DISCLAIMER: LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE MASASHI KISHIMOTO. ESTA AUTORA ESCRIBE SIN FINES LUCRATIVOS


MONSTERS ARE US

Prologo

Para Konoha, la guerra no era ninguna desconocida. A lo largo de los prolongados y sanguinarios siglos, la capital del País del Fuego había sido escenario de batalla y objeto de conquista para una serie de invasores Sunagakure, Kirigakure, Amegakure-- antes de reclamar por fin su independencia en la última década del siglo XX. Pero todos estos conflictos, meramente humanos, eran pasajeros en comparación con la guerra secreta y eterna que se estaba librando en las calles y callejones iluminados por la luz de la luna de la ancestral ciudad.

Una guerra que tal vez, por fin, estuviera llegando a su conclusión.

Una fuerte lluvia azotaba los tejados mientras el viento del otoño arrastraba en su aullido un atisbo del mordisco del invierno. Había una grotesca gárgola de piedra, negra como el petróleo y empapada de lluvia, sentada sobre la ruinosa cornisa del antiguo Palacio Central, un imponente edificio de apartamentos de cinco pisos decorado elaboradamente al estilo medieval. El edificio, que contaba ya con un siglo de antigüedad y cuyo primer piso albergaba en la actualidad una galería de arte, un café y varias boutiques elegantes, dominaba la Plaza Houtaru, un bullicioso centro de tráfico rodado y pedestre cerca del corazón de Konoha. Los autobuses, coches y taxis, los pocos que se atrevían a salir bajo la torrencial tormenta, pasaban a toda velocidad por las calles pavimentadas de adoquines.

Una figura se acurrucaba contra uno de los pilares del desolado edificio, casi tan silencioso y petrificado como el marmóreo pilar: un joven, ataviado con un saco largo de cuero negro, con una cabellera castaña y piel levemente tostada. Ajeno a la tormenta y a su silenciosa posición, contemplaba la calle con aire sombrío. Mientras sus ojos castaños se clavaban en las abarrotadas calles que tenía cuesta abajo, sus sombríos pensamientos pasaban revista a los siglos de guerra sin tregua.

Su rostro, marcado por una sombra de duda, desvelo y abatimiento, era una máscara de concentración y sangre fría que no relevaba el menor rastro de las inquietudes que lo preocupaban.

Es algo inimaginable y sin embargo...

El enemigo llevaba perdiendo terreno casi seis siglos, desde su aplastante derrota de 1409, cuando un osado ataque había logrado penetrar en su fortaleza secreta de Otogakure. Orochimaru, el más temible y despiadado líder que jamás tuviera aquella horda de despiadados asesinos, había caído al fin y sus hombres habían sido desperdigados a los cuatro vientos en una sola noche de llama purificadora y castigo. Y sin embargo la ancestral enemistad no había seguido a Orochimaru a la tumba. Aunque el número de seguidores de su secta había ido en descenso, la guerra se había vuelto aún más peligrosa, pues la noche había dejado de contener su mano. Los miembros más antiguos y poderosos representaban una amenaza todavía mayor y durante casi seiscientos años, los Ejecutores, un pelotón de soldados de élite, habían perseguido implacablemente a los seguidores de Orochimaru supervivientes. Sus armas habían cambiado con el tiempo, pero no sus tácticas: seguir el rastro de éstos y cazarlos uno a uno. Una táctica coronada con frecuencia con el éxito.

Si lo que aseguraba la información obtenida a un alto precio por agentes infiltrados e informantes civiles era cierto, los excluidos de Otogakure estaban dispersos y desorganizados y su número era escaso e iba en descenso a cada día que pasaba. Tras incontables generaciones de combate brutal, parecía que por fin los malditos se habían convertido en una especie en peligro de extinción, un pensamiento que llenaba a Izumo Kamizuki de pensamientos profundamente contradictorios.

La gélida lluvia resbalaba por su rostro y su cara y formaba charcos sobre el vistoso atrio. El aire contaminado de la noche olía a ozono, presagio de relámpagos que se avecinaban. Izumo ignoró la fiereza del viento y la lluvia y se mantuvo inmóvil sobre la cornisa. Estaba ansioso por encontrar a su presa, por un poco de acción con la que disipar la melancolía que atormentaba sus pensamientos. Lanzó una mirada llena de impaciencia hacia el reloj de la torre del edificio que se hallaba situado al otro lado de la bulliciosa Avenida Central. Eran las nueve menos cuarto.

Las abarrotadas aceras estaban cubiertas por una manta de paraguas que le impedía ver a los peatones que desafiaban la tormenta. Sus aguzados ojos registraron las atestadas calles que discurrían frente a él. Al principio no encontraron nada sospechoso. Pero entonces...

¡Alto! ¡Ahí!

Entornó la mirada al avistar a dos individuos de aspecto poco recomendable que se abrían camino por una acera abarrotada. Utilizando sus paraguas, codos y miradas asesinas, los dos peatones avanzaban a codazos entre los numerosos peatones que habían decidido desafiar a la tormenta. Sendas chaquetas de cuero los protegían del viento y la lluvia.

