¡Hola!
"El Valle de las Sombras" fue pensada como una historia que sirviera de segunda temporada para la serie antes del anuncio oficial de que se haría la dicha continuación. Por lo tanto, no incluiré ningún personaje nuevo (Max, el hermano, etc).
Capítulo dedicado especialmente a: adrisstbdt. ¡Gracias por leerme! No imaginas lo emocionada que me haces sentir.
Nota: Esta historia está actualmente publicada en Wattpad. Dado la buena respuesta que tuvo en dicha página, decidí publicarla también en esta plataforma.
Stranger Things y sus personajes NO me pertenecen. Sin embargo, la trama que se lleva a cabo sí, por lo que no hay autorización de ser publicada en otro sitio sin mi consentimiento.
El Valle de las Sombras.
Capítulo I:
La pesadilla de Will Byers.
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"Los monstruos son reales; viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan".
- Stephen King
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Algo se acerca.
Aprisiona con fuerza entre sus dedos el borde de las sábanas de su cama, como si fuese tan sólo un niño de diez años, tira de ellas para cubrirse por completo cual se tratara de un hechizo protector. Aún en la oscuridad, siente el frío que –ahora lo sabe- jamás será capaz de olvidar. Puede escuchar una tétrica respiración acercarse cada segundo más en su dirección.
Algo sediento de sangre.
Tira de sus tobillos y el chico suelta un fuerte grito, terror y confusión se enredan de la misma manera en que las cobijas aprisionan su cuerpo como si hubiese caído en una trampa de caza. Desesperado, busca apartarlas para poder correr, más el impacto vuelve a tirarlo hacia el suelo.
Se tambalea, tanteando con desesperación el suelo para encontrar la lámpara con la que duerme cada noche, temeroso de los fugaces viajes que le llevan a El otro lado, pero no la encuentra, su linterna se ha quedado olvidada del lado bueno de la realidad. Ahí, en el oscuro y extraño mundo, Will Byers vuelve a estar solo.
En ocasiones, recibe la ayuda de una voz que le indica con paciencia el camino al que debe correr para regresar al mundo correcto, pero esta noche tarda más de lo acostumbrado y siente su respiración alterarse. Como puede, logra ponerse de pie –a pasos tambaleantes- y observa a su alrededor; está en el patio de su casa y el clima frío se torna insoportable.
Escucha un gruñido.
— Demogorgon—murmura al tiempo que oprime los puños; a pesar del terror que paraliza su cuerpo, Will no piensa ceder ante la criatura que siente aproximarse. No obstante, un impacto más lo empuja hacia el frente y apenas es capaz de colocar las manos contra el seco pasto para evitar golpearse el rostro.
Antes de siquiera tener la oportunidad de hacer un solo movimiento, las horcadas a las que se ha acostumbrado por casi tres años le atacan severamente. El menor de los Byers siente su estómago contraerse con fuerza y entierra las uñas sobre la tierra, cuando los gusanos y suciedad son expulsados de su tambaleante cuerpo. Termina sediento, siempre está sediento.
A una distancia demasiado corta, el gruñido adquiere fuerza y Will ya no está seguro de qué tanto miedo tiene en ese momento. ¿Por qué el Valle de las Sombras no puede sólo dejarlo ir?
— ¡WILL!—El chico da un respingo al identificar la voz que acompaña sus visitas al oscuro lugar. Él se gira en dirección de dicha voz, pero –como otras veces- todo es tan rápido que apenas logra distinguir el cabello alborotado y marrón, tan oscuro como los fieros ojos de la joven. — ¡VETE!
Ella le toma firmemente por los hombros y le lanza hacia atrás con fuerza poco propia de una chica. Will puede escuchar los cristales romperse ante el impacto de su cuerpo contra la ventana da la sala de su casa; cae de espaldas contra el suelo y el gruñido del monstruo se entremezcla al grito de su guía.
Él ha vuelto al mundo real.
Necesitó –quizá- más de un par de minutos para asimilar que no se encontraba en la cama de su habitación; aquello no fue una pesadilla, sino la extraña realidad de la que formaba parte desde sus escasos doce años de edad. Ahí, a mitad de la oscura sala de su casa, Will temblaba más de lo acostumbrado y podía escuchar su propia respiración, así como los agitados sonidos de su corazón, demasiado fuertes que le recordaron a aquel cuento que Jonathan una vez leyó para él y le resultó demasiado extraño y casi aterrador.
Tambaleante, apoyó las manos contra el suelo para poder levantarse y volver a su habitación. Antes de cerrar la puerta giró su cabeza sobre el hombro, como si pudiera sentir la pesada mirada de una criatura sedienta sobre él, como si el Demogorgon estuviera siempre presente a su alrededor, acechando y esperando el momento conveniente para atacar.
Y quizá, cuando el momento llegase, Eleven no podría salvarlos más.
El resto de la madrugada hasta el amanecer, Will fue incapaz de recuperar el sueño, lo que no hacía más que remarcar las ojeras bajo sus ojos, demasiado frecuentes que ya se había acostumbrado a ellas y a la imagen casi enferma y débil que dejaba en él.
¡Por Magneto, Will! Luces peor que un zombie, llegó a su mente el recuerdo del comentario burlón que Lucas había hecho sobre él tiempo atrás; recuerda que le hizo reír. Ahora, a sus quince años, el joven Byers ya no estaba tan seguro de que tan divertido tenía el parecer un zombie cada día que pasaba.
— ¡Will, despierta ya o llegarás tarde!—La voz de su madre resonó por toda la casa o, al menos, así le parecía a él cada mañana que Joyce optaba por gritar para despertarlo. — ¡Wiiiill!
— ¡Ya desperté, mamá!—gritó él de vuelta, alejándose del pequeño espejo que colgaba de la puerta de su armario. Del escritorio tomó la chamarra azul que Jonathan le había dejado como 'regalo de despedida', antes de irse a la Universidad, y el morral en el que cargaba sus útiles para el colegio.
