Capítulo 1 - Tiempos de Felicidad
Sofia The First no me pertenece
El amanecer, el inicio de un nuevo día, un nuevo comienzo, un nuevo despertar y hablando de despertar...
"Sofia" - susurro en su oído con dulzura mientras comenzaba a llenar aquel exquisito cuerpo femenino, cálido y dispuesto para él de besos y caricias.
La peli castaña abrió sus ojos azules tan profundos como el mar, dedicándole a su marido una deliciosa sonrisa.
"Hugo...querido...yo...también deseo...que...quedarme...más tiempo...así pero...te...te...tenemos que...levantarnos..." - tartamudeo debido a aquellos suspiros de placer que no podía evitar al sentir la boca de su apuesto esposo al recorrerla de arriba abajo con pasión y anhelo. Los recuerdos de la noche pasada llegaron a su cabeza.
Flashback
La noche anterior habían salido con sus hijos, Leah y Darien a la fiesta de cumpleaños de la reina Kari y sus pequeños habían quedado muy cansados, su reino era muy hermoso y pintoresco, se la habían pasado jugando con los otros niños, mientras que ellos conversaban con la festejada y los demás reyes de otros reinos, además el viaje a casa había sido largo debido a la distancia entre ambas naciones y tan rápido llegaron ambos niños se quedaron dormidos y ella quería hacer lo mismo pero su esposo, su guapo y sexy esposo, no quería desaprovechar esta gran oportunidad.
Cuando entro al lecho conyugal, luego de terminar de arropar a sus hijos, la tomo desprevenida, rodeando su cintura con sus brazos y al voltearse la beso con amor, deseo, pasión y ella le respondió con la misma intensidad, habían pasado mucho tiempo sin poder tener un momento a solas, solo ellos dos, los niños y sus deberes como reyes absorbían bastante de su energía dejándolos exhaustos y allí estaban despiertos y sus amados hijos estaban dormidos, era la ocasión perfecta.
No era que no les gustara pasar tiempo con ellos, adoraban a sus niños pero como toda pareja merecían tener su intimidad.
Amaba a esta preciosa, única y bondadosa mujer que le había dado la dicha de ser su esposa y convertirlo en el padre de dos hermosos niños, una hembra y luego un varón, un amor que nació desde pequeños, desde aquel instante en que se vieron, solo que no lo sabían hasta entonces, necesitaba tenerla en sus brazos, amarla, hacerla suya como la primera vez, perderse de nuevo en el misterioso paraíso que era el cuerpo de su mujer.
En medio de la oscuridad la había admirado recostada en su cama, quedando embobado al verla sin nada que le impidiera observar cada parte de ese maravilloso cuerpo femenino que tan bien conocía, la miro a los ojos y ella le sonrió feliz y atrevida pero a la vez sonrojada y él no pudo evitar pensar que era lo más sensual del mundo, la deseaba con locura y necesitaba hacérselo saber, casi no creía que aquella belleza de mujer era suya, al igual que él lo era de ella.
Ambos pares de ojos, azules y verdes brillaron deseosos al encontrase, con aquel amor inmenso que se tenían, sintió como después de susurrar su nombre con voz ronca comenzaba a degustar cada parte de su ser, ella tampoco pudo evitar verlo, el cuerpo atractivo y arrogante de su esposo, su hombre, despertaba en ella sus más profundos deseos, atrás había quedado el pudor y la vergüenza cuando estaban en la intimidad, se amaban sin reservas y sin restricciones.
A su memoria llegaron todas aquellas batallas que habían tenido que luchar para defender su amor y ahora también a sus niños, siempre dispuesto a arriesgar su vida con tal y verlos sanos y salvos pero ella nunca podría ser feliz sin él, amaba a sus pequeños pero la vida no sería la misma sin su calor, sin sus besos, sus caricias, su mirada enamorada.
Ya había probado lo que era la amarga tristeza de estar sin él, antes de la llegada de su hija, quiso morirse cuando lo pensó muerto por culpa del enemigo de su suegro pero ninguno de los dos se rindió y en sus corazones sentían que se volverían a ver y así fue, podía escuchar que la llamaba.
Su vida volvió a tener sentido por un momento al verlo llegar débil y muy mal herido pero vivo, en realidad casi vivo, apoyado en James y Axel, al parecer Rodrigo y esa loca de Rebeca lo habían torturado sin compasión y sin perder ningún segundo corrió a sus brazos para abrazarlo y nuca soltarlo, sin importar nada más, pero luego Rodrigo los atacó con su magia oscura y él la apartó para protegerla con las últimas fuerzas que le quedaban y recibir el maleficio por ella.
