nenas mi nueva historia esta aqui: les dije mañana el epilogo de abrazados por la pasión y primer capitulo
La esposa fugitiva.
Prólogo
La carta destacaba de las demás, porque iba en un sobre rosa perfumado.
Esme estuvo dudando unos segundos, se encogió de hombros y la abrió. Como secretaria personal de Edward Cullen , tenía permiso para abrir todo el correo que llegara a la empresa, salvo que fuera privado y confidencial. De hecho, Edward había insistido en ello. También le había dicho que se encargara ella de solucionar todos los asuntos que no requirieran su atención personal. El jefe de Cullen Enterprises no quería preocuparse de asuntos triviales.
Esme supo, sin embargo, nada más leer las primeras palabras que era una carta que no debía abrir. Pero ya lo había hecho y no podía volverse atrás. La carta decía:
Estimado Edward,
Cuando leas esto, te habré dejado. No trates de encontrarme. No lo vas a conseguir. Aunque me encuentres, no volveré contigo. No quiero volver a verte nunca más. Ya oí lo que le dijiste a Steven el domingo, cuando hablabas de amor y matrimonio. Y de las esposas.
Que Dios te perdone lo que me has hecho, porque yo nunca lo haré.
—Dios mío —murmuró Esme.
Cerró los ojos durante un segundo, dio la vuelta a la silla y se levantó. Lo hecho, hecho estaba. Edward no podía echarle la culpa, aunque sí podía criticar su falta de intuición femenina. Sin embargo, se pondría furioso si no le daba inmediatamente aquella carta.
Se fue hacia la puerta que separaba su despacho del de su jefe y llamó, dando unos golpes precisos.
—Sí —se oyó la respuesta.
Esme se estiró y entró, con una expresión muy confiada.
Edward era un jefe muy exigente, un adicto al trabajo y un perfeccionista. No admitía fallos. El hombre que se iba a convertir en el rey del sector turístico en Queensland era una persona despiadada cuando se enfadaba, haciendo comentarios muy cáusticos cuando alguien no estaba a su nivel.
Por fortuna, Esme era una secretaria de dirección muy competente, tranquila en tiempos de crisis, que nunca se alteraba. Durante los ocho años que llevaba en aquel puesto, rara vez su jefe le había criticado su trabajo.
En una ocasión, en la que comprobó en su propia piel el sarcasmo de Edward, estuvo a punto de dejarlo. Había estado casada con un hombre un tanto desagradable y no le gustaba que nadie descargara su enfado en ella.
Pero tenía cuarenta y seis años, y por tanto pocas posibilidades de encontrar otro trabajo. Era una mujer muy cualificada, pero también lo eran las secretarias más jóvenes.
Así que no tuvo más remedio que morderse la lengua y trató de olvidarse. Sin embargo, no le gustaba aquel hombre.
Preparándose para lo peor, abrió la puerta y entró en el despacho de su jefe.
Edward no levantó la mirada, concentrando su atención en unas fotografías que tenía encima de la mesa. Seguro que alguna ciudad costera estaba a punto de recibir una oferta que sus habitantes no podrían rechazar. Después de la cual sus vidas tranquilas y no contaminadas, nunca volverían a ser lo mismo.
—¿Qué ocurre, Esme? —le preguntó, con tono un tanto brusco.
—Se ha recibido esta carta en el correo de la mañana, Edward —le respondió, muy tranquila—. Pensé que querrías leerla cuanto antes.
—¿De quién es?
—De tu mujer.
—¿Bella? —preguntó, con cara de sorpresa.
—Lo siento, Edward. En el sobre no podía «confidencial» y lo he abierto —se acercó y se la entregó.
Esme se puso un poco nerviosa cuando los ojos verde esmeralda de su jefe fijaron su atención en la nota. Lo observó mientras la leía.
En un momento determinado sintió pena por él. Porque sabía que aquello le iba a sentar muy mal. Era un hombre que no le gustaba fracasar en nada.
Perder un trato era malo, pero perder a su mujer mucho peor.
¿Quién hubiera pensado que Bella sería capaz de hacer algo así? Porque era una mujer muy suave, casi infantil, comparada con su cínico marido. Ella tenía veintiún años y él treinta y tres. Una niña perdida en el bosque. Una muchacha muy ingenua, que Edward pensó que podía moldear y convertirla en una esposa que no le diera quebraderos de cabeza.
Una mujer para quedarse en casa, cumplir el papel de madre, amante y ama de casa a la perfección, que nunca se quejara cuando llegara tarde a cenar, o se tuviera que ausentar por razones de negocios. Una mujer que amara a su marido y que creyera ciegamente que él también la amaba a ella, sólo porque así se lo expresaba.
Esme había observado que su jefe había sabido desempeñar aquel papel a la perfección. Había sido el galán perfecto, el novio perfecto, el marido perfecto. La había comprado todo lo que el dinero podía comprar. Y, hasta cierto punto, la había dedicado gran parte de su tiempo.
No llevaban casados mucho tiempo. Tan sólo nueve meses.
Esme había estado esperando que Edward mostrase su cara verdadera. Y parecía que ya había llegado ese momento.
Edward se quedó mirando el papel en silencio. Cuando sus manos empezaron a temblar, hizo una bola con la nota y se levantó, con la cara roja de ira.
—¿Lo has leído? —gruñó, mirando a Esme.
Ella asintió.
Juró por lo bajo y se fue hacia la ventana que daba al río Brisbane. Pero no estaba mirando. Con las manos todavía temblando, estiró la nota y la leyó otra vez.
De pronto se dio la vuelta y miró a Esme.
—¿Tienes todavía el sobre en el que ha vEsmeo esta nota?
Esme asintió otra vez, temblándole las piernas. Si miraba el sobre se daría cuenta de su indiscreción.
—Tráemelo —le espetó—. Y llama a Burt Lanthom.
Burt Lanthom era el detective privado que Edward utilizaba a veces, cuando necesitaba enterarse de algún trapo sucio de sus competidores. El hombre era concienzudo y siempre le traía información muy útil.
—¡No te quedes ahí, mirándome con esa cara! —gruñó Edward—. Así no vamos a conseguir que vuelva Bella.
—Pero ella dice que no quiere volver —argumentó Esme, saliendo en defensa de una de su condición.
—Lo único que quiere Bella —empezó a decir Edward, con su acostumbrada tozudez—, es ser mi esposa. Está claro que ha tergiversado las palabras que le dije a un hombre que se acababa de divorciar. Cuando Burt la encuentre, yo me encargaré de explicárselo. ¡Tengo que asistir a una cena muy importante de negocios el sábado y mi mujer tiene que estar allí conmigo!
Esme no podía hacer otra cosa que cumplir sus órdenes, pero lo hizo muy a pesar suyo, rezando para que Burt Lanthom no la encontrara. Bella era una mujer muy dulce, que se merecía otra cosa.
A pesar de que era un hombre guapo, rico e inteligente, no tenía un gramo de bondad en su corazón. Era un depredador despiadado, incapaz de querer a una mujer. Era un manipulador y un cínico.
Por desgracia, Bella lo amaba. Incluso Esme se había dado cuenta de ello. Seguro que seguía enamorada de él, a pesar de haberle escrito aquella carta.
Esme rezó para que Edward no encontrara a su fugitiva esposa. Porque sólo Dios sabría qué iba a pasar con ella cuando ESTO PASARA
NIÑAS HOY LE DEJO EL PROLOGO Y EL PRIMER CAPITULO ME DICEN SI LES GUSTA