Joyce volvió a gritar para apresurarlo. Él estaba acostumbrado al comportamiento de su madre; siempre había sido una mujer que vivía apresurada, más eso no restaba lo protectora que podía llegar a ser con él o Jonathan, sobre todo si se tomaban en cuenta -¡y vaya que se tomaban en cuenta!- los acontecimientos de 1983. A partir de entonces, una norma no escrita les obligaba a nunca estar solos.
— ¿Cuánto más pensabas tardar? Toma un par de panqueques y desayuna en el camino, ¿de acuerdo?—Will se limitó a asentir con la cabeza sin mirar a la sala donde su madre se encontraba, dirigiéndose hacia el comedor para envolver los panqueques en una servilleta tomando, también, dos tiras de tocino que alborotaron su estómago de tan sólo percibir el olor.
— Deja algo para el resto, caníbal. —La burlona voz alertó a Will en todos los sentidos, y los panqueques cayeron sobre la mesa cuando el chico alzó la mirada, encontrándose con la torcida sonrisa (casi como una mueca) de su hermano mayor.
— ¡Jonathan!—exclamó, emocionado—. ¿A qué hora llegaste? ¿Acaso no eres capaz de avisar? ¡Dijiste que llegarías hasta un día antes de Noche Buena!—replicó, dejando el tocino justo a un lado de sus panqueques recién envueltos para después caminar hacia su hermano; Joyce, pendiente de ambos desde la sala, sólo atinó a reír.
— Puedo regresar para entonces, no hay problema...—comenzó a decir, más Will ya había llegado hasta él, golpeándole el brazo a modo de juego, más no dio tiempo al mayor de quejarse cuando ya le había envuelto en un cálido abrazo—. ¡Auh! No tan fuerte, William, me romperás la espalda.
— No lo dudo, ¡luces terrible!—bromeó de vuelta, separándose de su hermano para poder verlo con mayor detención; a pesar de que aún conservaba su cabello largo, parecía tenerle mejor empeño al hacer un intento por peinarlo hacia atrás, lo que le daba una imagen madura.
— Muy bien chicos—Joyce dio un aplauso, llamando la atención de sus hijos—, es hora de irme a trabajar. Jonathan, querido, lleva a Will al colegio—indicó, señalando hacia él—. Y cuida de que se coma los panqueques—añadió dedicándole una mirada de seriedad. La mujer se dirigió a la puerta y del perchero tomó su bolso negro que se colgó en el hombro, más antes de que siquiera pudiera poner la mano en la perilla, dos golpes en la puerta llamaron la atención de toda la familia Byers.
Joyce hizo un extraño movimiento, como si quisiera abrir la puerta pero al final se hubiese arrepentido. Jonathan, con Will (que mordisqueaba hambriento el tocino) detrás de él, se adelantó a su madre para abrir la puerta antes de que ella pudiera detenerlo.
— Jonathan...—murmuró una grave voz, casi sorprendida.
— ¡Oficial Hopper!—respondió el saludo (si es que era un saludo) al hombre de uniforme parado en el porche de la casa—. Qué sorpresa verlo aquí.
—No en realidad. —La voz de Will hizo acto de presencia, ganándose la confusa mirada de su hermano mayor, una de incomodidad por parte de Jim y algo como el enfado proveniente de su madre. Carraspeó ligeramente y dio una mordida más a la tira de tocino que sostenía, como si de esa forma pudiera desaparecer la tensión que había formado gracias a su comentario.
— ¿Sucedió algo malo?—El tono cauteloso y teñido de una pizca de preocupación no pasó inadvertido para nadie. ¡Supiera Dios lo que el chico se estaba imaginando! El asunto de 'El otro lado' y el Demogorgon, no era fácil de olvidar. Mejor dicho, era imposible y dejaba en ellos un temor de que algo como eso pudiera repetirse una vez más.
— Nada grave, no hay de qué preocuparse—Hopper se apresuró a aclarar—, te lo aseguro.
Jonathan asintió en silencio, antes de volver a hablar: — Entonces, ¿qué hace aquí?
Por algunos segundos, el silencio se instaló entre las cuatro personas presentes y Jonathan tuvo el presentimiento de que algo importante estaba ocurriendo justo frente a sus ojos, algo demasiado obvio que él ya tenía la sospecha y no terminaba de decidir si le agradaba o no.
— Necesitaba algunas cosas de la tienda, así que pensé que no estaría mal si pasaba por tu madre para llevarla al trabajo. Como un favor a la comunidad. —Incluso Will, a quien nunca se le habían dado las excusas ni las mentiras, cayó en cuenta de lo ridículas que sonaban las palabras del oficial, más se limitó a terminar su tira de tocino.
— ¿Y decidió alargar su camino hasta nuestra casa, pasar por la tienda y volver a la comisaría?—Joyce soltó una suave queja que ninguno fue capaz de escuchar con claridad.
— ¡Ah, miren la hora! Llegaré tarde, y no quiero perderme la clase de física. —Will se acomodó el morral sobre el hombro y pasó por en medio de los tres adultos, casi sintiendo la tensión que amenazó con retenerlo. — Adiós, mamá. Adiós, Hop.
— ¿Hop?—Jonathan enarcó una ceja, confuso por la familiaridad con la que su hermano menor se dirigía al jefe de la policía. Frunció ligeramente el ceño. —Así que, Hop... ¿Usted lleva a mi madre a su trabajo con frecuencia?
Hopper y Joyce compartieron una fugaz mirada, sus incómodas expresiones (no diferentes una de la otra) fueron suficiente para hacerle entender al mayor de la familia Byers que algo extraño sucedía ahí, y no precisamente se trataba de alguna criatura que merodeaba por las barreras del mundo que habitaban.
— Jonathan, hablaremos en la cena. —Finalmente, su madre pareció encontrar una salida para el momento de tensión; era posible que fuera su imaginación, más el universitario pudo jurar que vio a Jim soltar un suspiro envuelto del más sincero alivio.
