santuario de Atenea. Mi Maestro es el Caballero de Cristal.
-Humm... a él no lo conozco, debe tener menos de diez años de haber alcanzado su posición actual. ¿Para qué armadura entrenas?
-El Cisne.
-Ah, un Caballero de los Hielos –la forma en que lo dijo sonaba llena de admiración-. No te ha correspondido lo más fácil, ciertamente. Bien, Isaac, supongo que querrás regresar a tu casa.
¿Así, tan fácil? ¿No se suponía que Poseidón era enemigo de Atenea? ¿Por qué uno de sus shoguns se tomaba la molestia de cuidar de mí luego de... de aquello y después llevarme a mi casa? ¿Acaso querría localizar a mi Maestro para causarle problemas?
-¿Puedo? -¿por qué de pronto me sentía algo estúpido?
Kanon no dijo nada, solo volvió a abrir la puerta dimensional, sin cuidarse de la gente a nuestro alrededor... nadie pareció notarlo. Después de todo, la mayoría de las personas simplemente no ven aquello que resulte demasiado inverosímil.
-Dime dónde, llegaremos en menos de lo que piensas.
Kanon
¡Siberia! Tenía que ser Siberia. Claro, él mismo me había dicho que estaba en Siberia antes de llegar al Pilar del Mar Ártico. Y si era un futuro Caballero de los Hielos, no podía menos que entrenar en un sitio adecuado. Pero yo estaba empezando a extrañar seriamente el Mediterráneo.
Por lo visto la Otra Dimensión nos guió justo al lugar indicado, ya que Isaac echó a correr tan pronto como abandonamos la puerta, como quien ha reconocido de inmediato un lugar al que añoraba volver.
Lo seguí caminando despacio. Un poco desconcertado conmigo mismo.
¿Por qué le había dicho que lo llevaría de vuelta a su casa? ¿Acaso no había estado seguro los días anteriores de que el Santuario lo había llamado? No lo sabía. Creo que estaba actuando por puro instinto en ese momento. En todo caso, retenerlo contra su voluntad en el Santuario Submarino no me parecía una buena idea. Tampoco me parecía buena idea simplemente dejarlo ir y regresar a la puerta dimensional, aunque era más que evidente que conocía el sitio en donde estaba. Me dije a mí mismo que bastaría con asegurarme de que llegara a su casa, luego me iría... además, no era prudente correr el riesgo de que el Caballero de Cristal resultara ser alguien conocido a fin de cuentas. Cierto, podía hacerme pasar por Saga (por enésima vez), pero no me convenía para nada que mi hermano se enterara de que estaba vivo.
A fin de cuentas, en lo que tocaba a Saga, yo estaba mejor muerto y haciéndole compañía a los peces.
A veces me preguntaba si se habría tomado la molestia de buscar mi cuerpo para por lo menos darme un funeral.
Nah, el mar era una tumba más que suficiente.
Me sorprendió un poco ver a Isaac esperándome en lo alto de una colina, supongo que empecé a caminar más despacio mientras pensaba en Saga. Llegué junto a él y contemplé lo que debía ser su casa y lugar de entrenamiento. Ni una construcción en todo lo que abarcaba la vista, excepto la pequeña cabaña... que parecía una miniatura comparada con el glaciar que se encontraba cerca de ahí.
-La armadura del Cisne reposa en esa montaña de hielo –me dijo.
-Parece un sitio apropiado.
-Y esa es mi casa.
-Lindo lugar.
Isaac
Kanon parecía distraído, preocupado. Yo procuraba mantenerme alerta, por si acaso.
¿Y qué se suponía que debía hacer ahora? Había echado a correr tan pronto como reconocí el paisaje, pero ahora estaba caminando cada vez más despacio. No sé si Kanon lo notó, simplemente caminaba unos pasos atrás de mí. Pensé que debería presentarlo con mi Maestro. Después de todo, me parecía que era lo más correcto.
Lo más probable era que me hubieran dado por muerto. El Maestro se alegraría de verme con vida, y Hyoga...
Me detuve.
La cicatriz.
Aún no había tenido oportunidad de verme en un espejo, pero podía sentir la cicatriz, ya dura e insensible como si fuera de madera, pero siempre presente, abarcando buena parte de mi cara. ¿Qué diría Hyoga cuando la viera?
Tenía la impresión de que al muy estúpido le dolería tanto como me había dolido a mí.
