Superman: 666
(Parte Dos)
Escrito por Federico H. Bravo
Reparto
Dean Cain...Superman / Clark Kent
Teri Hatcher...Lois Lane
Aaron Ashmore...Jimmy Olsen
Kevin Spacey...Lex Luthor
Edward Norton...Padre Albert Cloister
Ian McDiarmid...Su Santidad Pedro Romano
Daniel Craig...Lucifer
Estrellas Invitadas
Pamela Anderson...Catherine "Cat" Grant
Donald Sutherland...Padre Merrick
Jeffrey Hunter...Jesucristo
John Glover...Lionel Luthor
Denise Crosby...Dra. Gretchen Kelly
1
Metrópolis. Departamento de Clark.
Noche.
Clark volvió bien tarde en la noche, volando despacio hacia Metrópolis. Todo un día entre las ruinas de Nueva York resultó agotador, incluso para Superman.
Era una suerte que su estructura biológica extraterrestre lo protegiera de la radiación. De lo contrario, hubiera muerto como tantos otros al estar en contacto con ella. Además, la radiactividad no se acumulaba en sus células, por lo que no se convertiría en un peligro ambulante para quien se topara con él.
Se sentía agotado. Se sacó el traje de superhéroe con pesadez y se echó en la cama.
Aquél había sido el día más terrible de su vida.
Superaba con creces al doloroso momento de la muerte de sus padres adoptivos… o la de su prima Kara, quien fuera asesinada por Brainiac.
Aquél horror lo superaba todo.
No tenia ni ganas de llamar a Lois. Sabia que ella estaba bien, de seguro a estas alturas en su propio departamento, pero ahora no tenia ni ganas ni fuerzas para hablar con ella.
Acostado como estaba en la cama, pronto se durmió…
Departamento de Lois.
Al mismo tiempo.
Lois no quería leer la carpeta de Cloister, pero terminó sucumbiendo a la creciente ola de curiosidad que sentía y mientras yacía en su cama, lo hizo.
Al comienzo, las conclusiones y las pruebas que el sacerdote presentaba en sus escritos le sonaron a locura, inverosímiles. Después, como que algo de lo que exponía tenía cierto sentido…
De inmediato, recordó la extraña muerte de Bill Atherton, en la cual Luthor parecía estar implicado… y lo sucedido con el dueño de aquel puesto callejero, quien antes de enloquecer y morir de un ataque cardiaco, juró que los ojos de Lex eran los ojos de una bestia.
"Una bestia", pensó, "La Bestia… eso dijo el hombre en mitad de su ataque de locura; llamó a Luthor "La Bestia"… ¿Casualidad o causalidad?"
Lois tragó saliva. Por naturaleza no era una mujer religiosa, pero en aquél momento le hubiera gustado tener una Biblia a mano.
La posibilidad de que lo que Cloister decía en sus escritos (que Lex Luthor era el Anticristo) la llenaron de pavor, sumado a lo que el cura había afirmado, que la destrucción de Nueva York era solo el principio de algo mucho peor.
¿Podría todo ser verdad? ¿Podría Lex estar poseído por el Demonio? Porque solo un autentico demonio podría hacer lo que Cloister afirmaba que Luthor estaba destinado a hacer.
Tomó una resolución. Mañana a primera hora del día volvería a ver al Padre Cloister.
Necesitaba más pruebas, más datos para convencerse. Su alma de escéptica se lo reclamaba.
El Padre Cloister rezó, antes de irse a la cama. Le pidió a Dios en oración por Lois Lane. En que recibiera una señal para que creyera.
No pasó mucho rato acostado que sintió deslizarse algo a su lado, en la cama. Encendió la luz, corrió las mantas… y se topó cara a cara con una multitud de víboras.
¡No podía creerlo! ¡Una masa compacta de serpientes de todos los tamaños se enroscaban por sus piernas, le subían por el cuerpo…!
