La Aprendiz del Maestro de Pociones

N.T: Ésta es la primera parte de la trilogía "Darkness & Light" escrita por R.J.Anderson. Descubrí el fic hace poco y me gustó tanto que el resultado fue un impulso irrefrenable de querer traducirla y mostrárosla a todos. Si empezáis a leer comprenderéis el por qué, hay pocos fics tan bien escritos y tan encantadores como éste. Altamente recomendado para fans de Severus Snape.

NOTA IMPORTANTE: A causa de la aparición de Ootp, la autora ha revisado toda su obra haciendo algunos cambios y añadiendo cosas nuevas para que su historia encaje con el camino que están tomando las cosas en el mundo de Harry Potter. Esto me lleva a mí también a revisar y cambiar mi traducción para que encaje con la obra original ^_^U

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Aviso: Esta historia está basada en los personajes y situaciones creadas y pertenecientes a J.K.Rowling y a varias editoriales incluidas pero no limitadas a Bloomsbury Books, Scholastic Books y Raincoast Books, y a Warner Bros., Inc. No estoy haciendo dinero ni intentando infringir los derechos de autor o la marca registrada.

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Capítulo Uno - Inferno

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La luna, y el fuego, y la voz de un hombre. Esas tres cosas fueron selladas en su memoria, más claramente que el kneazle de peluche sin el que su yo de cuatro años no podía dormir, o la expresión en el rostro de su padre cuando la besó por última vez.

Había esperado durante catorce años, escuchando, a que la voz hablara de nuevo. Y cuando la escuchase la reconocería al instante.

Lo que haría cuando eso ocurriese, no obstante, era algo de lo que no estaba completamente segura.

* * *

-¿De dónde?

El chico de cabello negro se detuvo a medio paso, sus redondas gafas destellaron en la luz al volverse para mirar a la chica a su lado. Rápidamente, sin que querer que la vieran, Maud se escondió tras una armadura al pie de las escaleras. La pequeña lechuza en su hombro se movió insegura de un pie a otro, pero ella murmuró "Observa" y Athena obedeció, siguiendo a los otros tres estudiantes con sus ojos amarillos sin parpadear.

-Ya te lo he dicho – dijo la chica, moviendo los libros que cargaba en sus brazos -. Durmstrang.

-Oh, genial – gimió el último miembro del trío, un chico larguirucho y pelirrojo -. Justo lo que necesitamos, por encima de todo. Una Slytherin que ha pasado los último seis años estudiando Artes oscuras.

La chica le dirigió una severa mirada.

-¡Eso no lo sabemos! Viktor me contó...

Pues claro, pensó Maud. Debería haberla reconocido al instante. La fotografía de la chica había acompañado a Viktor Krum a su vuelta del Torneo de los Tres Magos, y aunque tuvo poco que decir sobre el resto de su tiempo en Hogwarts, había sido muy elocuente cuando se trataba de Hermione Granger.

-Espera – el chico de las gafas se apartó descuidadamente el cabello de sus ojos, exponiendo una fea cicatriz que cruzaba su frente, y de pronto Maud estuvo tan segura de saber su nombre como si él se lo hubiera gritado: Harry Potter -. ¿Cómo sabes que es Slytherin? Ella no fue seleccionada con los demás la otra noche.

-Claro que no - Hermione respondió antes de que el otro pudiera -. Llegó está mañana. Y de todas formas sólo los de primer año son seleccionados.

-Bueno, tiene que ir a una de las Casas – objetó el otro chico -, así que no veo por qué no la seleccionarían como a todo el mundo.

-Podemos preguntarle a la profesora McGonagall… - dijo Hermione, pero sonó dudosa.

La boca de Harry tomó una curva amarga.

-Tú podrías. A mí ya me han dicho bastante que me meta en mis propios asuntos, gracias...

Desde su lugar en las sombras, Maud escuchó a los tres alumnos discutir corredor abajo y sonrió con ironía. Las noticias viajaban rápido en Hogwarts: no como en Durmstrang, donde el aire estaba lleno de secretos y la verdad nunca salía de ningún sitio sin un séquito de mentiras. Le llevaría un tiempo acostumbrarse.