— ¡La escuela!—El claxon rescató al oficial de otra incómoda pregunta que se maquinaba en la mente de Jonathan, haciendo que todos voltearan a ver al delgado chico que se inclinaba hacia el volante para tocar una vez más la bocina. — ¡Llegaré tarde!
— ¿Siempre tiene que ser tan puntual?—masculló el mayor, negando con la cabeza. Resignado a aceptar que no contaba con el tiempo suficiente para lidiar con la cercanía que su madre parecía tener junto a Jim Hopper, se inclinó hacia ella para besar su frente al tiempo que dirigía una atemorizante mirada (¡vaya que tenía los ojos de Joyce!) hacia el jefe de la policía. — Te veo en la cena, mamá—dijo al tiempo que se daba la vuelta y agitaba la mano—...Adiós, Hop—murmuró con cierto tono de ironía, haciendo nota mental de que visitaría el departamento de policía una vez que dejara a su hermano menor en el colegio.
Fue hasta que el auto se alejó del sendero de la casa y dejó detrás de sí el último rastro de humo, que Hopper sintió recuperar su respiración y la autoconfianza que tanto le caracterizaba. Joyce, mirándolo de reojo, no pudo evitar soltar una risa divertida.
— Veo que Jonathan heredó tu intimidante instinto protector, Joycie. —Ella volvió a reír.
— Oh, cállate, Hop. —La castaña cerró el puño, golpeando con éste el hombro de Jim. — Vámonos—indicó después, acomodando el bolso sobre su hombro y cerrando por completo la puerta detrás de ella, andando hacia el auto estacionado.
Hopper se tomó un momento para mirarla.
— ¿Qué no vienes?—cuestionó Joyce deteniendo su camino y girándose lo suficiente para verlo. Él pareció reaccionar entonces y caminó hasta donde ella, yendo a la par hacia su auto.
— Hablando de instinto protector—comentó casualmente, abriendo la puerta para ella—, ¿cómo está Will? Me pareció que hoy lucía más pálido.
Joyce soltó un largo suspiro, en su delicado rostro apareció la expresión a la que Jim se había acostumbrado en ella cada que tocaban el tema del menor de sus hijos.
— Tuvo otra pesadilla—murmuró, oprimiendo los labios por un instante— Me aterra, Hop. Me aterra pensar que todo lo que vive sea más que un mal sueño.
— ¿Y qué podría ser?—cuestionó de vuelta.
—Tengo un mal presentimiento—pasó su mano sobre su rostro, en un reflejo por hacer que sus lágrimas se retuvieran dentro de sus ojos. Hopper se inclinó hacia ella y sostuvo su muñeca, obligándole con suavidad a que mirase en su dirección.
— Te preocupas demasiado. —Una tenue sonrisa, acción no típica de él, surcó sus labios, contagiando a Joyce de su confianza. — No lo hagas. No hay por qué.
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En algún momento de la conversación, se perdió en el sonido que hacía el tenedor al golpear en el pequeño plato de porcelana, por lo cual bajó la mirada dirigiéndola al pastel frente a ella; observaba cada movimiento de la muñeca de su compañero, notaba el betún que caía y los restos del pan alrededor del pequeño plato.
— Nancy... Nancy. —La chica dio un ligero respingo una vez que la voz de su novio logró ahuyentar el sonido del tenedor. Ella parpadeó un par de veces y mostró una tenue sonrisa, inclinándose sobre su café para dar un sorbo de éste. — ¿Qué sucede?—cuestionó Steve, frunciendo ligeramente el ceño.
— ¿Uh? No, nada, nada. —Nancy negó inmediatamente con la cabeza, dejando la taza sobre la mesa.
— No estás escuchándome—recriminó, aunque no parecía molesto, pues en sus labios se presentó esa sonrisa tan típica de él que –años atrás- encandilaba sus sentidos; ante el recuerdo de los viejos sentimientos, Nancy sonrió.
— Lo siento. —Se disculpó, tomando la oreja de la taza y jugando con ésta, sin tomar otro poco de la bebida caliente. — Es sólo que... Me perdí en mis pensamientos...—soltó una suave risa y desvió la mirada hacia el ventanal del local; la calle lucía más transitada de lo usual, aunque si tomaba en cuenta que se encontraban a mitad de diciembre, el tránsito de la gente en las calles era bastante justificado.
— ¿Algo de lo que deba preocuparme?—comentó Steve en tono burlón, aunque ella pudo identificar la inquietud en sus marrones ojos cuando le miró, casi impaciente por tener una respuesta.
— No, no... Nada de eso—negó la joven, aunque la pequeña pausa en sus palabras le delató. Steve carraspeó suavemente, inclinándose sobre la mesa para fijar su mirada sobre ella, incomodándola. Parecía como un padre que se preparaba para escuchar la excusa de un hijo con mal comportamiento antes de mandarlo a su habitación sin cenar.
— Pensaba en aplicar mi examen de ingreso a la Universidad este año. —Se animó a soltar la idea que rondaba su mente por las últimas semanas, causándole algunas noches de insomnio y un par de incidentes menores en su trabajo parcial debido a una que otra cuenta mal hecha en el consumo de algún cliente.
Era algo que no había dicho nadie, ni siquiera a su hermano menor faltando al código de la promesa hecha por ambos años atrás, cuando los sucesos extraños atacaron en Hawkins. A partir de ahora, nos contaremos todo. Quizá se debía a que ni ella estaba segura de que fuera una buena idea, no tenía un plan que seguir ni una meta; quizá, no había dicho nada por temor a ese tipo de mirada que su novio le dirigía.
— ¿Hablas en serio?—Sus labios se curvearon en una burlona sonrisa, a lo que Nancy frunció el ceño.
— Claro que sí. ¿Por qué no hablaría en serio?—espetó a la defensiva, apretando el agarre de sus dedos que sostenían la oreja de la taza frente a ella. Inmediatamente, Steve borró la sonrisa y boqueó un par de veces, como si se tratase de tan sólo un niño. Por supuesto, eso no enterneció ni un poco a la chica Wheeler.
