La Marca del Valor

Comentarios Iniciales:

Los personajes de esta historia estaban basados en un edad física diferente a la que maneja el juego de ALBW, Encontrado que nuestros protagonistas cuentan con la misma edad que Link y Zelda en TP.

Por otra parte, tambien anuncio que subire un cápitulo por semana. Para los que ya han leido mi historia anterior, sabe que no dejo de trabajar en ellas hasta concluirlas.

Por último esta historia en general sera catalogada como un melodrama, donde los personajes se veran involucrados en situaciones que los hará crecer y evolucinas a travez de la trama. Debido a la naturaleza de la historia donde puden aparecer escenas violentas, palabras malsonantes y se hara referencia a escenas que abarcan sensualidad sin caer en la vulgaridad, es que será marcada como clasificación T. Por lo tanto, si no estan acostumbrados a este tipo de lecturas, por favor ahorrense sus comentarios.

La imagen de portada, la pueden econtrar en mi pagina de DA.

Y todos los sueños. aluciones, premoniciones de los personajes seran escritos en cursiva y al inicío y final de ellos encontraran tres comillas (***)

Sin más que decir, Gracias y espero que la disfruten.


CAPÍTULO UNO:

¨ El Final siempre es el inicio de una historia..."

Abandonado el firmamento, el astro rey desparecía lentamente llevándose con él los últimos haz de luz. Los brillantes y contrastantes colores del ocaso, cubrían la bóveda celestial desde tenues azules hasta índigos y negros con tintes carmines y rosas.

Reflejado ante el maravilloso espectáculo inmovible, se encontraba el castillo de Lorule, sus blancas piedras habían empezado a contener su natural y majestuoso brillo, que había perdido en la época de la oscuridad.

El frio viento movía con suavidad la oscura cabellera del cobarde héroe de reino alterno, quien con su fija mirada sobre el anochecer, no podía evitar sentir nostalgia al pensar en su contraparte. Desenado despejar su mente de aquellos oscuros pensamientos, el joven volvió a cubrir su rostro con la capucha de conejo, continuando su viaje por los reverdecientes campos en dirección a su pequeño y cómodo hogar.

El crujido del sonido de la puerta al abrirse, llenó la pequeña casa, notando como la mayoría de sus objetos personales seguían en desorden, excepto por el escritorio y su cómoda cama; Ravio no pudo evitar dejar salir una sonrisa ante la sensación de bienvenida que lo reconfortara.

Ignorando por el momento aquel caos, el joven caminó hasta su escritorio notando la presencia de su antiguo diario.

Colocó su mano derecho sobre la portada y al sentir la textura de la piel del emblema que lo representaba, recordó la ansiedad y el temor que lo habían invadido aquel día que lo dejó abandonado.

Exhausto física, pero sobre todo emocionalmente, el comerciante se dejó caer sobre las frías sábanas de su cama. Su fiel mascota, notando el estado de animo de su amigo y amo, se acercó hasta él emitiendo pequeños sonidos.

- Todo ha terminado, Shirro. – respondió el joven, sintiendo como el sueño empezaba a dominar su cuerpo y mente, al tiempo que suavemente acariciaba a su compañero, quien se había acostado a un lado de su cabeza quedando en silencio, durmiendo plácidamente a lado.


Oscuras sombras se movían entre el campo del reino, silenciosas y fugaces se acercaban hasta las paredes del palacio, dejando a su paso una marca de muerte.

En el iluminado trono del castillo, se hallaba la princesa Hilda reunida con un pequeño grupo de consejeros. Ignorantes ante el peligro, la soberana del reino continuaba conversando plácidamente con sus concejales mientras aquellas sombras se internaban por los ventanales acercándose hasta la doncella. Las brillantes y rojizas pupilas de la monarca se cubrieron de temor al tiempo que la envolvía la penumbra, mientras la brillante marca de las diosas desaparecía de su mano gritando en desesperación.


