Capítulo 1. Encuentro en la playa.

Desde la playa veía un gran barco pirata acercarse a la Bahía, el mar yacía tranquilo en su lecho de tierra y pocas eran las olas que se adentraban en la arena, la brisa salaba del mar acariciaba mi piel sintiendo el fresco de aquella hermosa mañana de verano, esperaba ansiosa que de aquel navío surgiera otra embarcación, la que traería a mi pirata. El vestido azul celeste se metía entre las piernas revoloteando a su aire ligeramente hacia fuera, me apartaba los cabellos que en la cara me molestaban.

-¡¿Selene a donde vas?!

-¡No quiero ser la esposa de un francés! –corrí huyendo hacia la playa.

-¡Pero hija! ¡Te dará dinero y bienestar!

-¡No!

Corrí desesperada anhelando que un pirata viniera en mi busca y se me llevara como el viento, desde pequeña me habían gustado las historias de piratas, ansiaba llegar a ser uno de ellos, soñar… Veinte años tenía y ya me querían hacer la esposa de un legionario francés que optaba a ser general de la guardia real de Francia, nunca me gustó la burguesía, la odiaba.

Paré al llegar a la playa, el agua acariciaba mis pies, el aire provenía del interior del mar, por un momento anhelaba adentrarme en él y no volver jamás. Tras la niebla matinal observé la figura ensombrecida de un gran barco, al juzgar por la lejanía parecía pirata. Bahía Blanca era el sueño de todo pirata, en ella se escondía el mayor tesoro jamás encontrado por nadie y que en su día un pirata dejó. Sin embargo todos los que entraban nunca salían, se perdían porque no sabían una ruta a seguir, un mapa, el mapa que yo ocultaba en mí era la clave para llegar al tesoro.

Las gaviotas anunciaban la llegada de los piratas, el aire me traía su olor, su presencia y a la vez se llevaba mi ausencia.

-¡Selene vuelve aquí! –gritó mi padre viniendo a buscarme.

Tras verlo empecé a correr de nuevo rodeando la playa y esconderme al otro lado de la espesura, era de las pocas mujeres que se sabían la isla de memoria, quería alejarme de mi familia, no la quería volver a ver. Mi padre nunca me trató como su hija y mi madre no era mi madre sino mi madrastra, solo una vez pude ver a mi madre y fue antes de morir cuando yo solo tenía tres años.

Trapasé la poca espesura que había rozando la playa hasta parar en seco, no me creía lo que estaba viendo, un campamento pirata sobre la playa, pequeñas tiendas entre los árboles y dos botes resguardados en la arena.

-…piratas… -susurré acercándome por la vegetación.

Estaba un poco más cerca pero no veía gran cosa desde allí, necesitaba adentrarme más y eso sería descubrirme.

-Desde ahí no va a lograr ver gran cosa. –murmuró alguien tras mío.

Me giré y vi a un verdadero pirata tumbado al sol sobre una tela roja y negra, seguramente una bandera rota. El pecho se le veía al caer la camisa rota hacia el suelo, sus pantalones estaban deshilachados por los bajos, las botas amarradas a las piernas y un gorro que cubría parcialmente su rostro sin que pudiese verlo, solo sus cabellos negros los podía ver, éstos ondulados y con algún que otro rizo. Apoyaba el codo en el suelo aguando la cabeza con su mano, con la otra se llevaba un frasco de ron a la boca.

-¿Qué hace aquí un pirata?

-Tomar el sol.

-¿Acaso un pirata no conquista terrenos y ansía riquezas?

-Eso es el trabajo de día a día pero también se tiene un momento de ocio. –levantó la mirada dejando ver sus ojos verdes. Se levantó sin apenas esfuerzo, no parecía tener intención de raptarme, al contrario, parecía un pasota.

-Capitán Leisma para servirle señorita. –besó mi mano cortésmente y hablando con voz seductora.

-Selene.

-Un nombre hermoso para una mujer tan bella como hermosa. –tenía acento caribeño.

Me halagó tantos halagos pero dudé de él.

-¿No deberíais estar buscando el tesoro que esconde ésta isla?

-No. Todos los piratas que conozco anhelan el tesoro y ninguno ha vuelto. ¿Ser otro de los caídos? Es un error centrarse solo en el tesoro.

-¿Venís a conquistar la isla?

-Y lo que ella conlleve.

Deseaba decirle que me llevara con él pero quien sabría si me vendería como esclava en tierras lejanas.

-¿Qué hace una mujer fisgoneando entre los piratas?

-…huía…

-¿La perseguían mis hombres?

-No, de mi padre. Quiere que me case con un francés.

-¿Una mujer tan bella como vos casada con un feo francés? Eso no se permite. ¡Tíos despertad de una vez que hay faena! –habló en modo sarcástico.

