Renuncia: Los personajes que reconozcas son propiedad de Marvel Studios y Disney. Yo hago esto por puro entretenimiento xD
¡Hola!
Recientemente terminé de leer un libro muy interesante sobre la Segunda Guerra Mundial desde la perspectiva de un psiquiatra judío sobreviviente al Holocausto. No, esto no va sobre temas psiquiátricos, al menos no a grandes rasgos. Tampoco pretendo hacer mofa sobre el sufrimiento de miles de personas aniquiladas en las barricas de los campos de concentración. De hecho, siempre me ha gustado investigar, ver, leer sobre la Segunda Guerra Mundial, y es un tema que desgraciadamente nunca pasará de moda por el impacto mundial que tuvieron actos tan crueles y deshumanizados.
Desde hace mucho quería tratar el tema en algún fic, y aunque pensé en ello con los antecedentes del Capitán América, pues hasta ahora y por el libro que leí, me animé a hacerlo. Obviamente esto es un Universo Alterno, no hay poderes y Steve es ya un hombre alto y fuerte perteneciente al ejército estadounidense.
No voy a retratar el tema judío (creo que todos sabemos lo que sufrieron), sino el de una minoría de la que nunca se habló mucho: los homosexuales. También incluidos en la masacre y al parecer olvidados por el mundo. Y sip, lo hago con mi OTP. De una vez digo que aunque haya Stucky, mi pareja protagonista es el Scienceboyfriends.
Es un fic del holocausto, obviamente, pero creo que jamás podré retratar una crueldad que supera la ficción, tampoco es mi intención hacerlo por evidente respeto. Esto es sólo una historia de amor que se vio atrapado en un contexto histórico violento y cruel. Algunos nombres son reales (personas reales que participaron en la guerra), pero no voy a enfocarme en ellos, sino en los personajes y en la historia.
Así pues, como siempre, si no te gusta la temática slash, no sigas leyendo. Tampoco soy Historiadora, por lo que algunas cosas y/o fechas evidentemente pueden estar equivocadas, sin embargo he intentado documentarme lo suficiente para que el fic funcione.
Sin más, gracias por leer y espero que me acompañes con tus reviews.
Triángulo Rosa
Baviera. Múnich, Alemania. 6 de junio de 1944.
El ruido incesante de movimiento le hicieron apretar los labios en una mueca de disgusto; se acomodó las gafas con un dedo y siguió su camino. Hubiese preferido utilizar un auto como hasta hace algunas semanas era libre de hacerlo, pero las redadas habían aumentado desde que las Potencias Aliadas ganaban terreno y el fuerte rumor (esperaba que no fuera sólo un rumor), de que la guerra finalizaría pronto, siendo Hitler el derrotado. Los líderes de la SS y el Partido Nazi parecían más paranoicos que nunca, apresaban a todos los considerados enemigos de la raza aria en un intento desesperado de seguir manteniendo el mínimo poder y el máximo de salvajismo e inhumanidad.
Mantenía la vista baja mientras caminaba a su destino, el corazón le latía rápidamente aunque en ese pequeño lugar no tuviera que lidiar con el ejército alemán que se mantenía firme a resistirse junto a su líder.
Todo alrededor estaba lleno de tensión, y él mismo se sabía con los nervios a flor de piel, la furia recorriéndole las venas con martirizante pesadez. Y al mismo tiempo, el anhelo…
Cerró los ojos un momento cuando el recuerdo de esos otros ojos aparecieron flotando frente a él. ¡Dios! Lo había extrañado tanto. Siempre osado y aventurero, testarudo y sin un mínimo de sentido de autoconservación. Un idiota, se murmuró entre dientes. Pero un idiota al que amaba.
La reja era custodiada por, estaba seguro, militares, pero vestidos de civiles. Negó con la cabeza, ¿cuántos millones de marcos había desembolsado ese tonto para poder tener esto en territorio —aún— ocupado?
Aminoró el paso cuando uno de los guardias le miró y alzó el arma en un gesto entre advertencia y amenaza. Él alzó las manos, un gesto al que ya se había acostumbrado durante su estadía en diferentes lugares durante los últimos años. Se recordó mentalmente que estos no eran alemanes… pero no sabía si ese hecho era peor o mejor.
