Dualidad.

Capitulo 1: Rutinaria existencia.

La mujer caminaba a prisa por el pasillo haciendo malabares intentando ponerse las zapatillas, acomodarse las medias, abrocharse el saco y colocarse los aretes, deteniéndose entonces frente a un espejo que se encontraba colgado de la pared, cerca de las escaleras.

Luego, con todo su ajetreó, llegó la desesperación, y esta se incrementó cuando un llanto inoportuno le hizo correr en retroceso hacia su habitación, quedándose con sólo una zapatilla puesta, la falda levantada y con los aretes enterrados en su oreja. Dejando todo de momento para socorrer en sus brazos a la pequeña criaturitas que estiraba los brazos hacia su cara, gritando a todo pulmón y soltando enormes lágrimas que se paseaban por su rostro hasta empapar su pijama de conejo.

Intentó mecerla lo suficiente para que se tranquilizara, pero la bebe no tenía intención alguna de callarse, su llanto se incrementó mucho más, y como si no fuera más desgracias ni retrasos, sorprendió a su madre vomitándole encima de la ropa.

Por mucho que intentó hacerse para atrás, terminó con el traje sastre embadurnado de la cena de anoche.

-¡Kurogane!

El grito llenó el recinto. Aún así, el aludido no apareció.

-¡Kurogane!

Y nada, no hubo respuesta ni presencia.

-¡Maldita sea¡Kurogane, sé que estas despierto, sal de una jodida vez!

Ante todo grito de reclamo, una persona asomo por la puerta, sin ser a quien la mujer precisamente llamaba.

-Buenos días, Souma-San.

Al dar vuelta su cabeza, la mujer se encontró con un rubio que le miraba amablemente. Bufó despacio pero se conformó y haciendo una reverencia, se acercó al recién llegado.

-Necesito volver a bañarme y cambiarme ¿Podrías sostenerla un momento y ver si puedes hacer que calle?

El hombre tomó en sus brazos a la bebe, asintiendo a ello. La pequeña se quedó callada sólo haber traspasado de brazos. Souma bufó por lo bajo, dando las gracias, caminado hacia el closet para sacar otro traje.

-Despierta al flojo de Kurogane y haz que limpie el piso. No es justo que cada vez que le llame a él, te mande a ti a hacer su parte.

-No me molesta. –sonrió -. Además, tu pequeña es encantadora.

Souma se volvió hacia él y de un saltó llegó a su lado -¡¿Verdad que sí?!

-Verdad.

Dando vuelta, la mujer suspiró, su nuevo camino era hacia el baño.- De todas formas, te decía. –Pausó para volverse a él y señalarle con el dedo haciendo una negación –Debes de dejar de hacer las labores de ese holgazán. Lo estás consintiendo y mal acostumbrando.

-Tomare en cuenta eso.

-Pero en serio tómalo en cuenta.

-Lo haré.

Dicho eso, la mujer se encerró en el baño, dándose el segundo baño en la mañana.

En los próximos veinte minutos, la carrera de Souma haciendo varias cosas se repitió como un deja-vù. Afortunadamente para ella, al llegar a la cocina se encontró con el desayuno dispuesto, la bebe bañada y al chico alimentándola con calma, logrando el milagro inmaculado de dejar la cocina inmaculadamente limpia.

-No sé por qué no me casé contigo. –Espetó Souma nada más entrar.

-Hay un par o dos de razones por las que no podrías. –Le sonrió señalando un plato con humeantes hot cakes colocados en su lugar. –Come que se te hace tarde.

-Es una lastima que tan buen partido se desperdicie de esa forma.-Se quejó ella, tomando asiento. -¡Kurogane¡Baja de una jodida vez!

-Ya, ya. No grites. –Por la puerta de la cocina, un hombre pelinegro entro rascándose la nuca, bostezando con desgano, llevando unos pantalones sucios y una playera gris deslavado sin mangas.

-Buenos días. –Saludó el otro, dándole otra cucharada de papilla a la pequeña que estiraba las manos pidiendo más.

Kurogane sonrió de medio lado, pero sólo eso, después se desplomó en la silla junto a la de la mujer.

-Al fin bajas.-resopló ella, enojada, mas intentando contenerse.

-Al fin dejas de gritar.

Souma le clavó los ojos deseando con fervor que estos fueran dagas, luego desvió la mirada.- Por lo que veo, te olvidaste completamente de hoy ¿no es cierto?