Athena dejó ir un interrogante ululato, y Maud levantó una mano para tranquilizarla, recorriendo las suaves plumas entre sus dedos.

-Sí – dijo -. Iremos ahora.

Después de todo, Dumbledore le había dicho que informase en seguida al Jefe de su nueva Casa, y no debería retrasarse.

* * *

Cuando se preparó para irse a la cama aquella noche, sus padres se sentaron juntos en la mesa de la cocina, bebiendo té y conversando en voz baja. Había un periódico abierto entre ellos.

-No puedo creerlo – dijo su madre -, hace dos semanas amenazaron a los Maberleys, luego torturaron a Betty Tibbits. ¿Cuándo parará esto?

-Shhh, Margo – dijo su padre, con una advertencia en su voz: No delante de la niña.

De puntillas besó a su madre, y tiró de la mano de su padre, pidiéndole su historia para dormir. Era una especial, hecha sólo para ella, y aunque ya la había escuchado un centenar de veces nunca se cansaba.

Cuando la historia finalizó él la metió en la cama, la besó y salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente detrás de él. Todavía despierta, ella yació mirando fijamente la luna, esforzándose en leer e interpretarla como su padre hacía para que los mágicos artefactos fueran de su confianza. Su sosa cara no le dijo nada, pero su presencia la reconfortó. Se la imaginó como un gran escudo de plata, protegiendo su casa y su familia en su interior, guardándolos de Quien-Tú-Sabes, el Señor Tenebroso al que estaba aprendiendo a temer.

Sus ojos acababan de cerrarse cuando súbitamente se dio horrible cuenta de la desconocida presencia en la habitación con ella, una alta e inclinada forma que salió de la oscuridad a los pies de su cama. Se irguió, a punto de gritar, pero una voz una singular y brusca orden:

-¡Silentio!

Y no pudo decir nada.

Rápidamente, el extraño rodeó su cama y la cogió de las muñecas, levantándola fácilmente a pesar de sus forcejeos. Mirándola a los ojos, habló de nuevo, su voz era apenas un susurro:

-Escúchame y no seas tonta. Tu vida está en peligro.

Ella dejó de forcejear y se paralizó, devolviéndole la mirada, incrédula.

-Los mortífagos están aquí. Te matarán si...

Desde el lejano final del pasillo vino el chasquido de la madera astillándose, y el ronco grito su madre.

-¡Avada Kedavra! – ladró una voz desconocida, y el grito se cortó, acabando en un golpe amortiguado.

El hombre que la sostenía se quedó muy quieto, escuchando, sus afiladas facciones blancas bajo la luz de la luna. De repente, pareció muy joven. Entonces se volvió hacia ella, unos ojos negros retenidos en los de ella, y continuó aún más urgentemente.

-No hay tiempo. Si quieres vivir tienes que confiar en mí, ahora, y hacer lo que te diga. Exactamente lo que te diga. No importa lo que pase, no importa lo que veas. ¿Entiendes?

Papi, mumuró, las lágrimas se acumularon en sus ojos. Mami.

El extraño dudó, mirándola. Entonces, en una rápida decisión, sacó una varita de su túnica y pronunció las palabras que cambiarían su vida para siempre.

-Abrumpo visum.

* * *

-A tiempo, veo. Puedes sentarte.

Por un momento, Maud titubeó, la respiración helada en su garganta; entonces se obligó a sí misma a moverse y obedeció, cogiendo la silla enfrente de su escritorio. A través de sus nuevas ropas de Hogwarts, más ligeras que las pieles y los cueros que había llevado en su anterior escuela, pudo sentir los talones de Athena apresados a su hombro y apenas pudo suprimir un gemido.

-Acabo de ser informado – dijo esto con una leve curva en su labio – de que has sido transferida aquí desde Durmstrang para completar tu educación mágica. ¿Puedo preguntar por qué?

Esa respuesta, al menos, salió fácilmente.

-El anterior Director de Durmstrang mantenía un alto nivel académico para sus alumnos. No tengo la misma confianza en el nuevo Director. También, mi tío deseaba tenerme cerca de casa y ya que estoy bajo su tutela pensé que sería desagradecido desobedecer.