— No, sí, digo, lo siento. —Fue la torpe disculpa de Harrington, antes de volver a mirar a su novia, en esta ocasión con toda la seriedad que fue capaz de expresar en su rostro. —Es sólo que, bueno... Estuvimos un tiempo separados—habló en voz baja, aunque Nancy fue capaz de escucharle—, creí que ahora que hemos vuelto... Nan, mis padres te adoran.
— ¿Eso a qué viene?—cuestionó, inclinando la cabeza hacia un lado. Steve sonrió apenas, agachó la mirada, giró la vista hacia el cristal del local y volvió a mirar hacia ella; una reacción extraña –pensó Nancy-, el tipo de gestos que caracterizaban a Harrington cuando algo no salía de acuerdo a su diálogo no escrito de hombre encantador y la situación lo orillaba a actuar torpemente nervioso.
— Mi padre comenzará a prepararme esta semana para aprender de la compañía—comenzó, mientras Nancy se llevaba la taza a los labios para dar un sorbo a su café—, pronto heredaré su puesto y me gustaría... Me gustaría formar una familia para entonces.
El café salió de los labios de la chica, salpicando sus manos, la mesa y derramándose por su barbilla hasta que las gotas cayeron sobre su suéter azul. Steve dejó de lado su tenedor, apresurándose a pasar un par de servilletas a la chica, quien aún tosía entrecortadamente en busca de un poco de aire.
— Te tomó por sorpresa—observó el chico a voz alta, a lo que Nancy –finalmente librándose del ataque de tos- volvió la vista hacia él, con los labios aún entre abiertos.
— ¿Tú crees?—ironizó, apartando la taza de su vista. La mesera del lugar llegó justo a tiempo para retirar los platos de la mesa, incluso sin preguntar si habían terminado. Steve pareció olvidar el pedazo de postre que aún le quedaba y pidió la cuenta—. ¿Qué clase de chico suelta algo así tan de pronto?—cuestionó, llevando su mano hacia el dije que colgaba de su cuello; era un reflejo de la chica cuando se sentía demasiado nerviosa y necesitaba mantenerse ocupada en algo.
— Iba a decirlo, después, claro. En un sitio mejor, un momento adecuado...
Nancy alzó una mano, interrumpiendo las palabras de Steve.
— ¿Estás proponiéndome matrimonio?—preguntó al instante, con el ceño fruncido, gesto que aumentó cuando la carcajada de su novio opacó todo sonido en la cafetería.
— ¡Por supuesto que no!—exclamó, controlando su risa—. Bueno, no de manera oficial. Cuando termine este año mi capacitación para el negocio de mi padre, entonces será. —Se encogió de hombros y agitó la mano, un ademán que buscaba restar toda la importancia a un tema que era demasiado importante. — Aún tienes un año para pensarlo.
— Steve, tenemos veinte... ¡Es muy pronto!—Nancy soltó un suspiro, pasándose una mano por el rostro como si de esa manera pudiera deshacerse de los pensamientos que la invadieron ante semejante propuesta. Ella no quería casarse tan pronto, ni siquiera estaba segura de querer casarse en absoluto.
— En un año tendríamos veintiuno...
Aquello fue suficiente para llegar al límite de la joven Wheeler. Nancy rodó los ojos mientras se inclinaba para tomar su bolso del perchero que estaba situado a un lado de la mesa y sacó su cartera de la que extrajo un par de billetes, dejándolos caer sin reparo alguno sobre el centro de la mesa.
— ¡Vaya!—exclamó, mientras se colgaba su bolso sobre el hombro—. Tan sólo veintiún años, seremos completamente un par de adultos responsables listos para un matrimonio—ironizó la chica—. ¿Olvidas que quiero ir a la Universidad?
— Nuestros padres se casaron incluso más jóvenes—murmuró el castaño, mirando hacia su novia con cierto reproche.
Estoy segura de que mis padres nunca se amaron. Ella era joven y él era de una buena familia..., sus propias palabras –tres años atrás- resonaron en sus pensamientos en forma de eco, su propia voz liberando algo que nunca se atrevió a admitir en alto.
— Nos casamos, ¿y después?—murmuró, ganando la completa atención de Harrington—. Tú trabajarás en un buen negocio heredado por tu familia y yo grabaré en mi mente todo tipo de recetas, —soltó una risa irónica—, nos mudaremos a una linda casa a la orilla y formaremos una tradicional y perfecta familia.
— Espera, me he perdido... ¿Acaso pensar en eso tiene algo de malo?—Nancy mantuvo el silencio por unos segundos y desvió la mirada, encogiéndose de hombros.
— No lo sé—susurró, emprendiendo el camino hacia la salida del establecimiento.
Steve reaccionó al instante, como si despertara de un mal sueño se levantó de un salto de su asiento, tomando entre las puntas de sus dedos el saco azul de su traje y apresurando su paso para alcanzar a Nancy, quien ya había salido de la cafetería en la que comían todos los miércoles.
— ¡Nan, espera!—A regañadientes, la chica se detuvo, más no se dio la vuelta.
Steve era su primer novio y primer amor, el tipo de chico con el que soñaba durante la escuela secundaria y cuya sonrisa ladina aún movía el suelo bajo sus pies. Sin embargo, habían estado separados por un largo tiempo (alrededor de un año) y recién habían decidido retomar las cosas entre ellos, lo que resultaba en muy poco tiempo para tener claras sus ideas respecto a un tema de tanta importancia. No era que estuviera enojada por la propuesta, incluso, se sentía halagada y emocionada, y ese era exactamente el problema.
Quería estudiar, salir de Hawkins, ser diferente a su madre y padre. No lograría nada casándose, mucho menos sintiendo cariño por la idea de un pronto matrimonio.
— Nan, bebé... ¿Qué sucede?—Finalmente, Steve le alcanzó y tomó por los hombros, girándola para que le mirara de frente.