Y yo había perdido un ojo y con él buena parte de mi visión. Kanon no había hecho ningún comentario al respecto, pero yo noté que se dio cuenta de eso mientras lo ayudaba a reparar muebles. No me dejaba tocar ninguna herramienta cuyo uso requiriera de mucha precisión, nada que pudiera hacer peligrar mis manos... Pero incluso cosas sencillas como colocar un vaso en la mesa se me dificultaban un poco, ya no era bueno calculando las distancias ni la profundidad...
¿Podría aprender a compensar eso con el tiempo?
Tendría que trabajar el doble de duro, por supuesto, pero si era posible, lo lograría...
¿Y Hyoga? ¿Cómo se sentiría cuando supiera lo grave que era el daño a fin de cuentas?
Siempre estaba culpándose de todo, ¿se culparía de esto también?
-¿Estás bien?
-Sí... es sólo que...
Miré la casa... y luego miré más lejos. Podía escuchar un sonido lejano de hielo rompiéndose en forma violenta.
Pasé de largo frente a la casa, siguiendo aquel sonido. Kanon continuaba caminando unos cuantos pasos atrás, sin hacer más preguntas ni decir nada.
Hyoga estaba en el glaciar... entrenando.
Me detuve lo suficientemente lejos como para poder observarlo sin que él detectara mi presencia, a menos que estuviera muy atento a lo que lo rodeaba, pero tenía el presentimiento de que estaría demasiado concentrado en lo que hacía como para vigilar su entorno.
Jamás lo había visto entrenar así.
Finalmente lo imposible había sucedido y Hyoga estaba poniendo todo de sí al atacar el hielo del glaciar. Instintivamente empecé a comparar su técnica con la mía... de pronto me di cuenta de que no tenía idea de cuánto tiempo había pasado en casa de Kanon (¿unos días? ¿meses?), pero en ese espacio Hyoga había mejorado muchísimo. Finalmente estaba haciendo las cosas justo como el Maestro nos había indicado que debía ser.
Eso tenía que ser un milagro...
Y aún así pude darme cuenta de inmediato de que de todos modos le faltaba mucho para alcanzar mi nivel... o al menos el nivel que tenía antes de perder el ojo.
-¿Quién es ese? –escuché la voz de Kanon a mis espaldas.
-Hyoga.
-¿Es tu hermano?
En ese momento pensé que hacía esa pregunta sólo por decir algo.
-No. Es el otro aprendiz de mi Maestro.
-Ya veo. Su técnica es... bastante buena... pero le falta bastante práctica.
Oh, ¿también se había dado cuenta de eso?
-Tal vez si entrena duro los próximo años... –añadió.
Sí, si Hyoga continuaba como en ese momento, tal vez...
Pero no tendría oportunidad. Tan pronto como yo hubiera aprendido a compensar mi deficiencia (y en ese momento de repente estaba seguro de que lo lograría), entonces volvería a quedarse atrás.
Y estaba esforzándose tanto...
Siempre tuve la convicción de Hyoga tenía potencial para ser mucho mejor caballero que yo, si tan solo pudiera dejar de pensar en los que había dejado atrás. Siempre tenía a flor de labios alguna frase acerca de su madre y esa insistencia suya en no dejar descansar a los muertos era lo único que le impedía mejorar en el entrenamiento.
Contemplándolo atacar el glaciar, me di cuenta de que debía estar entrenando más duro que nunca desde que mi "muerte" y comprendí que si el haber perdido a su amigo y rival le ayudaba a alcanzar sus metas... pues entonces valía la pena haber muerto.
Sólo que había un pequeño problema al respecto: yo estaba vivo.
Kanon
Supuse que era el momento de despedirme, o quizá sería mejor simplemente no despedirme y marcharme ahora que el chico estaba distraído...
-Kanon... una pregunta...
Estaba dándome la espalda y su postura en general parecía relajada y tranquila, pero pude notar tensión en su voz.
-¿Sí?
-Dijiste que podías ocupar otro par de manos en el astillero.
¿Eh? ¿Me estaba pidiendo empleo?
-Siberia no está lo suficientemente cerca de Vancouver como para que llegues temprano al astillero todos los días, ni aunque se congelara el estrecho de Bering –señalé.
-Me doy cuenta perfectamente –replicó, con un tono ligeramente ofendido.
-¿Piensas dejar el entrenamiento? ¿Y la Orden?
-Hyoga nunca será el Caballero del Cisne estando yo en su camino. Jamás podría superarme.
Humm...
-¿Y entonces vas a renunciar para que él triunfe?