—¿Nombre y asunto?— preguntó el guardia acercándose del otro lado de la reja con cautela, en un perfecto inglés americano.
—Doctor Bruce Banner. He sido llamado por el señor Stark. Anthony Stark— aclaró, no queriendo que pensaran que buscaba a Howard Stark.
El guardia se acercó más y bajó el arma, aunque Bruce se percató de que no tendría la mínima oportunidad si el otro decidía volarle los sesos.
—¿Puede probarlo?— inquirió el guardia en un tono menos exigente.
Bruce se apresuró a sacar su identificación bajo el escrutinio del guardia. Un guardia más se acercó ante el gesto del primero, prendiendo una lámpara de mano para poder ver mejor la identificación.
—Creo que nuestro invitado no necesita de estos protocolos— se escuchó una voz más, una que hizo que el corazón de Bruce quisiera saltar de su pecho. Se ahorró sin embargo la sonrisa que florecía en sus labios, para él todos eran enemigos.
Anthony Stark, vestido en un impecable traje hecho a medida en tono gris oscuro le miró con una sonrisa casi profesional a través de la reja.
—Es el Doctor Bruce Banner, puedo dar fe de ello— dijo a los guardias sin dejar de mirar a Bruce, alzando una ceja.
El guardia devolvió la id a Bruce y asintió para que el otro abriera la reja. Bruce se internó y sólo sonrío un poco por cortesía; tendió una mano para estrechar la que Stark ya tenía alzada en su dirección.
—Es un placer volver a verlo, Doctor— saludó el castaño sin dejar de sonreír.
—El placer es mío, señor Stark.
—¡Bien!— aplaudió Stark cuando soltó la mano de Bruce, enseguida le rodeó hombros con un brazos y se encaminaron a la propiedad—. Por favor, tengo dos copas del mejor Châteaux asentándose en mi oficina, es una oferta tentadora, ¿verdad, Doctor?
Bruce volvió a acomodar sus gafas y sonrió un poquito más, entendiendo el trasfondo de esas palabras.
—Siempre es tentador el mejor vino del mundo— respondió en voz baja mientras se alejaban de los guardias que volvieron enseguida a su posición.
Sus pasos resonaron una vez llegaron a la moqueta blanca que adornaba el piso de la propiedad. Bruce observó todo, soltando pequeñas sonrisas mientras Stark le hablaba de todo y de nada, de la propiedad, del material… Había más guardias custodiando la entrada principal, pero la amena charla del millonario era la confirmación de que todo estaba en orden y el invitado no representaba el mayor peligro.
—¡Pepper!— exclamó Stark al llegar frente una puerta de caoba y un escritorio pequeño, después de haber pasado por un par de pasillos donde el sello Stark era indiscutible. Bruce se preguntó si Tony se había tomado la molestia de trasladar una pequeña parte de su mansión en Nueva York hasta Europa, todo gritaba lujo americano. Sin embargo, la exclamación y la sonrisa radiante de Virginia Potts le hicieron olvidar de golpe la decoración.
—¡Oh!— exclamó ella a su vez al ver al invitado. Salió del escritorio y casi corrió al encuentro de Bruce.
Él abrió los brazos para recibirla.
—¡Oh, Bruce!— jadeó en cuanto los brazos del doctor la rodearon— ¡Oh, Bruce! Teníamos tanto miedo…
—Pep— intervino Tony en voz baja—. No es el momento ni el lugar.
—Sí, sí. Lo siento mucho— dijo ella pero cuando se separó de Bruce la sonrisa no había desaparecido mientras escudriñaba el rostro de Bruce. Al parecer se sintió satisfecha con lo que vio y respirando hondo volvió a una posición profesional. Bruce seguía mirándola como en un sueño, casi sin creer que estaba ahí, con esas dos personas importantes en su vida—. Supongo que no necesita de mis servicios por esta noche, señor Stark— añadió ella casi con seriedad, mirando a Tony.
—Me temo que es así, señorita Potts. Tengo que actualizar al doctor Banner y bueno… protocolos y esas cosas, ya sabes.
—Por supuesto— asintió ella con una sonrisita, luego volvió a mirar a Bruce y su sonrisa se ensanchó y suavizó al mismo tiempo—. De verdad me alegra mucho verte— casi susurró.