— ¿Por qué?—preguntó ella, cruzando los brazos sobre el pecho. Al ver la confusa expresión de su novio, decidió aclarar la pregunta—. ¿Por qué has tocado el tema ahora? Justo cuando te comparto mis planes para la Universidad, tú... No puedes sólo decidir, ¿sabes?—reclamó, agachando la mirada.
— Y si tienes tantas ganas de ir a la Universidad fuera de Hawkins, ¿por qué no lo hiciste hace un año, Nancy?—Wheeler dio un paso hacia atrás cuando Steve se acercó a ella, inclinándose a la misma altura de su rostro. — Si no quieres estar conmigo, no utilices ese tipo de excusas.
— ¿Disculpa?—Nancy soltó un bufido, sintiéndose completamente indignada. — ¡No es una excusa, por Dios!—exclamó—. ¿Acaso no puedes pensar en que sólo tenemos opiniones bastante distintas sobre el futuro?
— Vaya que sí—respondió Harrington, en un tono de elevada ironía—, pero nadie termina una relación por algo como eso, es un argumento tan pobre que me sorprende de ti, Nancy Wheeler.
— No dije que estuviera terminando contigo, Harrington—murmuró la castaña entre dientes.
— Pareciera que sí—respondió él al instante, sin dar tiempo a la chica de poder decir algo más. Nancy oprimió los labios, en parte porque el hecho de que él pensara eso le hería, en parte porque no tenía una respuesta sincera que negara por completo las palabras de Steve.
Envueltos en un incómodo silencio, Nancy entre abrió los labios para retomar la discusión de una manera –que ella consideraba- más madura, sin gritos y mal entendidos. No obstante, los repetidos pitidos de la alarma en el reloj de Steve robaron su oportunidad de hablar. El chico se apresuró a mirar la hora y abrió aún más los ojos, entre sorprendido y asustado; volvió la mirada a ella, boqueando un par de veces antes de decir algo lo suficientemente coherente.
— Debo volver al negocio—anunció—. Hablaremos de esto más tarde. —Y sin dar despedida alguna a la chica (como un beso o abrazo al que estaba acostumbrada), se dio la vuelta y cruzó la calle hasta llegar a su auto. Nancy sólo se limitó a mirarlo marchar.
— Idiota...—musitó para sí misma y empezó a andar al lado contrario de la dirección vial.
Supongo que en algún momento se amaron, pero yo no viví esa etapa.
No conocía mucho sobre Joyce Byers ni su relación con el hombre llamado Lonnie, el padre de Jonathan, pero recordaba lo suficiente de las fiestas infantiles a las que la familia Byers asistía y la interacción del matrimonio no se acercaba en nada al concepto que ella –siendo una niña- tenía sobre la vida en pareja. Lonnie pasaba a dejarlos, comía algo y se marchaba. Más tarde, Joyce y sus dos hijos se quedaban a ayudar con la basura hasta tarde porque Lonnie estaba demasiado ocupado en el bar para volver por su familia y llevarlos a casa.
En las próximas fiestas de cumpleaños que sus padres organizaban para Mike, fue demasiado difícil para Nancy notar la ausencia de Lonnie en la familia Byers, pues nunca le vio el tiempo suficiente para considerarlo el padre del amiguito de Mike.
Se preguntó qué tipo de matrimonio le depararía el futuro si decidía quedarse en Hawkins y aceptar la propuesta de Steve. ¿Sería como sus padres? Siguiendo la fachada de una aburrida y tradicional familia, demasiado cariñosa a los ojos externos, demasiado separada tras las puertas; o quizá serían como Joyce y Lonnie Byers, quienes alguna vez se amaron y que la vida se encargó de hacerles ver lo equivocados que estaban al creer que podrían lidiar el uno con el otro, un sin número de actos que volvieron su amor –si es que lo era- en desprecio.
No, definitivamente ella no deseaba ninguna de las opciones, pues una sólo podía ser peor que otro y viceversa. Entonces, ¿por qué Steve no lo veía de esa forma? ¿Realmente era cierto que sus ideas sobre el futuro eran suficiente para terminar todo? De alguna extraña y cobarde forma, Nancy no deseó responder la pregunta.
"Si Barbs estuviera aquí", pensó a la vez que sentía el pesar invadir su interior, "podría darme un consejo. Ella era buena con los consejos..."
Detuvo su caminar por un momento y agachó la mirada, soltando un suspiro. Habría permanecido de esa manera por más tiempo, pensando en los buenos tiempos y en lo rápido que todo se derrumbaba, pero la luz que dio contra su rostro la sobresaltó y dio un paso atrás, alzando de inmediato la cabeza para descubrir la razón del destello.
Frente a ella se encontraba una cámara demasiado familiar; no había necesidad de apartarla para saber quién se escondía detrás de ella. De manera espontánea, la joven sonrió.
— Jonathan Byers...—murmuró, impregnando en su voz un tono que se encontraba entre la sorpresa y la ironía, a lo que él aprovechó para tomar una foto más. Ella soltó una risa—. Comenzaré a cobrarte, ¿sabes?
— Podrías sólo decir que me extrañaste, Nancy Wheeler—replicó él, apartándose la cámara del rostro y dejando que ésta colgara sólo de la correa que le rodeaba el cuello.
Nancy miró por sobre él, notando el viejo auto marrón estacionado al otro lado de la calle, cayendo en cuenta de que posiblemente él debió verla y salir a saludar. Internamente, esperó que el chico no hubiese notado su momentánea tristeza, por lo que se apresuró a actuar con normalidad.
— Te extrañé—susurró ella mientras fruncía la nariz, "una toma perfecta para rememorar", pensó Jonathan pero no fue capaz de hacer movimiento alguno para tomar de nueva cuenta su cámara cuando Nancy ya había acortado la distancia y rodeaba su cuello con sus delgados brazos, siendo lo suficientemente cuidadosa para no estropear el aparato que se interponía entre ellos.
