Disclaimer: Los juegos del hambre, Teenage mutant ninja turtles, personajes, situaciones y demás no son de mi propiedad, sino de sus respectivos autores; Suzanne Collins, Peter Laird y Kevin Eatsman.

Gracias a mi beta Haoyoh Asakura, sin ella este fic no sería posible.

No les pertenezco

No soy una pieza de sus juegos

No pueden controlarme

Ellos serán los únicos culpables

No voy a fracasar

No me daré por vencido en esta pelea

No voy a darles nada…

Nada… nada…

Girl on Fire by Arshad

Capítulo I

El cielo estaba totalmente oscuro, no había luna y todo a su alrededor parecía envuelto en una penumbra insondable si no se poseían gafas de visión nocturna.

¡Las gafas! Se hallaban en su mochila, pero no podía detenerse a buscarlas, si lo hacía lo alcanzarían y ese sería su fin; siguió corriendo, dando traspiés entre los árboles y las rocas, los matorrales y las raíces salidas; todo aquello sólo podía saberlo por el tacto y los tropezones.

Tenía un pie lastimado por haber tropezado con una de esas raíces y el resto del cuerpo parecía pesarle demasiado. Un grito se escuchó y luego el sonido del cañón repercutiendo por todo el lugar, ahogándolo todo con su sonido, casi haciendo retumbar la tierra y su cuerpo, al tiempo que el corazón pugnaba por escapársele por la garganta.

"¡Uno más!" pensaba. "¡Uno más...! ¡Vendrán por mí!"

Y aquel pensamiento daba alas a sus pies a pesar de todo, haciendo que aumentara la velocidad; ¿Hasta dónde pretendía llegar? ¿Había algún lugar a dónde refugiarse? Ni idea, sólo sabía que no podía quedarse quieto, no podía ni quería quedarse de pie en medio de la nada, envuelto en las sombras... las sombras que deberían ser sus amigas cómo solía decir su padre y que en ese momento sólo se le presentaban como una amenaza más a su vida.

El himno de Panem resonó, en el cielo aparecía una nebulosa imagen plateada que no pudo reconocer.

¿Quién era? ¿Quién había sido ahora? ¿El tres, el seis, el nueve? ¿Quién?

Dio un paso más y otro ruido llamó su atención, un ruido de ramas que se movían y varas secas que se rompían bajo los pies de alguien; alarmado continuó su carrera, esta vez más frenética, más desesperada.

¡Bam! De golpe alguien le caía encima y trataba de matarlo con uñas que parecían cuchillas, directas a su cuello; logró golpear, quitándose a ese alguien de encima y escurriéndose en el piso pese al dolor del tobillo; las botas antiderrapantes le ayudaban a no resbalar en la huida.

Sonó el cañón de nuevo, una y otra y otra vez; el himno de Panem se dejaba oír por toda la arena y otras imágenes borrosas aparecían en lo alto del cielo, anunciando...

Siguió corriendo, ¡No quería estar ahí! Ansiaba salir a como diera lugar y no hallaba la salida; escuchó más ruidos, pasos que venían detrás de él a toda velocidad; Volteó a ver, pero la penumbra seguía impidiéndole saber qué era lo que le seguía... ¡Si tan sólo hubiera un poco de luz!

Y pronto obtuvo algo de luz; a lo lejos se alzaba la enorme cornucopia dorada, brillante a pesar de no haber luna; corrió, era difícil por el dolor, pero corrió, más y más, sintiendo que si llegaba a ella estaría a salvo.

Sin embargo, algo se enredó en sus tobillos, haciéndole caer aparatosamente al piso; como se hallaba cerca de la cornucopia, la extraña luz que el oro irradiaba le permitía percibir algo de lo que tenía detrás suyo; miró al suelo y vio que aquello que le sujetaba los pies eran los tentáculos de la bestia del cenagal.

Pronto de entre los arbustos emergieron sus perseguidores; Liberia, la pantera del distrito dos, con el hacha en la nuca y los ojos perdidos; Dominus, su compañero, con la flecha en la frente y la cara cubierta de sangre.

Asustado luchó por zafarse de los tentáculos y seguir corriendo, pero no lo conseguía; cuando se giró hacia el frente pudo ver a Tyrene, arrastrándose hacia él, pues las piernas no le respondían gracias al cuchillo que se hallaba aún enterrado en el centro de su columna vertebral.

Luego aparecieron Ace y Sasha, cubiertos de sangre, ella con un hueco en el estómago, provocado por la cuchilla, él sin una mano y con el pecho atravesado por aquella línea, fina y profunda, provocada por la espada.

Avanzaban hacia él con el semblante rabioso, furioso, dispuestos a desquitarse por lo que les había hecho.

Leonardo se hallaba al límite.

Tras ellos aparecieron Usagi, con el cuello y el resto de la ropa cubierto de sangre y pus verde, con enormes protuberancias en distintas partes del cuerpo; Belle iba detrás suyo, con los miembros destrozados, como una muñeca que hubiese caído bajo las ruedas de un tren.

-No... Por favor... aléjense...- Murmuraba el chico al borde del paroxismo. Logró zafar sus pies de los tentáculos y levantarse de nuevo, pero en cuanto pudo hacerlo alguien le caía encima, frente a frente; el olor a ácido, carne y pelo quemado inundaba su nariz en un segundo.

Mientras que los ojos desorbitados y vacíos de Finch le miraban directamente a los suyos y en su oído se escuchaba el último aliento de la comadreja.

Lanzando un grito, Leonardo se incorporó de golpe; agitado y con el corazón desbocado, sintió que debajo de sus manos no había césped ni tierra, sino el blando y suave colchón de la cama.

Miró rápidamente a su alrededor; no estaba en el bosque, no estaba en la arena, se encontraba en su habitación, en la Aldea de los Vencedores; aquel cuarto con sus paredes de madera pintadas de amarillo pálido, sus finos muebles de caoba y la agradable y suave alfombra que cubría el piso de pared a pared.