—A mí también— respondió Bruce con la voz un poco ronca. Porque quería olvidarse de esos estúpidos protocolos y abrazarla mucho rato, igual que cuando se despidieron hacía casi dos años.
Ella tragó en seco y sólo acarició su brazo para enseguida recoger su bolso del escritorio.
—Las cámaras de la oficina están apagadas. Los guardias han sido informados de que no está permitida interrupción alguna a menos que el mundo se acabe— dijo Pepper mirando a Tony con seriedad—. Y en estos tiempos es probable que eso suceda, así que tengan cuidado.
—¿Me estás acusando de irresponsabilidad, señorita Potts?
—Definitivamente— asintió Bruce con un resoplido.
Pepper se rió en silencio y se encaminó hacía el pasillo. Se detuvo un momento para volver a mirarlos.
—Espero que no sea la última vez que te vea, Bruce.
Bruce asintió con una pequeña sonrisa resignada. Ella apretó los ojos un momento y enseguida sonrió de nuevo para despedirse con un gesto de mano.
—¿Vamos, Doctor?— inquirió Tony alzando una mano hacía la oficina tras la puerta de caoba.
Bruce sólo volvió a asentir y se encaminaron. La oficina hizo sonreír a Bruce, era muy parecida a la oficina de Tony en Industrias Stark, al parecer el millonario no podía dejar sus gustos a un lado. Y no, no lo hacía.
Enseguida de cerrar la puerta con llave y guardarse ésta en un bolsillo del caro traje, Anthony Stark tomó a Bruce por los hombros y lo giró sólo para estrellar su boca contra la ajena. Bruce casi jadeó por la sorpresa, pero se repuso en unos segundos, cerrando los ojos y rodeando la cintura masculina entre sus manos, alzando una para acariciar la espalda revestida de fina tela.
La necesidad de aire no fue un problema durante algunos instantes, instantes que ambos aprovecharon para subir la intensidad del beso. La espalda de Bruce se estrelló contra la pared y sentía su cuerpo encenderse con el añorado contacto con esos labios, la rasposidad de esa quijada contrastando perfectamente con la suavidad de esos labios y esa lengua metida en su boca, jugando con la propia.
—Tony…— gimió Bruce entre besos desesperados y ansiosos, pero no podía perder la cabeza, no ahora al menos—. Tony, por favor…
Y se separaron sólo lo suficiente para mirarse a los ojos directamente, con las respiraciones entrecortadas. El gesto de Tony se convirtió a uno lleno de desesperación, de angustia. Le abrazó para ocultar el brillo en sus ojos chocolate, acarició sus rizos y a Bruce se le hizo un enorme nudo en la garganta al escucharlo sollozar. Tembló de alegría y de tristeza y de todas sus emociones surgiendo a flor de piel.
—También te extrañé— dijo apenas con la voz entrecortada.
Se quedaron así unos instantes, hasta que Tony recobró la compostura y sorbió elegantemente por la nariz. Alzó el rostro sin soltar a Bruce, le acarició una mejilla y una pequeña sonrisa floreció en sus labios. Enseguida frunció el ceño.
—No vuelvas a hacerme esto…— dijo con molestia poco disimulada; Bruce suspiró sabiendo que el reclamo llegaría sin dudar. Lo confirmó cuando Tony se separó y caminó un par de pasos sólo para golpear el escritorio de madera fina con un puño acartonado —¡Seis malditos meses, Banner! ¡Seis! ¿Tienes idea de lo que son seis malditos meses sin saber nada de ti o ese pequeño cerebro privilegiado tuyo se estropeó con toda esta mierda de guerra?
Bruce tragó saliva y se quitó las gafas de fina montura para guardarlas en el bolsillo interior de su saco de segunda mano.
—No tuve oportunidad de enviar alguna carta, Tony…
—¡Siempre hay oportunidad, Bruce!— gritó el millonario evidentemente dividiéndose entre el enojo, la desesperación y el alivio— ¡La última vez te mandé casi mil dólares! ¿Para qué crees que eran?
—No se puede comprar todo, Tony— respondió Bruce entre dientes—. Más aún, no se puede comprar a todos. ¿Tienes idea de lo que es el infierno? Porque yo sí. Las malditas redadas, los campos de concentración, las matanzas a plena luz del día por las calles… No tienes ni maldita idea de lo que es el infierno… ¡Niños, Tony! ¡Niños asesinados por querer conseguir alimentos…!