Jonathan se congeló por un par de segundos, entre la idea de quitarse la cámara y arrojarla lejos con el fin de que dejase de ser un estorbo, y la idea de no parecer un completo idiota y corresponder el abrazo como cualquier persona normal lo haría. Elevó un poco los brazos y dio un par de palmadas sobre la espalda de su amiga, haciéndola reír.
Quizá sus acciones no correspondían a la normalidad establecida, después de todo. Afortunadamente, cualquier comentario que pudiera ser hecho a su torpeza de socialización, su amiga lo guardó discretamente y se limitó a sonreír.
— ¿Cuándo has llegado? Will había dicho que llegarías hasta Noche Buena—comentó la chica, acomodando la correa de su bolso azul sobre su hombro aunque no tuviera verdadera necesidad de hacerlo.
Jonathan rodó los ojos a la vez que soltaba una risa entre dientes, casi burlona.
— Puedo regresar hasta entonces, si gustas—comentó, a lo que Nancy encogió los hombros y dio la vuelta, para continuar con su camino.
— Asegúrate de traer un regalo de Navidad, entonces—dijo, soltando una suave risa mientras empezaba a andar. Jonathan torció los labios en una sonrisa ladina y la siguió de cerca, esperando que pasaran un par de personas antes de situarse a un lado de la chica, recibiendo una mirada divertida por parte de ella.
— ¿Qué clase de amiga eres, Wheeler?—cuestionó.
— ¿Somos amigos?—Fue la respuesta de ella, haciendo reír a ambos. — ¿Estás de paseo o ibas a un sitio en específico?—cuestionó una vez que la risa cesó, deteniéndose en la esquina de la calle, antes de cruzar para llegar hasta su empleo.
— Bueno, iba hacia... El departamento de policía—respondió Byers, haciendo una extraña mueca al tiempo que se pasaba la mano por el cabello. Fue entonces que la chica notó que lo llevaba peinado; habría hecho un comentario sobre eso, pero su curiosidad por la respuesta de Jonathan pudo más que un cumplido disfrazado de burla.
— ¿Para qué?
— Quisiera saber algo, así que tengo que hablar con el oficial Hopper—confesó, cayendo en cuenta de lo sencillo que era decir cualquier cosa frente a ella, por lo que decidió continuar con su explicación al ver la confusa mirada de la chica—. Lo vi esta mañana en mi casa, fue por mamá y... No sé, ambos lucían extraños, incluso Will... Es un gran hombre, pero, ¡vamos! Mi madre ya ha tenido suficiente con Lonnie para-
— El oficial Hopper no es Lonnie, Jonathan—interrumpió Nancy e inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, antes de proseguir—. ¿Acaso no recuerdas lo mucho que él ayudó a tu mamá con lo de Will? No es una sorpresa que algo sucediera entre ellos... Además, puede ser sólo una amistad, ¿no?
— Preferiría no profundizar en las relaciones de mi madre...—murmuró él, a lo que ella soltó una carcajada.
— Claro—dijo, impregnando la ironía en su tono—, es justo por eso que vas a la comisaría para hablar con el oficial. Jonathan, ¿alguna vez has notado lo extraño que eres?
—Todo el tiempo. —Ambos volvieron a reír. En ese instante, tan sólo segundos en los que ambos reían de comentarios irónicos, realmente pareció que él no se había ido a New York por medio año, que se había quedado y volvían tres años en el tiempo, cuando se juntaban para comprar trampas de osos y disparar a botellas de vidrio.
"Sigue siendo igual de raro", pensó Nancy.
— Me gustaría acompañarte en tu pequeña misión de hijo celoso—comentó Wheeler y se apresuró a continuar, notando que Jonathan estaba dispuesto a replicar sobre el apelativo que le había otorgado—, pero tengo que volver al trabajo. Lo siento.
— Descuida, no quiero ser una razón para que te despidan. Ya debes tener demasiadas razones en tu contra—bromeó, recibiendo un suave golpe en el brazo por parte de ella.
— Eres el ser más grosero del planeta—recriminó, negando con la cabeza. Sin embargo, una sonrisa divertida se asomaba en sus delgados labios—. Te veré después. —Se despidió, agitando un poco la mano y bajó la acerca, fijando su mirada a ambos lados antes de cruzar la calle.
— ¡Hey, Nancy!—exclamó el chico, deteniendo el camino de la castaña. Ella se giró casi al instante, alcanzando a sujetar con mayor precisión la correa de su bolso para evitar que éste cayera ante la abrupta vuelta; al otro lado de la calle, fue capaz de notar que Jonathan intentaba no reír, por lo que agradeció cuando él continuó sin hacer burla alguna—. ¡Podemos salir el sábado! ¡Debo contarte demasiado!
Por un instante, la egoísta idea de rechazar la oferta pasó por la mente de la joven; aún no estaba segura de sentirse lista para escuchar a Jonathan hablar sobre New York, la universidad, las nuevas personas o las posibles chicas de su interés –él era apuesto, seguro debía haber una que otra interesada-, pero no podía permitirse actuar como una boba niña de escuela secundaria. Se suponía que debía actuar como una adulta.
Forzó una sonrisa, al momento de responder: — ¡Bien, nos vemos el sábado!
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El baile de invierno de la Secundaria Hawkins se realizaría pronto, mejor dicho, faltaban dos días para que dicho baile se llevara a cabo en la escuela. Las pancartas cubrían cada pasillo del colegio desde hace dos semanas atrás, así como se habían cancelado las últimas clases deportivas puesto que el gimnasio se encontraba cerrado para el estudiando general debido a los preparativos que el consejo realizaba.
Cuando todo esto termine, pensaba que... quizá podríamos ir juntos al baile de invierno.
El recuerdo de su propia voz una noche de noviembre en el comedor de la secundaria, llegó clara a sus oídos, obligándolo a cerrar los ojos para reprimir la imagen de una niña demasiado asombrosa para ser real. Eleven.
