Y lo prometido es deuda. Aquí un LongFic que aclara lo ocurrido en Hijos del Norte, cómo es que Sansa asciende al poder, su relación con Jon, y la tiranía de Daenerys desde el punto de vista del rey del norte. Comento que habrá ligeros flash backs que se presentaran como capítulos individuales.
Disclaimer: Los personajes de GoT no me pertenecen, son propiedad dr R.R Martin y la HBO
Advertencia: Semi UA, ligero Occ
Rated: T por ahora.
Sabes que eres bienvenido/a a disfrutar de la lectura y si te ha gustado no dudes en dejar tu comentario.
Abaddon Dewitt
Cuanto más feliz soy, más me compadezco de los reyes.
Voltaire.
Daenerys.
Puedes ignorarlo o simplemente enfrentarlo. Se había sentado en el trono de hierro, reclamándolo bajo fuego y guerra, elimino a sus "enemigos" y propició la justicia de la reina; no es tan sencillo cuando son muchos los que te recriminan en la cara, y ella probó el amargo sabor de ese paraje desconocido que le calaba la conciencia, ese trono está maldito, o es la locura de los Targaryen lo que te ha cambiado. Daenerys miró de soslayo a sus consejeros, agudizó la mirada de manera inclemente, buscando la asfixia en sus cuerpos, consiguiendo no más que el desapruebo, estaba siendo extremista, le dijeron, pareciera que había dejado de buscar la libertad de los esclavos, para ella misma volverse un brutal tirano que se satisfacía con cierta cantidad de sangre al día, vivir entre "salvajes", era el argumento para justificarlo.
¿Cuándo fue la última vez que aportó una mirada suave? Quizá cuando no se supo sola en ese mundo, y la esperanza de su sangre se revitalizó con la presencia taciturna de un sobrino suyo. Y aun que al comienzo fue renuente a aceptarlo como parte de su estirpe, con el tiempo notó aquellos ápices de parentesco entre ambos. Pero no todo podía ser como ella demandaba, sus órdenes poco valían en ese lugar que de niña le hubiera sido arrebatado, su voz y voto se resumía a Poniente, los asuntos del Norte en nada debían incumbir. En palabras de Varis, el Norte ya estaba tan desangrado que difícilmente doblarían la rodilla ante ella, y es que cuando más heridos estaban es cuando mayor fuerza sacaba de sus huesos para rebelarse contra la tiranía de un derramamiento mayor.
Y entonces la diplomacia sería el camino hacia esa tierra de nadie.
Ella, la madre de dragones, se embarco a la conquista sin esperar encontrarse con un horror que le escarapeló la piel, destrucción y muerte, un penetrante olor a azufre y sangre, tierra mojada y cuerpos esparcidos en la tierra. Se estremeció, creyendo a medias las palabras de ese que se declaraba su familia, había un mal peor que el de los hombres que los acechaba desde el crudo invierno. Daenerys trató de mantener la compostura, pero le era imposible ante la desolación de lo que alguna vez fue conocido como el Norte.
A lo lejos se escuchaba el trote de caballos, pudo intuir que se trataba de un pequeño tropel de no más de cincuenta. Subió una pequeña colina y divisó las borrosas figuras que lentamente se volvían nítidas, no tuvo que adivinar a quién pertenecían. El estandarte impoluto de los huargos se alzaba por encima de sus cabezas con orgullo. Su llegada había sido demasiado obvia, nadie ignoraba a tres enormes bestias sobrevolando los cielos norteños, ella quería ser encontrada, y así pues, se encaminó en dirección a la pequeña tropa que se detuvo bajo la orden de una mano enguantada en plata.
He oído rumores mi reina, un rey lobo que desde las entrañas del norte dirige a sus hombres en la batalla contra los caminantes blancos.
Patrañas, pensó por un momento, pero ahora se tragaba las palabras aun que jamás lo admitiría. Con paso solemne se acercó, su mentón siempre airado propició un descontento en los hombres que guardaron en silencio a su señor.
—Me han dicho que me encontraría con el rey del norte, —comentó escueta.
¿Quién de todos esos hombres podría ser?, Daenerys buscó al más imponente, entre todos había uno en especial, encapuchado y encogido ligeramente, apenas podía distinguir su forma entre la gruesa capa de piel azul rey que le cubría los hombros, y la capucha que ocultaba el rostro. La mirada aguda de Daenerys se dirigió a la figura, y no lo dudó por un segundo, él era el tan afamado Rey de los caballeros.