Alrededor de nosotros surgieron toda una señora tripulación, al menos veinte hombres sin contar los que no veía.

-Os presento a mi tripulación.

-¿Es para nosotros capitán? –preguntó uno mirándome con ojos saltones.

-Pensemos primero en la conquista y luego en el botín. Señores, se acabó la tranquilidad.

-¡Adelante compañeros! –gritó otro alzando la espada hacia arriba. Todos gritaron y alzando las espadas a una.

No sabía si había hecho bien en meterme allí, dudaba pero no quería irme. Al instante todos fueron yendo hacia el pequeño pueblo de Bahía, un pueblo de apenas cuatro casas que tras las conquistas nunca llegó a seguir adelante, la gente tenía miedo de los piratas y de lo que éstos le pudieran hacer.

-¡Piratas! –gritó una mujer-

La poca gente desalojó el pueblo y huyó hacia la montaña, muchos se refugiaban allí temiendo a los piratas, para ellos los piratas eran ángeles negros, para mí eran fascinantes.

-¿No va con su tripulación? –pregunté extrañada al verlo quieto y observando lo que hacían.

-Estoy vigilando a aquel ogro que viene por allí, la tripulación ha pasado olímpicamente de él.

-Es mi padre…

-¿Teméis de vuestro padre?

Le mostré las heridas que tenía en la espalda, al verlas negó con la cabeza.

-¡Selene como te coja vas a ver! –en su mano llevaba un cinturón. Se quedó parado al ver al pirata, éste lo observaba con indiferencia.

-¡¿Quién eres tú?! –preguntó sin educación.

-Capitán Leisma señor ¿Sois el padre de ésta mujer?

-¡Hija, es un pirata!

-Ya lo sé padre. –asentí acercándome a él-

-¡Aléjate de él!

-No, quiero estar a su lado. –sentí su mano alrededor de mi cintura, descubrí que era un aprovechado.

-La mujer no desea irse.

Padre observó detenidamente al hombre que me rodeaba con su brazo, su mente tardó a averiguar que se trataba de un pirata.

-¡Un pirata! –exclamó huyendo.

-Vaya… -balbuceó el pirata desilusionado. Aún seguía rodeándome con su brazo.-

-¿Me suelta? –el brazo volvió a su sitio-

-¿Es verdad que queréis quedaros?

-No quería decir nada por vergüenza… pero sí.

-Creo que habrá sitio para vos señorita Selene.

-Llamadme Selene.

-Como deseéis… Selene –susurró-

Sus ojos brillaban como esmeraldas, en su interior ardía un fuego intenso que delataba su corazón, su brazo volvió a rodearme por la cintura, en mi interior sentía algo que nunca había sentido, anhelaba un beso de sus labios.

-Capitán hemos encontrado a tres mujeres pero pocas riquezas más. –en una bolsa cabía todo lo que habían encontrado.

-¿Esta es la riqueza que tiene ésta isla capitán? –preguntó otro.

-No solamente, justo en esa montaña se esconde un tesoro que ningún pirata ha podido encontrar.

-Todos los que han ido no han vuelto ¿Qué te hace pensar que volveremos?

-No lo vamos a buscar, habrán muchos más tesoros antes que éste, quizás no tan grandes ni tampoco de igual valor, aún así serán tesoros.

-Por una vez has hablado bien capitán. ¿Qué hacemos con estas mujeres, nos las quedamos?

Las tres mujeres no decían nada pues estaban tan aterradas que no se atrevían ni a moverse.

-Haced lo que queráis con ellas.

Se fue hacia el campamento para recoger la mayoría de los trastos y cosas que sobre la arena yacían desperdigados, se notaban por el desorden que eran hombres.

-¿Llevamos a esta mujer con las demás?

-¡No me toques! –exclamé quitándome su mano del brazo.

-Llevadla a mi camarote.

Cuatro de ellos nos acompañaron en los botes hasta el navío, a las tres chicas las dejaron en un camarote y a mí me encerraron en el del capitán. Me resultaba extraño que lo encontrase todo en perfecto estado, no había nada de por medio. Sobre la mesa yacía una botella de ron, un tintero, papel y pluma. Lo que resaltó de más de una pequeña estantería en la pared fue un medallón, éste tenía la forma de huevo algo más pequeño, lo miré buscando una forma de abrirlo pero no se podía abrir ni por la propia fuerza.

-…ha de tener una llave… -dije para mí.

Me senté sobre la cama, ésta era bastante grande para una sola persona, sus lienzos blancos resaltaban limpios y fríos, olían bastante bien para ser piratas.

-¿Capitán que rumbo ponemos?

-Neón.

