No podrás correr eternamente…
¿Quién eres?
Algún dia lo sabrás….
¿P-Por qué me haces esto?
Tu sangre. Me pertenece
Pero… ¿Yo qué he hecho?
Nacer
La joven gritó, abrió los ojos de golpe y se cayó de la cama de un salto.
-A-au… -Se llevó la mano a la cabeza, y se tocó el moratón que se acababa de hacer detrás de la cabeza por el tremendo golpe contra el frío suelo. Se levantó lentamente, tocándose el moratón.
Caminó descalza y en pijama a la cocina, sin prisas, aún medio dormida. Antes de nada, sacó de un cajón una pomada para los hinchazones y se lo aplicó en el moratón. Después se preparó un poco de café, y lo tomó entero de un sorbo, ni se sentó para tomarlo.
Caminó a paso ligero hacia su habitación y se cambió. Se puso su vestido rosa que tanto llevaba y su calzado. En el baño se peinó una trenza de todo su cabello rubio y se puso su lazo.
En menos de lo previsto, ya estaba preparada la joven francesa.
Salió a las calles soleadas de París, para despejarse un poco. No había casi nadie, en comparación como solían estar las calles de la ciudad tan visitada. Caminó un poco por el centro, mirando los escaparates de las tiendas, como librerías o tiendas llenas de chuches de un montón de colores vivos, que desprendían un agradable olor.
La francesa, un poco cansada de ver el centro, fue a las afueras de la ciudad y se sentó en un banco. Comenzó a meditar acerca del extraño sueño que había tenido, últimamente sus sueños eran invadidos por una voz distorsionada, que le perseguía, sin cansarse.
Volvió a tocarse el moratón que se había hecho por la mañana, y suspiró. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del banco, tenía sueño, no había dormido nada la última semana por las pesadillas.
Y de repente, algo le golpeó con fuerza en la cabeza, haciendo que se caiga del banco, y que se desmaye en el suelo.
-¡Cazzo! ¡Te dije que no le golpearas con tanta fuerza!
-Podías haberlo hecho tú, ¿no?-le respondió el extraño con acento italiano, enfadado.
-Cállate y llevesmola de una vez, nadie nos puede ver.
Ambos italianos, de grandes parecidos, se llevaron a la chica lejos del lugar.
La joven se despertó en un colchón medio roto, encadenada por las piernas. Movió la cabeza para despejarse un poco, ya que el golpé que recibió había sido muy fuerte.
-¿D-Dónde estoy?-Miró a los lados de la pequeña habitación en la que estaba. No había casi luz, ya que en las ventanas no entraba casi luz.
La soledad de la chica en la habitación fue interrumpida por la llegada de los dos italianos que la habían secuestrado.
-¿¡Quiénes sois?!-Preguntó la rubia, enfadada, aunque también asustada.
-¡Cállate!-Le gruñó el que parecía el mayor, con el pelo más oscuro.-Fratello, encárgate de ella.
-¿Y qué quiéres que haga?-Le pregunta el más bajo, con el pelo más claro.
-Explícale las reglas.-Dicho esto, les dio la espalda, y salió de la habitación, de un portazo.
La joven miró al italiano, muy enfadada y le agarró por la chaqueta, haciendo que se tumbe en el colchón viejo de golpe encima suya, y le miró seriamente.
-¿Quién eres?-Preguntó secamente.
El italiano sonrió y se colocó la chaqueta, sin moverse del sitio.
-Soy Salvatore, Salvatore Vargas. Y tú eres Monique de Rutte, ¿me equivoco?
La joven le miró asustada, ¿cómo era posible que se supiera su nombre y su apellido sin conocerla?
-No…-Respondió, mirándole con miedo.
-Tranquila, no te vamos a hacer daño.-Rió y se incorporó, se sentó en el borde del colchón mientras le miraba con interés. –Es más, gracias a nosotros, no estás muerta en estos momentos.
-¿QUÉ?-Su expresión cambió, a una de asustada a enojada.-¡Pero si me habéis secuestrado! ¡Malditos!
-Que inocente eres.-Rió el italiano, y se sentó en el suelo, apoyando la espalda en la pared, mirándola.-No tienes ni idea de lo que significa tu existencia.
-¿H-Hm? ¿Es que he hecho algo malo?
El italiano suspiró, y se colocó las mangas de la chaqueta. Luego levantó la mirada, y le volvió a mirar con sus ojos castaños claros.
-Tú no has hecho nada, es mala suerte.
-¿M-Mala suerte? ¿Por qué?
El italiano cambió su cara, tenía una sonrisa triste, y miraba apenado a la chica, como si le diera pena su mala suerte.
-Algún dia, lo comprenderás, y me lo agradecerás.
No supo que responder a eso, simplemente le miró de arriba abajo, examinando todo. Su mirada azul decía todo.
-Bueno, tú hazme caso. El otro es mi hermano mayor, Lovino. Tú simplemente sigue sus órdenes, tiene mal carácter como has podido comprobar, y trata por igual a todos; da igual que seas una mujer, que un niño, que un joven. Aquí, en mi familia, todos somos iguales.
-¿Dónde estamos?-Preguntó un poco más calmada, asimilando todo lo que estaba pasando.
-Estamos en una casa a las afueras de Italia.
-¿Q-Qué?¿Cuánto tiempo llevo incosciente?
-No es de importancia.-el joven sonrió misteriosamente- Ahora lo que importa es que estás en nuestra casa, eres nuestra invitada, y te vas a comportar bien.
-Ah… ¿Es que secuestráis a vuestros invitados?
-Muy pocos prefieren que se les duerma con drogas. Tú dirás.
-V-Vale… Prefiero lo que habéis hecho…
El italiano sonrió suavemente al oír eso, mientras que Monique le miraba aún desconfiada.
-Y recuerda, gracias a nosotros, sigues respirando.