Dicen que pasó quince días y quince noches más allá del muro, a lomos de un caballo tan blanco como la nieve y un huargo tan negro como la noche. Y cuando regresó, abandonó su ser y su alma para volverse un rey inmortal, un alma en pena que velaría por el norte hasta restaurar el honor de los Stark.
Un muerto viviente. De la nada, divisó una mancha robusta de color negro, sus ojos eran plata liquida que la observaban con hambre, sus colmillos amarillentos se mostraron ligeramente, expectantes a una orden del jinete que montaba hidalgo. Daenerys había ya convivido con Fantasma, el huargo de Jon, pero en nada era comparado con la poderosa bestia que fácilmente podía tragarse un caballo, sus fauces tensas en cualquier momento podían desollarla viva, pero ella no tenía miedo.
La figura mostró indicios de querer bajar, y así fue, desmontó al equino, y sus manos enguantadas quitaron la capucha de su cabeza.
Sus ojos son como el eterno invierno más allá del muro.
Glaciares azules que la escrutaron, sus rasgos eran finos y angulosos, ligeramente curtidos, poseía una cabellera salvaje de color rojizo, besada por el fuego, y el cuerpo era menudo aun que macizo si tomaba en cuenta que la armadura que cargaba no pesaba menos que la de Ser Jorah.
—Daenerys Targaryen supongo, —escuchó en tono seco.
Missandei seguramente la hubiera reprendido por su insolencia, pero ella no estaba ahí, entonces ella debía hacerlo pero esa grosera criatura pasó de largo para dirigirse a los hombres de una manera tan estoica y noble, que un escalofrío le erizó la piel.
—El rey del norte tiene el respeto de todas las casas que sirvieron a los Stark, una sola palabra suya es un voto sagrado.
La Targaryen frunció el ceño y miró a los hombres alejarse.
—Creí ser clara al decir que me encontraría con el rey del norte, —demandó.
—Estás frente a él, su gracia.
Daenerys no dio crédito, tomando ello como una mofa de mal gusto. Una mujer, menuda y ojerosa… ella no podía ser la legendaria imagen de un hombre al que anhelo conocer en sueños, el último Stark decían. Incluso se rumoró que era el cuerpo renacido de Robb Stark, el joven lobo traicionado en los gemelos. Pero no fue así, se topó de cara a una niña que calculaba era aun más pequeña que ella, rozando apenas su décimo séptimo día del nombre, o poco más. Sonrió con burla y desdeño, la mujer frente a ella arrugó el entrecejo.
—Entonces debo tomar como falsos todos los rumores en torno al temido señor del invierno, implacable coloso de hielo que lucha contra los otros.
La contraria negó suavemente. Ciertamente eran muchas cosas las que escuchó sobre el famoso Rey caballero. Pero esa era la más descabellada, la que contempló con sus propios ojos: Una pequeña niña vestida para la guerra.
—Eso depende de su perspectiva, pero no creo que viniera usted a comprobar en estas tierras lo que se dice de mi persona, o siquiera compartir la intimidad para mostrarle que lo que hay entre las piernas de un hombre no lo hace merecedor de un titulo.
Las mejillas de Daenerys se volvieron rosas, la osadía de esa mujer estaba sobrepasando su paciencia, y sobre todo el límite entre ser condescendiente con un familiar de su amado Jon. Apretó los nudillos y tensó la mandibula, algo que notó el rey, tomó en cuenta en cuanto agachó suavemente la cabeza en un gest de disculpa, más no de sumisión, pues su cuerpo permaneció erguido con orgullo.
—Una disculpa por mis palabras oscas, pero aquí en el Norte no conocemos otra manera, —la escuchó suspirar con resignación—, supongo que su gracia debe estar cansada, venga a mi campamento y hablaremos de nuestros asuntos en la privacidad de un fuego calido y una comida caliente.
Los norteños siempre dignos y honorables, hospitalarios… Daenerys accedió a ella y despidió a sus dragones que esperó, pudieran sacar una expresión de asombro a la mujer, pero no hubo otra cosa más que el estoicismo cansino de su rostro.