Sentí la puerta abrirse pero no tenía ganas de abrir los ojos, no recordaba cuando me había quedado dormida mas deseaba seguir un poco más. La curiosidad me picó al no escuchar más que el silencio en la estancia, abrí los ojos y lo vi sentado en la silla con rostro pensativo y con el gorro sobre la mesa. Tenía la cabeza parcialmente cubierta por un pañuelo azul oscuro parecido a sus ropas pero en un tono más oscuro.

-¿Qué hacéis ahí tan callado? –me senté recostada en la pared.

-Esperaba a que despertaseis. –hizo un pequeño silencio- Me extraña que no tengáis miedo de un pirata.

-Temo más a los franceses que a los piratas. He leído mucho sobre ellos, a parte de ser ambiciosos esconden una gran devoción por el romanticismo.

-Creedme conozco piratas que no tienen escrúpulos, son capaces de matar a cualquiera sin tener remordimiento alguno.

-¿Sois vos un pirata sin remordimientos?

-No. Yo lucho por lo que quiero y por lo que anhelo, llevo a mi tripulación donde creo conveniente. Bahía Blanca será un lugar intranquilo hasta que en ella vengan los franceses, entonces volverá la paz.

-Siempre ha habido paz allí sin contar las conquistas.

-Vos no sois una mujer cualquiera, no tenéis miedo a los piratas, sois difícil de entender y sin embargo huíais de nuestro padre.

-Yo solo quería salir de Bahía Blanca, no deseaba ser la esposa de un francés y menos recibir otra paliza por parte de mi padre.

-Habéis nacido en mal sitio, Neón es una cuidad de piratas al igual que Tortuga solo que mucho más grande. Dejadme ver esas heridas si no os importa.

Me giré de espalda y me levanté con cuidado el vestido sin que se me viera nada, no pude evitar sonrojarme al sentir el tacto de sus manos, algo áspero pero suave.

-No son de hoy.

-Son de antes de ayer.

Apartó las manos y siguió sentado en la cama, con el vestido abajo me senté a su lado sin rozarle, sentía algo extraño en mi interior como en el principio, algo que en el fondo me gustaba.

-¿Por qué me has traído aquí a tu camarote pudiendo estar con las demás?

-Porque las demás son para mis hombres.

Ya no podía más, ambos nos lanzamos el uno al otro sin poder contenernos, nos besábamos de forma desenfrenada.

Lo observaba llegar cada vez más cercano a la orilla, nuestras miradas ya se cruzaron y aún no había rozado la playa, anhelaba sus besos desde hacía tiempo, deseaba de su presencia, sin él me sentía sola. Se me iba figurando una sonrisa que no me podía quitar, él me sonreía ya desde no tan lejos, poco a poco se acercaba más hasta que el bote rozó la orilla. Del interior saltó, sin espera alguna salí corriendo hacia sus brazos que me esperaban abiertos, ninguno de los dos podíamos dejar de sonreír, no dejábamos de mirarnos y de decirnos con la mirada lo mucho que nos añorábamos.

-Capitán, en nombre de toda la tripulación, le deseamos buena suerte.

-Gracias, espero volver a verles pronto, tomaos una buenas vacaciones.

-Lo haremos.

El buen hombre se marchó remando tranquilo hacia el barco que esperaba ansioso de volver a tierra. Nuestras miradas de nuevo se encontraron ahora más felices que nunca por volver a estar juntos, nos acercamos hasta sentir el roce de nuestros labios, anhelaba tanto sus besos que no hubiera dejado de besarle.

-Nunca más me volveré a separar de ti. –susurró-

Volví a besarle de tal forma que no pudo separarse de mí, nos comíamos a besos, las manos recorrían nuestros cuerpos desenfrenados, el cuerpo nos pedía más. Sin saber cómo caímos al agua haciéndonos reír, me levanté adentrándome en el mar hasta que el agua me llegaba a las rodillas, deseaba jugar. Le lancé agua con las manos cuando se levantó, no se lo esperó, tras eso se quitó las botas y empezó a correr tras de mí queriendo cogerme.

-¡Has lanzado agua a un pirata! –exclamó riendo.

Me lanzó agua también, el vestido se transparentó, jugar en la playa agotaba. Me tumbé en la orilla sintiendo el fresco del agua rozar mi cuerpo, sentada lo vi avanzar lento, al llegar se sentó de espaldas a la playa, el gorro de su cabeza pasó a la mía, éste no se aguantaba demasiado, me tapaba los ojos y me impedía ver. Al levantar el sombrero sentí de nuevo sus labios besarme del mismo modo que yo le besé anteriormente a él, me empujaba suavemente hacia atrás consiguiendo que me tumbara con él entre las piernas.