Tony se adelantó y abrazó a Bruce de nuevo, logrando el objetivo de tranquilizarlo. No quería que Bruce se saliera de control.
—Lo sé, lo sé— murmuró en su oído, besándolo con suavidad—. Lo siento. Escuchaste a Pepper, teníamos tanto miedo de que hubieras… Lo siento.
—Sabes que soy un sobreviviente— respondió Bruce con voz temblorosa, aferrándose al abrazo de Tony, anclándose en él como el más perfecto y único salvavidas, y a su parecer, eso era Tony Stark en su vida miserable—. Hay muchas formas de ayudar, ¿sabes? Hay alemanes que están en contra del régimen, han creado pequeños grupos de ayuda clandestinos…
—Y arriesgan el cuello mientras tanto, incluyéndote— asintió Tony sumamente resignado—. No puedes ver injusticia sin querer evitarla, ¿verdad? ¿En eso gastaste el dinero?
—Sí. Pero como te dije, no se puede comprar a todo el mundo. No pude enviarte ni una sola carta— rió amargamente—. Las guardé, sin embargo.
Tony se separó de nuevo para mirarle el rostro, como si fuera la primera vez que lo veía, como si volviera a enamorarse a primera vista como sucedió hacía ya varios años.
—¿Creo que dijiste que tenías una copa de Châteaux esperándome?— sonrió Bruce con suavidad.
—Hay más que una copa de Châteaux esperándote, Doctor Banner— alzó una ceja el millonario, correspondiendo la sonrisa para enseguida volver a besar esos labios con suavidad, posando ambas manos en el rostro de Bruce.
Rompieron ese suave beso más pronto de lo que ambos querían, pero había muchas cosas de qué hablar y otras tantas que hacer.
Tony se encaminó a la modesta pero elegante cava de vinos, igual de madera y contornos negros, seguramente de la mejor formaica; Tony era gustoso de todo lo nuevo, costoso y elegante, quizás la única excepción a esa regla era él mismo, Bruce. El millonario sirvió un par de copas con el oscuro líquido y le entregó una a Bruce.
—No me lo voy a acabar, ¿lo sabes, verdad?— preguntó Bruce encogiéndose de hombros.
—Lo sé. Sólo un trago, por nosotros… por volverte a ver.
Bruce sonrió con soltura por primera vez en toda la noche y dio un trago al mismo tiempo que Tony, sólo que éste sí terminó el contenido de su copa; la dejó vacía en el escritorio y tomó asiento en la esquina desparpajadamente, aunque nunca perdía el toque de elegancia, constató Bruce.
—¿En dónde has estado estos meses, Bruce?
El científico se encogió de hombros y tomó el asiento libre justo enfrente de Tony, dejó su copa casi llena junto a la del otro.
—He estado colaborando en un pequeño laboratorio aquí en Múnich. Es gracias a mis credenciales que he podido trabajar. Dado el estado en que se encuentra la guerra no le toman importancia a mi país de origen. Creen que soy un renegado de Estados Unidos, y dadas las referencias que tan amablemente el General Ross se encargó de difundir, ha sido relativamente fácil. No le dan importancia a mi estatus de "fugitivo".
Tony hizo una mueca desagradable.
—Es por eso que quiero que vuelvas a Estados Unidos conmigo, Bruce.
Bruce parpadeó unos instantes, mirando a Tony como si le hubiera salido otra cabeza.
—¿El General Ross ha dejado de perseguirme? ¿O murió? Eso sería, y no lamento decirlo, algo muy bueno.
Tony se levantó y se cruzó de brazos, caminando lentamente de aquí para allá.
—No está muerto, y créeme que eso me gustaría también. Me advirtieron que no te dijera esto, y yo mismo dudé en pro de tu seguridad…— se detuvo y miró a Bruce a la cara—. En estos momentos los Aliados están a punto de desembarcar en Normandía, van a invadir Europa y si la guerra es ya una mierda, se va a poner peor. ¿Has dicho algo sobre el infierno? Porque si esto ya lo es, no sé cómo llamar a lo que sigue.
Bruce se lamió los labios y bajó la mirada, sopesando la información.