Kurogane levantó una ceja, luego miró al chico dando de comer a la bebe, y como este no le devolvió la mirada, tuvo que arreglárselas él solo para recordar. -¿No se supone que es hoy que sales a tu importantísimo viaje de negocios?

-¡Bingo!

-¿Y que haces aquí y no de camino al aeropuerto?

-Prometiste llevarme, y quiero que lo hagas –le sonrió.

Kurogane giró los ojos con fastidio mientras engullía su desayuno. -¿Por lo menos ya estás lista? -Preguntó, extendiendo el vaso hacia el otro, que dejó su labor de alimentar a la niña para servirle más leche.

-Estoy lista desde el primer grito de la mañana.

-Bien, sólo déjame terminar mi desayuno y nos vamos.

-De acuerdo, termina tu desayuno y limpia el vomito en mi cuarto.

-¡¿Qué?!

-Tomoyo vomitó hace un rato, te toca limpiar.

-¡¿Por qué rayos¡Es tu hija!

-¡Y tú no pagas renta!

-Ya he limpiado el piso.

Kurogane y Souma, quienes mientras peleaban se habían apoyado en la mesa para acercarse más y más el uno al otro con intenciones asesinas, giraron el rostro hacia el rubio, que calmadamente le daba de comer la última cucharada de papilla a Tomoyo y se levantaba para lavar el plato vacío de Souma.

-¡Fye! –Gritó enojada la trigueña, dando un puñetazo en la mesa. -¡Te dije que le dijeras a Kurogane que lo hiciera!

Kurogane miró con odio a Souma, para luego mirar agradecido al chico en el fregadero.

-Si hubiera esperado a que él lo hiciera, se habría secado en el piso.

-No me quieras tanto. –Murmuró enojado el pelinegro, odiando al otro por momentos.

-Sabes que te quiero más de lo que sabes – Fye le sonrió, el otro se sonrojó, y no pudo evitar gruñir viendo como la mujer les miraba de forma picara. Odiaba las muestras de amor que el rubio ponía en evidencia frente a terceros.

-¿Tú que me vez? – le gruñó, ella le picó la mejilla con el dedo de manera juguetona.

-Ya, ya, no tienes por qué avergonzarte. De todas formas ustedes hacen mucho ruido en la noche.

-¡Souma!.

-Jajajaja.- La mujer de buena gana disfrutaba este momento, después de todo, estando fuera durante dos meses o más no podría molestarle, reconociendo entonces que extrañaría todo eso. – Mi hermanito es un pervertido.

-Y eso es quedarte corta, Souma-San. –Fye se acercó a la mesa nuevamente, tomando el desayuno inacabado del pelinegro.

-¡Aún no acabo! –Se quejó.

-Pero como ya no comes…pues…de todas maneras ya es tarde, si no se van ahora, Souma-San perderá el avión.

Kurogane se levantó gruñendo, a veces le exasperaban esos dos. Sin decir más se encerró en su cuarto, dejando oír como caían un par de cosas.

Fye, Souma y Tomoyo miraron hacia arriba, escuchando atentamente.

-Parece ser que se ha caído. –Murmuró Fye.

-Así parece.

-Espero no se haya hecho daño, es tarde como para intentar persuadirle de que tenga cuidado.

-Te preocupas demasiado por él. Es un cabeza dura, eso lo hace inmune a muchas cosas.

El rubio rió de buena gana, sacando a Tomoyo de su silla para entregarla a su madre, quien ni lenta ni perezosa, la recibió con un chillido reservado. La bebé permanecería en los cuidados de su hermano y su pareja, de los cuales no desconfiaba (bueno, tal vez un poco de Kurogane), aún así, sería una temporada larga en la que, probamente, a su regreso, Tomoyo le habría ya olvidado.

Fye miró a la madre compadeciéndose de a poco. Por los siguientes dos meses él sería observado por la niña como aquella figura materna que habría de proteger sus necesidades básicas, así como sus caprichos, en lo que Souma-San se encontraba en ese viaje importantísimo. La veía melancólica, más tampoco podía dejar pasar ese asunto del viaje, desde que la conocía, mucho antes de ser la pareja de su hermano, ella esperaba dicha oportunidad, y ahora, con el dolor de su corazón, parecía que había llegado su momento. Ahora, que estaba mucho más cerca de ella, lo mejor que podía hacer, era apoyarla, cuidando de los tres tesoros con los que Souma contaba: Su casa, su hermano y su pequeña niña.

