Los personajes utilizados en este fick son propiedad de Stephanie Meyer.
Prólogo.
La oscuridad se adueño de mí, la Parca esperaba su momento a los pies de aquella incómoda cama del hospital, estaba a un paso de la muerte pero eso sería sólo un alivio.
Oí la agitación a mi alrededor, se afanaban por mantenerme con vida pero yo ya había dejado de luchar, tan sólo quería acabar de sufrir, era mi momento y lo conseguí, mi corazón dejó de latir.
Exhalé mi último aliento de vida.
Capítulo 1. Un nuevo comienzo.
Al fin había llegado, el avión aterrizó hacia las tres de la tarde y Alaska se extendió ante mis ojos, el aeropuerto era un lugar ajetreado a aquellas horas, varios vuelos acababan de llegar y los familiares se apresuraban a abrazar a sus seres queridos. Me sentí un poco vacía pero mi soledad era buscada y aceptada.
Era un nuevo comienzo, un lugar distinto lejos de los recuerdos. Habían pasado casi seis años desde que Edward me había abandonado en aquel bosque, sus palabras me perseguían y no había día en que no las recordase y aunque ya no me dolía pensar en él, intentaba no hacerlo demasiado.
Recogí mis maletas de la cinta, eran tres y apenas podía con ellas pero conseguí salir por las puertas correderas hasta la parada de taxis, esperé mi turno y tras veinte minutos conseguí llegar al apartamento que había alquilado en la periferia de la ciudad cerca del campus universitario.
Estaba ante la puerta blindada de mi nuevo hogar cuando mi móvil empezó a sonar con estrépito, abrí como pude la puerta y me apresuré a sacar mi teléfono para contestar a la llamada.
—¡Ángela! –exclamé al reconocer el número de mi amiga.
—¡Bella! ¿Qué tal el viaje? – parecía algo angustiada, ella estaba en contra de mi decisión pero aún así me apoyaba.
—Bien, acabo de llegar a casa – metí la última maleta y cerré la puerta. Me senté sobre la maleta más grande y suspiré.
—Te noto triste, sabes que estaremos aquí esperándote y bueno con tus calificaciones puedes encontrar un buen trabajo, quizás no en Forks pero…
—Ninguno como este, ya sabes que será sólo durante unos meses, después y con esta experiencia podré conseguir un trabajo más cerca – mi voz se apagó, en mi fuero interno no tenía ganas de volver a Forks, pero no podría huir por siempre.
—Sé que esta es una gran oportunidad pero voy a echarte tanto de menos – sabía que se preocupaba por mí, llevaba haciéndolo muchos años y eso la había convertido en una de mis pocas amistades.
—Lo sé y yo también te lo aseguro. Debo instalarme, luego hablamos.
Nos despedimos y no pude evitar sonreír al recordar la expresión del rostro de mi amiga cuando le conté la oferta de trabajo, por un lado estaba feliz y por otro aterrada, completamente preocupada por mí a pesar de que mis problemas hacía tiempo que ya estaban superados.
Me levanté para poder mirar a mi alrededor, había alquilado el apartamento por Internet y quería comprobar que fuese como lo mostraban las fotos, era una sala amplia que actuaba como salón y cocina. Levanté la persiana para dejar que el sol bañase la estancia pero las nubes cubrían el cielo aquel día, el tiempo allí era parecido al de Forks y más en el invierno.
Era una sala amplia, las paredes estaban pintadas en un blanco impoluto, la cocina era pequeña y todos los frontales de los muebles eran de acero pulido, tan sólo los mangos exhibían un poco de color azul, separando la cocina había una alta barra que actuaba de mesa en azul oscuro con cuatro taburetes altos con respaldo. Había dos sofás de cuero negro y el mueble de la televisión era de caoba, de nuevo el único toque de color era el azul claro de la suave alfombra y la pantalla de la lámpara de pie.
Cogí la maleta pequeña y por el pequeño pasillo llegué hasta el baño que tenía una pequeña ducha, era tan minúsculo que no tenía armario pero coloque mi neceser sobre el cesto de la ropa para lavar, era más que suficiente para mí. La habitación estaba a la derecha, también los muebles estaban a juego con el salón, el negro predominaba, varias estanterías enmarcaban la cama y una amplia mesa de estudio estaba situada bajo la ventana. Lo único que no me gustaba era mi armario, demasiado grande para mi gusto pero el resto del apartamento reflejaba mi estilo actual. Era sencillo y sin apenas color.