—Hola, Mike. —El chico abrió repentinamente los ojos al mismo tiempo que pegaba un respingo por lo inesperada que resultó esa voz; aunque si lo pensaba mejor, en la última semana comenzaba a hacerse un hábito.
Así que, sin más opción, se giró sobre su propio sitio, dejando detrás el volante sobre el baile de invierno y encontrándose de frente a una chica de su clase.
— Ah, hola, Debbie. —Ella mostró esa extraña sonrisa que adornaba sus labios desde algunos días atrás, haciéndolo sentir incómodo. Encogió ligeramente los hombros y señaló con un gesto de mano hacia su izquierda. — Eh... Iré a clas-
— Esperaba una invitación al baile de invierno—comentó ella de pronto, interrumpiendo las palabras de Wheeler y desconcertándolo en el proceso. Ante la falta de una respuesta, Debbie prefirió preguntar con el fin de no ser la única en esa conversación. —. Sabes a lo que me refiero, ¿cierto?
Michael hizo una pequeña mueca, evitando hacer contacto alguno con los verdes ojos de la muchacha, los cuales parecían más grandes de lo usual, haciéndolo sentir nervioso.
— En realidad, no estoy seguro...
— Genial, tendré que hacerlo yo—masculló la morena, apretando sus libros contra su pecho; Mike casi pudo notar que las mejillas de Debbie se coloraban con fuerza—. ¿Irás al baile de invierno conmigo?—El chico frunció el ceño, seguro de que debió escuchar mal o que las palabras de su compañera eran malinterpretadas. Era probable que Troy estuviese detrás suyo y pronto sería empujado por éste, quien daría un rotundo "Sí" a una chica tan guapa como lo era Debbie Leester.
— ¿Yo?—Mike se señaló hacia sí mismo y de inmediato se sintió estúpido, mas Debbie pareció no pensar de la misma manera, puesto que asintió con la cabeza aún segura de su propuesta. "Demonios", pensó el chico hacia sus adentros al mismo tiempo que se pasaba una mano sobre su cabello, revolviéndolo como solía ser su manía en momentos incómodos. — E-Eres muy linda, Debbie, pero yo...
— Eso es suficiente—cortó ella, colocando su mano sobre la boca de Mike para evitar que éste pudiera decir una palabra más—. Te veré a las 7 justo a la entrada del gimnasio, ¿de acuerdo? No quiero que llegues tarde.
Destapó sus labios sólo hasta que Michael hizo un movimiento afirmativo con la cabeza aunque no se apartó del todo, sino que se inclinó hacia él para dejar un suave y fugaz beso en la mejilla de su compañero. Por algunos segundos, el flash de un recuerdo lejano lo mantuvo paralizado hasta que la suave risa de la morena logró sacarlo de su ensoñación sobre el pasado.
— Nos vemos en Química, Mike. —Leester se alejó a paso más rápido de lo usual; Mike apostó a la idea de que ella no le daría oportunidad alguna de replicar. Internamente, se quejó por lo manipuladora forma de ser que caracterizaba a las chicas.
— Woah, eso sí que no lo vi venir. — Por segunda vez en el día, en menos de diez minutos, Wheeler dio otro respingo por la intromisión repentina de Dustin.
— Vaya que ser parte del equipo de natación sube tu popularidad, amigo mío. —A un lado de Dustin, iba Lucas con un cubo de rubik en las manos, el cual parecía un completo desastre.
— Cállense—soltó, frunciendo el ceño. Sin embargo, no contó con el hecho de que su rostro se había sonrojado desde la llegada de Debbie, aumentando su color ante los comentarios de sus entrometidos amigos.
— Debbie es algo así como agradable. —Dustin encogió los hombros.
— Aunque un tanto hueca—aportó Lucas, haciendo un par de movimientos más en el cubo para terminar de armarlo por completo—. Nunca entiende cuando le hablas de Dungeons & Dragons. —Fue su principal queja que, en opinión de Mike, no saber sobre eso no la hacía menos bonita o algo por el estilo. Si hipotéticamente él la considerara bonita, claro.
— Aun así, es la única chica que se atreve a fijarse en ti desde-
Antes de que Dustin pudiera terminar aquella frase, Sinclair le soltó un codazo en el brazo a modo de advertencia; de manera inmediata, el chico selló sus labios más no fue capaz de encontrar algo lo suficientemente bueno para desviar el tema.
— Está bien, Lucas. No importa—aseguró mientras intentaba sonreír, aunque sus labios parecieron formar sólo una extraña mueca—. Han sido tres años... —Michael encogió los hombros, como si de esa manera pudiera lucir indiferente al tema, aunque entendía que jamás lograría ser indiferente al pasado, no cuando ella permanecía presente en su memoria.
Adiós, Mike.
— Fue una buena amiga, ¿no creen?—cuestionó segundos después de silencio entre los tres. Una tenue sonrisa, mezcla de cariño y nostalgia, surcó los labios del joven Wheeler cuando volvió a mirar hacia sus amigos. Lucas y Dustin cruzaron mirada y asintieron a la par.
— Claro que lo fue, amigo. —Henderson palmeó el brazo del azabache.
— ¡Eh, chicos!
Los tres se giraron hacia Will, quien caminaba hacia ellos con la mochila al hombro y las manos dentro de la chaqueta de mezclilla. Tras el paso de los años, realmente se notaba en él un gran parecido con su hermano mayor, a excepción de los grandes ojos marrones que pertenecían a Joyce y el aspecto casi moribundo con el que cargaba desde su llegada de "El otro lado".
— William Byers ha llegado después que todos. ¿Podrá ser este el fin de su reputación como el nerd más puntual?—Fue la burla de bienvenida que escapó de los labios de Lucas, quien parecía siempre tener un comentario agudo y sarcástico justo en la punta de la lengua.
— ¿El nerd más puntual, en serio?—El castaño enarcó ambas cejas, llegando hasta ellos y chocando su puño con cada uno de sus amigos. — Honestamente, esperaba un mejor título, como el genio de la música o algo por el estilo.