El chico se pasó la mano por la cara, agitado y angustiado, luego se tapó la boca con horror; esperaba que nadie lo hubiera escuchado gritar, pero sabía que eso sería imposible. Miró el reloj sobre su mesa de noche, eran las cuatro de la mañana.

Se levantó de la cama y entró al baño, abrió el grifo y se remojó la cara un par de veces. Se miró al espejo, con las gotas del frío líquido aun escurriendo por su rostro y su mentón.

"Ya no eres un tributo, Leo..." Le decía aquella vocecita, parecida a la de Rafa, que resonaba en su cabeza.

-No, eres un vencedor... y eso puede que sea peor.-Se replicó a sí mismo y a la vocecilla en un susurro, mirándose todavía al espejo.

Suspiró; había estado teniendo esas pesadillas desde que había llegado del Capitolio, y cada vez se tornaban peor.

Se veía de nuevo encerrado en la arena; los muertos le visitaban en sueños y trataban de matarlo, de llevarle con ellos, de vengarse por lo que les había hecho, eran terribles pesadillas difíciles de soportar...

...aunque no eran del único tipo, también las había dónde, durante la cosecha, llamaban a Mickey para ser tributo, y él, por más que gritaba su ofrecimiento, no era escuchado, como si fuera invisible o no existiera, por lo que nadie podía verlo con la mano en alto, nadie podía escuchar sus reiterados gritos de ofrecimiento cómo voluntario y por más que se interponía, no podía detener a Mickey que avanzaba por la plaza, rodeado de agentes, escoltado hacia el escenario donde le esperaba Effie; o en otras ocasiones, Donny, que sí era escuchado en el acto cuando se ofrecía por su hermanito, era quien debía perderse en el interior del edificio de justicia acompañado de la estrafalaria mujer y de Haymitch; luego, le tocaba verlos en la arena, vestidos con las ropas de tributo, debiendo enfrentarse a los horrores que había vivido él.

... pero los peores eran cuando veía al presidente Saki, torturando a sus hermanos, cobrándose con ellos por lo que, él consideraba, la falta de su hermano mayor.

Sí, su falta; desafiar al gobierno de Panem ganando los juegos bajo sus propios términos al haber perdonado la vida de Belle, dejando en evidencia la crueldad del gobierno y los juegos ante toda la gente... desafiando al gobierno, desafiando al presidente.

Y este lo odiaba a muerte, eso se lo había dejado muy claro la primera y última vez que se habían visto frente a frente; cuando le dedicaba aquellas miradas cargadas de aquel sentimiento, aquellas miradas de amenaza.

Negó con la cabeza, como si esperara que así se pudiera eliminar por completo todas aquellas preocupaciones. Quería retomar la "normalidad" en su vida, suponiendo que aquello fuera posible con los cambios tan grandes que se habían dado en ella; pero quería intentarlo, gozar de aquel momento, de estar de vuelta con su familia, y más ahora que las largas celebraciones por su victoria habían terminado en el distrito doce.

Fueron semanas de ceremonias, eventos, banquetes para la gente importante del distrito (que no era mucha) y fiestas con comida gratis para todos, a lo que se sumaba la visita de grandes artistas y entretenimiento venido directo del Capitolio, más el inicio del "Día del paquete" una celebración en la cual, durante doce días, cada familia del distrito recibiría un paquete con comida variada; en las casas los adultos llevaban los paquetes grandes con cereales, aceites, latas de conservas, carne y otras cosas de las que no solían disfrutar a menudo; los niños recibían paquetes pequeños con caramelos, compotas dulces, tartas y otras golosinas; una vez al mes por todo un año se repetiría este suceso, algo que a Leo realmente le agradaba mucho y le hacía sentir feliz.

Sin embargo, durante todo ese proceso, Leonardo se vio obligado a presidir junto con el alcalde aquellas festividades, de hablar a las cámaras, de ir a dónde quiera rodeado de aquella parvada de periodistas que ya se le estaban haciendo amargamente habituales. Cuando por fin se fueron y pudo recuperar algo de su privacidad, fue un gran respiro para él; aunque estos se retiraron con la promesa de "nos veremos durante la gira", algo que de sólo pensarlo le parecía insoportable.

Sobre todo porque esta no tardaría en darse.

Se escucharon unos golpecitos en la puerta, Leo se sobresaltó y miró hacia ella.

-Adelante...

La puerta se abrió, Donny asomó el rostro.

-Leo... ¿Estás bien?

-Sí... sí, claro, Donny...-Replicó con extrañeza.- ¿Por qué lo preguntas?

-Te oí gritar.

Al escucharlo, Leo se quedó callado. Bajó la mirada brevemente.

-¿Qué te pasa? Puedes decírmelo.-Pidió el muchacho con voz serena, tranquila. Leonardo le miró de nuevo y esbozó una sonrisa.

-No fue nada.- Negó con la cabeza.-Vuelve a la cama.

Donny se cruzó de brazos y le miró fijamente.

-En verdad, Leo, puedes decírmelo, yo...

-Donny, no pasa nada; vuelve a dormir, ¿quieres? Por lo menos la hora que falta..-Dijo, tomándole suavemente de los hombros.

-¿Todo está bien?- Mickey, se asomó por la puerta, seguido de Abril y su madre; Leo y Donny los miraron y aquello hizo que el mayor se sintiera peor; lo que menos quería era preocuparlos y ahora los tenía ahí, en su cuarto en la madrugada, preguntándole si se encontraba bien. Suspiró y esbozó una sonrisa.

-Sí, Mickey, no es nada... rodé y caí de la cama, eso es todo.-Dijo Leo. Donny se giró y lo miró de manera casi acusadora; era obvio que él no se tragaba ese cuento y no creía que Miguel Ángel fuera tan inocente como para creérselo.

