Los personajes de esta historia no me pertenecen, son propiedad de Disney.


Mi mente estaba fuera de si, pensando demasiado, toda aquella charla había llegado sin aviso previó, sin ningún tipo de señal en mis días, meses, inclusive años pasados, nada. Todo fue dicho hace unos momentos y ahora no sabía cómo mantenerme en pie con aquello. Cuando al fin había decidido corresponder a alguien, alguien con quien sentirme bien, y con quien puedo desenvolverme sin miedo de ser juzgada, sin ninguna farsa, ninguna etiqueta o mascara necesaria para que no pudiera ser afectada de ninguna forma, mis padres me dan la noticia de que estoy comprometida desde mi nacimiento.

Vivo en un pequeño Reino llamado Arendelle, rodeado de un vasto lago por lo cual hace a Arendelle uno de los principales, por no decir más importante, abastecedor de productos pesqueros a los otros reinos, lo que significa que económicamente estamos muy bien sustentados. Somos estrictamente puntuales en los pagos, con los envíos y en los negocios tanto internos como externos. Así que el reino es considerado uno de los potencialmente más ricos y reconocidos. No existen ningún tipo de deuda, tratos bajo la mesa, o malos entendidos que ocasionen problema alguno en nuestro crecimiento económico y mercantil.

¿Y cómo sé tanto sobre esto? Muy fácil…

Soy la Princesa Anna de Arendelle.

Así que, como futura Reina, es menester saber todos y cada uno de los tratos, negocios, necesidades e información importante que rigen al reino.

Como comentaba, mis padres decidieron que no había mejor ocasión para contarme sobre mi matrimonio arreglado hasta estar cerca la celebración de mi décimo octavo cumpleaños, como es de esperar tuve muchas replicas sobre ello, soltando excusas y palabrería sin querer dar completamente la razón de mis arrebatos y negación. Sabía que ese enamoramiento no iba a ser de total agrado para mis padres.

Antes de saber todo esto, había comenzado a planear una forma en la cual ellos podrían aceptarlo con el tiempo, pero ahora todo se había desmoronado.

A pesar de mucho replicar y de amenazar de forma infantil e inmadura, sabía internamente que no había forma de que mis padres decidieran anular el matrimonio. Sé que estás cosas que se planean muchos años antes son por el bien de los reinos y las familias.

La familia de mi prometido es muy allegada a mis padres, incluso de cariño los he llegado a llamar "Tíos" en mi niñez, pero algo que no terminaba de entender o mejor dicho, no lograba recordar, era a aquel primogénito que se casaría conmigo.

Desde muy temprana edad supe que mi Tía Anastasia no podía tener hijos por problemas de salud, es algo que mis padres me comentaron cuando les preguntaba de pequeña el por qué no tenían un niño con quien yo pudiera jugar cuando íbamos a visitarlos. Todo aquello fue ya hace poco más de diez años en realidad.

Mi madre me explicó que al ver tantos fracasos al intentar concebir un heredero, los Birgisson, los nobles Reyes de Islandia, decidieron adoptar. Así que a pesar de conocer a esa familia, saber lo excelentes personas que son y lo bien que siempre me habían tratado, realmente nunca he conocido a mi prometido...

Estuve varios días encerrada en mi habitación y no porque tuviese un berrinche inexplicable del cual me aferraba a no salir, solamente estaba mentalizándome con la idea de que en menos de medio año voy a tener que casarme con alguien que ni siquiera sé cómo luce y mucho menos ni siquiera sé si será bueno conmigo o si le pareceré bonita…

Me levanté de mi cama, necesitaba estirar mi cuerpo al haber estado encerrada y escondida en cama tantos días, y me aproximé al enorme espejo que tengo enfrente de esta para observar mi reflejo.

El último pensamiento que tuve inundaba mi mente. Sabía que no era fea, lo sabía muy bien, no era difícil notar las miradas de los aldeanos cuando salía a pasear al pueblo, pero habían algunas cosas que no me dejaban estar bien conmigo misma.