Lo único que me faltaba era mi actual compañera de viaje, de la segunda maleta saqué mi cafetera italiana, aunque estaba segura de que en mi nuevo apartamento encontraría alguna, siempre usaba la mía propia, era una costumbre adquirida de mis años de universidad y se había convertido en indispensable en mis largas noches de vigilia.
El resto de la tarde la pasé colocando las pocas cosas que había traído y después baje al supermercado, había observado que había una centro comercial cerca del apartamento, era increíble y preocupante pero cuando veía un centro comercial me acordaba de Alice, en parte había disfrutado del poco tiempo que había pasado con ella aunque fuese objeto de sus transformaciones. La echaba de menos, a ella y a todos pero había aprendido a no esperar nada de quien una vez consideré mi familia.
Compré las cuatro cosas que necesitaba y regresé a mi refugio, había conectado con aquel sitio y a pesar del frío sabía que me adaptaría a vivir allí.
Los dos días de los que disponía antes de incorporarme al trabajo pasaron increíblemente rápido, cogí el autobús que me acercaría al Campus de la Universidad, estaba deseando que mi coche llegase pero había tenido que optar por una empresa de transportes barata y no lo tendría hasta unos días más tarde. Me había vestido con sobriedad como siempre, me había acostumbrado tanto al negro que cualquier nota de color me parecía una estridencia, aquel día usaba uno de mis trajes más serios, pantalón y chaqueta con una fina raya gris y una blusa del mismo color, elegante y discreto, no necesitaba que nadie se fijase en mi. Llegué diez minutos antes de la reunión, las clases estaban a punto de comenzar, faltaban pocos días para el veinte de septiembre, y algunos estudiantes ya pululaban por el campus conociéndolo, había nerviosismo, risas y encuentros entre amigos. Mi tiempo en la universidad era un borrón negro en el que sólo recordaba las lecciones que aprendí y las horas y horas que pasé estudiando, no hice amigos, no hubo fiestas ni celebraciones, mi mundo eran los libros y las clases.
Al final me convertí en la Rara Swan, rechazaba cualquier invitación y sólo veía a mis compañeros en clase, el primer año habían intentado entablar amistad conmigo después tan solo me ignoraban. Algún comentario hiriente sí escuche pero me importaba bien poco, el último año me matricule en dos cursos, estaba ansiosa por acabar mi etapa universitaria y, a pesar de las dieciséis asignaturas que tenía, aprobé todas con una notas excelentes. Mis padres estaban demasiado orgullos para mi gusto.
Pregunté a uno de los estudiantes por la oficina del Decano y se ofreció a acompañarme, sentí sobre mí su mirada evaluándome pero su interés se apagó cuando le informé que trabajaría allí. La secretaria me saludó y me hizo pasar al despacho en cuanto llegué.
—Señorita Swan, es un placer tenerla aquí –se acercó a mí con una media sonrisa, tendría unos cincuenta años pero las canas cubrían casi toda su cabeza, un botón de la americana parecía a punto de soltarse por la presión de la abultada barriga, era un poco más alto que yo y en su dedo anular de la mano derecha llevaba un sello de una fraternidad.
—Gracias Señor Grant –me indicó que me sentará.
El despacho era amplio y aunque contaba con dos sofás, el señor Grant me indicó la mesa de escritorio, las paredes estaban llenas de títulos como trofeos a exhibir y la mesa estaba extrañamente despejada, ni un papel, sólo el ordenador y una agenda. La ventana estaba tapada por una espesa cortina morada.
—Tengo ante mí a una de las mejores estudiantes de su promoción – no pude evitar sonrojarme.
—Espero hacer un buen trabajo – no podía evitar sentirme nerviosa ante su escrutinio.
—Estoy seguro de ello, tendrá su propio despacho para que pueda desempeñar su trabajo con celeridad – él se levantó y yo hice lo mismo.
—Es una gran oportunidad.
—Durante estos días contará con la ayuda de una estudiante que ha trabajado en la biblioteca, ella le enseñará todo.
Ahí acabó nuestra conversación, el señor Grant me despidió y me dejó en manos de su secretaria que me condujo hasta la biblioteca, mi nueva vida estaba ante mis ojos, un camino distinto al que había seguido hasta ahora y, sin embargo, sentía que algo no estaba bien del todo, como sí mi mundo estuviese a punto de derrumbarse.