Ese era una pequeña parte del pago por acogerle tan calidamente en su familia.

-Gracias.

El ojiazul levantó la mirada hacia la voz de Souma, quien ya levantada sostenía a Tomoyo en brazos, mirándole con intensidad.

-No es nada.- Fye se apenó ante esa mirada. Souma se agachó y le besó la mejilla. En ese instante mismo Kurogane entró a al cocina nuevamente, vestido un poco más apropiadamente, cambiando sus pantalones por unos limpios y una playera negra con mangas. En el aeropuerto normalmente hacía un frío insoportable. Se les quedó mirando un segundo entre molesto y sorprendido.

Souma se rió ante esa mirada, y acercándose a su hermano, le guiñó un ojo con picardía.

-Si piensas que te lo estoy robando, entonces eres más tonto de lo que creí desde que eras niño.

Luego de eso, salió golpeando a Tomoyo en la espalda para que eructase, yendo rumbo a su cuarto.

El fornido muchacho caminó hacia su novio, negando molesto con la cabeza.

-Te enojas muy fácil, Kuro-wanwan.

-¡Calla! Y no me digas así, sabes que no me gusta.

-Pero no te quejaste anoche. –le susurró el otro –Y eso que te lo dije al menos unas veinte veces.

Su rostro se marizó de todas las escalas de rojo, al momento en el que gruñía haciendo el rostro hacia un lado, Fye se burló abiertamente, sonriendo encantadoramente mientras Kurogane le miraba, fue entonces que le llegó al ojirojo de reír, acercándose al otro lo suficiente para susurrar algo que sería sólo entre ellos.

-Pues cuando regrese, tendremos la casa sola para que puedas gritarlo tanto como quieras.

Fye se sonrojó, pero no se mostró tan afectado. Recogió los últimos platos de la mesa, notando Kurogane entonces, que el rubio no había desayunado.

-¿Y tú¿No comiste?

-No hubo tiempo.

Eran cosas como esas que hacían que el pelinegro se enojase. Siempre, por atenderlo a él, a su hermana y ahora más recientemente a su sobrina, el rubio se descuidaba a sí mismo.

El muchacho de tez blanca se dio cuenta de ello, y le calmó enseguida, prometiéndole que comería en cuanto se fueran. Kurogane desconfió un momento, pero al mirarle a los ojos, se olvidó del asunto. Le abrazó estrechamente por la cadera al tiempo en el que Fye descansaba los brazos sobre sus hombros y se acercaron lo suficiente para besarse lentamente, encaramándose en un juego de labios.

-Kuro-idiota. –llamó una voz desde la sala, haciendo que, si bien no se separaron el uno del otro, si dejaran de besarse. – Mis maletas no se cargaran solas hasta el auto. – El aludido sólo gruñó con ello, regresando el rostro donde su pareja, quien le recibió con otro beso de labios.

-Kuro-idiota.-murmuró apenas separarse. –Me gusta como suena.

El hombre empujó al otro refunfuñando. –No te atrevas a llamarme así ¿entendiste?

-Sí, Kuro-pin.

Kurogane no tuvo más remedio de resoplar enfadado y caminar hacia su hermana, que lo llevó a su cuarto.

Fye miró por la ventana de la cocina como era que Kurogane cargó todo el equipaje de Souma en el auto, conteniéndose de cerrar la cajuela de un portazo, únicamente porque ese Audi era su tesoro. Salió entonces a la sala para despedirles.

-Te extrañaré mucho, Fye. Cuida bien de la casa y de mi hermano en mi ausencia. Y sobre todo de Tomoyo. No dejes que él idiota haga alguna locura.

-¡Eh¡Pero si el loco es él! –protestó el otro, recargado en la puerta.

-Como sea.-Souma le restó importancia. –Cuida muy bien de todo por favor. Hay dinero en la casa y en tu cuenta, pero por si acaso, estaré mandando más. Así que no se preocupen.

-No lo haremos, Souma-San, pero no es necesario. En serio.

-Está bien, tómalo si quieres como "en caso de emergencia".-Fye asintió, Souma volvió a besarle la mejilla para después encaminarse al auto con Tomoyo aún en brazos. –Kurogane, haz algo útil y trae la silla de la bebé.

Este volvió a gruñir caminado hacia el cuarto de su hermana y tomando dicha cosa, al regresar, al pasar por la puerta donde Fye estaba, le tomó de la cintura para robarle un rápido beso.