Lloro desconsoladamente y no le importo si Rodrigo acababa con su vida para irse con él, su esposo había muerto por unos instantes, pero gracias a aquella unión por su amor y la magia de su querido amuleto, que ahora portaba su pequeña Leah, y también la magia de los protectores, se salvó reponiendo algo de la magia de su esposo, la cual había perdido al tratar de escapar de ese secuestro, con la suya, y dándole tiempo para que los médicos lo atendieran, ya lo había escuchado alguna vez del mismo Cedric, el amor era más fuerte que la magia y ahora estaba allí disfrutando de sentir el varonil cuerpo de su esposo moviéndose con ella, sobre ella y dentro de ella, firme y apasionadamente pero con cuidado de no aplastarla bajo su peso, cálido pero intenso y a la vez dulce y tierno en una explosión de gemidos y suspiros que ninguno quería contener.
Después de tantos años, alguna de sus heridas aún estaban marcadas en su cuerpo, una en la espalda que parecía un rayo delgado llegando hasta su hombro derecho, una en su pecho del lado izquierdo, una pequeña en su abdomen y otra en su cintura, al principio él tenía miedo de que a ella le molestarán, así que intentaba que no las viera pero ella le pidió que no las escondiera, que no le diera vergüenza mostrarle aquellas heridas que le habían hecho por protegerla y a su familia, demostraban su valor y su gran corazón, su fuerza de voluntad, se sentía orgullosa de ser su esposa y que la amara tanto como ella a él. Además aquellas cicatrices solo hacían al cuerpo masculino más sexy y atractivo, en la intimidad de la noche sus labios y sus manos buscaban esas marcas para besarlas y acariciarlas con suavidad, le encantaba oírlo pronunciar su nombre entre suspiros de placer ante su tacto suave y ardiente, volviéndolo loco de amor y pasión por ella, más de lo que ya estaba.
Era increíble pensar que ambos eran los descendientes del mago Clow que venía de la familia de Cedric, solo que lo hacían de formas diferentes, él de manera directa y ella de una forma indirecta, al solo tener sus poderes por qué este mago reencarnara en su padre y ahora en unos de sus amigos, Iván, para ayudarla con el amuleto a su muy rara manera, por lo que no compartía ningún vínculo consanguíneo con Hugo o Cedric.
En el silencio sus bocas se encontraron, disfrutando del entregarse sin reservas, únicamente concentrados en la sensación de dicha y placer, la lujuria y la pasión que producía aquel arte ancestral de hacer el amor con la persona que amas, mientras alcanzaban la felicidad de ser uno solo. No, ellos nunca habían dejado de ser uno solo, jamás lo harían, eran inseparables.
Su amor era más que físico, más que la pasión y el arrebato, había probado ser más fuerte que las trampas de todos sus enemigos. Y mientras se unían en un abrazo interminable, supieron, mirándose, perdiéndose en los ojos del otro mientras se hacían el amor sin descanso, la noche entera, que eran uno solo. Ayer, hoy y siempre.
Ninguno de sus enemigos han podido y nunca podrán comprender la inmensidad e intensidad de su amor, nada de lo que pudieran hacer podría sepáralos y aunque lo lograran siempre se buscarían entre sí, tanto en la vida como en la muerte, eran como dos polos opuestos, la luz y la oscuridad, el día y la noche.
Se necesitaban mutuamente, se complementaban entre sí, si tuvieran que volver a nacer seguro se buscarían hasta hallarse y amarse como lo hacían a ahora. Nadie, nunca, jamás, podría separarlos.
Fin del Flashback
Hugo sonrío travieso y divertido al escuchar a su mujer intentar sonar sería y no podía por la infinidad de sensaciones que sus besos y caricias producían en ella, casi no la había dejado dormir en toda la noche y ahora que acababan de despertar quería aprovechar que Baileywick aún no los había ido a buscar para el desayuno.
El no era una máquina que usaba a su esposa para saciar sus pasiones, ella era la mujer que amaba, su amiga, su compañera de vida, su esposa, su mujer, su amante, y no tenía duda alguna de que ella lo amaba a él con la misma intensidad pero tanto a ella como a él, les era imposible evitar sentir el deseo de estar a solas, besarse hasta quedarse sin aire y fundirse con el cuerpo del otro en silencio.
"Mi hermosa reina..." - le respondió reclamando sus labios en un beso largo, hambriento y dulce - "Escapémonos un rato más...no tiene nada de malo"
"Pero Hugo...tenemos que..." - lo intento, de verdad lo intento pero él sabía cómo hacerla cambiar de opinión.
Finalmente se rindió ante el calor y la ternura del hombre que amaba y decidió dejarse llevar y volver a empezar con otra ronda de besos y caricias, entrega y pasión pero...