—No es garantía que los Aliados ganen la guerra, Tony. Y aunque así fuera, sigo siendo un fugitivo para el ejército americano. Conoces a Ross, puede estar hasta el lodo planeando atacar a la Alemania Nazi, pero nunca olvida una afrenta personal. Estoy seguro de que en cuanto pise suelo americano me apresaran.
—Eisenhower es el que está al mando de la operación, no Ross…
—No importa, Tony— negó Bruce con vehemencia—. No va a descansar hasta verme tras las rejas en el mejor de los casos, y en el peor…
—No lo digas. Está loco, igual que estos estúpidos nazis— resopló Tony con furia—. Igual que el ejército Rojo, igual que toda esta mierda de la raza aria… Sólo son locos sedientos de poder, no importa el bando en el que estén.
—Exactamente— asintió Bruce con seriedad—. Es por eso que no puedo volver…
—Bruce— interrumpió el millonario arrodillándose frente a Bruce para tomar sus manos—Puedes volver, encontraremos la manera de ocultarte. ¡Mira esto!— separó una mano para hacer un gesto abarcando la oficina—. Soy un estúpido americano, pero un estúpido americano millonario. Los nazis se hicieron de la vista gorda cuando vieron la cantidad de marcos que…
—¡Y eso te hace aún más estúpido, Tony!— exclamó Bruce agachándose un poco y ahora siendo él que tomara las manos del otro apretadamente—. ¿Por qué diablos te arriesgas a esto? ¡Estás en territorio enemigo! Aquí no hay lealtades por dinero, por nada. En cualquier momento los imbéciles a los que sobornaste pueden ser sobornados de vuelta y créeme que no necesitarán millones de marcos, sólo necesitan que se les recuerde a quién sirven y por qué…
—Brucie— sonrió Tony traviesamente—, tenemos infiltrados, y ahora mismo una buena protección. La división de Rogers está rodeando la propiedad, como un servicio especial a mi padre. A más tardar en una semana tienen la misión de invadir Baviera a por los nazis asentados aquí. Van a lo grande, y esta noche a nuestro servicio.
—¿Steve está aquí?— preguntó Bruce verdaderamente sorprendido—. ¿Por qué no está con Eisenhower para invadir Normandía?
—Estrategias militares— se encogió de hombros el millonario—. Su objetivo es Austria.
—¿James Barnes?
—Sí. No está dispuesto a perderlo o al menos saber que está vivo. Hemos recibidos telegramas con valiosa información. Al parecer los rusos también tienen que ver con el pastel…— suspiró pesadamente—. Todo es tan jodido…
—Al menos no te reclutaron para luchar— sonrió Bruce con tristeza, aflojando su agarre en las manos de Tony y llevando una propia para acariciar la perilla en la barbilla de su amante.
—Por las influencias de mi padre— gruñó Tony—. La élite snob no puede permitirse pérdidas de ese nivel.
—¿Y te asignaron a Steve como protección? Es un poco irónico, ¿no?— rió suavemente Bruce.
—Debo admitir que tiene agallas— sonrió a su vez Tony, con sarcasmo—. Sé que no pensamos igual, y que la mayoría del tiempo sólo quiero romperle sus perfectos dientes, pero admiro a la gente valiente, y él lo es. Va a arriesgar todo con tal de, al menos, poder encontrar el lugar en dónde Barnes seguramente ya está muerto.
—¿Pensaste durante estos seis meses que yo estaba muerto?— preguntó Bruce con cautela.
—¡No!¡Mierda, no! Sabía que harías todo por mantenerte vivo, y además tú no estás en tanto peligro aquí. Es decir, tienes buenas credenciales y tú mismo lo has dicho, no van a perder el tiempo apresando a un fugitivo americano.
—Entonces no te burles de la esperanza de Steve. Tal vez James Barnes esté vivo todavía… hay muchos presos políticos…
—Lo que no garantiza que esté vivo, Bruce. Hemos escuchado también lo que se dice de los campos de exterminio nazis… No es que me burle de la esperanza de Steve, de hecho yo mismo he financiado la búsqueda, pero debemos ser realistas.