Cloister gritó. Se levantó de un salto y se sacudió a los ofidios de encima. Una voz habló entonces a su espalda…
-Parece que tiene problemas con las serpientes, Padre…
Cloister se volvió. Luthor estaba allí. Llevaba un traje blanco y se encontraba parado con los brazos cruzados, mirándolo severamente.
Al ver sus ojos, el sacerdote creyó enloquecer. ¡Eran amarillos y felinos, y brillaban iluminados con una luz espectral!
-¡En el Nombre de Dios, vete, espíritu inmundo! – gritó Cloister, tomando su crucifijo y presentándolo ante Lex como un arma.
Luthor alargó una mano y se lo arrebató. Lo tiró a un costado y sonrió feroz.
-Dios no está aquí, Padre – dijo.
Cloister intentó huir, pero una fuerza invisible lo atrapó, inmovilizándolo.
Luthor comenzó a acercársele…
-Cura piojoso y mal parido – siseó. Su lengua parecía bifida, como la de una serpiente – Hijo de puta. ¿Andabas abriendo la boca, eh? Tú y los perros romanos… de ellos daré buena cuenta después. De ti, me ocupare ahora mismo.
Cloister deseó gritar, pero el poder del Anticristo no lo dejó. Observó con mudo terror como las manos de Lex se trocaban en garras filosas, de dedos largos y puntiagudos.
…Fue todo lo que pudo ver antes de morir…
Redacción de "El Planeta".
Al otro día.
Clark entró en la Redacción y la encontró igual a como Lois la había hallado el día anterior: todos los periodistas y fotógrafos ocupados en su trabajo.
Fue a su escritorio e intentó concentrarse en su tarea. Le fue imposible; había tenido una mala noche, repleta de pesadillas. Apenas pegó un ojo, después de despertarse como cuatro veces seguidas con sobresaltos, empapado de sudor pegajoso.
Decidió tomarse un café. Si empezaba a fallar en sus labores, acarrearía las iras de White y no estaba para soportar regaños.
Mientras se servia de una cafetera, Jimmy se le unió, dándole charla…
-Dicen que el Presidente Luthor está atrincherado en la Casa Blanca, intentando lidiar con esta crisis – comentó Olsen.
-Humm… - Clark se encogió de hombros.
-¿Escuchaste las ultimas novedades del Pentágono sobre el atentado?
Clark se limitó a sorber el café. Su mente estaba a años luz de ahí. Veía a Jimmy hablar, pero no lo oía. Revivía una y otra vez las terribles pesadillas de la noche.
-Dijeron que no fue un ataque de terroristas islámicos, como al principio se sospechaba, sino de los rusos.
-¿Eh? – Clark volvió a la realidad de un plumazo. Miró a Olsen inquisitivamente.
-Si, eso dijeron. Acusaron a una red de terroristas rusos. Ahora resulta que el enemigo es Rusia. ¿No parece una locura? Y los rusos hicieron acuse de recibo… el Presidente Kruchev acusó a la Casa Blanca de "delirante". Ordenó el retiro del embajador ruso de la ONU y de todo ciudadano soviético en suelo norteamericano.
-Increíble.
-Lo mismo dice todo el mundo. Hemos vuelto a la situación en la que estábamos en la Guerra Fría: de este lado, nosotros… del otro, ellos.
-Oye, perdona que te interrumpa, pero… a todo esto, ¿Dónde está Lois? No la veo aquí.
-Ah, si. Que raro. Debería haber llegado hace rato – Olsen echó un vistazo a la Redacción. Se encogió de hombros – Capaz que está investigando a ese cura de la otra vez…
-¿Cura? ¿Qué cura?
Lois acudió al Hilton, esperando volver a ver a Cloister. Subió hasta su departamento y tocó su puerta.
Nadie respondió.
Volvió a llamar, un par de veces mas, extrañada. En Recepción afirmaron que el sacerdote estaba allí; no había salido a ningún lado.
Nadie respondió.
Manoteó el pomo de la puerta, solo por curiosidad… y esta se abrió como si nada.
Un baldazo de agua fría le cayó encima. Lois retrocedió un paso. Tenía un mal presentimiento al respecto.