Izumo levantó la mirada para ver si su compañero había detectado también a los dos sujetos. Una sonrisa de satisfacción se encaramó a sus labios al comprobar que, en lo alto de un edificio de oficinas situado al otro lado de un callejón mugriento, Kotetsu había sacado ya su cámara digital y estaba ocupado tomando fotos de la pareja que caminaba debajo de ellos sin sospechar nada. Ya debería saber que siempre está atento, pensó, complacido por la rapidez y profesionalidad de éste. Completado su trabajo de reconocimiento, Kotetsu bajó la cámara, ladeó la cabeza como un pájaro y dirigió la mirada al otro lado de la solitaria calle que separaba ambos edificios.

Esperando la señal de Izumo para proceder.

El discreto comunicador que reposaba en el bolsillo de ambos agentes tintineó con un inaudible pitido, develando la ubicación del tercer elemento del equipo. Kotetsu le identificó al instante.

Y ésa era la señal.

0—

—Nueve en punto…–las palabras escapaban menguadamente de entre los labios de aquel hombre, cuyo rostro permanecía cubierto por la amorfa oscuridad que resguardaba el entorno del solitario callejón.—. Bastante temprano.

Una silueta mortecina, se había adelantado levemente un par de pasos. Cortos y pesados. Aquella voz pertenecía a esa lóbrega silueta, dirigiéndose hacia un sujeto de figura aparentemente desgarbada y frágil, cuya única identidad radicaba en el apellido…

Hayate.

Éste simplemente asintió de manera escueta, con un tenue y apenas visible movimiento de la cabeza.

—Supongo que lo trajiste ¿verdad? —inquirió el otro sujeto.

Hayate nuevamente asintió. La lluvia había cesado pero la oscuridad continuaba siendo profunda, casi ominosa. Bajo el único y alejado brillo de una farola proveniente de una de las calles aledañas, pudo verse la amarillenta textura de un raído pergamino, extraído de uno de los bolsillos de la gabardina de Hayate. Su mano denotaba un tenue temblor, al alcanzarle el objeto al reservado hombre. Éste había avanzado un paso más y esta vez el efecto aletargado de contraluz reveló por fracción de segundo unas facciones casi marfileñas, unos ojos brillantes ocultos tras unas gafas de gruesa montura. Hayate estuvo a punto de proferir algo, pero el gesto de aquella mano al arrebatarle el pergamino repentinamente irrumpió su aliento.

Sin embargo, el enigmático sujeto pareció entender el gesto silencioso y la sorpresa de Hayate inmersa en su rostro y como si hubiese sido casi una petición silenciosa de parte de éste, su otra mano, provista de lánguidos dedos pálidos, se deslizó sobre la tela de la capucha que cubría parte de la cabeza. La bajó, dejando al descubierto sus macilentas facciones. Sus orbes escrutaban a detalle el objeto. Sus labios esbozaron una sonrisa cancina.

—Supongo que es el último faltante, Kabuto-San —exhaló Hayate.

—Buen trabajo, Hayate —dijo en un susurro apagado. Aquel estuvo a punto de responder, deteniéndose con el aliento en seco al sentir una mano por detrás de él. La media sonrisa de Kabuto se amplió, como una mueca lacónica digna de un demonio—Ah pero supongo que esto tendrá alguna clase de precio…¿o me equivoco?

Otra mano, proveniente de la misma sombra a espaldas de Hayate le atenazó por el hombro.

—¿Pero que…?

Antes de que Hayate pudiese siquiera espetar palabra alguna, su mirada se cruzó ante las gélidas pupilas de aquella sombra que encajaba sus huesudos nudillos contra su hombro. Un rostro inmutable enmarcado en una cabellera blanco grisácea; los casi cadavéricos labios porfiaron una tenue sonrisa cuando derribó de un instantáneo empujón a Hayate.

Éste cayó de rodillas y en el brusco movimiento, el localizador fue a parar de su bolsillo al raído suelo embaldosado. A pocos centímetros de los pies de Kabuto.

¡Hayate! –la voz se Izumo se oía al otro lado de la difusa línea de comunicación—solicitamos la confirmación de tu ubicación…¡Hayate! ¿Escuch…?

La voz se silenció abruptamente en cuanto la suela de Kabuto se impactó contra el fútil aparato. Éste bajó la mirada hacia Hayate.

—Tsk tsk…—chasqueó la lengua en un tono perentorio—Teníamos un acuerdo, Hayate-san. Y tu no lo respetaste, creo que tendremos que imponer un poco de disciplina por ello…—su mirada incipiente se dirigió al hombre a espaldas del informante—¿Tu que opinas…Kimimaro?

—Hagan lo que quieran, —exhaló Hayate—…para antes de mañana todo Konoha lo sabrá.

Kabuto avanzó un paso más hasta donde estaba él.

—Entonces démosles un pequeño adelanto. –siseó.

Antes de algún movimiento de defensa por parte del agente encubierto de Konoha, éste sólo alcanzó a sentir un nudoso puño darle de lleno contra la nuca. El aire y saliva se quedaron atascados en su garganta.

