Este fic participa en el minireto de mayo para "La Copa de las Casas 2015-16" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black
Disclaimer: Ninguno de los personajes de Harry Potter me pertenecen, son propiedad de Jk.
Guerra Sorteada: Primera Guerra Mágica
Palabras: 400 exactas
A Dorcas le encantaba el atardecer, desde siempre había sido su parte favorita del día, por todos los colores que se dibujaban en el cielo y las tonalidades rojizas, anaranjadas, rosadas y violetas que se mezclaban entre sí cuando caía la tarde debido al Sol que se ocultaba en el horizonte, cediéndole su lugar a la noche y a su contraparte la Luna.
Pero Dorcas no solo amaba el atardecer por sus colores y tonalidades, también lo amaba porque traía a su memoria recuerdos de tiempos inolvidables, pues los mejores momentos de su vida habían ocurrido al ponerse el Sol.
Recordaba cada tarde cuando platicaba con Lily y Marlene en los jardines de Hogwarts, cuando jugaba en los columpios del parque con su pequeña hermana Emily y sobre todo, recordaba la tarde cuando lo conoció a él.
Alto, delgado, de piel blanca, cabello negro y ojos grises, con un porte elegante y un dejo de altivez, callado y con el semblante serio. Así era él, así era Regulus Black, miembro distinguido de la casa de Slytherin por la familia a la que pertenecía y sus ideas sobre la pureza de la sangre, pero que a pesar de eso atraía poderosamente a Dorcas y la atrapaba sin remedio; todavía recordaba en sus sueños la tarde cuando se besaron por primera vez y todos los momentos que pasaron juntos, en donde nada importaba y solamente eran ellos dos, Dorcas y Regulus, esos momentos donde la guerra no existía y los apellidos y la sangre no significaban nada.
Pero eso fue antes, antes de que Regulus se uniera a las filas del señor tenebroso y Dorcas a la Orden del Fénix, antes de que sus caminos fueran por rumbos completamente opuestos, antes de que la guerra los separara y el destino los convirtiera en enemigos para siempre.
Y era gracias a todos esos momentos y a su fascinación por los atardeceres que Dorcas sabía que aquella puesta de Sol no era como las otras, era el atardecer más triste y apagado que había visto en su vida y mientras observaba el último rayo de luz morir en la lejanía, tuvo la sensación de que era el último que sus ojos verían. No sabía porque, pero algo le decía que aunque no fuera el más colorido ni el más hermoso, era mejor no olvidarlo porque no sabía si habría otro atardecer.