"¡Mami, papi!" - era la voz de su hija, Leah, desde el otro lado de la puerta – "¡¿Ya están despiertos?, Baileywick dice que ya es hora del desayuno, la campana sonó pero parece que no la escucharon!"
"¡¿Mamá, papá, están bien?!" - y esa era la de su hijito Darien.
Abrieron los ojos al instante, fue como si la realidad les cayera como balde de agua fría, ya había amanecido, la campana para el desayuno ya había sonado y claro que no la habían oído ya que estaban ocupados en algo más...importante y además sus hijos estaban frente a la puerta de su habitación que gracias a Dios estaba bajo llave, hubiera sido bastante penoso que sus pequeños retoños los encontrarán en ese estado.
"¡Sus majestades, ¿están allí?, ¿podemos pasar?! - y para rematar estaba Baileywick con ellos.
"He...¡Si, si, no se preocupen, estamos aquí!" - respondió una muy sonrojada Sofia, no sólo por la pena que le daba esto, si no que sus ojos habían notado las marcas de sus uñas en la ancha espalda de su esposo, sin embargo era algo común desde su noche de bodas.
Solo con él podía sentirse como en el cielo y era sumamente divino que la amara, llegar a la gloria juntos cada noche y sus besos eran una adicción difícil de dejar, su cuerpo viril y masculino era una maravilla que solo ella conocía a la perfección, la única que compartía su calor y su cama, ambos se amaban más cada día que pasaba, se amarían toda la eternidad.
"¿Oh, bueno, podemos entrar?" - preguntó su mayordomo.
"¡No!" - gritaron los dos alarmados, asombrando un poco a sus tres interlocutores detrás de la puerta.
"Es decir, no, no hace falta, saldremos en unos minutos" - corrijo Hugo con una sonrisa nerviosa y una gota en la cabeza, mientras su esposa se cubría con la sabana y escondía su rostro enrojecido en su pecho, la pobre se moría de la vergüenza de solo pensar en la posibilidad de que en cualquier momento su mayordomo abriera la puerta con su llave y sus hijos los vieran en aquel estado.
"Bueno, como deseen, aquí los esperamos" - respondió siendo respetuoso pero un poco confundido por lo extraños que sonaban sus señores.
Rápidamente salieron de la cama y comenzaron a vestirse lo más rápido que pudieron con la ropa de dormir que estaba toda arrugada y regada por el piso.
"¡Hugo, toma!" - susurro con apuro su pequeña esposa, alcanzándole la parte de arriba de su piyama negra con bordes rojos y cuando hubieron terminado abrieron la condenada puerta para ver las caras de extrañeza en sus niños y en la de su mayordomo, al verlos algo agitados, sus rostros sonrojados y su ropa estaba arrugada.
"¿Mamá, están enfermos?, tienen la cara roja" - les pregunto muy preocupada Leah.
"No, no te preocupes hija, estamos bien, solo...tenemos un poco de calor" - respondió nerviosa.
"Papá tienes el cuello de la piyama hacia arriba" - le informó Darien a su progenitor.
"¿He?, a si, gracias hijo, creo que sucedido cuando dormía, ¿verdad cielo?" - respondió este igual de nervioso que su esposa.
"Si mi amor, a veces sucede" - sus pequeños se comieron sus excusas pero su mayordomo no era tonto, ya sabía que habían estado haciendo.
"Niños dejemos que sus padres se alisten para el desayuno, los esperamos en el comedor real sus majestades" - sabía que tenía que llevárselos antes de que hicieran más preguntas y sus señores tuvieran que dar muchas explicaciones a sus hijos de un tema que aún no tenían edad para comprender.
Ambos infantes siguieron a su mayordomo contentos de saber que sus padres estaban bien y los verían para comer, mientras que estos le daban gracias a Dios por la rápida acción de Baileywick y al entrar de nuevo a la recámara se recostaron en la puerta dejándose caer por la misma hasta el piso, mientras soltaban el aire que habían contenido por el temor de que Leah y Darien indagarán más en el tema y al verse a los ojos rieron por lo cerca que estuvieron de ser descubiertos en tan particular situación.
"Eso estuvo cerca" - bromeo su marido.
"Oh, Hugo, no bromees, ¿sabes lo horrible que hubiera sido si nos vieran así?" - le reprochó aún tan roja como un tomate.
"Pero no pasó y siempre nos aseguramos de cerrar la puerta con llave, no te preocupes amor" - le dio un dulce beso en la mejilla le ayudó a levantarse – "Vamos, debemos arreglarnos para desayunar"
"Si, me daré un baño, mientas tu elijes que ponerte" - ya iba a llegar a la puerta del baño en su alcoba cuando él la tomo de la muñeca y la beso hasta dejarla sin aire.
"Y si mejor me baño contigo" - sugirió con aquella sonrisa traviesa que a ella le encanta y a la cual era tan débil, al mismo tiempo que en sus ojos verde oscuro había un brillo especial.
