BLANCA NAVIDAD

Por Cris Snape


Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.

Esta historia participa en el reto "Solsticio de invierno" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black"

En esta ocasión, he elegido como protagonistas a los Cattermole. Por si no sabéis quiénes son, Mary Cattermole fue acusada de robar la magia a los brujos y Dolores Umbridge decidió que era una buena idea enviarla a Azkaban. Sin embargo, la mujer tuvo suerte porque fue rescatada por Harry, Ron y Hermione durante su visita al Ministerio de Magia. Harry le aconsejó a su marido Reginald que abandonaran Inglaterra en compañía de sus tres hijos y, aunque nunca más se supo nada sobre ellos, yo tengo bastante claro lo que les pasó en el futuro: se vinieron a vivir a España.

He escrito bastante sobre ellos dentro de mis fics ubicados en la Sorg-expansión, pero creo que en esta ocasión no mencionaré (demasiado) a Ricardo Vallejo ni nada porque va a ser una historia básicamente familiar, un breve retrato sobre sus primeras navidades lejos del horror que Voldemort y sus mortífagos instauraron en Inglaterra. Decir que espero que os guste y que la elección de personajes no os eche para atrás. Besetes.


1

Lazo

En algún lugar de los Picos de Europa, 20 de diciembre de 1997

Mary estaba sentada frente a la mesa de la cocina, intentando que las manos dejaran de temblarle. A pesar de saberse lejos del alcance de los mortífagos, perfectamente protegida y a salvo, aún tenía el miedo metido en el cuerpo. No dejaba de pensar en la Comisión de Registro de los Nacidos de Muggles ni en ese horror de Dolores Umbridge. Cada vez que recordaba que en ese momento podría estar pudriéndose en una celda de Azkaban, sentía unas inmensas ganas de llorar.

La mujer era plenamente consciente de que su estado anímico no era el más recomendable. Sus tres hijos pequeños aún estaban intentando adaptarse a su nueva vida y Reginald hacía lo que buenamente podía para tirar del carro. Siempre fue un hombre muy trabajador y entregado a la familia, pero ver a su esposa en ese estado también estaba minando sus fuerzas. Mary se decía muchas veces que debía luchar por recuperarse, pero no era fácil.

Tal vez por eso celebraba internamente cada pequeña victoria. Le había costado un mundo dejarse convencer para montar el árbol de Navidad, pero finalmente había cedido a las súplicas de Ellie, Maisie y Alfie. Sus hijos eran muy niños aún, pero habían vivido el horror de primera mano y sabían lo que era el miedo. Sólo por eso, porque se habían enfrentado a él con coraje y determinación, se merecían tener unas navidades de verdad.

A pesar de que el primo de su marido se había encargado de decorar buena parte de la casa, Mary quería ocuparse de las habitaciones que el hombre había reservado para ella y su familia. Cuando Ricardo Vallejo los había sacado de Inglaterra, Mary ni siquiera sabía quién era. Después se enteró de que el hombre era pariente de su Reginald y no podía dejar de agradecerle todo lo que estaba haciendo por ellos. Les había ofrecido una casa y un empleo y, lo más importante, los salvó del infierno. Mary aún tenía que acostumbrarse a su presencia, pero cada día se sentía más cómoda con él.

Sonrió cuando escuchó los gritos procedentes del pasillo. Menos de un segundo después, su Alfie y Darío Vallejo entraban corriendo como dos diminutas exhalaciones. Aunque en ocasiones podían causar grandes dolores de cabeza, a Mary le gustaba ver a los dos pequeños juntos. Su Alfie necesitaba amigos para adaptarse mejor a su nueva vida. Maisie y Ellie se tenían la una a la otra y se pasaban el día jugando a las muñecas, pero Alfie se aburría con sus hermanas. Con Darío no. Con Darío podía correr y hacer el bruto y no todas esas cursiladas que les gustaba hacer a las niñas.

—¡Mamá! —Alfie se paró frente a ella, enfundando en un montón de prendas de abrigo—. ¿Puedo ir a jugar con la nieve? ¿Puedo?

—Mi papá nos ha dejado —Aseguró Darío asintiendo vigorosamente con la cabeza.

—Y nos ha echado hechizos cafatores.

—Para que no tengamos frío.

Mary asintió. Agradecía que los hechizos de traducción funcionaran tan bien porque de otra manera hubiera sido incapaz de entenderse con Darío Vallejo. De hecho, el mismo Alfie comenzaba a chapurrear una extraña mezcla entre inglés y español que la volvía absolutamente loca. Le alegraba que su pequeño estuviera aprendiendo el idioma porque algo le decía que nunca más iban a volver a Inglaterra. No con los mortífagos allí. Tal vez bajo ninguna otra circunstancia.

A Mary no le gustaba perder a sus hijos de vista y mucho menos dejarlos salir a la calle sin su supervisión, pero sabía que en aquella casa estaban absolutamente a salvo y asintió. Los dos niños gritaron con entusiasmo y otra vez echaron a correr. La mujer todavía sonreía, aunque poco a poco se vio invadida por una nueva ola de tristeza. Vio como el lazo de Navidad temblaba entre sus manos y tuvo que dejarlo sobre la mesa y renunciar a la costura.