-No he podido ayudarlo a mejorar estando vivo, pero mira cómo se esfuerza ahora... le soy más útil muerto.
Válgame el Cielo.
Isaac
-Aún así no creo que sea correcto el que le regales la armadura a tu amigo.
¿Regalársela? ¿Me acusaba de regalar la armadura alguien que estaba dejándose robar su empresa?
Volteé a enfrentarlo, sorprendiéndome de verlo sonreír sin burla.
-Tú dices que tienes una buena razón para no luchar por conservar tu astillero –le dije-. Yo tengo una buena razón para no luchar más por ganar la armadura. ¿Cuál es tu razón, Kanon?
Me miró fijamente por unos segundos, casi pude sentir que trataba de ver a través de mí... y entonces me di cuenta de que estaba explorando mi cosmos, tratando de leer mis emociones. Levanté a toda prisa mis barreras, eso era algo que jamás le había tolerado a nadie, e instintivamente adopté mi posición de defensa. Él solamente enarcó una ceja.
-Perdón, qué falta de educación la mía –murmuró, más como si recitara algo aprendido que como si estuviera disculpándose realmente-. Sólo quería asegurarme de que estás siendo sincero contigo mismo. Veo que no renuncias por miedo, ni por lo de tu ojo. Interesante.
La puerta se abrió detrás de él, pero no se movió un centímetro, sólo se quedó ahí, mirándome como si esperara que yo dijera o hiciera algo... así que dije lo primero que me pasó por la mente.
-No sé nada de construir barcos, pero puedo aprender y sé trabajar duro.
-No voy a darte trabajo en el astillero –me dijo con calma-. Sería un desperdicio.
Dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Yo me quedé clavado en mi sitio sin saber qué responder a eso...
-¿Vienes? –me preguntó desde la puerta, señalando la Otra Dimensión con un leve movimiento de cabeza.
No pudo haberme dejado más desconcertado después de eso, o al menos eso fue lo que creí en ese momento. Abandoné cautelosamente la posición de defensa y lo seguí a través de la puerta dimensional.
Salimos a alguna parte del palacio submarino que yo no había visto hasta entonces. Era un inmenso salón, bastante oscuro, puesto que todas las cortinas estaban cerradas. Unas cuantas gradas de mármol conducían a una parte más alta que habría sido adecuada para un trono, pero que estaba ocupada por... un montón de chatarra.
Había otros siete montones de chatarra dispuestos en una doble fila, como marcando un camino hacia el octavo, o como si fueran una guardia de honor.
O no, no eran siete montones de chatarra, eran sólo seis. El que estaba a la derecha de las gradas, el más cercano al montón que estaba aparte del resto, parecía una escultura. Un dragón con aletas en lugar de garras... un dragón marino. El apellido de Kanon... ¿O su título?
Kanon se aproximó al dragón de metal... y yo empecé a preguntarme si estaba alucinando, porque cuando él se acomodó junto a aquello y estaba a punto de hablarme, me pareció ver que la escultura de metal se movía y apoyaba suavemente la cabeza sobre el hombro de Kanon.
Debía estar volviéndome loco... y habría estado completamente seguro de eso si no fuera por la cara de sorpresa de Kanon, le tomó unos cuantos segundos recuperarse de eso, pero entonces miró con precaución hacia el dragón, y me dio la impresión de que escuchaba atentamente algo que yo no podía oír, luego sonrió.
¿Ese dragón rojo y dorado estaba vivo?
-Oh, sí lo está... a su manera, claro.
La voz de Kanon me obligó a volver a la realidad. El muy desgraciado estaba leyendo otra vez mi mente. Volví a elevar mis defensas y esta vez realmente lo miré con furia.
-¡Nunca hagas eso! –exclamé-. ¡No se lo permito a nadie!
-Bueno, pues para mí el estudiar a los que me rodean es un vicio demasiado viejo como para perderlo sólo porque a ti te incomoda –me dijo calmadamente-. Así que tomemos esto como parte del entrenamiento que aún te falta: aprende a mantener tus escudos mentales en forma constante o resígnate a que yo me entere siempre de lo que estés tratando de esconder. Y agradece que esto lo aprendí porque sí y no para emplearlo con alguna técnica de dominio mental. Ahora, volviendo a lo que estabas pensando acerca del dragón... es cierto, se movió. Cada una de estas armaduras posee un alma, igual que las armaduras de los Caballeros de Atenea, pero con la diferencia de que poseen mayor conciencia de sí mismas y un poco más de libertad de movimientos y de voluntad propia. No he acabado de entender del todo cómo funciona este asunto, pero... hagamos una pequeña prueba, si te parece bien.