Asustado y sobresaltado, se levantó el pequeño mercante mientras gritaba el nombre de su amiga de infancia y soberana. Sintiendo como aún la adrenalina recorría sus venas, el joven se levantó colocando su mano sobre su frente sintiendo como las gotas frías de sudor recorrían su rostro. Nunca antes había sufrido una pesadilla de aquella magnitud, había sido tan vivida, que podía aun sentir el frío de aquellas sombras y escuchar el grito de su amiga.

La pequeña y extraña ave, quien había sido despertada por la actitud de su amo, volvió, preocupada, a observando atentamente los cambios de su propietario.

Sabiendo que no podría volver a conciliar el sueño, el mercante se levantó pesadamente caminando fuera de su casa al pequeño poso donde se abastecía de agua. Con desgano, tiró la cubeta de madera al fondo escuchando como esta tocaba el potable líquido; con fuerza, el joven jaló la cuerda con ayuda de la polea retrayendo el embace de madera. Una vez a su alcance y mirando su propio reflejo en agua, Ravio pudo notar las oscuras marcas que cubrían sus ojos y el miedo que existía en ellos. No deseando seguir viendo su expresión, metió sus manos en la cubeta y mojó su cara intentado lavar con aquel frío líquido el sueño y los sentimientos que este le habían traído.


Los primeros haces luz iluminaban el cielo anunciando la salida del rey del día, las tenues coloraciones de naranjas empezaban a dominar el firmamento ahuyentando con su presencia la oscuridad.

Sin haber podido descansar y necesitando ocupar su mente, el mercante terminó de ordenar la última pieza de mueblería en su pequeña casa. Ravio odiaba el trabajo manual y en especial no era una persona muy ordenada, lo sabía, pero ante situaciones desesperadas, requerían acciones aún mas desesperadas. Con aquella lógica ocupando su cuerpo y cabeza, el joven intentó, sin éxito, olvidar aquella imagen que se había gravado en su cerebro; aún podía verla, la hermosa cara de la princesa de Lorule, Hilda. Sus finas y delicadas rojas pupilas brillando llenas de temor, su pálido rostro ensombrecido por las facciones del miedo, aquel desgarrador grito lleno de angustia producido por su delicada voz.

Dejando caer la silla, sin poder soportarlo un minuto más, el comerciante ajustó su larga bufanda, al tiempo que salía de su pequeña residencia, corriendo en dirección del palacio.


El sonido de las aves y los brillantes rayos del astro diurno entraban por los grandes ventanales del castillo. Acostumbrada a madrugar, la futura soberna del reino caminaba entre los largos pasillo de la fortaleza, notando como la presencia del poder sagrado estaba transformando por completo el reino. Incluso su propio padre, el rey Nesahon, quien tras la muerte de su madre había estado gravemente enfermo, empezaba a mostrar mejoría en su estado de salud, un milagro que ni los médicos reales podían comprender. Mostrando, tal vez en años, la noble aristócrata dejó que una tierna sonrisa se mostrara en su rostro al tiempo que la tranquilidad gobernaba su alma. Aun en deuda con su contraparte, la maravillosa princesa Zelda, y su valiente héroe Link, la doncella entró a su pequeño estudio, lista para revisar las notificaciones de los ministros y empezar aquel esplendido nuevo día.

Descuidada y acostumbrada a la soledad, la monarca abrió con tranquilidad la pesada puerta de madera. Ignorando por completo sus alrededores al estar sumergida en sus pensamientos, la monarca no notó la sombra que la esperaba entre la oscuridad de la habitación. Tras encender las velas y el candil del cuarto, percibiendo por primera vez la presencia de otra persona en el sitio, la joven no puedo evitar dejar salir un grito de miedo…

Reconociendo al instante la silueta de su mejor amigo, la soberna no puedo evitar sentir como sus mejillas se enrojecían por la vergüenza en su siempre pálido y serio rostro.

- ¡Ravio! Por Las Diosas, que susto me diste. – Amonestó la futura reina, mostrando su molestia.