Habló calmadamente, su rostro inexpresivo, pero su corazón palpitaba con fuerza.

-Y escogiste esta Casa – sonó escéptico.

-Parecía la más apropiada.

-¿Apropiada para qué?

-Mis futuras... ambiciones.

Y tómese eso, añadió mentalmente, como quiera.

Las cejas del Jefe se alzaron, pero no parecía disgustado.

-Ya veo. Bien, entonces, bienvenida a Slytherin, señorita Moody.

Ella tomó su mano entre la suya, sintiendo su forma, sus callos y sus huesos.

-Gracias, profesor Snape.

* * *

No recordaba mucho de lo que pasó después de aquello. Envuelta en una extraña oscuridad, incapaz de hablar, sin embargo estaba vagamente alerta del extraño que la llevaba fuera de la cocina a una tormenta de amenazas y discusiones y la desesperada clemencia ahogada de su padre. Pero a través de la dura tapicería de sonidos la voz del extraño fue como un hilo de seda, y ella se pegó a su cuerpo desesperada mientras él negociaba su vida:

-La niña apenas tiene cuatro años, y encima es ciega. ¿Qué teméis que os haga? – sus palabras estaban cubiertas de desprecio -. de todas maneras es una sangre limpia: matarla sería una pérdida inútil.

-Pero si lo cuenta...

-¿Contar qué? ¿Qué tres hombres cuyos rostros nunca vio vinieron a su casa e hicieron algo que todo el mundo sabrá de todas formas mañana por la mañana?

-Maudie – dijo apagadamente su padre -. No le hagáis daño, por favor…

Su madre estaba muerta, pero ella no lo sabía. Su padre estaba indefenso, sus gafas destrozadas y su varita hecha astillas a sus pies, pero tampoco podía ver eso. Intentó extender sus brazos hacia él, pero el extraño los sostuvo agarrándolos como el acero, y ella súbitamente comprendió que él no quería que reaccionara a lo que estaba escuchando, que debía fingir ser sorda como también ciega y muda.

-Los Aurors estarán aquí en cualquier minuto – gruñó una voz profunda -. Salgamos de aquí, llévate la mocosa contigo. Déjala en cualquier lugar en el que no pueda ser encontrada por un tiempo, mantenlos ocupados buscándola.

-Borra su memoria – dijo otro hombre -. No podemos arriesgarnos.

-No me digas lo que tengo que hacer – la voz del extraño era casi un gruñido -. Me haré cargo – sus brazos se ciñeron a su alrededor. Sintió sus músculos moverse, y cuando la fría brisa nocturna la azotó en la cara advirtió que la estaba llevando fuera de la casa, lejos de sus padres y de la única seguridad que ella había conocido.

Papi, gritó. ¡Papi!

Pero nadie pudo oírla.

* * *

-¿Cómo te llamas? – la pregunta le fue lanzada a la cara como un reto para un duelo. Maud se quedó inmóvil ante su baúl a medio desempaquetar, resignada a otra batalla verbal.

-Maud Moody. Y antes de que preguntes, sí, estoy relacionada con Ojoloco. Él es mi tío.

La otra chica hizo una pausa, obviamente conmocionada, luego reanudó su paso. Maud no se molestó con la ilusión del giro: la mirada de Athena podía seguir a la Slytherin sin importar a dónde fuera.

-¿Y entonces por qué no tienes un "ojo loco" también? – se mofó la chica. Era alta aunque no tan alta como Maud, y tan morena como rubia era Maud. Sus ojos eran pequeños y redondos, su boca torcida de forma burlona -. Parece como si lo necesitases más que él.

-Sin duda - dijo Maud calmadamente -. ¿Pero tienes idea de lo mucho que cuesta esa cosa? Si él no hubiera sido un Auror nunca se lo hubieran dado. Y en cualquier caso, mi tío perdió su ojo. Yo todavía tengo los dos, y no me entusiasma la idea de tenerlos fuera de mi cabeza. ¿Y tú?

Puso un deliberado énfasis en las palabras tenerlos fuera, y la otra chica se encogió.

