Tensión, eso es lo que resume el ambiente que estaba viviendo en ese preciso instante. Eso es lo que ocupaba el aire puro del reino de las hadas. Era el tipo de tensión dura y férrea que sentían los animales antes de una catástrofe natural, la clásica tensión que había antes de una gran guerra o simplemente antes de una gran masacre. Desde hacía más años de los que podían recordar, había habido una clara enemistad entre los clanes pobladores del mundo, sobretodo entre el clan de las Diosas y su propio clan, el Demoníaco. Ambos buscaban intereses totalmente opuestos, ambos creían en verdades totalmente opuestas. Pero el porqué extraña razón, hasta hoy en día no se sintió la tensión fría y gélida de una guerra por estalar, esa tensión que esperaba que el clan enemigo diera un paso en falso para atacar y culpar al otro de la guerra, era algo que en su mente no cabía.

Esa era la razón por la cual estaba allí, la razón por la cual su padre había decidido mandarlo allí, a él y a sus hermanos menores en compañía de sus preciados camaradas. Si estaba haciendo algo así, algo tan nuevo y opuesto a lo que representaba como poner su mejilla a la espera de otra era para mantener las formas evitando la guerra que se presentaba y se susurraba.

En el último consejo, las Diosas y las Hadas habían hablado de un pequeño evento, en el territorio de este último, para aparentar un poco de paz entre los enemigos más antiguos que el mismo destino. Donde asistirían los seres superiores de cada clan, la nobleza de cada pueblo, en pocas palabras la crem de la crem de cada civilización. Un simple evento político disfrazado entre el ocio para relajar las masas y con la intención de relajar algún que otro enemigo para así aumentar la posibilidad de su caída.

Dicho evento, era un baile. Un baile simple y delicado en una de las ramas más gruesas y más altas del árbol sagrado. La brisa acompañaba a las melodías más rápidas y estridentes y las más delicadas y suaves. Los pétalos de las flores rosadas del árbol se pierden entre los cabellos y nublan su vista de manchas de color rosado como si el rubor tomara forma propia y personalizada para así viajar a las mejillas de las Hadas, los Gigantes y las Diosas, presentes.

Al pensar en la palabra rubor, no puedo evitar, pensar en ella y sin saber cómo cada músculo de su cuerpo se tensó y dejó que sus ojos vagarán entre la pequeña multitud, hasta que sus ojos se quedaron fijados en un océano azul, e aquí la causa de que la tensión del ambiente, del evento y de su pecho aumentara por instantes y era posible cortarla con una arma de acero puro. La Diosa Elizabeth.

Desde que la Diosa había entrado en su vida, hacía ahora alguna que otra luna había algo en ella que encendía sus instintos provocando que algo en lo más profundo de sus pulmones se enredara y subiera por su garganta quedando allí atorado mientras su vez bajaba a la boca de su estomago y lo incendiaba como un incendio forestal, como un incendio que podía provocarse con sus propias manos.

Se conocieron después de haber sido herido en el campo de batalla, sin motivo aparente lo salvó, mostrando su bondad y empatía, esas cualidades que la hicieron conocida como Diosa y más aún que sus raíces como la única hija de la Deidad Máxima de la historia; al igual que ella, Meliodas también se hizo conocido por ser quién era antes que por ser el primogénito del Rey Demonio y heredero al trono de este aunque sus propios méritos eran totalmente opuestos a los de Elizabeth. El motivo de su famosía era por matar y destruir sin piedad todo lo que aparecía ante sus pupilas, cosa que debió haber hecho con Elizabeth tras despertar de su inconsciencia pero no lo hizo. Ya que en el momento que la miró a los ojos, se sintió ahogarse en ese océano que eran sus ojos azules, se sintió desarmado e indefenso cuando estaba más fuerte que nunca en su interior y lo sabía. Debía salir corriendo, como lo decía y gritaba su buen juicio, pero no lo hizo, se quedó quieto sobre el césped seco mirándola a una distancia de escasos metros mientras ella lo miraba a él con la misma intensidad. De repente un rubor rosado apareció en sus mejillas blancas y ante la vista no pudo evitar un paso hacia delante, y otro y otro para acortar la distancia que separaba sus cuerpos. Cuando ella lo vio mover cerró los ojos esperando un golpe certero que parara su desbocado corazón, un golpe que nunca llegó. Al abrir los ojos se encontró al futuro Rey Demonio ante ella, con cara mansa pero al mismo tiempo ausente, con la palma de su mano extendida en línea recta hacía ella. La Diosa observó la palma del rubio con duda para después volver a mirarlo a él y sin poder evitarlo extendió su pálida mano para que así ambas palmas entraran en contacto. La energía oscura y demoníaca de él, se perdía entre la energía pura que desprendía ella haciéndoles cosquillas y al mismo tiempo creando una sensación de calor propia de una hoguera. Una sonrisa se dibujó en los carnosos labios para después mover la palma de su mano un milimetro para que sus dedos quedarán intercalados y los entrelazó a los de él.