No había motivos para tener miedo, lo sabía, pero a veces el pánico le sobrevenía y no había forma de calmarse. Cerró los ojos y respiró hondo varias veces, repitiéndose que Azkaban estaba muy lejos y que nadie iba a llevarla allí jamás. Se concentró en las risas de Alfie y Darío y poco a poco recuperó la compostura. Era una suerte que Reginald no la hubiera descubierto en esa ocasión porque el pobre siempre se preocupaba mucho por ella. Mary no se cansaba de dar gracias por tenerlo a su lado porque era el hombre más paciente y cariñoso del mundo.

Dispuesta a seguir con su labor porque aún tenía muchos lazos que diseñar, Mary tomó las tijeras y comenzó a cortar un trozo de tela roja. Podría haber hecho todo aquello con ayuda de la magia, pero desde lo de Inglaterra apenas se valía de su varita para las tareas cotidianas. Era absurdo pensar que los nacidos de muggles les hubieran robado la magia a otros brujos, pero sentía cierto resentimiento contra dicha magia. Ella nunca había pedido nacer bruja, simplemente se había encontrado con esa sorpresa. Y como ella, cientos de personas que a esas alturas languidecían en celdas rodeadas por esos escalofriantes dementores.

—¡Merlín! ¡Qué frío hace! —Reginald acababa de llegar. Se frotaba vigorosamente las manos y echó un vistazo a su espalda—. ¿Sabes que los niños están fuera? He intentando convencerles para que entren, pero no me han hecho ni caso.

—Acabo de darles permiso.

—Pero mujer, tú no sabes el frío que hace. Van a pillar un buen resfriado.

—Creo que tu primo les ha puesto un hechizo calefactor. Estarán bien.

Reginald no puso más objeciones. Confiaba ciegamente en las capacidades mágicas de Vallejo.

—Tengo que ir a hablar con él. Se han desprendido unos baldosines de la piscina y habrá que repararlos cuando deje de nevar. Si es que deja de nevar.

Mary miró hacia el exterior. No sabía muy bien dónde estaba ubicada esa casa, pero el invierno allí estaba resultando ser bastante crudo. Había empezado a nevar dos días antes y no había parado desde entonces, haciendo que las montañas se cubrieran de nieve y que el patio trasero permaneciera cubierto de blanco todo el tiempo.

—Aunque reconozco que me encanta —Reginald sonrió—. Siempre me han gustado las navidades blancas. Recuerdo que de niño disfrutaba mucho haciendo muñecos de nieve con mis amigos. Y el árbol, eso también me gustaba un montón. Me alegra que al final te hayas animado a poner el nuestro.

—Sabes que no estoy de humor, Reggie, pero no podía dejar a los niños sin fiestas.

Reginald sabía que su mujer podría haber pasado esas navidades metida en la cama y sin hacer nada, así que le agradecía enormemente el esfuerzo que estaba haciendo. A él también le horrorizaba pensar que podría haberla perdido, pero había dejado de darle vueltas al asunto porque no creía que mereciera la pena preocuparse por el pasado. Lo importante ahora era que tenían un futuro prometedor por delante. Y que los niños estuvieran contentos durante esas navidades, por supuesto.

—He pensado en pedirle a Ricardo que nos lleve al barrio mágico de aquí para hacer algunas compras. Los niños querrán tener sus regalos, ¿no crees? Y tendremos que conseguir algo para Darío, por supuesto.

—Me parece buena idea. Pero, Reggie, ¿podrías ir tú solo?

El miedo. Mary no había querido hacer esa pregunta pero no logró contenerse. Él la miró con los ojos entornados y le dio un beso en la cabeza.

—Por supuesto, querida. Yo me encargo —Se quedó un instante muy quieto, buscando calmarla—. Y ahora tengo que seguir con lo mío. Si necesitas ayuda con esos lazos, vendré más tarde.

—Ni hablar, Reginald. Eres un desastre con la costura.

El brujo se río y se fue. Últimamente estaba muy atareado y Mary sabía que lo único que pretendía era compensar a su primo por la ayuda prestada. Permaneció inmóvil un poco más, concentrándose de nuevo en las risas de los niños, y después fue capaz de retomar su labor. Seguía sintiéndose triste y asustada, pero al menos las manos habían dejado de temblarle.


Pobre Mary. Imagino que pasar por lo que tuvo que pasar ella tuvo que ser un palo, pero poco a poco se fue recuperando. Y si no me creéis, leed el siguiente capítulo. Por cierto, no he sobrepasado el límite de palabras y me alegra haberme quedado lejos del mismo porque así no os doy mucho la vara. ¿Os he dado mucho la vara? Me encantaría saber vuestras opiniones, ya sabéis. El recuadrito de abajo *guiño-guiño*