-No – saltó con un renovado intento de bravuconería -, pero al menos mis ojos funcionan. No son tan espeluznantes como los tuyos.

-¿Sabes? – dijo Maud -. No puedo recordar la última vez que vi un anuncio en El Profeta para "matones de mente pequeña, dirigidos a personas". ¿Empezamos otra vez? Soy tu nueva compañera de cuarto. ¿Y tú eres…?

-¿Eres qué? – la boca de la chica se abrió -. Me dijeron que eras una Gryffindor.

-¿Y les creíste? ¿Cómo podría haber una Gryffindor aquí?

-Bueno, quiero decir, tu tío…

-Es el hermano de mi padre. ¿Y? – Maud se sentó en el borde de su cama y continuó deshaciendo la maleta -. Pregúntale al profesor Snape si no me crees. Él te dirá que soy una Slytherin, también.

La chica la observó durante un momento, evaluándola. Luego murmuró:

-Muriel Groggings – y extendió su mano.

No se disculpó, pero Maud no se lo esperó.

-Encantada de conocerte. Ésta es Athena – e hizo un gesto hacia la pequeña lechuza en su hombro.

-¿Es así como te desplazas? ¿Con alguna clase de hechizo que te permite ver a través de sus ojos?

-La mayor parte del tiempo, sí. Pero ella no puede estar conmigo todo el tiempo, así que tengo… otros trucos también.

En realidad, sin Athena encontraría caminar por los corredores de Hogwarts extremadamente difícil, a pesar de tener sus otros sentidos no podía compensar una pérdida total de visión. Pero en medio de un nido de serpientes como ése, sería una locura admitirlo.

-Oh – dijo Muriel, impresionada de mala gana -. Y... ¿ya tienes tu horario?

Y con eso pareció haberse declarado una tregua. En pocos minutos otras dos chicas, Slytherins de séptimo año como ellas, entraron en la habitación y se unieron a la conversación. Una era guapa, de cara redonda con revueltos rizos castaño rojizos, la otra era rubia y de ojos verdes como Maud, aunque sus facciones eran de caballo y había un notable hueco entre sus dientes. Se presentaron como Annie Barfoot y Lucinda Swann respectivamente, y en pocos minutos la habitación se llenó de rumores.

-¿Habéis oído lo que los gemelos Weasley hicieron en el baño de los profesores?

-¿Sí? ¡Yo estaba justo al otro lado de la puerta! ¡Tendríais que haber escuchado el grito de Madame Hooch cuando abrió el grifo!

-Tienen suerte de que no los expulsaran. Pero así son los Gryffindors, siempre se salen con todo...

-No todo. Snape pilló a los Weasley echando Gotas Mareadas a los de primer año después de la Selección y le quitó diez puntos a Gryffindor, a cada uno.

-¿Veinte puntos antes de que comenzaran las clases? Oh, eso no les hará populares...

-Hablando de las clases, Snape y Gryffindors – dijo Muriel -, tengo Pociones a primera hora. ¿Tú también, Maud?

Maud asintió.

-Lucinda también. Vamos.

* * *

El extraño la bajó en la ladera encima de su casa y se agachó a su lado, cogiéndola fuertemente de los hombros.

-Escucha – dijo, su voz aguda por la urgencia -. Los mortífagos que estaban en tu casa esta noche... Buscaban un objeto. Un amuleto que se suponía estaba estudiando tu padre. Pero no lo encontraron; por eso se lo llevaron a él a cambio. Haré lo que pueda pero tú tienes que...

Una explosión sorda resonó en la noche, y una ola de calor la golpeó en la cara. De repente, el aire se llenó del gemido de maderas estallando y del olor de ceniza caliente. Fuego. Su casa se estaba quemando, y con ella toda las cosas que amaba.

Mami, sollozó.

-¿Me estás escuchando, muchacha? – el hombre la sacudió levemente -. Voy a intentar ayudar a tu padre, pero no podré hacerlo si muero o me encierran en Azkaban. Cuando los Aurors te encuentren explícales lo que ha pasado esta noche, pero no les digas nada, nada, sobre mí. Si tu tío te pregunta cómo escapaste dile que saltaste por la ventana y corriste. ¿Lo entiendes?

