FLOR DE CEREZO
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¿En qué lugar, si no en la capital, hay mujeres de hermosura tan imponente
como la montaña Jigashi cuando florecen los cerezos en ella?
Para quien ha visto a las cortesanas de Shimabara, observando cómo destacan entre mil,
y ha gastado doscientos ryos en alguna de ellas, ni las hojas de maple, ni la luna,
ni las mujeres de su tierra, cuentan ya más en lo sucesivo.
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Ihara Saikaku, Vida de una mujer amorosa
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Yumi Komagata paró en el umbral de la puerta, se agachó y tomó su maleta. Al recargar su mano en la madera del marco, sus dedos se crisparon. Lentamente giró, sus ojos recorrieron la habitación. Tembló al verla, vacía e indiferente. No parecía guardar su historia llena de tragedias, sacrificios, pérdidas… Ahora, a punto de darle la espalda a lo que había sido una vida detestable para ella, parecía incapaz de poner un pie fuera.
— Yumi…
Volvió la cabeza. Ryoko, su querida Ryoko la miraba con una sonrisa en su enrojecido rostro. Pero en sus ojos, siempre remarcados de negro, se asomaba una honda inquietud. Yumi la miró casi con miedo, como un niño que ha hecho alguna travesura y espera una reprimenda que no llega.
— No lo hagas— dijo suplicante.
Yumi cerró los ojos y cuando los abrió, estaban llenos de lágrimas. Se mordió el labio y se abrazó al cuerpo de Ryoko con fuerza.
— No puedo quedarme— susurró— No puedo soportarlo más.
Un temor largamente negado sobrecogió a Yumi. Tenía miedo después de todo, y aunque le costara reconocerlo, era sólo una mujer cuyo único consuelo, su única arma incluso, era su experiencia. ¿Qué no sabría ella sobre la vida después de todo lo que había tenido que pasar, incluso antes de llegar a ser una Oiran*?
— Esto es necesario para mí. Intenta entenderlo. Necesito que lo intentes- dijo tomándola de las manos.
Ryoko negó con la cabeza.
— Entiende tú. No es nuestra elección. La vida es diferente fuera de aquí.
— ¡Por eso debo aprovechar esta oportunidad! ¡No pienso seguir dependiendo de este repugnante régimen!
— ¡No hables de ese modo!- susurró Ryoko y miró asustada a su alrededor, como si temiera que alguien pudiera oírlas.
— No importa ya. — suspiró Yumi— Si este es el único modo de abandonar este lugar por mi propia voluntad, por mí misma, lo prefiero aún si muero una vez afuera.
— No hablarás en serio…
— Dudo que ese asesino sea capaz de superar la humillación a la que me ha sometido este mundo desde que vine a él. Esta es mi única salida honorable.
— ¡Te humillarás! ¡Ahora no puedes verlo pero no tendrás otro destino!- exclamó Ryoko tomándola de los hombros.
— ¿Qué quieres decir?
— Yumi, soy apenas mayor que tú pero sé como una mujer consignada bajo la protección de un hombre a quien no la liga yugo ni parentesco, no importa su fuerza o inteligencia, puede terminar.
— ¿Y cómo sería eso? —replicó con una triste sonrisa.
Ryoko calló. Una grave remembranza se leía en su rostro.
— Conoces tan bien como yo los sufrimientos de ser vendida, sobre todo para quienes crecimos las casas del Koppori-cho**. Con sólo doce años yo ya no esperaba nada de mí misma. Fui acogida, salvada, como tú. Viví mucho tiempo en un mundo elegante y en apariencia gentil. Me iban los días en agradar a mi benefactora. Habría hecho lo que fuera por no volver al barrio donde crecí…
El sol ya había salido completo y se alzaba por encima de las colinas. El aire fresco de la mañana arrastraba consigo una fragancia montañosa que impregnaba los techos del distrito del placer, y después continuaba su camino en dirección al norte. Los minutos pasaban y, dentro de la casa, ninguna mujer o niña se había despertado. Tumbadas en sus camas, acurrucadas bajo sábanas de colores, apenas se movían.
— Lo que sugieres es ridículo. — dijo Yumi— He vivido lo suficiente. Jamás he sido vulnerable y esta vez no será diferente.
— Haz lo que quieras. Vete si en verdad lo deseas. Pero no seas ingenua. Jamás bajes la guardia. Si conservas los principios con los que hemos sido educadas, podrás defenderte tan bien como hasta ahora.
— No tienes motivos para preocuparte. Recuerda con quién estás hablando.
El día había clareado por completo. Yumi tomó su equipaje y, lanzando una última mirada de dolor a su amiga, se alejó. Ryoko no hizo ningún movimiento. Permaneció de pie, con el yukata azul abierto, el peinado con algunos mechones sueltos sobre su frente, el lunar bajo su ojo derecho. Yumi desechó de inmediato la posibilidad de un día llegar a verse reflejada en semejante espejo.
* Oiran: Tipo de cortesanas (prostitutas de lujo), surgidas en el período Edo (1600-1868) en Japón.
** Koppori-cho: Barrio de prostitutas clandestinas de bajo rango situado ante las puertas del templo Yasaka-jinja en Kioto.
