-Padre, no podemos esperar más. El enemigo nos está ganando territorio ¡Luchemos! –Gruñó Ares.

-Tiene razón padre…, aunque me moleste admitirlo –dijo entre dientes Atenea cuando notó la sonrisa arrogante del Dios de la Guerra. –Debemos de contraatacar de inmediato.

-No…, aún no.

-No van a venir, Zeus. –Dijo Deméter, observando el panorama que les iba a aguardar en unos míseros instantes.

-¿Quién no va a venir? –Preguntó con el ceño fruncido.

-Tus hermanos. Hades y Poseidón. –Respondió Hera como si fuera obvia la respuesta. –Tienen sus propios problemas o…rencores.

-Pero deberían estar aquí ¡somos su familia! –Rugió furioso.

-Pfff….ya. Familia. Esa palabra carece de significado para mí. –Dijo Hefesto forjando armas para la batalla. –También erais mí familia cuando decidisteis tirarme del Olimpo cual perro. Que seamos una familia, no significa que estemos unida y menos que tengamos obligaciones con ella. –Terminó, y lanzó un pequeño escupitajo en la punta de la flecha ardiente que produjo un chss de vapor por el contacto de la saliva y el hierro candente. –Perfecta… -murmuró.

-Eso fue tú madre, no yo.

-¡Zeus! –Gritó Hera indignada por la acusación de su marido.

-Fue ella, pero bien que le diste el capricho ¿verdad? –Le miró con ojos cansados y vacíos. Hacía tiempo que había dejado el pasado atrás pero no le parecía mal recordar a su progenitora lo mala madre que había sido.

-A la parienta hay que tenerla contenta.

-¡Parad! –Chilló Artemis, para que pudieran oírla entre el barullo que se estaba formando. –La guerra está ahí fuera, a un tiro de piedra y vosotros discutiendo como niños pequeños ¿No os da vergüenza? Nuestros hijos en poco estarán en el campo de batalla combatiendo con fuerza, valentía y vigor y ¿nosotros? Parados como estúpidos. Padre, debemos salir ya. Debemos parar a Tifón. Tenemos que darles una oportunidad a los semidioses de ganar esta guerra.

Antes de que Zeus diera un asentimiento con la cabeza para coger los carros y encaminarse a lo que será una masacre, el salón se inundó de una luz dorada y brillante como el sol. Ante el resplandor cegador, los dioses tuvieron que taparse los ojos. Una vez la luz fue disminuyendo pudieron apreciar un grupo de alrededor de 40 semidioses confundidos vestidos con pantalones de mezclilla y camisetas de color naranja dando a entender que pertenecían al Campamento Mestizo. Desorientados, miraban el lugar donde se encontraban. Muchos de ellos al darse cuenta de donde se hallaban se arrodillaron con respeto ante ellos y tiraban hacia debajo de sus compañeros que no imitaban su posición, aún un poco fuera de sí.

Una chica con apariencia de quince años, rubia y esbelta se adelantó con mirada intimidadora además de perspicaz y preguntó:

-¿Nos convocó, Señor Zeus?

-No…, yo n…

No pudo terminar porque de la nada, al igual que lo semidioses, aparecieron dos luces de diferentes colores: Negro y verde.

A la izquierda se encontraba Hades mirando al vacío como si estuviera recapacitando en algo, mientras que en la derecha estaba Poseidón empalando su Tridente cerca de la cabeza de Dionisio.

-¡Ahhhh! –Gritó el Dios del Vino, escondiendo su cabeza debajo de su revista de bebidas.

-¿Pero qué…? –dijo confundido. –Dionisio, casi te doy. ¿Qué haces en mi palacio? Casi hago brocheta de uva.

Algunos de las sala ahogaron pequeñas risillas disimulándolas con tos. Esa parte que acababa de sacar el Dios del Mar le recordaba a Percy que en ese momento estaba desaparecido. Aun tenían la esperanza de que estuviera en la guerra con ellos, luchando codo con codo.

-¿Qué hago en el Olimpo? –Inquirió Hades, revisando a todos que se encontraban en el Salón de los Tronos.