A pesar de las lágrimas y del terror del fuego, ella asintió. Su voz era hermosa y confió en ella como había confiado en la luna, quizás tan absurdamente.

-Abrogo silentium – murmuró el extraño y ella pudo hablar de nuevo, aunque no tenía nada que decir. Simplemente esperó, esperando a que él le devolviese la visión y no se desilusionase.

-¡Reddo visum!

Parpadeó.

Pero no pasó nada.

* * *

-Señorita Moody.

La cabeza de Maud se levantó bruscamente ante el sonido de la voz del profesor, pero no pudo ver nada: Athena se había dormido en su hombro. No era una gran sorpresa, considerando que había sido una larga y ajetreada mañana, sin una preciosa cabezada pequeña para ninguna de las dos la noche anterior. En la calidez del aula de Pociones, con los calderos burbujeando y las risitas alrededor de ella, Maud casi se había quedado dormida.

-¿Sí, profesor Snape? – dijo.

-Si ya has acabado con tu siesta – su voz se acentuó sardónicamente en su última palabra -, ¿te importaría informar a la clase de las propiedades del eléboro en combinación con el ojo de tritón?

Cansada como estaba, la respuesta le vino automáticamente: Pociones siempre había sido su mejor asignatura.

-Los dos no deberían combinarse nunca, ya que los efectos de cada uno se cancelarían.

No podía ver o siquiera adivinar su expresión, pero cuando él habló de nuevo el sarcasmo había desaparecido.

-Excelente. Clase, escribid eso. Haced una ecuación si queréis: eléboro más ojo de tritón igual a pérdida de vuestro valioso tiempo. Señorita Moody – las palabras emergieron bajas, suaves como una caricia -, me alegra ver que la Academia Durmstrang está a la altura de su reputación.

Su garganta estaba seca. Con una voz ronca dijo:

-Gracias.

Si Snape la escuchó no lo hizo saber. Se volvió y se alejó diciendo con voz profunda:

-Ahora, el nombre de otros dos ingredientes que no deberían combinarse y el por qué: Fred Weasley.

-Papilla de avena y excrementos de búho – fue la rápida respuesta -, porque si pasa otra vez mi madre me matará.

La onda de risas que atravesó la clase fue abruptamente interrumpida por el sonido de la mano de Snape golpeando el escritorio.

-¡Silencio!

Maud no pudo evitar un escalofrío: aún a catorce años de distancia, el paralelismo era demasiado próximo para sentirse cómoda. Snape continuó con voz mortalmente suave.

-Si en el transcurso de tus infames experimentos, señor Weasley, un día te haces explotar accidentalmente a ti mismo, yo seré de los que ni se sorprendan.

-Oh, no se preocupe – dijo otra voz, que era casi idéntica a la de Fred -, él tampoco.

En ese momento, como si fuera una señal, hubo un ruido de metal y uno de los calderos explotó. Instintivamente, Maud se agachó y se metió debajo del pupitre cuando el líquido caliente salpicó el aula y los gritos llenaron el aire. El trabajo se suponía que era sólo un Elixir Desaturdidor, pero con una reacción como aquélla, alguien debía de haberse equivocado seriamente con las proporciones.

Fueron cinco largos minutos después cuando el caos estuvo bajo control y varios estudiantes con leves heridas fueron enviados a ver a Madame Pomfrey. Snape dirigió un feroz chasqueo de lengua al Gryffindor responsable de la explosión – no, increíblemente no era uno de los gemelos Weasley sino una sollozante chica que había tirado accidentalmente un bote de colas de escorpión al caldero – y dio por terminada la clase.

Athena se había despertado con la conmoción, así que Maud pudo ver de nuevo. Empezó a recoger sus libros, preparándose para marcharse, pero la voz de Snape la detuvo.

-Señorita Moody. Por favor quédate un momento.

-Mejor que vigiles – susurró George Weasley cuando pasó por su lado yendo hacia la puerta -. Creo que le gustas.