Mickey miró a su hermano mayor después de tallarse los ojos por el sueño; arqueó una ceja.

-Sabía que no ibas a poder dormir sin mí.- Replicó el niño, negando con la cabeza; como en la vieja casa todos solían dormir juntos, solía extrañar eso por mucho que le gustara su habitación propia.-¡Pero no te preocupes, puedo quedarme contigo para agarrarte cuando te ruedes otra vez!- Sugirió, con emoción.

Leo dio un breve respingo y luego rió suavemente.

-No, Mickey, no es necesario; Creo que debo aprender a dormir sin caerme, yo solito, ¿no lo crees?

-Pero en lo que lo haces... no me molesta quedarme contigo.

Leo negó con la cabeza y le acarició la de su hermanito.

-Gracias, pero estaré bien.

-¿Seguro?- Preguntó esta vez Abril, su madre miraba al muchacho con preocupación.

-Seguro. Mejor vuelvan a la cama, recuerden que a las cinco salimos para el bosque.

Una queja salió de labios de Mickey y Abril, al tiempo que, arrastrando los pies, salían del cuarto de Leo. Desde que los reporteros se habían ido del distrito doce, Leonardo había retomado los entrenamientos de la familia (con Abril incluida), por lo que les hacía levantarse a las cinco de la mañana para ir al bosque y pasar dos horas de arduos ejercicios.

-Tú también necesitas dormir.- Le dijo Donny, antes de retirarse.

-Lo haré. Vuelve a la cama.- Le sonrió dulcemente.

Donny, algo derrotado, abandonó la habitación, siguiendo a los demás.

Al quedarse solo, Leo cerró la puerta y miró a la cama... le sería imposible conciliar el sueño de nuevo, por lo que no le vio caso ni siquiera a intentarlo. Hizo la cama y se dio un baño de agua fría; tras salir y secarse, abrió la puerta de su armario.

Este se hallaba repleto, pues Cinna no le había dejado ir del Capitolio sin llevar todo un surtido guardarropa variado, creado por él; una completa colección de las cuatro estaciones con ropa adecuada para cada una de ellas. Al chico le encantaba el trabajo de Cinna, de eso no quedaba duda, pero le era difícil para él usarlo en su vida diaria ya que le hacían resaltar demasiado, pues hasta la prenda más sencilla denotaba la calidad del trabajo de su estilista; una simple camisa sin mangas o un pantalón sencillo se destacaba por lo fino de la tela, el perfecto corte o la delicada confección con la que había sido hecho; por lo que, a pesar de que Leonardo no se esmerara mucho en su vestimenta, no dejaba de ser uno de los chicos mejor vestidos del distrito doce.

En uno de los extremos de su armario tenía la ropa vieja que usaba al vivir en la veta y que Magda le había pedido no volviera a usar, pues ella consideraba que el estatus de Leo había cambiado y lo más adecuado era cuidar de su apariencia (por lo que consideraba acertado el que Cinna le hubiese enviado con tanta ropa), Leo había querido discutir al respecto, pero la mujer no parecía dispuesta a que el chico le cambiara de opinión, por lo que Leonardo tuvo que conformarse con sólo usarla para los entrenamientos, pues si en algo sí concilió la mujer fue en que no sería conveniente usar las hermosas creaciones de Cinna para corretear en el bosque. Lo mismo ocurría con Donny, Mickey y Abril; como Leonardo le había comprado un nuevo guardarropa a toda la familia, Magda aplicaba la misma regla para todos.

Leo se puso uno de sus viejos pantalones de gabardina y una camisa sencilla, las botas que solía usar para cazar y una gastada chaqueta de piel que había pertenecido a Rafael, la cual era su favorita y usaba durante las cacerías, aunque siempre se la dejaba a cualquiera de sus hermanos que la necesitara o quisiera usarla; aunque desde la ausencia de Rafa, Leo la conservaba y la usaba, pues le hacía sentir que la tozuda y terca tortuga continuaba a su lado; aquella chaqueta era el tesoro más preciado de Rafael, quien había dicho en su tiempo que la había obtenido en un trueque en el quemador; posteriormente Leo se enteró de que la había ganado en una partida de póker contra Haymitch, y aunque no le hacía mucha gracia el juego, no podía evitar sonreír al recordarlo y pensar en la osadía de su hermano, en la forma en la que solía hacer lo que le venía en gana y cómo por lo regular, su habilidad y la buena fortuna solían siempre beneficiarlo.

... bueno, no siempre.

Tomó una mochila en la que había guardado algunas cosas que deseaba llevar a sus amigos; salió de la habitación y bajó a la sala; pronto detrás de él aparecieron Donny, Mickey y Abril, todos también vestidos con sus ropas viejas y, pese a que los últimos dos parecían algo adormilados, se hallaban listos para emprender el viaje. Los cuatro salieron de la casa, atravesaron los largos jardines de la Aldea de los Vencedores, el distrito, la veta y llegaron al extremo de la reja electrificada, en el punto dónde Leo sabía que la energía se cortaba; tras levantarla para permitir el paso de sus hermanos, él también salió con ellos al bosque.

Fueron hasta el árbol hueco; Leo sacó los dos arcos (pues aunque se hubiese sentido reticente al respecto, debían usar también el de Rafael) y las armas, pues no sólo tenía ahí sus espadas de madera y los sais de su hermano, sino que también había llevado ahí, en cuanto tuvo oportunidad, el bo de Donatello, los nunchakos de Mickey y una katana que hizo para Abril; armados con todo eso, caminaron a lo más profundo del bosque, junto a un viejo sauce cerca del lago.

Dando inicio a la tortura.