-¿Qué clase de prueba?
-Supongo que lo que ves a tu alrededor, con excepción de mi dragón –y nuevamente aquella... ¿cosa?... ¿criatura?... de metal se movió, frotando su cabeza contra el hombro y el cuello de Kanon como un gato realmente grande... Kanon acarició afectuosamente la cabeza de metal y yo me quedé esperando escuchar un ronroneo...- son unos cuantos montones de metal viejo.
-Sí –contesté.
-Mira de nuevo. Mira a cada uno con atención y dime si alguno te resulta interesante.
No perdía nada, así que obedecí. Chatarra, simplemente chatarra y más chatarra, ¿sería algún tipo de broma pesada?...
Entonces lo vi, otro de los montones tenía forma, una forma propia y bien definida... de algo que yo conocía desde siempre, algo que se había quedado grabado en mi memoria desde que era muy pequeño. Un kraken. El Kraken.
Su leyenda me había fascinado por años, el misterioso ser de las profundidades que acechaba en la oscuridad... no... que vivía en la oscuridad por elección propia, un ser que gustaba de explorar en lo profundo y que sólo salía a la superficie durante las más terribles tempestades, trayendo consigo la magia inexplicable de las más ocultas simas del eterno océano como un enviado de los dioses que hacía naufragar los barcos de los hombres malvados...
"Elígeme, Kraken" susurró una voz, profunda como el mar e igual de misteriosa... y familiar al mismo tiempo...
-Kraken –murmuré, adelantando una mano para tocarlo.
No llegué siquiera a rozarlo con los dedos, todas las piezas que lo conformaban se desprendieron unas de otras y me rodearon, envolviéndome como si me abrazaran, dándome la bienvenida como a un amigo largamente esperado.
El frío insuperable de los abismos más lejanos del mar, donde el sol no llega jamás y sólo reina el silencio como en las largas noches de Siberia, y la sensación de una soledad amiga, elegida libremente para aguardar a alguien capaz de comprender esa decisión. Todo eso había llegado hasta mí desde la armadura con un solo golpe y me quedé sin aliento por un instante.
Ahora comprendía por qué Kanon había usado el posesivo tan naturalmente al referirse a su Dragón.
Podía entender eso ahora que tenía a mi Kraken.
Y sentí que todo lo que había pasado hasta el momento, incluso la cicatriz y el haber renunciado a la armadura del Cisne y a la Orden de Atenea, el haber "muerto" para que Hyoga tuviera una oportunidad, todo ello valía la pena, ahora que había encontrado a mi armadura...
-Escama -me corrigió Kanon.
-¡Deja de leer mi mente! –grité.
-Aprende a impedírmelo –me respondió.
Y entonces pude escuchar a través del cosmos al Dragón riendo alegremente mientras que mi Kraken respondía con un gruñido profundo y ofendido.
-Asombroso –comentó Kanon-. Es la primera vez que las escucho hablar entre sí. Y tú –añadió, mirando a su Dragón-, ¿has permanecido callado todo este tiempo porque eres muy reservado o porque no tenías nada que decir?
Nuevamente pude escuchar la risa del Dragón, esta vez llena de afecto, como si considerara a Kanon alguien de su misma especie, y comprendí que el Dragón no encontraba necesario comunicarse con él en forma directa, salvo ocasiones especiales, como esa, porque le bastaba con la compañía. Sí, él y mi Kraken eran muy diferentes... podía darme cuenta de que mi Kraken ansiaba hablar conmigo de muchas cosas, pero que no lo haría mientras estuvieran presentes esos dos, que no eran más que un par de intrusos a fin de cuentas... y reían demasiado.
Las piezas del Dragón se separaron también y envolvieron a Kanon formando su armad... su escama, y con eso cesaron las risas del Dragón. Ahora Shogun y Escama parecían serios y formales, olvidado por completo aquel pequeño estallido de regocijo que nos habían permitido atestiguar. Sentí que mi enojo cedía poco a poco, al comprender que esos desplantes eran poco frecuentes en ellos a fin de cuentas.
-Bien, basta de risas –dijo Kanon-. Tenemos mucho trabajo pendiente... Sé bienvenido en nuestra Orden, Isaac de Kraken, Shogun del Mar Ártico.
Sonreí casi sin darme cuenta.
Justo cuando estaba seguro de haber renunciado a todo...
...había encontrado mi lugar.
Continuará...
