El primer beso

Recuerdo el día de nuestro primer beso como si hubiese sido ayer, pero fue hace ocho años. Sin embargo, el recuerdo sigue vivo y me encargo de alimentarlo a diario para que no se atreva a morir nunca.

Era un día nublado, regresábamos de nuestra clase de adivinación. La profesora Trelawney pasó toda la clase hablando sobre cualquier cosa que nadie creía, sólo nos limitábamos a estar allí, en ese salón caliente, aún con el clima. El olor a incienso hipnotizaba y la voz suave de la mujer nos envolvía en una especie de nube de somnolencia.

Yo me sentaba junto a Harry. Era una mesa con tres sillas, pero Hermione ya no asistía a aquella clase. En el medio de la mesa redonda cubierta con un mantel viejo de rombos y flores había una bola de cristal. Nunca lográbamos ver nada, sólo nos limitábamos a inventar lo que la profesora quería escuchar. La clase consistía en hacerla creer que nos enseñaba algo realmente útil o que, siquiera, funcionaba.

Harry estaba perdido en sus pensamientos. Supongo que ser el elegido no es fácil, aunque, para ese tiempo, él sólo pensaba en Sirius Black y su miedo al miedo, a los dementores, que lo volvían loco, pero eso se acabó cuando terminó de dominar el hechizo que le enseñó Lupin. Recuerdo que me ponía muy celoso cuando el profesor lo encerraba en su despacho, pero me preocupaba que fuese a pasar algo horrible, como aquella vez en que lo atacaron esos monstruos encapuchados en medio de un juego de Quidditch y casi muere. En fin, su mente divagaba, me sentía ignorado, pero debía entenderlo. Yo más que nadie debía ser fuerte y estar allí para él.

Hermione estaba con nosotros también, cuando tenía tiempo e intentaba hacer sentir mejor a Harry en muchos aspectos. Siempre fui un tonto en cuanto a notar los sentimientos de otros. Por eso me gané muchos golpes con libros en la cabeza por parte de Hermione. Una gran amiga, sé que sentía cosas por mí, pero no pudo ser.

La clase fue más larga de lo habitual, o tal vez las ganas de no estar allí la hacían larga y abrumadora. La profesora Trelawney insistía en enseñarnos a leer las hojas del té. Todo comenzó gracias a mi estupidez: le dije que había visto al perro negro de la muerte en la taza de Harry. Sólo logré que Harry estuviese asustado y que la profesora quisiera volvernos locos con el tema. Aunque no me arrepiento, ver esas mejillas encendidas, esa expresión de miedo y esos brillantes ojos verdes llenos de preocupación. Me moría por saltar sobre él, abrazarlo y decirle que todo estaría bien; pero hacerlo no hubiese estado bien.

Para el final de la clase, una lluvia torrencial estaba empañando las ventanas del aula de adivinación. La profesora nos puso deberes estúpidos que no haríamos y luego nos dio la orden de irnos. Salí con el grupo y noté que Harry se había quedado en el salón. Regresé por él y lo vi aún en la mesa, recogiendo con calma sus cosas, con la mirada perdida y su mente en aquellas cosas que lo aterrorizaban y no podía dejar a un lado. Cada vez que lo veía así, me desesperaba, quería abrazarlo, pero luego respiraba profundo y volvía a ser su mejor amigo. El mejor amigo del niño que sobrevivió. Nada menos y, tristemente, nada más.

Luego que terminó de empacar sus cosas, salimos juntos de la olvidada aula de adivinación. Sólo quedaba la profesora en su escritorio leyendo algo, sus ojos se veían saltones desde sus grandes gafas con cristales gruesos. Era gracioso y tenebroso al mismo tiempo.

El camino de regreso a la sala común estaba despejado. Las clases continuaban y otros ya habrían regresado a la sala común cuando nosotros bajamos de la torre. No había nadie, ni un alumno, un prefecto o siquiera un fantasma; ni siquiera Peeves merodeaba alrededor con sus bromas de mal gusto.

Harry habló poco. La mayor parte del camino fue en silencio o con uno que otro intento de mi parte por entablar conversación con él. Estaba tan cerrado y eso me frustraba. Quería que se abriese, que me dejase entrar en él y hacerlo sentir mejor. No piensen mal, me refiero a que quería que dijese algo más que "sí" o "no" a cada pregunta que hacía, incluso a aquellas que requerían una respuesta elaborada. Quería que me dijese: "Ron, estoy preocupado. Te necesito, amigo", pero sentía que eso sólo pasaría esta noche, en mis sueños.

Cuando giramos en el último recodo para llegar al pasillo de la Señora Gorda y entrar a la sala común, Harry paró en seco. Yo di unos pasos más antes de notarlo, me viré hacia él y lo miré, esperando una explicación.

—No me siento bien, Ron—dijo.

—¿Qué pasa, amigo?—pregunté, aún sabiendo todo lo que pasaba.

—Te necesito, a ti y a Hermione, más que nunca. No puedo hacer esto solo—me miró.

Mi corazón estaba a punto de salir por mi boca, pero mantuve la calma, sonreí y caminé hacia él. Estaba nervioso, estaba seguro que tartamudearía la próxima vez que abriese la boca, pero no fue así: —No estás solo, Harry. Me tienes a mí. Siempre estaré allí para ti. Cuando me necesites—le dije, poniéndole una mano en el hombro.

Él sólo sonrió. Nos miramos un momento, no sabía qué hacer. Él se acercó a mí y extendió sus brazos, yo hice lo mismo. Nos abrazamos.

—Gracias, Ronald—dijo.

—De nada, Harry—nos separamos un poco. Él me miraba, con los ojos hermosos de su madre. Yo lo miré.

Cuando eso pasó, aún éramos de la misma estatura. Nos mirábamos de frente, sin parpadear. Él se acercó. Estoy seguro que mi cara estaba roja, podía sentir el ardor en mis mejillas y mis orejas se calentaban. Sin embargo, comencé a acercarme también.

Aún recuerdo—se toca los labios— aquella sensación, cuando nuestros labios, ese instante, en el que nuestros labios se tocaron. Comenzamos a acercarnos más, él sujetó mi cabeza con sus mano izquierda enredada entre mi cabello rojo, su mano derecha estaba alrededor de mi cintura, acercándome con fuerza a su cuerpo. Yo lo sujeté, cerré mi puño en un pliegue de su túnica, agarrándola con fuerza y arrugándola. No quería soltarlo y él tampoco me dejaría ir.

Besaba mi labio inferior y luego cambiaba al superior. Fue un beso lento, pero apasionado. Calmado, pero ardiente. Espontáneo, pero esperado. El mejor beso del mundo. Lo mejor es que duró, unos dos minutos, tal vez, pero para mí no era suficiente, quería tenerlo cerca por más tiempo. Sentí la brisa fría en mis labios húmedos cuando nos separamos. Quería acercarme, pero él no me dejaba. Lo miré desconcertado.

—Viene alguien—respondió a mi mirada. Lo solté y acomodé mi cabello—. Vamos a la sala común.

—Está bien—dije. Aún me sentía atontado, con las mejillas y las orejas encendidas.

—Gracias, Ron—dijo—. Lo necesitaba.

—De nada—respondí, sintiendo como la sangre subía toda a mi rostro.

—Esta noche, si quieres, podríamos quedarnos despiertos hasta tarde, conversando—sugirió. Asentí.

—Me parece bien.

Dijimos el santo y seña, que eso sí lo olvidé y deben entender el porqué, y entramos a la sala común de Gryffindor.