- Lo lamento mucho, alteza, pero necesitaba verla. – Respondió el mercante, ocultando por completo su rostro tras la máscara de conejo.

- ¿Verme? – Cuestionó preocupada la soberana, notando por primera vez la extraña actitud de su mejor amigo.

Desde que tenía memoria la soberna, Ravio siempre había sido perezoso, levantándose hasta tarde, creando muchos problemas para el maestro herrero quien se había cansado de su actitud, y en vez de enseñarle el arte del forja, lo había metido con su esposa en la administración, donde había mostrado gran desempeño con los números y la habilidad de hablar con los clientes y llevar las cuentas. Así mismo, su actitud despreocupada y poco conflictiva lo había vuelto presa de burla de muchos, haciendo al joven introvertido y solitario, mas su gentileza nunca se había visto afectada, ya que había sido gracias a su amabilidad y gran corazón, la razón por la cual ella ahora estaba viva; recordándole como, una vez más, la nobleza del alma del joven mercante la había salvado.

- Alteza, ¿está usted bien? – Preguntó el joven, notando como el semblante de su soberana había cambiado, en minutos, de uno molesto y serio, al cual siempre estaba acostumbrado a presenciar últimamente, a aquel dulce y tranquilo que ahora reflejaba, el cual parecía que había olvidado.

- Sí, perdona, pero dime, ¿qué haces tan temprano en el palacio, y pensándolo bien, cómo entraste? – Cuestionó nuevamente la regente, saliendo de sus recuerdos.

-Conozco muy bien todos los secretos el castillo, princesa, y yo… solo… este… deseaba verla, pero si la molesto, puedo retírame en seguida. Lamento mucho haberla molestado. - respondió con apagad voz el joven, mientras que con sus manos jugaba con la larga bufanda que siempre usaba, mostrando por completo su nerviosismo.

- Conozco muy bien todos los secretos el castillo, princesa, y yo… solo… este… deseaba verla, pero si la molesto, puedo retírame en seguida. Lamento mucho haberla incomodado. – Respondió con apagada voz el joven, mientras que con sus manos jugaba con la larga bufanda que siempre usaba, mostrando por completo su nerviosismo.

- ¡Ravio, espera! – Exclamó la monarca con sorpresa, deteniendo con sus palabras a su amigo y súbdito, quien había empezado a avanzar en dirección a la puerta por la cual había ingresado la soberana.

Al oír las palabras de su soberana, el joven mercante se dio la vuelta para encontrarse con su mirada.

- Me da gusto verte, siempre aprecio tu compañía… - Respondió abochornada la princesa ante la admisión tan abierta de sus emociones, algo que solo podía mostrar frente a él y nadie más.

Ante las palabras de su amiga, el joven retiró de su rostro la gran capucha de conejo, dejando ver su una amable sonrisa. Ravio nunca se cansaba de conocer a su princesa, Hilda siempre era un misterio para él, mas sabía que dentro de ella, tras aquel frío exterior que siempre mostraba, estaba aún el gentil y noble corazón de aquella niña pequeña que había conocido durante aquel fatídico día.

Acostumbrados a la presencia del otro, la noble aristócrata comenzó con sus actividades, comentándole a su amigo de infancia los notorios cambios del reino, así como las nuevas ideas que tenía para reformar las ciudades ahora que ya contaban con el poder de las Diosas, quienes parecía que por su propia cuenta, estaban sanando la tierra, regresándola a la vida.

- Quiero pedirte un favor. No deseo que nadie sepa sobre la Trifuerza aún, me gustaría que su presencia y localización siguieran siendo un secreto, incluso para mi padre. – Explicó la soberana, con seriedad.

- ¿Está segura, alteza? Sé que el rey ha estado enfermo, pero no creo que tenga malas intenciones, pues durante la época oscura mantuvo al reino unido. – Comentó sorprendido el joven, que había tomado asiento en una de las sillas de la habitación, mientras notaba como su soberana trabajaba en su escritorio.