- Meliodas.-susurró él, mientras sentía como las comisuras de sus labios se movían hacía arribar.

- Elizabeth.-respondió ella en un susurro de la misma magnitud, entremezclado con un suspiró, como si le hubiese costado respirar.

Después de eso Meliodas salió volando, salió huyendo lejos de allí. Y a pesar de que una voz en su cabeza la reclamaba, algo en su interior lo atraía hacía ella, no habían vuelto a coincidir hasta aquel día. Y el hecho de estar en un espacio cerca de ella sin poder sentir su mirada tímida en él, sin poder sentir su cálida palma sobre la suya le quemaba por dentro. Ante ese pensamiento notó como la palma de su mano le picaba.

Su hilo de pensamientos y todas las conversaciones de la sala se vieron interrumpidas por la voz fina, estridente pero al mismo tiempo delicada como la seda de una vieja maga situada en el medio de la rama.

- Miembros de la família real de los cuatros clanes, os pido que os situéis aquí en el centro junto a mi y que olvidando viejos rencores bailéis un baile en harmonía, como modo closura de este bello evento.

Como si fuese un cuerpo sin vida, Meliodas siguió a sus dos hermanos menores hacía el centro de la rama donde otros miembros de sangre azul sean de la especie que sean se encontraban dispuesto a acabar con aquella farsa para después irse cada cuál a donde le correspondía.

Los acordes de la melodía le hicieron alzar la barbilla, obligando a sus ojos a conectar con los de su pareja. Cuando de repente se volvió a sentir inundado por esos ojos color ceruleo que le robaban hasta la última bocanada de aire.

El rostro de ella era impasible, al igual que el de él. Sus labios estaban fruncidos al igual que sus cejas de color plateado, el oceáno de sus ojos tenían un brillo determido y sus mejillas ya habían estallado en llamas. Ante la vista de su rostro no pudo evitar perder la impasibilidad del rostro entreabriendo los labios para después pasar la lengua con delicadeza sobre estos.

Con cuidado se inclinaron el uno frente al otro, a modo de saludo para después dar un paso hacía atrás quedando de nuevo el uno frente al otro de manera tensa y alerta de que nadie se diese cuenta de lo cerca que estaban de empezar a temblar.

Sus miradas se volvieron a encontrar antes de alzar de manera simultanea una mano, Meliodas levantó su mano derecha y Elizabeth su mano izquierda y la colocaron la una enfrente de la otra sin tocarse. El rubio se sintió tentado a cerrar los ojos cuando empezó a notar la calidez que desprendía la Diosa en frente de él, pero no lo hizo. Sus ojos nunca abandonaron los de Elizabeth. Con sus manos una enfrente de la otra, empezaron a dar vueltas alrededor de un punto fijo entre ellos dos, con pasos menudos, delicados y al ritmo de los lentos acordes de la música. Después de dar la vuelta completa ambos bajaron su manos y dieron un paso hacía atrás alejándose el uno del otro. Una vez soltaron el aire acumulado en sus pulmones, ambos alzaron el otro brazo contrario para repetir la misma acción una vez más. Una vez separados de nuevo, Meliodas tomo un fuerte inspiración llenando lo máximo que pudo sus pulmones, causando que se sintiese mareado, su cabeza le daba vueltas pero al mirar a la chica de cabellos lisos y plateados fijamente se sintió más despierto que después de meterse bajo una cascada de agua. Ambos alzaron ambas manos al unísono situándolas una en frente de la otra y dieron un paso hacía delante juntando sus cuerpos pero manteniendo la distancia mientras a su vez continuaban dando vueltas a un ritmo lento y pausado, pero sobretodo coordinado. De vez en cuando, sus manos a meros milímetros de distancia se rozaban erizando todos y cada uno de los pelos en el cuerpo de Meliodas, mientras que cada vez que su fría piel rozaba la calidez de la Diosa esta se mordía el labio con inquietud, perdiendo la impasibilidad con la que había iniciado el pequeño baile.