¿Y por qué tortura? Sencillo, porque Leonardo se había convertido en un maestro muy estricto. Si bien, antes de la cosecha en dónde fuera llevado como tributo, solía ser rígido y constante con los entrenamientos, ahora que había vuelto como un Vencedor, ahora que sabía cómo se las gastaba el Capitolio dentro de una arena, se había vuelto aún más exigente en las prácticas. Los ejercicios de acondicionamiento físico, de resistencia y agilidad eran extenuantes y casi rallaban en la extralimitación; les hacía correr llevando cosas pesadas en la espalda y saltar con ellas a los árboles, o escalar algunas colinas escarpadas, o les imponía una carrera, en la cual debían de recorrer varios metros cargando con aquel peso y llegar a cierta meta compitiendo contra él, y si no llegaban al mismo tiempo o incluso antes de que él lo hiciera, les imponía el doble de los ejercicios al día siguiente.

A eso había que añadirle las prácticas de las técnicas ninja, tanto en individual como en combate de parejas con o sin arma, y peor aún era cuando en lugar de combate de parejas era una lucha campal o todos contra uno (un día era contra Donny, otro contra Mickey, otro contra Abril e incluso otro contra el mismo Leonardo), y si bien los chicos al principio de la pelea podían sobrellevarlo bien, a la larga el número y los ataques constantes les abrumaba y terminaban en el piso apabullados por el montón, lo cual a Leo, en lugar de hacerle reír como solía pasar con Abril y Mickey que acababan muertos de risa debajo de los demás, le parecía preocupante.

-Hay que mejorar eso...- Murmuró mientras Donny ayudaba a ponerse de pie a la pelirroja, de quien había sido el turno aquella mañana; aquellos entrenamientos eran complicados para la joven, que no tenía los mismos años de preparación que sus amigos, pero había que admitir que pese a todo, lo sacaba adelante satisfactoriamente y nunca se quejaba, a pesar de que acababa muerta de cansancio al final del día.

-Me duele todo...- Dijo Abril, entre risas, sobándose la cadera.

-¿Ya acabamos?- Mickey, sentado en el césped, miraba a su hermano mayor, esperando misericordia.

-Aún no.

Los tres bajaron los hombros, derrotados, mientras Leo tomaba los arcos.

-Ay, no...-Soltó Mickey, quien consideraba que la arquería no era su fuerte.

-Ay, sí.- Replicó Leo, mirándolo de reojo.- Aún tienes mucho que trabajar con tu puntería.

-Bueno... la última vez sí le atiné al blanco.- Recordó, sonriente y con cierto orgullo.

-Era un árbol de casi un metro de ancho, Mickey, habría sido el colmo si no le hubieras dado.- Le reprendió Donny.

-Además, eso era sólo para que se acostumbraran al arma.- Dijo Leo, montando una flecha en el arco, girando hacia los árboles cercanos y disparando; en ese momento se escuchó que cayó algo entre los arbustos; el muchacho se dirigió a ellos, tomando lo que fuera a lo que le había tirado y regresó con los chicos.-Esto es lo que tienen que lograr.

Les mostró lo que traía en la mano, una ardilla cuyo ojo derecho estaba atravesado por la flecha de Leonardo. Los otros tres la miraban con una mezcla de asombro y horror, pues si bien no era la primera vez que veían una ardilla muerta de esa forma (pues cuando no había buena caza, Leo llegaba con algunas como única presa), no era lo mismo verlas amontonadas en un saco que tenerlas enfrente con todo y flecha, colgando frente a sus ojos.

-Pobrecita...- Susurró Mickey sin dejar de mirar al animal. Leo prefirió hacer caso omiso del comentario; entendía a su hermano a la perfección; pero para lo que los estaba preparando no cabían aquellas consideraciones.

Podían costarles la vida y eso lo sabía muy bien.

Guardó la ardilla muerta en un saco de gamuza y dio inicio a las prácticas de arquería, llevándolos de cacería por las inmediaciones, marcándoles algunos animales como blancos a los cuales debían darles en pleno movimiento; había que admitir que aunque no lograban dar en los puntos exactos que Leo deseaba (corazón, frente, ojos, garganta), los chicos lograban su objetivo y derribaban a la presa, incluso Abril había conseguido matar a otra ardilla, aunque le había dado en el pecho dejando poco beneficio de su carne si su intención hubiese sido comerla, pero eso no le quitaba la felicidad que sentía de haber logrado por lo menos, dar en uno de los blancos.

Mickey, arco en mano, avanzaba detrás de algo que, había escuchado, se movía por los matorrales; no era una presa marcada por su hermano, pero recién había logrado dar en un blanco y se sentía listo para traer algo por su propia cuenta. Alcanzó a la criatura perseguida, saltándole de detrás de un árbol y deteniéndose por completo...

...al ver que se trataba de un blanco y gordo conejo.

-¡Shu! ¡Shu!- El niño espantaba al conejo para alejarlo del lugar; no quería que su hermano lo viera y menos que se diera cuenta de que lo había estado siguiendo con la intención de matarlo.

-¡Mickey! ¿Dónde estás? ¡Ya debemos irnos!- Gritaba Donny, acercándose a dónde él estaba.

-Eh... sí, ya voy... ¡vete!-Dio una patada en el piso y el conejo salió corriendo, internándose entre los árboles.

Y fue justo a tiempo, pues en ese momento Donny aparecía junto a él, seguido de Leo y Abril.

-¿Qué hacías?- Preguntó Donatello, al ver al menor tan nervioso.

-¿Yo? Eh... nada, sólo trataba de darle... ¡de darle a eso!- Señaló a lo alto de un árbol, en una de las ramas se encontraba una hermosa ave de color azul. Los tres chicos la miraban asombrados.

-Es hermosa... ¿Cómo te atreves siquiera a pensar en matarla?- Le riñó Abril a Mickey, dándole un zape.

-¡Auch! Bueno, no iba a darle de todos modos.

-Es un sinsajo.- Dijo Donny, quien a diferencia de sus hermanos, sus conocimientos de botánica iban más allá de "este animal se come y este no"; su comentario llamó la atención de todos.

-¿Un sinsajo? Nunca había visto uno...- Murmuró Abril.