Y todo se oscureció.

0—

—Tres en un mes. Y si nos ponemos a hacer un conteo, ya serían ocho elementos perdidos en un semestre y sin mencionar a los civiles involucrados. Jiraya esto ya es demasiado.

La voz de aquella mujer de rubia cabellera se tornó sombría. La relevancia de un tono severo en ella era tan inusual en ella como una lluvia torrencial en pleno desierto, pero desde hacía un tiempo –un año y fracción- empezaba a tornarse demasiado cotidiano.

Y esa cotidianidad de reprimendas era algo que a Jiraya no le gustaba en absoluto. Éste simplemente se limitó a soltar un lánguido suspiro de cansancio y soltar una tenue sonrisilla.

—Lo se…no se que salió mal. Bueno, siempre dicen que hay un cierto margen de error en esto de las misiones encubiertas. ¿Sabes? Creo que lo de los intercomunicadores fue una mala idea…

—Jiraya fuiste tú quien los sugirió –esta vez, Tsunade no escatimó en mantener un novel de voz medio. De hecho lo había elevado intencionalmente.—Los intercomunicadores, los rastreadores, todo ese caro equipo ¡y sólo para que te diviertas jugando a los espías y sin ningún resultado!...¡Y el que asesinen a elementos competentes de la agencia tampoco es bueno!

—Eh…a Hayate no lo asesinaron…o al menos no lo dejaron en claro. No encontramos ni rastro más allá del comunicador. –Jiraya alzó levemente ambas manos, imitando el gesto de un chiquillo acusado injustamente—Y en cuestión a eso de que dices que estoy jugando a los espías pues…

—Para con eso.

—¡¿Que?! ¡¿Y dejar que el mundo sucumba ante una horda de caos y destrucción?! Porque si dejamos que…

—Sólo detén esto, Jiraya –esta vez las palabras eran más pausadas. Los orbes color miel de ella se entornaron hacia él, con una connotación perentoria—Suficiente es tener el peso de ocultar toda esta organización del gobierno y de los escrutadores ojos de Sarutobi-sama como para tener que seguir lidiando con toda la faramalla de tu investigación. En serio, sólo déjalo ya. Orochimaru esta muerto y el expediente quedó cerrado hace veinte años.

Un silencio abrupto de casi diez o quince segundos se aprestó entre ellos. Jiraya, aquel hombre de edad ya entrada en los cuarenta y con facciones marcadas a causa de los años y experiencias vividas, sólo aprestó a asentir con leve renuencia. No, no era la primera vez que el peso de un fracaso en misión le caía encima. No en un submundo como en el que pertenecía, donde uno debía valerse de sus propios medios al menos en aquellos asuntos que permanecían velados del pueblo y del inquisitivo gobierno. Ése era el precio al permanecer ocultos y trabajando a espaldas del Hokage y su cristalina burocracia. Ése era el precio de una organización como la suya, y esperaba que por lo menos Tsunade mostrase el mismo encono y devoción hacia ello.

Pero el tiempo y las fallas apremian. Y no podía culparla si ese fuera el caso.

—Bien, podríamos aplazar los siguientes movimientos si quieres, Tsunade. –sonrió levemente de nuevo, esta vez era una sincera mueca de confianza—Aun tengo un as bajo la manga y se que podremos usarlo cuando llegue el momento. –miró distraídamente su reloj de pulso. Se levantó y se despidió educadamente—Con permiso, aun debo ocuparme de ciertos asuntos.

Aun antes de que éste saliese por la puerta, Tsunade le detuvo.

—Eh, Jiraya –dijo sin moverse del escritorio. El aludido se giró hacia ella—cuando dije que dejásemos todo esto, también me refería a tu pasatiempo personal.

Éste pareció espetar una entrecortada risilla.

—Sólo me falta un elemento más y con eso el equipo estaría completo.

—Jiraya…

—Esto es asunto enteramente mío, prometo no llevarme a ningún novato de las fuerzas de respaldo, sólo necesitaré un pequeño escuadrón. Nada más.

Tsunade apoyó el mentón en una mano y tensó el gesto.

—¿Y ahora que? ¿Volverás a embarcarte a Yukigakure en busca del Yeti o alguna locura similar?

Pese al aire burlesco y sarcástico del comentario, el semblante de Jiraya seguía igual de confiado. Sonrió aun más.

—No pienso salir de Konoha. Lo que busco esta justo en los bosques que colindan con Iwagakure y las condiciones son óptimas. Habrá luna llena y eso es más que suficiente.—se re ajustó la corbata y el cuello del traje, presto a salir—Con permiso, debo conseguir a un equipo que pueda manejar un arnés de captura, y comprar un poco de acónito.

Salió sin decir más, dejándole con la tenue pregunta flotando en los labios.

—¿Acónito?


CONTINUARÁ


N/A: Y como mencionaba... éste es el fic de estreno... más bien, re-estreno, corregido y aumentado!. Ya saben, reviews, críticas, etc etc.