—Exactamente, Tony. Debemos ser realistas. Escucha, tal vez cuando la guerra acabe… Si el asalto en Normandía tiene éxito…
—¡Bruce, por favor!— exclamó Tony poniéndose de pie abruptamente para pasarse una mano por el pelo— He escuchado cosas. Sabemos que también están llevando a los campos no sólo a los judíos o a todos lo que se impongan a la dictadura de Hitler. Gente como tú… como nosotros, también…
Bruce se levantó del asiento para volver a abrazar a Tony. El millonario suspiró derrotado y correspondió al abrazo.
—No he dado ninguna prueba para que me acusen de nada, Tony. Te lo aseguro.
Tony le miró profundamente. No era una declaración poco profunda lo que conllevaba las palabras de Bruce. Era algo más allá. Le estaba diciendo que no le había sido infiel, que seguía amándolo a él y sólo a él.
—Y si ese es tu temor, lamento recordarte que en Estados Unidos tampoco somos libres del todo— añadió Bruce besando ligeramente la comisura de los labios de Tony.
—Pero en Estados Unidos tengo el modo de protegerte, de mantenerte a mi lado, de mirarte cada mañana y saber que todo está bien.
—No quiero una vida en la que tenga que ocultarme hasta el último día. Ross no parará y lo sabes.
—Si tenemos algo de suerte, Ross morirá aquí y sin él podremos arreglar tu situación legal en nuestro país.
—Tony, ¿cómo piensas salir de Europa?
Tony se extrañó un poco del cambio de tema, pero sonrió levemente.
—Tenemos un jet privado esperándonos en cuanto amanezca, justo antes de que se enteren de la incursión de los Aliados. Mi padre está reunido con algunos empresarios británicos y canadienses. Tenemos una amnistía, los alemanes no se pudieron negar dada la invasión por el este. Los rusos sin saberlo no están ayudando mucho. Iremos a Brehal, dónde no hay alemanes por ahora y embarcamos por el Atlántico norte.
—Suena muy arriesgado.
—¿Qué no es arriesgado hoy en día?— resolvió Tony sonriendo.
—Así que tu padre también está aquí. ¿Le dijiste a que viniste realmente?
—No necesito decírselo, lo sabe. Hubieras visto su cara cuando le dije que Pepper y yo le acompañaríamos. Y antes de que me regañes por involucrar a Pep, debo decirte que ella casi me amenazó con cortármelo si no la traía.
—Eso no lo dudo— rió Bruce aligerando el ambiente.
Se quedaron mirándose unos momentos fijamente a los ojos. Sólo mirándose.
—También extrañaba verte y escucharte reír— musitó Tony suavemente bajando las manos hasta volver a rodear la cintura de Bruce, bajando la mirada hasta los labios ajenos y lamiendo los propios en una invitación especial.
Bruce atendió a la invitación, rompiendo la distancia y sólo encontrando los labios de Tony en una suave caricia. No era un beso exactamente, era sólo el reconocimiento entre sus bocas, buscando sutilmente los labios del otro. Finalmente fue Bruce el que dio un pico mientras rodeaba con sus brazos el cuello de Tony.
—Te necesito— murmuró casi inaudiblemente, pero Tony entendió la suplica en sus labios y fue él entonces el que comenzó un beso suave que pronto se volvió necesitado.
—Sería muy sexy hacerlo sobre el escritorio, ¿sabes?— sonrió Tony entre besos— Pero tengo una habitación al otro lado de aquella puerta.
—Sólo guíame, señor Stark— sonrió Bruce a su vez, casi saltando de anticipación cuando Tony bajó las manos para apretarle el trasero.
—Lo que ordenes, Doctor Banner— concluyó Tony antes de alzar en brazos a Bruce y que éste rodeara con sus piernas su cintura.
Entre besos y el inicio de un jadeo necesitado, ambos desaparecieron tras la segunda puerta de caoba de la oficina.
—Clave tres— dijo Steve Rogers en el comunicador, alzó la ceja ante la estática.
—Recibido— se escuchó del otro lado.
Apagó el aparato y miró al cielo, estaba nublado pero hasta ahora no había señales de inminente lluvia. A veces era sólo el humo de incendios o bombas caídas; no dudó que fuera el caso. Suspiró y bajó la mirada cuando otro humo se formó frente a su cara. Miró de reojo el cigarrillo que Sam acababa de encender.
—¿Es tabaco, verdad?— inquirió con duda.
—Sí. Algunos dicen que es aburrido, pero prefiero mantenerme lúcido en operativo.