-Sí, es como el de la insignia de Leo.- Agregó Donny. Leonardo le miró, con extrañeza.

-¿Qué?

-Sí, la insignia que te dieron los del Quemador, es un sinsajo; sabía que no lo habías notado siquiera.

-No, no tenía idea...-Replicó Leo, volviendo a ver el ave. Está entonó una suave y corta melodía que hizo que los cuatro sonrieran, fascinados; luego emprendió el vuelo.

-¡Es bellísima!- Susurró Abril, encantada, mirando al pájaro alejarse de ellos.

-Bien, debemos irnos, pronto será la hora de entrar a la escuela.-Les recordó Leonardo. Abril y Mickey se quejaron al unísono.

-Me estaba divirtiendo... a pesar de todo, ¡Auch!

-Qué envidia, Leo, tú no tienes que ir.

-Sí, Mickey, no sabes que divertido es no tener nada qué hacer.-Replicó este con sarcasmo; pues como Vencedor no podía ir a la escuela, ya que según no era necesario que estudiara (por no decir que le retiraron la matrícula) o trabajara; ahora su deber sería fungir como mentor en los siguientes juegos del hambre.

-Bueno, podrías dedicarte a tu talento.-Intervino Abril.-Ya encontraste uno, ¿verdad?

Su talento... Leo hizo un gesto de frustración. Todos los vencedores debían tener uno, algo de lo que hablar cuando los entrevistaran. Algunos cantaban, otros esculpían, los había que sabían bailar de formas inimaginables, Pero él...

-No... Aún no.- Replicó apenado.

-Pero si tienes muchos talentos.- Interrumpió Mickey de repente.-Siempre te encargaste de remendar nuestra ropa, eres bueno cosiendo...

-Podrías aceptar la propuesta de Cinna.- Dijo Abril de manera cantarina, mirándolo con una sonrisita pícara. Cinna, quien cómo había prometido, solía llamar a Leo muy a menudo al teléfono de la casa (y pasar varias horas hablando con él), le había sugerido dedicarse al diseño de modas, incluso se ofreció a ser su tutor.

Leo dio un respingo, algo sonrojado como siempre le ocurría cuando el nombre de su estilista salía a relucir de labios de Abril de aquel modo. Le miró cómo si fuera a darle un zape, y se lo habría dado... si Donny no estuviera en medio.

-No podría... una cosa es remendar ropa, otra es crear las cosas que él hace... no tengo el ingenio de Cinna, ni su paciencia, ni su habilidad, no podría cortar o coser las cosas cómo él lo hace... ¿Han visto la forma en que están bordados los puños del abrigo blanco?-Dijo, refiriéndose a una de sus tantas prendas, una que por cierto, había despertado el interés de Abril por su suave y abrigadora tela y el hermoso estilo que tenía.-¡Está hecho totalmente a mano!

-¡Lo sé!- chilló Abril, recordando dicha prenda. Leo había pretendido compartir parte de su guardarropa con ellos, pero Magda se había opuesto; decía que la ropa que el muchacho les había comprado era suficiente y que el chico no debía descompletar en lo absoluto la colección de Cinna; así que lo más que podía hacer con ella era prestar algunas de las prendas; Abril se había probado el abrigo una vez y había quedado fascinada con la forma en la que este le hacía lucir.

-Sí, Leo, Cinna es grandioso.- Añadió Donny, mirándolo también de manera pícara. Era obvio para él que la ropa de Cinna lograba que incluso aquellos que no tuvieran interés en las modas, como él, Leo y Mickey, prestaran atención y sintieran admiración por sus creaciones; pero también intuía que el interés de su hermano podía deberse a algo más personal.- Pero si hubieras aceptado habrías podido verlo más a menudo.

Leo se quedó pensativo; en eso Donny tenía razón. Se giró a ver a los chicos y los tres le miraban aguantándose la risa. Leo se puso serio, sin perder el sonrojo y volvió a mirar al frente.

-Aun así, eso no es lo mío.-Murmuró enfurruñado; los otros comenzaron a soltar unas risitas.

-Bueno, podrías cantar.- Retomó Mickey el tema de los talentos.- Siempre me cantabas cuando había tormenta, o las vísperas de... tú sabes...- Dijo, refiriéndose a las cosechas.- ¡Tienes una voz hermosa, te iría muy bien!

-Es cierto.

-Sí, es verdad.

-¡No, no, jamás podría hacer algo así!-Replicó asustado de sólo imaginarse frente a toda esa gente, con un micrófono en las manos, listo para cantar cualquier cosa. Sacudió la cabeza con vehemencia, como si intentará que aquella horrible imagen saliera volando.

-Pues tendrás que encontrar algo pronto, cuando se acerque la "Gira de la Victoria" te preguntaran por tu talento.

-Lo sé.- Murmuró frustrado.-Algo se me ocurrirá.

Llevando las piezas de cacería en un saco, dejaron las armas en el árbol hueco; después llegaron a la barda; Leo sostuvo el alambre mientras los otros pasaban del otro lado, luego entró con ellos al distrito doce.

-Adelántense.

-¿No irás con nosotros?- Preguntó Donny, al ver que su hermano tomaba otro camino.

-¿No vas a desayunar?

-Sí, bueno... iré al quemador, esto le servirá a Sae.- Levantó un poco el saco con las presas.- quizá desayune con ella.

Abril hizo un gesto, había oído que Sae "la grasienta" hacía los guisos más estrafalarios y asquerosos que se podía imaginar, no los había probado nunca, pero no le hacía falta ni lo deseaba; no comprendía como Leo podía preferir ir a desayunar con ella siendo que su madre estaría esperándolos con algo bueno y recién hecho. Mickey sonrió anhelante; él siempre había querido ir al Quemador, pero Leo no se lo permitía, lo cual al pequeño le parecía completamente injusto siendo que él no dejaba de ir ahí; y Donny sólo se limitó a sonreír; pese a su renuencia inicial sobre el Quemador y el hecho de que no le hacía gracia que Rafa se paseara por ahí cuando niños, Leo terminó siendo justamente uno más en aquella comunidad clandestina; todas esas personas eran sus amigos y era obvio que, pese a no necesitar hacer ahora los trueques y negocios que hacía antes, su hermano no dejaría de visitarlos, con la bolsa llena de monedas y regalos para repartirles, como acostumbraba hacer ahora que podía.