-Si intenta aprovecharse – añadió Fred gravemente, un paso por detrás –, confía en nosotros. Prometemos que haremos todo lo que esté en nuestro poder…

-… no para vomitar...

-... o morir de risa.

-¡FUERA! – tronó Snape, y los gemelos, con una última sonrisa perversa, desaparecieron.

Girando en sus ropas negras, el profesor fue hacia la puerta y la cerró firmemente. Entonces se volvió y la miró, sus negros ojos buscando su cara. Lo que vio, o esperaba ver, ella no lo supo: pero al menos parecía satisfecho y se sentó en su escritorio, apartando a un lado un montón de trabajos y sacando un pergamino de debajo del montón.

-Es evidente, señorita Moody – dijo – que tus altas calificaciones en las clases de pociones en Durmstrang no eran injustificadas. Tu conocimiento de la materia es considerablemente superior al de tus compañeros (aún tomando en cuenta el considerable pero tontamente malgastado talento de los gemelos Weasley) y veo que es probable que encuentres tedioso este año a menos que tengas algún reto adicional.

Ella no dijo nada, simplemente lo observó a través de los ojos de Athena. Su cabeza estaba inclinada sobre el pergamino en su mano, el lacio cabello negro cayendo sobre su rostro. Parecía, pensó, un hombre exhausto, y no meramente por las exigencias de enseñar.

-Como verás – dijo, girando el pergamino y empujándolo hacia ella – he hecho una lista de varios proyectos de estudio independientes que pueden interesarte. Si necesitas ayuda yo, por supuesto, estaré disponible tanto como mi horario me permita. Pero espero que estés... bastante capacitada.

Lo observó durante un largo rato, entonces inclinó su cabeza hacia la lista, Athena siguió su dirección al instante y copió su gesto para que así ella pudiera leerla. Veritaserum, leyó. Poción Matalobos. Poción Nervio-Regenerativa.

Se quedó sin respiración.

-Y mientras te decides, señorita Moody – dijo Snape suavemente -, ¿te importaría explicarme por qué elegiste estar en Slytherin?

Ella cerró su mano alrededor del pergamino, arrugándolo entre sus dedos. ¿Sabía Snape lo que había en su mente o sólo lo suponía? Bueno, tendría que arriesgarse. Si no había cambiado, él lo entendería.

-Porque quiero ser un Auror – dijo -. Y la primera regla de supervivencia es: conoce bien al enemigo.

Por un largo rato él la miró a los ojos, o a los de Athena, sin moverse. Cuando al final habló su hermosa voz estaba ronca:

-No todos los Slytherins son el enemigo, señorita Moody.

-Lo sé – dijo ella -. Uno de ellos me salvó una vez la vida.

-Hiriendo tus nervios ópticos en el proceso – saltó él, con un súbito enojo que ella sabía que se dirigía a él mismo, no a ella -. Un momento precipitado, un verbo latín incorrecto, y pensar que solía alardear de los beneficios de una educación clásica.

* * *

Lo intentó de nuevo, usando la misma frase y otras diferentes, pero su visión seguía sin volver. Ella estaba desconcertada ante su fracaso, y aunque no podía ver su cara sabía que él, también, estaba confundido. Una y otra vez pronunció las palabras de la orden, su voz rasgándose con la frustración y finalmente con el enojo, pero al final se vio obligado a rendirse.

-Lo arreglaré – dijo rotundamente. -. Con el tiempo. Pero no hay nada que pueda hacer por ti ahora.

Ella había intentado, hasta entonces, ser valiente. Pero su desilusión, por encima de su cansancio y su miedo, era demasiado. Rompió en hiposos sollozos y hundió su rostro en la túnica del extraño. Olía a raíces y hierbas secas, como la despensa de su madre, y mientras lloraba sintió su torpe y suave mano acariciar su cabello.

* * *

-¿Cree realmente que la poción funcionará? – le preguntó a Snape.

Sus negros ojos se entrecerraron.

-¿Estás preparada para intentarlo?

-Si usted me ayuda.

Por segunda vez aquella mañana él le ofreció su mano, y por segunda vez, ella la tomó, sujetándola como si fuera preciosa.

-Señorita Moody – dijo él -, lo haré.