-Nos veremos en un rato.-Le susurró, al oído, besando después el delgado cuello de manera pausada, concentrado en ello hasta que el claxon del auto comenzó a sonar repetidas veces. -¡Ya voy, con un carajo! –gritó exasperado, separándose del muchacho, caminando hacia el auto, poco después, Fye les miró marcharse.

La despedida en el aeropuerto, fuera de emotiva, había sido corta y concisa. En parte, por que sabían perfectamente lo que el otro pensaba, en parte porque el avión estaba a punto de salir.

De todas formas, se sentía bien. Confiaba en que su hermana estaría bien y que había tomado la decisión correcta, por ello no había de que preocuparse. Si duda, lo único que no terminaba de convencerle aún, era el haberles dejado a su cuidado a la pequeña Tomoyo, después de todo, él no sabía nada de bebés, y pese a su presteza para las cosas sencillas en su cuidado, Fye tampoco.

Desvió un segundo la mirada hacia el camino, para desviarla al asiento del copiloto, donde Tomoyo, acostada en esa sillita de bebé, dormitaba apaciblemente. Al menos eso agradecía. La niña era sumamente tranquila y rara vez daba problemas, y, a solas sin que nadie le viera admitirlo, reconocía que era muy linda. Una de sus manos se desvió hacia la pequeña y le alboreó los escasos cabellos que comenzaban a crecer, notando como el corazón se le inflamaba ante tal acto, sin impedir que una sonrisa del todo sincera y sin rastro de su hastiada actitud se filtrara en su rostro.

Volvió el rostro hacia el camino, para que en esa pequeña fracción de segundo que le siguió, su cabeza chocara contra el volante, resintiendo en su espalda doblada hacia el frente, el fuerte impacto que el auto había sufrido de pronto.

Las bolsas de aire se inflaron un poco tarde, aturdiéndolo un poco más de lo que ya estaba, reaccionado al instante en el que sintió resbalar algo por su rostro, adivinado que era sangre.

-¡Tomoyo! –Se encontró gritando, dando de manotazos desesperados a la bolsa de aire del asiento copiloto, escuchando apenas llantos ahogados. Sintiéndose asfixiado por momentos, continuó con su desesperada búsqueda, sintiendo que el alma le regresaba al cuerpo, cuando descubrió que para su fortuna, la sillita había caído del asiento en el momento del impacto, y aunque Tomoyo se había golpeado en su pequeña cabecita, la misma silla le había servido como caparazón contra la bolsa de aire, que lo más seguro que más que salvarle, le hubiera ahogado.

La tomó en brazos y salió del auto para ver contra que había chocado, puesto que las ya mencionadas bolsas le tapaban toda la visibilidad desde dentro.

Para su sorpresa y horror, se encontró con un cuerpo tendido en el cofre de su auto. Miró a los lados. Esa parte del camino era normalmente desierta, a excepción de uno que otro ciclista que deambulaba por ahí.

Miró a ambos lados buscando la bicicleta, pero no halló nada. También le pareció extraño el no encontrar golpe alguno en la defensa, primer lugar donde lógicamente debía hacer impactado primero si es que lo había arroyado.

Se extrañó entonces del fuerte golpe. Chocar contra una persona no provocaba tal impacto.

Se relamió los labios e intentó pasar saliva por su garganta seca, aferrándose con fuera a Tomoyo, caminó despacio y, tomando valor intentó ver el rostro de la persona. A primera instancia, y extrañado con la deducción descabellada que vino a su mente de que no había chocado contra él, sino que este había caído de arriba, miro lo exótico de sus ropas oscuras, tales como un peto y unas austeras botas negras, además de esa extensa capa del mismo color de su atuendo.

Su respiración se congeló hasta hacerle paralizar todo pensamiento que vagara en su cabeza, fuera de uno que resonó en su mente como un grito.

-¡SOY YO!

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Lo dejaré hasta aquí por hoy, espero les haya gustado este intento de Semi-AU.

No sé cuando publique el siguiente capitulo, la verdad yo espero que pronto, puesto que ahora, sin Internet en casa, tengo mucho tiempo libre, el problema radica en que…precisamente eso: No tanto Internet en casa.

Agradecería mucho que dejaran reviews, por favor, para saber que piensan o si esperan algo de esto. Supongo que será una historia semi-larga. He visto que muchas por aquí tiene unos 18 capítulos. No creo llegar a tanto, pero si a lo necesario.

En fin. Gracias por leer.