Se armó de valor, pese a todo, y decidió entrar. La recibió el silencio.
-¿Padre Cloister? Soy Lois Lane. ¿Está usted aquí?
Silencio.
-¿Padre? – Lois caminó hasta su dormitorio, con el corazón en la garganta. La puerta estaba entreabierta…
La empujó.
Miró y un frío horror se apoderó de ella, ante aquél dantesco cuadro que sus ojos contemplaron sin piedad.
¡Colgado de cabeza para abajo, yacía el cuerpo destrozado del Padre Cloister! Estaba desnudo y tenía el abdomen desgarrado. Pendía de unos alambres con púas, enroscados en la lámpara del techo; estos se habían metido en su carne tanto que la hicieron sangrar con profusión. Y el rictus de su rostro era… simplemente espantoso.
Lois se tapó la boca. Sofocó un grito.
Al lado del cura mutilado, alguien había garabateado con su sangre un número de tres cifras y una frase bíblica.
El número era: 666
La frase rezaba lo siguiente: "¿Quién es semejante a la Bestia, y quien puede combatir contra ella?"
Es ese momento, sonó un teléfono.
Era el celular de Lois. Lo llevaba encima.
Atendió, sin comprender por qué lo hacía en tal momento y una voz conocida le habló, desde el otro lado:
-Revelación 13:4 – dijo.
-¿Qué?
-El versículo en la pared. Revelación 13:4 – insistió la voz – La Biblia de Cloister está sobre su mesita de luz, intacta. Pensé en arrancar sus páginas y esparcirlas por la habitación, pero luego comprendí que seria divertidísimo dejarte una forma de seguirme la pista.
-¿Luthor? ¿Eres tú?
Risas del otro lado de la línea.
-¿Quién, sino? – dijo él – Nunca pensé que terminarías implicada en esto, Lane, pero no me quejo. Avísale al alienígena. Dile que ahora tengo poder, poder real… dile que, si le conviene, se ira buscando otro planeta donde asentar su trasero, porque este es mío.
Lois se quedó muda. Aquello estaba siendo demasiado para su cordura.
-Voy a facilitarte las cosas – continuó Lex – Te sacaré un par de dudas. La primera se llama Bill Atherton. O mejor dicho, se llamaba. Si, yo lo maté.
-Oh, mi Dios…
-Será el tuyo, no el mío – Luthor rió – Segunda duda despejada: el del atentado terrorista fui yo. Bueno, no exactamente yo, pero pagué por adelantado por el trabajo.
-Oh, Dios…
-Y tercera duda despejada, y está te convencerá, si ya no lo ha hecho lo que has visto y oído… ¡YO SOY LA BESTIA!
Ahora sí. Lois gritó.
Abandonó corriendo el departamento. Salió a la calle hecha una exhalación. Una súbita tormenta inesperada que se desató sobre Metrópolis la recibió, cargada con un fuerte viento.
Corrió por las calles como loca. Intentaba huir, de negar lo que sabia ahora que era real… intentaba alejarse del pánico que aquella espantosa pesadilla le provocaba. Sabía que no podría hacerlo, que era en vano.
Él no la dejaría.
La mataría.
Los veloces pasos de Lois la llevaron hasta la puerta de una iglesia cercana. Intentó buscar refugio entre sus paredes, pero le fue negado: las puertas estaban cerradas.
Un ruido seco sobre su cabeza la alarmó. Miró en aquella dirección y vio con espanto cómo el pararrayos de una de las torres del santuario era arrancado de cuajo, por una fuerza invisible.
¡Como una mortífera jabalina, fue impulsado hacia ella!
Lois se preparó para morir. Una vez que la punta la ensartara, seria su fin. Pero entonces un borrón azul y rojo recibió el impacto por ella y se mantuvo indemne.
-¿Clark?
Superman estaba allí, parado delante de ella, con la vara de hierro atrapada con las manos. La quebró por la mitad y la arrojó al suelo.
-¡Lois! ¿Estas bien? – preguntó.
Como toda respuesta, ella se desmayó.
