Severus Snape paseaba de un lado a otro del despacho de director con evidente nerviosismo.
Sabía que algo no andaba bien, lo notaba en el aire, en el ambiente, en la noche demasiado apacible de los amplios jardines.
No supo el por qué de su impresión, el por qué de esa sensación, hasta que no le llegaron a sus oídos el sonido de gritos apagados y de pies a la carrera.
Se detuvo en el centro de la habitación mirando hacia la puerta de entrada y como una exhalación entró Alecto Carrow sudando y con la boca temblorosa.
- El niño… Potter- logró articular- Aquí…
Los ojos se le desenfocaron un momento a causa del pánico. Era evidente que se había cruzado con el chaval y no le había gustado.
Snape reprimió la sonrisa cruel que asomaba a sus labios. Nunca apreció a ninguno de los hermanos Carrow, le parecían viles gusanos indignos y la cara de Alecto, en esos momentos, le recordaba más que nunca a uno de esos animales.
La mujer dio un par de pasos hacia él. Se frotaba las manos nerviosamente y le miraba con los ojos febriles.
- Ha atacado a mi hermano. En la sala común de Ravenclaw y la vieja de McGonagall va con él.
Snape alzó una mano para acallarla tal y como lo hacía su Señor innumerables veces.
- Guarda respeto hacia McGonagall, miembro de la Orden o no, es una gran bruja- Alecto parpadeó sorprendida- ¿Te has enterado al menos de qué hacía ahí?
- No…- balbució- Atendía a mi hermano y pude escapar por los pelos pero oí que buscaba algo.
Muy bien. Potter en Hogwarts, en la sala de Ravenclaw y buscando algo. Volvió a reprimir una sonrisa. El chico no era tan idiota como parecía. Cierto es que Dumbledore le dejó las directrices para seguir el trabajo pero no se había dormido en los laureles y el fin del Señor Tenebroso cada día estaba más cerca.
Sin dirigirle ni una palabra más ni una mirada a Alecto Carrow salió del despacho ondeando su larga túnica negra detrás de sí. Bajó las escaleras tranquilo y apareció junto a la gárgola que daba acceso a estas.
El fragor de algún combate le llegaba de forma más clara ahí abajo y notó que su sangre clamaba por algo de acción.
No tardó en encararse a McGonagall y de forma cobarde abandonó su puesto en Hogwarts saltando por la ventana. Casi podía oír las burlas de Potter y compañía pero no le importaba, se debía a un objetivo noble y las chanzas no harían mella en él.
Mientras sobrevolaba los jardines la Marca empezó a arderle en la piel. Poco habían tardado los hermanos en reunirse con su Señor. Aún así, se permitió planear un poco más en dirección a la Casa de los Gritos gracias al hechizo que Él le había enseñado.
El primer día apenas se alzó un metro del suelo, pero los días consecutivos realizó un vuelo largo y elegante que obtuvo las felicitaciones del Señor Tenebroso aunque le recordó que tenía que pulir la forma de aterrizar. Acabar hecho una maraña de ropas negras en el suelo era poco honorable para un mago tenebroso de talento.
Desde aquel momento se esmeró en dominar la técnica del aterrizaje. No se posaba en el suelo de la forma suave como lo hacía él pero ya no acababa enrollado en su propia túnica.
Se arregló las ropas antes de entrar.
En el salón principal estaban los Malfoy y los Lestrange así como algunos mortífagos más. Le miraron sorprendidos ya que no esperaban verlo allí.
"Vaya", pensó, "así que me ha llamado". Dirigiéndoles una mirada de superioridad subió las escaleras hasta el piso superior donde supuso que lo esperaría él.
Y no se equivocó, el suave siseo de la serpiente procedía de una de las habitaciones. Entró y reverenció a su dueño.
Lord Voldemort estaba inquieto. Su voz era suave pero escondía una segunda intención. Perdido en el hilo de sus pensamientos, Snape respondía de forma rápida y concisa a su Señor, por el rabillo detectó un movimiento en algún lugar cercano al suelo. Por un momento creyó haberlo imaginado y aprovechó un momento en el que su Señor le dio la espalda para cerciorarse.
No se había imaginado nada, a la altura del suelo, tras una rejilla de ventilación el perfil de una cabeza y unos ojos brillantes con reflejos verdes que ahora le miraban aterrados, estaban ahí.
Supo disimular y fijó su mirada en el rostro grotesco de su Señor. Le hablaba de la Varita de Saúco, esa endiablada varita. Sabía que iba a matarlo y alzó su propia varita para defenderse, en lugar de atacarlo, el Señor Tenebroso le azuzó a Nagini encima y sintió el aliento apestoso de la serpiente en la nuca y el cuerpo escamoso apretándolo.
El Señor Tenebroso susurró algo en pársel y la serpiente abrió su boca clavándole los colmillos.
Cayó al suelo como un fardo y oyó en la lejanía como Voldemort y su serpiente abandonaban la habitación. Acto seguido, la cara de Potter se materializó ante sus ojos. Podía leer claramente la duda en sus ojos verdes incluso agonizando.
Harry no atendió a razones, en cuanto Voldemort desapareció salió de su seguro escondrijo y acudió junto a su antiguo profesor que ahora yacía moribundo en el suelo.
Quería preguntarle por qué no le había delatado, quería preguntarle por qué asesinó a Dumbledore, quería preguntarle muchas cosas y ahora todas ellas se le atropellaban en la garganta.
Snape tosió en el suelo y Hermione se retorcía las manos nerviosa, Ron paseaba cerca de la puerta, vigilante.
- Profesor…- pronunció finalmente Harry.
Snape frunció el entrecejo, ese chico le llamaba profesor de nuevo.
- Mi capa, bolsillo
A Harry le costó entender qué palabras había pronunciado. En cuanto tuvieron sentido revolvió en sus bolsillos y encontró una pequeña botella sellada. La miró y miró a su profesor que reposaba sobre un gran charco de sangre,
No sabía qué hacer. Fue Hermione quien lo sacó de su ensimismamiento.
- Dame eso, yo se lo echaré.
Le arrancó la botella de las manos y roció una cantidad generosa sobre la herida abierta. El efecto fue instantáneo. La sangre parecía regresar a su lugar de origen y las heridas de los colmillos de Nagini empezaban a cerrarse. Hermione sonrió y el color regresó paulatinamente a las mejillas de Snape.
- Díctamo- exclamó Hermione con una sonrisa de admiración en la cara.
Snape fue capaz de incorporarse y sentarse en el suelo. Él mismo rebuscó de nuevo en sus bolsillos y extrajo una piedra parecida a un riñón que se metió en la boca.
Harry parpadeaba incrédulo y Ron olvidó de vigilar por un momento. Hermione miraba a su profesor con admiración y ojos brillantes.
- Y ahora bezoar, señorita Granger- dijo Snape poniéndose en pie- Siempre voy preparado para cualquier eventualidad.
Hermione, arrodillada en el suelo, estaba como alucinada pero reaccionó de pronto al recordar dónde estaba y con quién estaba. Snape se acercó a la puerta y se asomó al pasillo. Estaba vacío.
- Sería mejor que nos marcháramos- dijo, dándose la vuelta y mirándolos a todos.
Harry seguía en el suelo, arrodillado, mirando a su antiguo profesor de pociones.
- ¿Por qué?- logró decir.
- Las explicaciones más tarde, Potter. Ahora salgamos.
Los chicos se acercaron al conducto de ventilación y reptando, se internaron en él. Severus dio gracias por su constitución delgada y desprendiéndose de su voluminosa capa, les siguió.
