Martha Wayne, recientemente casada con Thomas Wayne, vivía una lujosa y millonaria gran vida junto con su esposo, ambos cirujanos de renombre, dedicados a esta labor por vocación. Una noche previa a la Navidad, en las nevadas calles de Ciudad Gótica, ella se encontraba dando un paseo en solitario, caminando por el pavimento, haciendo lo que más disfrutaba en su día franco. De pronto, un hombre de bata blanca se le aproximó. Pensó que se trataba de un compañero de trabajo, ya que su aspecto era similar al de un profesional de la medicina, pero no lograba darse cuenta de quién era… realmente no lo conocía. El hombre la tomó del brazo izquierdo con gran fuerza, provocando un agudo gemido por parte de la mujer. La calló con un gesto violento, y la condujo hacia un callejón siniestro en la parte más tenebrosa de la ciudad. La arrinconó. Martha deseaba librarse de él, pero más no podía hacer que gritar y tratar de escapar. El hombre era fuerte, de facciones marcadas y unas cuantas arrugas, aparentando rondar las cinco décadas de edad. La empujó hacia un cesto de basura metálico, con abolladuras y repleto de apestoso contenido. Allí abusó de ella.
Martha jamás dijo una palabra al respecto. Por vergüenza o temor, nunca volvió a recorrer el lugar sin la compañía de alguien más.
Doce años después, el matrimonio salía de la función de cine nocturna en el Teatro Monarca de Ciudad Gótica, con motivo del cumpleaños de su hijo Bruce. El niño notó algo extraño en las desoladas calles.
- ¡Esperen! ¿No escuchan eso? Alguien está en peligro.
- ¿Qué dices, hijo? Con tu madre no oímos nada.
Bruce muchas veces escuchaba lo que los demás no, como si hubiera desarrollado un oído que no era humano, más bien como el de un animal.
Un delincuente enmascarado se apareció enseguida. Parecía estar escapando de la ley. Prontamente, se vio aturdido, confundido, se notaba en su mirar. La familia Wayne, desprotegida, trató de escapar del bandido. Corrieron, agarrados de las manos, pero dos disparos fueron directo hacia ellos: el señor Thomas y su esposa cayeron débiles al adoquinado. El pequeño tuvo la desgracia de ver su agonía. De rodillas, entre ambos cuerpos, Bruce quebraba en un llanto, rodeado de la espesa sangre de sus padres. Para cuando un oficial llegó al lugar, los cuerpos ya eran cadáveres. El malhechor había huido sin dejar rastro.
- Mi nombre es James. Acompáñame, muchacho, no te haremos daño. Necesitamos que nos cuentes que es lo que ocurrió… Todo estará bien.