— Admito que es grandiosa—comentó Mike—, pero a menudo, cierto porcentaje de la escuela quisiera estrangularte si vuelves a poner Should I stay or should I go. —Lucas asintió tras las palabras de su amigo, de acuerdo con su comentario.
— A Jennifer Hayes le gusta. —Se defendió. Dustin soltó una carcajada.
— A Jennifer Hayes le gustas tú, Byers—replicó con sorna, ajustándose la gorra que aún formaba parte de su apariencia—. Supongo que la llevarás al baile de invierno, ¿no?
— ¿Cómo te enteraste de eso?—No fue difícil pasar desapercibido el tenue color carmín en las mejillas pálidas de Will. Frente a él, Wheeler rodó los ojos, murmurando algo como: ¿De verdad necesitas una respuesta?
— No preguntas cosas obvias, Will. —Lucas guardó el cubo de rubik resuelto en su mochila, lanzando de paso una mirada burlona en dirección a Mike, quien entrecerró los ojos con desconfianza. —Es tan obvio como sabemos que Michael irá con Debbie Leester.
— ¿Qué? / — ¿Qué?
Will y Michael hablaron al mismo tiempo; éste último se vio obligado a bajar la mirada para ocultar algún posible sonrojo, sintiéndose ligeramente intimidado por las miradas de sus tres mejores amigos sobre él.
— Pero...—Byers comenzó a hablar, fue un susurro más que cualquier otra cosa, no obstante, fue suficiente para que la mirada perspicaz de Mike se posara sobre él, obligándole a retomar la palabra enfocada a un tema completamente distinto al que tenía en un principio. — Creí que no te gustaban los bailes, en especial tratándose del baile de invierno.
Mike se pasó una mano por el cabello, más corto que en los años anteriores, y mantuvo la mirada lejos de los ojos de sus amigos. Su rostro pareció perder el color del previo sonrojo mientras sus labios se oprimían en una extraña mueca que parecía expresar, más que nostalgia, una tristeza sin superar. ¡Claro que no le gustaban los bailes! ¡Especialmente el de invierno! Aquella celebridad no era más que el amargo recuerdo de una historia que no debió terminar, el adiós de una amiga que no deseaba ver marchar: el adiós de un primer amor.
— Debbie se fue antes de que pudiera negarme. —Se limitó a responder, encogiéndose de hombros, apartando de su mente todos esos pensamientos que sólo le asaltaban cuando estaba en solitario, cuando podía pensar en el pasado sin que sus amigos se preocuparan por su bienestar. — Quizá sea lo mejor—añadió, pero la sonrisa que surcó su rostro no pareció convencer del todo a sus compañeros.
—Mike...
La campana que marcaba el comienzo del primer período de clases en el día obstruyó por completo el sonido débil de la voz de Will, impidiendo que cualquiera de sus amigos pudiera escucharlos.
Los alumnos, como si se trataran de un conjunto de hormigas trabajando en su ordenada recolección, se movieron con rapidez en el pasillo cerrando casilleros y entrando en los salones asignados de la primera planta o corriendo por las escaleras para llegar a tiempo al segundo o tercer piso. De la misma forma, los cuatro amigos se movieron entre la gente para llegar a la primera clase del día.
— Es sólo un baile—soltó Wheeler de pronto en un susurro, llamando la atención de William quien estaba justo a su lado.
La ausente y melancólica expresión de su amigo fue como un golpe en su estómago, o como las horcadas que en las últimas noches le ocurrían con mayor frecuencia; en ese momento, Will se sintió –aunque indirectamente- culpable del sufrimiento de Michael.
Ella vive, quiso decirle más de una vez en los últimos tres años, en cada semana y día que presenciaba de cerca la nostalgia preocupante del chico. Ella está aquí... Ella aún nos protege... Ella te extraña, Mike.
— Woah, disección... Espero que la próxima semana tengamos esa clase—escuchó la voz de Dustin a los lejos, pasando el laboratorio de Biología para adentrarse al de Física una puerta más adelante; Lucas ingresó justo después de él.
Dominado por la curiosidad, Byers echó una mirada a través de la reducida ventana de la puerta de madera. Los estudiantes se inclinaban sobre las ranas en cada charola; a la orden del profesor, cada uno tomó el bisturí para realizar el primer corte.
Un flash de 'El otro lado' cegó su visión por completo.
— ¡Will!—La voz de Mike pareció lejana cual si fuera un sueño, al momento que sintió el golpe de sus rodillas contra el suelo cuando cayó sobre éste; mareado, con las náuseas quemando su interior y una aterradora sed.
Se sentía como su pesadilla.
— Will, ¡Will! ¿Estás bien?—El azabache lo tomó por los hombros, buscando su mirada mientras aumentaba la fuerza de su zarandeo, buscando una respuesta por parte de su amigo quien se retorcía sin parar para librarse del agarre; sus pupilas se habían dilatado por completo y un extraño líquido de color grisáceo cayó de la comisura de sus labios en un hilillo, manchando hasta la punta de su barbilla.
Algo se acerca.
Will dejó escapar un quejido de terror cuando miró hacia Michael.
Algo sediento de sangre.
No fue la imagen de su amigo la que encontró frente suyo, sino la aterradora criatura a la que bautizaron como el Demogorgon.
Los sueños se volvían realidad, pero poca gente recordaba que las pesadillas también. Y la pesadilla de Will Byers, finalmente lo había hecho.
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¡Todo por ahora! No sé, adoro dar finales dramáticos ¿?
¿Les ha gustado? Espero que sí, me encantaría leer sus opiniones o teorías o lo que sea. Todo es bien recibido.
La historia contará solamente de ocho capítulos y cada uno será igual de extenso. Pronto traeré a ustedes la continuación. ¡Gracias por leer!
Nos leeremos pronto.
Promesa,
Nina Scherbatsky.
