Daniel estaba sentado en un piso, apoyado en un mesón que separaba la cocina de la sala, cuando Jack entró, sumamente apurado.

Desde hace un tiempo se habían mudado juntos en un cómodo apartamento. Daniel no se quejaba; buena vista, vecinos silenciosos, espacioso, y sobre todo su compañero no era desordenado. Sí, Daniel odiaba el desorden. Odiaba todo descontrol que no era provocado por él mismo. Y por esta misma razón, odiaba ver a Jack así de apresurado.

Apenas entró se puso a parlotearle acerca de una chica que era muy guapa, que trabajaba en un café del centro y a la cual había quedado de pasar a buscar cuando acabara su turno. No paró de hablar mientras se paseaba de habitación a habitación, dejando sus zapatillas tiradas en el camino y dejando cerca unos zapatos más formales.

Comenzó a desvestirse de forma torpe, por el apuro, paseándose sin pantalones y buscando el adecuado, optando por unos de color oscuro. Antes de ponérselo, se quitó la camiseta, bajo la atenta mirada de su compañero, sin siquiera notarlo.

Daniel se humedecía los labios en una copa de vino, dando unos sorbos pequeños, y disfrutando de la vista. Jack siempre había estado colgado de él; lo tenía claro. Cuando se conocieron, Daniel lo veía sólo como un chico fanático que le tenía demasiado sobrevalorado. Y normalmente lo ignoraba. Qué normalmente; siempre. Diga lo que diga, le gustaba que el chico estuviera detrás suyo. Le aumentaba aún más el ego.

Pero ahora... ahora todo había cambiado. Jack era todo un ilusionista, un profesional, un maestro, un jinete. Y ya no veía a Daniel de la misma manera, con los mismos ojos llenos de ilusión por el simple hecho de estar a su lado. Y salía con chicas. Joder, salía con muchas chicas. A veces salían juntos, y Jack se ponía a hablar con cualquier chica que se le acercara, sin siquiera notar que la chica le estaba coqueteando, y les dedicaba esa seductora sonrisa que él tampoco notaba que hacía. Pero Daniel si lo notaba. Y algo dentro de él reaccionaba, se rompía, y ardía.

Y era simplemente una reacción típica de alguien así de posesivo. Y Daniel lo sabía, lo admitía. Sentía la necesidad de no permitir que nadie más se juntara con él, o le hablara, o lo tocara, además de él. No era algo que Jack supiera, claro, pues se lo tenía bien guardado.

Y es que eso era algo que ni él mismo terminaba de entender: que cuando Jack lo buscaba, él lo ignoraba. Pero cuando Jack iba a irse, Daniel sentía el impulso de detenerlo. De pedirle que se quedara, de sugerírselo, o simplemente insinuárselo... porque sabía que Jack lo haría. Que si era él quien se lo pedía, se quedaría. Y a veces esto le daba remordimientos, pero no podía evitarlo. Le pertenecía, y no podía dejar que cualquier mesera se revolcara con él cuando le plazca mientras él se come el cerebro pensando en ello. No. Jack Wilder no se iría a ninguna parte; no esa noche.

Tiró la copa a un lado en el momento en que se levantó, alcanzando a Jack en la puerta, cerrándola frente a sus ojos. Este volteó, claramente confundido, y Daniel se apoderó de sus labios. Como era de esperarse, Jack enseguida se dejó llevar. Las ropas de a poco fueron volando y Jack de a poco se fue derritiendo entre sus brazos.

Estaba siendo cruel, manipulador y sumamente egoísta. Pero no importaba, porque al menos Jack Wilder no saldría con ninguna chica esa noche, y Daniel estaba conforme sabiendo que era a causa suya.


02/08/16

Santiago de Chile