La oferta sonaba tentadora pero sabía que si no se apresuraban en bajar a comer sus niños volverían a buscarlos y podrían sospechar que les habían mentido para evitar un tema que no hablarían hasta que por lo menos llegaran a la pubertad.
"Buen intento rey Hugo, debemos apresurarnos o volverán a buscarnos" - se rió un poco al escuchar un quejido de él en protesta pero sabía que tenía razón.
"Ok, será para la próxima" - prometió con su acostumbrada sonrisa confiada que solo lo hacía verse más galán de lo que ya era.
Luego de alistarse bajaron para el comedor real y desayunar con sus hijos.
"Mamá, papá, ya que es sábado, estábamos pensando... ¿podemos ir a la playa?" - preguntó Leah con ilusión.
"¿Por qué no?, es un día excelente" - respondió contenta su madre.
"Es verdad, sería bueno tomarse un día libre de responsabilidades y de más" - concordó su padre.
Terminaron de desayunar y salieron en busca de sus cosas y se fueron con el carruaje terrestre hasta la playa, allí jugaron y disfrutaron del sol y el agua pero más que todo el estar juntos en familia.
"Te está quedando muy bien" - le comentó Sofia a su hijo, ya que estaba haciendo un castillo de arena.
"Gracias mamá, es nuestro castillo, ¿me ayudas a terminarlo?" - le preguntó
"Por supuesto" - y así ayudo a su pequeño a hacer su castillo de arena mientras Hugo tomaba el sol y Leah jugaba con Clover en el mar.
Mientras terminaba el castillo de arena con su hijo, observó a su alrededor, su amado Hugo estaba ahora jugando con su hija y su fiel amigo Clover, el día era sumamente precioso, y era una verdadera fortuna el poder estar juntos ya que siempre tenían muchas cosas que hacer.
Respiro profundamente y con una dulce sonrisa, se sentía tan feliz, tenía un esposo maravilloso y dos hijos preciosos, no podía pedirle más a la vida.
Le dio un beso en la cabeza a su hijo y este le sonrió mostrándole su obra de arte, solo le faltaban algunos detalles, al voltear se dio cuenta de que su esposo cargaba a su hija para llevarlos con ellos y se sentaron a su lado.
"¡Wow!, Darién te está quedando perfecto" - hablo con alegría Leah mientras admiraba la escultura de arena.
"Gracias, pero mamá me ayudó" - respondió igual, para ambos era muy importante pasar tiempo en familia con sus padres, sabían que al ser la familia real de Enchancia casi no tenían tiempo para ellos pero sin duda agradecían el tener unos padres tan maravillosos como Hugo y Sofia.
Leah y él continuaron construyéndolo por lo que Sofia aprovechó para abrazar a su esposo y luego darle un beso lindo y apasionado, por su parte Hugo sonrió en medio del beso para luego profundizarlo, como adoraba que está preciosa mujer que tanto amaba y que podía decir que era suya lo besara hasta déjalo sin aire.
"Te amo tanto" - le dijo con felicidad e ilusión al separarse después del beso y acurrucarse en su pecho - "Oh, Hugo me siento tan feliz y dichosa, estoy contigo y con estos hermosos niños que tú y yo hemos creado, gracias mi amor, gracias por hacerme la mujer más feliz del mundo"
"Sofia, tú me has hecho el hombre más feliz del mundo al permitirme ser tu esposo y corresponder mi amor y Leah y Darien son el fruto de ello, te amo mi reina y eso nunca lo olvides" - le pidió con ternura y amor para luego volverla a besar.
Volvieron a ver a sus hijos, ambos seguían con el castillo de arena, y no pudieron evitar sonreír, sin duda eran la familia que siempre habían soñado, nada podría arruinar su felicidad.
Una figura de mujer encapuchada pero con buen cuerpo los espiaba desde una palmeras, la chica esbozo una sonrisa frívola y mezquina.
"Si, Sofia, continúa sintiéndote afortunada y especial porque muy pronto tu mundo será un caos" - pronunció con frialdad para luego observar a Hugo fijamente - "Hugo, cariño, descuida, muy pronto estarás conmigo, solo espera y veraz"
Y mientras se reía se escondió entre las sombras, pronto le daría el primer golpe a su mayor enemiga.
Por otro lado, la familia real continuo disfrutando del día soleado para luego regresar al castillo e ir al salón familiar para seguir aprovechando el tiempo en familia y al caer la noche Hugo y Sofia arroparon a sus hijos y después se fueron a sus aposentos para dormir plácidamente con el feliz pensamiento de que de ahora en adelante nada ni nadie podría hacerles daño...lastima que estaban equivocados.