Después de despedirse, Donny, Mickey y Abril tomaron el camino por la veta, con rumbo a la Aldea de los Vencedores; Leo, cuando los perdió de vista, tomó el camino al Quemador.

No tardó en llegar a aquel viejo almacén de carbón que ahora era el mercado negro del distrito doce. Tan sólo entrar, muchos de los más cercanos a la puerta le sonrieron y saludaron con gusto, a lo que Leo correspondió sonriente, comenzando a repartir aquellas cosas que llevaba en su mochila; comprando baratijas a precios exorbitantes pues sabía que algunos de sus amigos no aceptarían el dinero así porque sí, aunque sí le aceptaban algunos regalos en especie, como café, hilos y productos básicos que incluso a ellos les era difícil conseguir.

Tras pasearse por todo el Quemador fue con Ripper, la mujer que tras quedar viuda por un accidente en la mina, había logrado salir adelante haciendo y vendiendo licor blanco; compró unas botellas para Haymitch y luego fue por fin con Sae.

-Buenos días, Sae.

-¡Hola, niño! Da gusto verte.- Le saludó la mujer, esbozando una gran sonrisa y recibiendo el saco que Leo le tendía.-Vaya, no está mal.- Sacó una de las presas y la observó con detenimiento.-Esto no lo cazaste tú, ¿verdad?

-¿Por qué lo dices?

-Esta rajada a media tripa no es tu estilo.- Replicó, mostrando un faisán que traía tomado del cuello y cuyo estómago mostraba una abertura por la cual botaba sangre y vísceras.-¿Insistes en que tus hermanos aprendan a cazar?

-A usar bien el arco y las flechas... nunca se sabe cuándo pueda serles de utilidad.

-Ya lo creo...- Sacó la ardilla de Abril y examinó la carne destripada.- Sólo espero que nunca lo necesiten, que si no...

Leo rió levemente, al tiempo que se sentaba en el mostrador con las piernas en flor de loto.

-¡Hola! ¿Qué no se supone que ahora deberías poder comer cosas mejores que esto?

Leo miró a quien le hablaba; era Darius, acompañado de Purnia; los dos agentes de la paz que solían frecuentar el Quemador y que se habían hecho amigos de Leo y Rafa desde pequeños. Ambos le sonreían alegremente al tiempo que se acercaban al puesto de Sae; Leo al verlos les sonrió de la misma manera.

-¡Más respeto!- Exigió Sae a Darius, entregándole a la tortuga una escudilla con guisado.

-Oye, nunca subestimes la sazón de Sae, ella puede lograr que hasta lo más inimaginable sea comestible.-Respondió Leo a sus amigos.

La mujer, dividida entre tomarlo como halago o reñirlo, terminó dándole con la cuchara en la cabeza, para luego darle un apretón en la mejilla y retirarse a servirle a los recién llegados.

-¡¿Te vas a tomar todo eso?!- Soltó Purnia con espanto al ver que de la mochila del muchacho asomaban las botellas de licor blanco.

-No son para mí, son para Haymitch... Últimamente se pone muy mal cuando dura días sin tomar nada.

-¡Ah, bueno!- La mujer suspiró con alivio.- Podrías quedarte ciego con esto... no sé cómo Haymitch no lo ha hecho aún.

-Es de buena madera, igual que...- Darius se calló, pues iba a mencionar a Rafael sin pensarlo, ya que el chico solía beber de vez en cuando en compañía de Haymitch y Darius; Leo lo miró con interés.- Esa chaqueta...- Balbució el agente, tratando de cambiar el tema, aunque se dio cuenta tardíamente que volvía invariablemente al mismo.

-Sí... de Rafael.- Murmuró Leonardo, jugueteando con la cuchara en el fondo del cuenco.

-Es la que le ganó a Haymitch en el póker, ¿verdad?

Leo lo miró con sorpresa.

-Diablos... ¿tú también lo sabías?

-Yo también lo sabía.- Agregó Purnia.- El muy malvado me ganó una cajetilla de cigarros entera y...- Guardó silencio dándose cuenta de lo que estaba diciendo. Leo le miró con sorpresa.

-Ese niño...- Esbozó una enorme y nostálgica sonrisa.

-Sí, se le extraña.- Dijo Purnia sin poder evitarlo, pues ella les tenía en muy alta estima. Darius miró de reojo a uno y a otro y se mordió el labio.

Él sabía lo que había ocurrido con Rafael, sabía que no había muerto, que seguía vivo y ahora era un soldado del distrito trece...

... pero no podía decir nada al respecto.

-¿Qué tal vas con tu talento?-Preguntó Purnia, tratando de pasar a algo que, ella consideraba, podía ser un tema más ameno; Leo bajó los hombros, derrotado.-Ups... ¿dije algo malo?

-Nada, sólo que soy la persona con menos talento sobre la tierra.

-¡Eso no es cierto! Te he oído cantar, eres muy bueno.

-¿Cómo... cuando...?

-Un día aquí, hace un año; Mav y Roddick estaban totalmente ebrios en el puesto de Ripper y cantaban... o mejor dicho, pretendían cantar la canción del "árbol del ahorcado"; después de comer, me fui, tú habías salido antes que yo, te llevaría unos pasos de distancia, y te escuché que ibas cantándola... lo hacías muy bien.