- Si, mi padre es un buen hombre, pero el poder lo puede corromper…No quiero exponer a Lorule a una desgracia. Link y Zelda fueron muy amables en habernos dado esta segunda oportunidad, pienso proteger el reino y su futura prosperidad. Debemos resguardar el deseo de la princesa de Hyrule y su valeroso héroe. – Respondió la monarca con pasión en cada una de sus palabras, mostrando sus verdaderos sentimientos.

- Entiendo. – Contestó el mercante, sintiendo como su corazón se estremecía al escuchar y sentir las emociones que transmitía su amiga, incluso sintió un poco de recelo al notar las notas de admiración con las que su monarca pronunció el nombre del héroe de la tierra de Hyrule.

Notando el cambio en el semblante de su amigo, la monarca tomó las manos del mercante entre las suyas, haciendo que sus miradas se entrelazaran. Rubí y esmeralda se encontraron restableciendo aquella profunda y desconocida emoción que los unía.

- Ravio, eres mi mejor amigo, mi único amigo…No confío en nadie más que no seas tú. Declaró con nostalgia y cariño la princesa del reino, tratando de transmitir con sus palabras aquellas emociones que despertaba el joven dentro de ella.

- Sabes que haría lo que fuera por ti, alteza. – Respondió sin pensar el joven, sabiendo que sus palabras eran ciertas. Él no poseía el valor y el coraje del héroe, pero aun así, trataría de hacer a un lado su cobardía por ella.

- Entonces, quiero pedirte un último favor. – Argumentó la doncella al sentir como su corazón se había acelerado al escuchar aquellas ciertas y probadas palabras de su amigo.

El joven mercante miró fijamente a la futura monarca para escuchar su petición, prestando completa atención a cada una de las palabras de la princesa.

- Quiero que dejes de llamarme por mi título, por favor. – Terminó de declarar la soberana.

- No puedo. – Respondió inmediatamente el joven, bajando su vista y separando sus manos, notando como sus acciones afectaban a su amiga.

Nervioso por su actuar tomó entre sus manos nuevamente su bufanda, un hábito que había desarrollado en los pasados días.

- ¿Por qué? – Cuestionó sorprendida la monarca, sintiendo como una extraña soledad y ansiedad se apoderaba de ella.

- Princesa… usted es lo más grande y hermoso que existe en este mundo, la soberana de esta tierra, mientras que yo… en cambio solo soy Ravio, soy nadie. Alguien de mi clase solo ensuciaría su nombre al pronunciado. – Argumentó el joven, quien había hecho acopio de su poco valor para pronunciar aquellas palabras.

- Ravio, eso a mí no me importa, tú eres mi amigo y como la persona que más aprecio sería importante para mí, que pudieras, por favor, llamarme por mi nombre. – Explicó la doncella sin darse por vencida, tomando el extremo de la tejida tela de la bufanda, dejando que la punta de sus dedos rozaran las del joven.

Tras unos largos segundos que parecieron eternidades para ambos, el joven mercante soltó su bufanda, tomando entre sus manos las de su soberna.

- En ese caso, será para mí un placer, Hilda. – Respondió el joven, sintiendo como su corazón se aceleraba y sus mejillas se ruborizaban al romper aquella barrera social, y pronunciar con sus labios el delicado nombre de su soberna.

Un extraño sentimiento dominó por completo a la princesa al escuchar como la tenue y tranquila voz de su amigo, pronunciaba con sus labios cada una de las silabas de su nombre. La alegría y la euforia la llenaron por completo, haciéndola actuar en un extraño impulso, abrazando a su mejor amigo.

Sumergidos en aquella maravillosa sensación, ni el joven mercante o la soberana notaron como la marca de las Diosas brillaba en la mano de la doncella, sellando el destino de ambos.

Notas de autor: Gracias y por favor no olviden dejar sus comentarios.