Disclaimer: El Potterverso y los personajes pertenecen a J.K. Rowling.
Este fic participa en el minireto de septiembre para La Copa de las Casas del foro Provocare Ravenclaw.
Carta para tres.
La señora Black descansaba sentada cerca de la chimenea mientras se entretenía leyendo un buen libro.
El sonido de unas alas y el ulular de una lechuza le hicieron levantar la vista, en el alfeizar de la ventana un pajarraco pardo picaba el cristal mientras la observaba con sus intensos ojos. La mujer se levantó y desató la carta de la pata del ave, que volvió a emprender el vuelo sin miramientos.
Era una carta para Andrómeda. Con una sonrisa de alegría y orgullo la madre llamó a su hija:
—Andrómeda, baja, ha llegado una carta para ti.
Una niña bajó las escaleras de dos en dos, seguida de cerca por sus dos hermanas.
—Toma—le tendió la carta
—Gracias—respondió Andrómeda con los ojos encendidos por la ilusión.
El lacre rojo de la carta con una hache grabada en medio no daba lugar a dudas, la carta era del colegio Hogwarts de magia y hechicería. Con el corazón palpitándole a mil por hora y con las manos temblorosas abrió el sobre (que parecía resistírsele) del que sacó un pergamino doblado en 4 trozos.
—Yo también quiero verla—gritaba Narcissa dando saltos mientras intentaba arrebatarle la carta a su hermana.
—A ver si es igual que la mía—intervino Bellatrix cogiendo la carta por un lado.
—Dejadme, es mía—protestó Andrómeda.
Las tres niñas comenzaron a tirar a la vez del pergamino, y como era de suponer, la carta quedó desgarrada en tres trozos.
—Yo no he sido—se apresuró a decir Narcissa escondiendo el trozo de carta que sujetaba detrás de la espalda.
—Lo siento—se disculpó Bellatrix al ver la cara encendida de su hermana.
Andrómeda, por su parte, se había puesto colorada de rabia y parecía a punto de explotar:
—¡Estúpidas, tontas. Me habéis roto mi carta de Hogwarts! ¡Os odio a las dos! Ojalá no tuviera hermanas—gritó a pleno pulmón para luego echarse a llorar desconsoladamente.
La señora Black cogió entonces los trozos de pergamino de la mano de sus otras hijas que permanecían inmóviles y con un toque de varita arregló la carta.
Frenando en secó sus lágrimas y volviendo a sonreír, Andrómeda consiguió por fin leer su carta de aceptación sin que sus hermanas la molestaran (al menos durante el tiempo que duró la lectura).