Leo se sonrojó, a la par que se riñó internamente. La canción del "árbol del ahorcado" era una canción que su padre solía cantar cuando ellos eran niños, hablaba de un hombre que citaba a su amante bajo un árbol dónde habían colgado a alguien, los versos iban tornándose poco a poco más sombríos y daban a entender que aquel hombre había sido ahorcado por rebelarse; razón por la cual la canción había terminado por ser prohibida y Splinter había dejado de cantarla... demasiado tarde, claro, pues Leo y Rafa ya la habían aprendido.

-Gracias... y que bueno que me lo dices, fui muy descuidado, no debí ir por ahí cantando eso.

-Bueno, no es precisamente algo que un agente de la paz debería oír en voz de la gente que debe custodiar, ya sabes, se considera que esa canción es "subversiva". Sin embargo tu voz me dejó impresionada, podrías hacer eso, no sé porque ni siquiera lo has considerado.

-No, no me imagino cantando enfrente de tanta gente.- Volvió a sacudir la cabeza con vehemencia, provocando que Darius y Purnia rieran.

-Pues debes pensar en algo, en menos de lo que piensas llegara la hora de la gira y los reporteros estarán aquí en espera de que les presumas lo que haces.

-Lo sé, lo sé.-Murmuró sonriendo con desgano.-Algo se me ocurrirá.

Ambos agentes le miraron, riendo.

-Pero por ahora.-Siguió el chico, dejando el cuenco vacío y un puñado de monedas en las manos de Sae.- Tengo que ir a perder el tiempo por ahí.

-Pobrecito.- Replicó Purnia con sorna.

Leo bajó del mostrador de un salto y tomó la mochila.

-Los veo luego.- Se despidió sonriendo, dando media vuelta para dirigirse a la puerta.

Darius siguió mirándolo.

-Leo... espera...

El chico se detuvo y se giró a ver al agente. Este volvió a morderse el labio; debatiendo consigo mismo; le era una pesada carga tener aquella información que podía signficar la alegría de una familia y no poder compartirla...

... por que podía significar una gran pena también.

-Nada... ¡Suerte con lo del talento!

Leo asintió, agradeciendo, aunque extrañado de aquella forma de actuar de su amigo; dio media vuelta y siguió su camino.

Atravesó la veta, yendo por el centro del distrito y llegó hasta la Aldea de los Vencedores.

Era realmente un desperdicio, ver aquellas doce casas, de las cuales sólo dos estaban ocupadas; pensar en todas las familias pobres de la veta que bien podrían utilizar aquellas otras diez... Era terrible que el gobierno exigiera un sacrificio cómo el que Haymitch y él tuvieron que hacer para poder ocupar esas casas tan suntuosas.

Se encaminó directo a la de Haymitch y entró por la ventana, pues su ex mentor solía tener la puerta cerrada con llave y quedarse dormido profundamente, de modo que tocar era en vano pues jamás escuchaba. Aquel lugar era un verdadero desastre; ropa sucia tirada en diferentes rincones, botellas vacías regadas por todo el piso, y un fétido aroma mezcla de licor, vómito y comida pasada. Leo se asomó nuevamente por la ventana para respirar un poco de aire fresco y siguió internándose en el interior de aquel lugar, sorteando las botellas y los desperdicios en el piso.

Haymitch yacía dormido sobre la mesa, con el rostro oculto entre sus brazos y el cabello sucio, esparcido por la superficie. Leo suspiró; el pobre hombre daba pena y cualquiera diría que lo que menos necesitaba en esos momentos era más licor, sin embargo comprendía por qué prefería perderse en el alcohol; las brumas provocadas por este debían ser preferibles a enfrentar la terrible realidad que le aquejaba día con día. Decidió dejar las botellas sobre la mesa y dejarlo durmiendo, ya volvería más tarde con algo de la comida hecha por Magda, pues el hombre a pesar de todo debía comer y Leo había optado por llevarle siempre algo de lo que se hacía en casa.

Depositó la mochila sobre la mesa y se dispuso a sacar las botellas; el tintineo de estas hizo que Haymitch despertara de repente y saltara hacia él con un cuchillo en la mano; la mirada aterrada y furiosa, el semblante transfigurado por el horror y el miedo. Leo esquivó el golpe ágilmente y el humano se apoyó en la mesa, agitado; su semblante se relajó poco a poco cuando comenzó a reconocer a la tortuga.

-Buenos días.- Le saludó Leo.

-Debes dejar de hacer eso.- Replicó Haymitch, pasándose la mano por la cara y volviendo a sentarse.- Uno de estos días...

-Sí, uno de estos días.- Murmuró el muchacho.- Te traje algo.

-¡Vaya! Hasta que traes algo verdaderamente útil.- Tomó una de las botellas y la levantó a la altura de sus ojos.- ¿Qué hora es?

-Es tarde...

-No tan tarde como quisiera...- Destapó la botella.

-¿No quieres comer algo primero? Si te das un baño rápido podrías espabilarte y venir conmigo a casa, aún podemos alcanzar algo bueno del desayuno.

Pero Haymitch hacía caso omiso de lo dicho por el chico, al tiempo que empinaba la botella, bebiendo directamente de ella; después de un trago largo, suspiró con alivio.

-Esto es mejor que eso.- Replicó, refiriéndose a su propuesta.

-No lo creo.

-Claro que sí... ayuda mucho con... Bueno, tú debes saber.- Dijo mirándole fijamente.

-Sí, ahora lo sé... un poco.- Reconoció Leo, incómodo, sentándose en una de las sillas libres.

-Puedo convidarte si quieres, trae un vaso y prueba un poco.

Leo le miró fijamente, para luego esbozar una media sonrisa. En ocasiones, cómo cuando tenía aquellas horribles pesadillas, o cuando aquella sensación de vacío y angustia que últimamente le embargaba, se apoderaba de él, sentía aquel malsano deseo de imitar a su ex mentor y perderse en las brumas de aquello que pudiera hacerle olvidarse de todo; del miedo, de la angustia, de tener que vivir consigo mismo...