Cuando terminaron de dar la vuelta y bajaron ambas manos, la música aceleró, en lugar de dar un paso atrás como hicieron las veces anteriores tomaron un paso hacía delante pegando por completo sus cuerpos. Sus muslos se rozaban, las caderas de Elizabeth rozaban la cintura de Meliodas, sus pechos chocaban cada vez que se tomaba una respiración demasiado profunda y sus rostros estaban a meras pulgadas de distancia. Nunca habían estado tan cerca el uno del otro, ni nunca habían mantenido tanto contacto físico entre ellos.

Elizabeth colocó su mano sobre el hombro del Demonio y apoyó el antebrazo sobre la parte superior del brazo de él. Meliodas colocó con una peculiar mezcla de rudeza y suavidad la mano en la parte alta de la cintura mientras a su vez colocaba la mano de la Diosa entre las suyas y estiraba el brazo hacía el lado. Ante el nuevo contacto ambos parecieron dejar de respirar, Meliodas notó como una de sus rubias cejas le temblaban y sin poder evitar deslizó los dientes sobre su labio inferior y lo mordió, sintiendo como sus mejillas empezaban a arder, a causa de la insistente mirada de la chica de ojos zafiros, quien lo miraba con los orbes azules abiertos de par en par y con la boca entreabierta dejando escapar leves y superficiales bocanadas de aire contra los labios de él, aumentando su rubor.

Por primera vez, apartó la mirada y la dejó caer hacía abajo para después dar un paso largo al ritmo de la música, y otro hacía atrás, otro hacía la derecha, y otro hacía la izquierda. Recorriendo toda la rama, al igual que el resto de parejas que bailaban al son de la música que se perdía entre la brisa y silvidos del viento.

- Diosas, tus ojos.-la escuchó susurrar en plena sorpresa, provocando que él alzara la mirada de nuevo con curiosidad.

- ¿Qué le pasan a mis ojos?-intentó poner voz descuidada y fría pero al final el sonido que salió de lo más profundo de su garganta fue un susurro suave y grave.

Ella lo miraba fascinada como si nunca hubiese visto una mirada como la suya, ante esa insistente y poderosa mirada alzó una ceja con curiosidad y desdén, provocando que la verguenza cayera sobre ella y ahora quien bajó la mirada con las mejillas en llamas fue ella.

- Han cambiado de color...-susurró un tanto apenada.- Son de color verde.

Al escuchar eso se sintió tensar de golpe, ¿sus ojos habían cambiado de color? ¿cómo era eso posible? Mil interrogantes aparecieron en su mente de golpe, acompañados del oscuro sentimiento que era el miedo y la preocupación. Sin darse cuenta, notó como las rodillas le empezaban a temblar, por no decir todo el cuerpo mientras a su vez, sus siete corazones latían desbocados.

De repente, Elizabeth acercó su rostro a el de Meliodas, de manera que el cálido aliento de ella aterrizaba en sus labios tensos y en ese preciso instante se quedó en blanco. En su mente no había ni una sola idea o pensamiento, sus respiraciones se tornaron más calmadas y superficiales y entonces, por primera vez en toda su vida notó como sus corazones latina al mismo tempo, en perfecta sintonía.

- Diosas, como voy a creer que hay maldad pura tras unos ojos verdes tan llenos de suavidad y vida.-murmuró para si misma, provocando un escalofrío en la columna vertebral del Demonio.

Meliodas se la quedó mirando embelesado, su pelo se balanceaba, sus ojos estaban centrados en él y la mirada que tenían era una similar a la adoración y sin poder evitarlo su mirada bajó a sus labios, sus labios carnosos y rosados que en aquel segundo lo único que le apetecía era juntarlos con los suyos y morderlos con suavidad.

Al ver que ella también bajaba la mirada hacía sus labios, no pudo evitar soltar todo el aire que estaba conteniendo sin darse cuenta. Cuando sus miradas volvieron a conectar, sintió como cada latido de su cuerpo le gritaba que rompiera la distancia entre ellos dos, que era lo correcto, que era algo que su cuerpo necesitaba como respirar.

Sin embargo, la última neurona con vida en su cerebro le gritó quien era ella y quien era él, le recordó la guerra que se susurraba entre las lágrimas y suspiros de desesperación de sus víctimas y sobretodo recordó donde estaban.

Sin delicadeza alguna apretó el agarre en su mano y la hizo girar sobre si misma, justo a tiempo para que la música parara y como si de fuego se tratara se alejó de ella, dando un salto y arrancando a volar, lejos de sus camaradas, del resto de invitados y lejos de ella.