-¿Olimpo? –Dijo Poseidón, dándose una vuelta para confirmar que sí, que estaba en el Olimpo. -¿Habéis hecho reformas?

-No, Tío P. Pero ¿a que no le vendría mal? –Le sonrió Apolo.

-Pues no, la verdad que no, sobrino. –Sonrió. –Bueno…veo que habéis montado una fiesta. Me siento halagado de que me halláis invitado.

-¿En serio tienes ganas de bromar con lo que está pasando, Poseidón? –Dijo con asco Atenea, su nombre.

-Vosotros me diréis. Me habéis traído aquí. ¡Contra mi propia voluntad! –Dramatizo poniéndose una mano en el pecho.

-Hermano, nosotros no te hemos traído. –Le informó Deméter.

-Vaya…noto el calor familiar…

-Hermano –le riño suavemente. –Sabes que no es eso, alguien os atraído aquí a Hades, a los semidioses y a ti.

-Vale. Una pregunta. –Señaló con un dedo. -¿Por qué me has puesto a mí como último? –Hizo un puchero.

-Por educación y porque ella sí que respeta las leyes del lenguaje, aliento de pescado. –Le contestó fríamente Atenea.

Mientras los dioses del Mar y la Sabiduría seguían discutiendo de cosas tribales los semidioses comentaban entre sí.

-Es como ver a Percy y Annabeth discutir…, pero solo que más mayores. –Dijo Travis.

-Eso no es cierto. –Negó la aludida.

-Sigue diciéndote eso. –Comento divertida Katie.

Y por tercera vez en el día, el Salón de los Tronos se inundo de una luz brillante. Cuando el brillo disminuyó se pudieron apreciar dos siluetas. Una más grande que otra.

-Percy, sabes que tienes que hacerlo. Es nuestra única oportunidad.

-Ya, Nico. Solo dame…

Pero no pudo seguir ya que un cuerpo se aplasto contra su espalda encerrándolo en una jaula de brazos sacándole todo el aire que contenía en los pulmones. Tan rápido como se abrazo había llegado, desapareció. Se dio la vuelta y lo único con lo que se encontró fue con los orbes grises fríos y furiosos de Annabeth. En ese mismo momento no le hubiera importado volver a ser una cobaya y esconderse en un rincón por el miedo que sentía.

-¿Dónde estabas? –Siseó rabiosa.

-Y-yo… -Tartamudeó nervioso. No le podía contar que estaba a punto de zambullirse en la Laguna Estigia. Si se lo contaba le encerraría en un manicomio y no le soltaría hasta que se leyera un libro de arquitectura… ¡No le soltarían en la vida!

-Ah, ya veo… ¿Estabas con Rachel, no? Prefieres estar con ella que con tus amigos para salvar el mundo. No te lo dije para que lo hiciera en serio ¿sabes? Solo estaba enfadada y…

-¡Silencio! –Una voz retumbó por todo el lugar.

-¿Quién eres? –Preguntó Hermes con el ceño fruncido. -¿Qué quieres? Porque si es dinero no te voy a dar ni un dracma yo aviso y quien avisa no es traidor. Quedas avisado.

-Somos Las Moiras y venimos a dar un mensaje. El futuro se encuentra en muy mal estado. Hemos reunido a estos semidioses, que serán una parte importante de este fututo próximo, para leer un libro que os revelaran unos hechos. El libro se llama la Marca de Atenea –Ante este nombre, dicha Diosa trago saliva duramente. Esperaba que no lo hubiera hecho. –Ante vuestras malas acciones dioses, dos semidioses aquí presentes sufrirán las consecuencias y queremos que lo sepáis.

La voz desapareció dejando a todos sumidos en el silencio. Un libro calló en el centro de la sala produciendo un ruido estruendoso que sobresaltó a la mayoría. Apolo se levantó y lo recogió con sumo cuidado lo abrió.

-Hay una nota. Dice: ´´Solo os hemos puesto los últimos capítulos. Intentad disfrutar de la lectura aunque lo dudamos. Las Moiras´´.

-Son el optimismo en persona. –Dijo Chris.

-Bueno, empecemos. La Marca de Atenea. Annabeth –Leyó Apolo.