... sin embargo negó con la cabeza; por lo que podía apreciar aquello no remediaba mucho los problemas; si fuera así, Haymitch no dormiría con un cuchillo en la mano.

-No, gracias; son todas tuyas.

El humano se encogió de hombros.

-Más para mí... bueno, es mejor así, aquel me mataría si se entera de que te inicio en el vicio...-Miró a Leo de reojo.-… claro, si estuviera aquí.

Leo arqueó una ceja; el comportamiento de Haymitch cuando hablaba de Rafael (pues sabía que sólo podía referirse a él), solía tornarse muy extraño, sin embargo no conseguía que le hablara más al respecto, que dijera más de aquella amistad que mantuvo con su hermano.

-Si él estuviera aquí se las vería conmigo... ya me enteré que solía beber contigo y con Darius.

-Y cómo ves, nunca le pasó nada... es... era una roca ese muchacho.- El humano dio otro trago largo a la botella.

-A veces creo que hago mal en traerte esto.

-¿Entonces... porqué lo haces?

El chico bajó la mirada; Haymitch bufó y sonrió de lado.

-Sí, ya sé porque lo haces... y ¿te lo agradezco? -Se preguntó a sí mismo, mirando al vacío y poniendo un gesto de extrañeza. Era raro para él saber que alguien, aparte de su familia en su momento y de Rafael, se preocupaba por él.-Sí... eso, te lo agradezco...

-No tienes porqué, tú harías lo mismo... suponiendo que tuviera un...

-¿Vicio? ¿Un vicio que te ayude a sobrellevarlo?

-...Un desfogue, algo que me ayudara a evadirme, sin necesidad de dejar la casa oliendo tan mal.

-Es puro "Eau de Haymitch"- Dijo el otro, lanzando luego una risita tonta.- Deberías decirle a Cinna, quizá me ayudara a comercializarla.-Rió de nuevo. Leo le miró, arqueando una ceja de nuevo.-Sí, ya sé, ya sé... no me meto con Cinna.

-No he dicho eso.

-No necesito que lo digas, eso se entiende fácilmente.

Leo se cruzó de brazos, enfurruñándose en su asiento.

-¿Y qué? ¿Ya encontraste tu talento?

-Aún no.- Repuso Leo con pesadumbre, dejando caer los brazos a los lados con desgano y escurriéndose un poco en la silla.

Haymitch sólo se encogió de hombros mientras daba un pequeño trago al licor.

-¿Cómo lo hiciste tú?-Leo se incorporó un poco más y apoyó los brazos en la mesa, animado por la idea; después de todo, podía decirse que Haymitch era aún su mentor, por lo menos hasta que se diera la siguiente cosecha y cada uno tuviera a su propio tributo para guiar.- ¿Cómo descubriste para lo que eras bueno?

-Así, nada más...

-No entiendo.- Arqueó de nuevo la ceja, intrigado... de hecho, ahora que lo meditaba, no recordaba ningún reportaje donde el humano hablara de sus cualidades y de cómo ocupaba su tiempo libre.

-Sí, así, nada más... sin hacer nada... resulta que para eso es para lo que soy bueno.

El chico suspiró decepcionado, bajando los hombros y volviendo a recargar la espalda en el respaldo de la silla.

-¿Quiere decir que nunca buscaste un talento?

-Nop.

-¿Entonces qué hiciste? ¿Qué pasó cuando los reporteros vinieron a verte?

-Simple, les dije lo que pensaba... que por mí podían irse al demonio.

Leo se estremeció... ¿Era verdad o era el alcohol el que hablaba? ¿Acaso Haymitch no temía en ese momento lo que el Capitolio pudiera hacerle a su familia?

-¿Y qué ocurrió?

-A la larga dejaron de insistir.

-No me lo estás contando todo, ¿verdad?

El humano, que acababa de dar otro trago a la botella, la retiró de su boca, cubriendo su labio superior con el inferior mientras mantenía la mirada perdida en un punto desconocido a su derecha.

-Te daré un consejo, niño... pues al menos, hasta que tengas a tu propio tributo aún tengo que soportarte y ser tu mentor. Búscate un talento, el que sea, no importa si son bailes exóticos o figuritas de almidón, lo que sea servirá para que dejen de joder y les des gusto... tú lo necesitas más que nadie.

Leo suspiró, entre derrotado e inconforme a la par que agradecido. Aún no alcanzaba a comprender del todo a su mentor, a pesar de que compartían los traumas de ser sobrevivientes de aquella horrible arena y eso ya era algo, pero Haymitch solía guardarse tanto de su vida y de todo lo relacionado con ella, incluyendo a Rafa, que si no fuera porque observaba su lenguaje corporal, juraría que su comportamiento era por los efectos del alcohol y no porque en realidad hablaba en serio.

-¿Estás seguro que no quieres desayunar conmigo?- Dijo el muchacho poniéndose de pie.

-Me exiges que me bañe para hacerlo...- Negó con la cabeza.- El pago es muy alto.

-Puedes venir así.

-No, no, la madre de tu amiga me vería como un ser salido de las aguas negras, no gracias.

-Entonces te traeré algo.

-Nah... Sí, cómo quieras.

Leo esbozó una breve sonrisa, dio media vuelta y salió por la ventana por la que había entrado.

Haymitch dio otro sorbo a la botella, luego la apartó de sus labios.

-Creí que te animarías a entrar estando él aquí.

Se escucharon los pasos de alguien acercándose a la mesa; una pesada arma de fuego y una bandolera fueron colocadas sobre la superficie de madera, cimbrando levemente el mueble.

Un cuerpo robusto se dejó caer en la silla frente a Haymitch, a la izquierda de la que usara Leo, Inclinándola levemente hacia atrás con el pie.

-Sabes que no habría sido bueno.

Replicó Rafael al humano, esbozando una media sonrisa.