Observé mi rostro, y con mis manos palpé delicadamente sobre el, las mismas facciones que mi madre. Ojos grandes de pupilas azul aguamarina y expresivos, mi cabello, sedoso, largo y lacio, del mismo color que el de mi padre. El día de mi nacimiento todos decían que era la perfecta mezcla de los dos, pero había algo que no me gustaba, algo que siempre me creó conflicto, aquellos cientos de puntos imperfectos en mi rostro, en mis hombros, en mi cuello, en mi espalda, en mis brazos, en mis pechos… en todos lados. En mi niñez me encontraba con los niños del pueblo riéndose de mis pecas, tanto fue así que una mañana no salí de la bañera ya que estuve tallando una y otra vez infantilmente sobre mi piel para que estos se fueran, cuando por fin mi madre logró entrar me encontró con la piel irritada de tanto frotarla con el estropajo.

Pasó un tiempo y aprendí a sobrellevar esos comentarios ya que al final sólo eran juegos de niños, debía dejar de tomarle tanta importancia, de cualquier manera, aquello siempre estaría en mi pensamiento. Mi madre no tiene ninguna peca en su rostro, su piel es perfecta como la porcelana y mi padre tendrá una que otra en sus mejillas y nariz, pero realmente no son percibidas tan fácilmente como las mías.

Entre tantos pensamientos recordé a Kristoff, el muchacho de quien había sentido aquel cariño que ya había mencionado. Tenía que hablar con él y darle los motivos del porqué nuestra relación ya no podría ser.

Kristoff es un muchacho muy alto, no era precisamente atractivo pero era muy noble y me trataba bien, a pesar de ser un hombre grande, inclusive tosco, siempre me trataba con mucha delicadeza. Por esos pequeños detalles me fijé en él con el pasar de los años, y a pesar de ser un muchacho pueblerino y relativamente joven, tiene 23 años, conoce de muchos temas en particular y a recorrido muchos lugares, conoce muy bien el reino e inclusive las montañas. Es bueno en su trabajo, por lo que lo hace un experto en el alpinismo y las aventuras, es un poco bueno con la espada, así que no iba a ser complicado poder ejercer algunas tareas de caballero hasta aprender cómo ser un buen Rey.

Algunas ocasiones me llevaba de excursión a las montañas heladas, obviamente esto a escondidas de mi familia, siempre fui más tolerante al frío que él a pesar de que su trabajo tenga que manejar hielo constantemente, me deja hacer bromas sobre su cabello rubio de princesa, cosa que a los otros chicos siempre les advierte de no hacerlo ya que se ganarían una golpiza. No sé porque piensa que al verlo ser así me gustará más, pero lo dejo ser, es un chico al final del día, sólo le pido que no haga esas demostraciones en público.

Después de hablar con él sobre aquel acuerdo y visiblemente los dos terminar mal anímicamente, me contó que venía ideando una estrategia desde hace meses para poder aumentar el comercio familiar de una forma más rápida y así ganar aún más, que con ello podría posicionarse para que el negocio sea de remembranza en el reino, y tener algo más estable que ofrecer, que demostrar el día que pidiera mi mano con mis padres.

Pidiéndole que no tuviera ninguna represalia con mi familia o con la familia de mi prometido me fui de su hogar no sin antes decirle que eso no tenía por qué alejarnos para siempre, que siempre íbamos a ser amigos, compañeros de aventuras e historias, pero entendía que aquello no podía suceder en esos momentos.

Kristoff era la primera persona que había querido de manera romántica en mi vida, mi primer beso, incluso podría decir que mi primer amor.

Con lágrimas y el corazón aprisionado, pensando en todo eso de camino al castillo sigilosamente ya que me había escapado aquella noche para poder hablar con él no hice más que llenar mi cabeza de cosas negativas sobre aquel futuro matrimonio que me esperaba, conocía a aquella familia, había convivido con ellos gran parte de mi niñez por eso sabía que ese acuerdo no era del todo malo o al menos no parecía serlo, pero aquel heredero no me estaba terminando de convencer. ¿Qué tal si era un chico nefasto, un chico cruel que lo único que quería era escalar para ser el Rey de un reino? ¿Qué tal si me trataba mal? ¿Y era bueno ante la gente, ante sus padres adoptivos, ante los míos, ante el pueblo y a solas era todo lo contrario…?

Tenía miedo, pero a la vez sentía algo de rabia en mi interior, aquella historia de amor que imaginé me había sido arrebatada por alguien que ni siquiera conocía.

Mi mente se nubló y abrió paso a un nuevo camino. Tomé una decisión. Si así me habían arrebatado al amor, así de fría iba a ser con ellos. Acuerdos fríos, personas frías.