Es azul.
Son azules. Azul suavecito, perlado, profundo. Como el de Baudelaire*. Se mece entre esos claros ojos azules, los segundos que puede verlos antes de que la cercanía y el pudor le obliguen a cerrar los suyos. Rasguña sus hombros, y es entonces cuando él le besa todo lo que le pueda pesar, los ojos, la nariz, la sonrisa que tiene por mueca y la mueca que tiene por sonrisa, la clavícula de librero, y la herida del pecho. Suspira -o solloza, ni Arthur lo sabe- en el cuello de quien le besa, y aprieta pestaña con pestaña.
Je t'aime, susurra el otro él, en su oído, rozándole apenas con sus labios, y le cree, le cree porque sabe que está diciendo la verdad. Y le besa, apenas siendo beso, más lamento que beso. Le besa dolorosamente, con tanto amor, que hasta duele. Como si estuviera mal besarle. Y después, después se deja hacer, como si estuviera bien dejarse hacer.
Arremeten contra él, dentro, fuera, dentro, gemido. Y sabe que debe gemir, y decir "I love you too", y también sabe que el placer y el amor no deberían dejarle siquiera cavilar un poco. Pero lo hacen, porque a veces el dolor mismo puede más que toda la pasión que un encuentro que dos amantes puedan ofrecerle. Grita, ahora no gime, porque sabe que a Francis le gusta así, y éste le sonríe con tantísimo amor... con tanto cariño... que le vuelve a creer, cuando se lo dice con la cara pegada a su pecho.
Le cree, y se acurruca junto a él, a esperar que el infinito manto de la noche los cubra; uno para huir furtivamente como ladrón, o bohemio malherido, y el otro para no ser testigo de su abandono. Duermen, reposan tranquilos pecho a pecho, así, tal si se quisieran.
Y es que Arthur sabe que, cuando abra los ojos verdes y el sol haga doradas sus pestañas, él ya no estará aquí. Sabe que despertará con el cuerpo frío, y un hoyo en el pecho. Incluso sabe la forma que dejará su cuerpo entre sus sábanas. Sabe que le dolerá, y que sus lagrimales punzarán, molestos al ser reprimidos en el orgasmo de su llanto.
Sin embargo, sonreirá. Sonreirá porque cuando Francis dijo que lo amaba, lo decía de verdad. En ése universo de unos segundos, en los instantes que las fatídicas palabras -causantes de su desdicha y su gloria- fueron proclamadas, él realmente lo amó. Lo amó con todo su ser. Arthur podía sentirlo.
Al primer roce, a la primera caricia, Arthur sabía que Francis lo amaba cuando decía que lo amaba. Sabía que sus te amo expirarían tras su aliento.
Y lo aceptó. Firmó un trato con la Muerte y el Dolor al besarle por primera vez. Se clavó mil dagas en el pecho cuando le abrazó. Rompió él mismo su corazón al primer te amo, y escondió los pedacitos bajo su almohada.
Cuando Francis decía te amo, aunque sólo unos segundos fueran, era de verdad.
Pero los te amo de un caballero...
Esos son para siempre.
Su espada y su condena.
*Referencia a Moesta et errabunda, del genial Charles Baudelaire.
Hey there! Jueves de FrUk.
Debía hacerlo, tenía que...
Ok, so, ¿reviews? Por cada review, Francia se queda a dormir con el cejotas :(