Steve miró de lleno está vez a Sam. El hombre de color se recargó en la pared en la que el rubio mantenía su posición de vigilia, y pudo ver la mueca resignada de Sam.
—Sólo serán unos días. Espero que la avanzada llegue antes de lo previsto. Es una buena estrategia.
—Lo sé. Pero preferiría estar ahí, ver la cara de esos desgraciados cuando se les ataque por sorpresa y acabar con algunos de ellos. No estar aquí de guardaespaldas de un niño rico.
—Stark es que el suelta el dinero, Sam. Se lo debo.
—Y porque no te gusta matar, ¿cierto? Toda esa sangre que va a correr…
—Luchamos por un objetivo, Sam— respondió Steve bajando el rostro—. Es matar o que te maten, y prefiero lo primero. Pero no, no me gusta. También son hombres armados que luchan por un objetivo. Todos somos títeres de esta mansedumbre.
—¿Fumaste algo más que tabaco?— preguntó Sam mirando a su Capitán con los ojos entrecerrados.
—No lo creo— sonrió Steve sin alegría—. Es sólo que estoy cansado, quiero volver a casa.
—Y no quieres hacerlo solo, lo sé. Por eso aceptaste vigilar a Stark.
—Sí— aceptó Steve dando un cabeceo—. Está ahí, con el amor de su vida…
—Y esperas al tuyo.
—Sé que Buck está vivo, Sam. Perdí la oportunidad de ir a por él cuando liberamos Roma, pero está vez tengo que lograrlo. Y por favor no me digas que probablemente está muerto…
—La esperanza es lo último que se pierde— se encogió de hombros Sam mientras daba otra calada al cigarrillo—. No te preocupes, lo encontrarás y volverás a tu nido de amor en el viejo Brooklyn.
—Eso espero de verdad— asintió Steve—. El ataque en Normandía debe terminar bien, entonces liberaremos Europa, Japón no debería ya significar un gran problema. Iré a Austria, o a dónde las pistas me indiquen.
—Hay fuertes rumores sobre el encarcelamiento de varios comandos americanos por parte del Ejército Rojo— musitó Sam como no queriendo.
—Lo sé— afirmó Steve con el ceño fruncido—. Estoy en espera de algún mensaje de Romanoff.
—Esa mujer es increíble, si quieres un buen espía, contrata a una hermosa rusa pelirroja.
Steve suavizó el ceño y sonrió apenas.
—Está tan expuesta.
—Todos los estamos ahora, Steve… ¿Se acerca algo?
El rubio siguió la mirada de su amigo y ambos se pusieron alertas. Se supone que nada tenía que traspasar la seguridad de Stark, y era su trabajo que eso sucediera.
—Son británicos— dijo Steve al mismo tiempo que hacía una seña a sus hombres para que dejaran pasar a las dos figuras que bajaban de una camioneta, ciertamente del ejército británico.
—Capitán Rogers— saludó una voz femenina.
—Agente Carter— asintió Steve relajando el agarre de su arma. Estrechó la mano de la bella mujer.
—Él es el Capitán Emil Blonsky…
—¿Ruso?— interrumpió Steve a la agente Carter, mirando de mal modo al hombre que la acompañaba.
—Nacido en Rusia pero criado en Inglaterra. Sirvo a la Marina Real Británica, y sé en dónde están mis lealtades, colega— sonrió socarronamente Emil Blonsky.
Steve no correspondió a la sardónica sonrisa de Blonsky, pero confiaba plenamente en Peggy Carter, así que su mirada se clavó en ella por una explicación.
—El Capitán Blonsky necesita hablar con el señor Stark.
—Howard Stark está reunido con canadienses y británicos, creo que él debería de saber esa información si lo está buscando.
—No, no busco a Howard Stark— negó Blonsky seriamente—. Busco a Anthony Stark. Traigo una orden de interrogatorio firmada por el General Ross, creo que usted lo conoce Capitán Rogers.
Si Steve no estuviera acostumbrado a mantener la cabeza fría, quizás habría demostrado su absoluto desasosiego. Tenía que hacer algo para mantener oculto a Banner. A como diera lugar.
Y bueno, esperando que hayan llegado hasta aquí: ¡Muchas gracias! Espero también sus comentarios si lo consideran interesante ¡Nos leemos!
Látex.