Le fue entregado un caballo. Ella sabía montar, era claro, sin embargo mucho distaban los caballos estéticos y atléticos del desierto, a los robustos y lóbregos del Norte, dos criaturas hechas para diferentes climas. Estos iban a un paso más lento, pero más firme y seguro, eran animales criados para la resistencia en los crudos inviernos del norte.
El campamento del rey caballero era muy lejano a lo que imaginó, la tienda de su majestad era apenas más grande que la del resto de las tropas, aun que predominaba el plata y gris de su casa, el emblema de los lobos en la cortina principal resguardada por una mujer a lo que no le fue difícil reconocer: Brienne de Thart, la mujer caballero que se contaba, le había entrenado. Se fijó en las expresiones de solemnidad humilde que dedicó a Brienne, y ella con un gesto materno la envolvió entre brazos.
—Esperábamos su regreso, mi rey…
Rey… Aun le costaba digerir esa palabra dirigida a la muchacha que se adentraba en la tienda. Los interiores eran sencillos, nada petulante u ostentoso, apenas contaba con lo indispensable, un pequeño mueble que funcionaba como escritorio donde yacían desparramados libros y mapas, algunas sillas dispersadas y un catre de paja que le funcionaba como cama, envuelto en gruesas pieles de animales que la resguardaban del inclemente clima nocturno.
—Cuando Jon me habló de ti, realmente creí que se trataba de un resucitado Robb Stark, —declaró la reina ante la mirada dura de la joven que se sentó en una pequeña silla detrás del escritorio.
—Jon no suele ser muy bueno en las descripciones, —aclaró en tono jocoso—, sin embargo podríamos decir que sí, soy la imagen de mi difunto hermano Robb. Siempre nos dijeron que éramos la viva imagen de un Tully, pero en el interior éramos lobos Stark.
Daenerys guardó silencio.
—Sansa Stark, —la llamó por su nombre pero ella no respondió, nuevamente ese silencio se alargo y enseguida escuchó un suspiro cansado.
—Ella está muerta.
No alcanzó a comprender sus palabras al comienzo, pero nuevamente volvieron los recuerdos antes de su partida al norte, las palabras de Tyrion al hablar sobre la loba Stark. Ella murió más allá del muro, luego de recuperar su hogar para sus hermanos.
—Entonces ¿Cómo te llaman?
—Lord Stark, Rey, Rey caballero, Señor del norte, cualquier titulo que quieran darme, pero el nombre de la última Stark pereció más allá del muro, espero que lo recuerde bien su gracia.
No supo por qué sus palabras le causaron una congoja que rara vez solía tener hacia alguien ajeno a su familia. Sus ojos azules estaban casi vacíos, su rostro era una impávida mueca de serenidad resguardando a un fiero caballero.
—Supongo que no puedo alargar más mis razones, pero necesitaba tocar terreno antes de decretar mi voluntad.
El rostro de Sansa, se deformó en una mueca dura, tal vez la había ofendido, ella era la extranjera, no podía demandar autoridad en el norte, no aun, a su tiempo, pero ahora estaba frente al rey del norte.
—¿Y cuál es la voluntad de su gracia? —interrogó expectante.
—Sé que proteges al matareyes, lo mantienes oculto entre tus filas, y quiero su cabeza, —hizo una pausa esperando un indicio en el rostro de Sansa que le diera la razón, pero a cambio no recibió más que una cara de póker que permaneció indeleble—, entrega a Jaime Lannister y te daré el ejercito que solicitas, incluso a uno de mis dragones para la lucha contra esos seres… que el Norte doble su rodilla ante mi, y tendrás la victoria.
El rey tensó uno de sus puños, Daenerys mostró satisfacción, había dado en el clavo, tantos años de desdeñar los secretos de Varis y Tyrion para ser calculadores y descifrar cada movimiento en el cuerpo humano. Se sintió agradecida por ello.
—Te ofrezco mi techo y comida… y a cambio me pides la cabeza de un Lannister, en mi cara y sin decoro, —su voz resonó autoritaria, tan noble que la reina dragón sintió su corazón desbocándose, palpando en su piel una fina capa de hielo fantasma que la cubría.
—Tú has ido hasta mi territorio, has mandado a Jon, mi sobrino, a pedir sin recato a mis ejércitos, —rugió la dragona.
Sansa se echo hacia atrás, no por haberse intimidado, más bien se restregó el rostro con ambas manos.
—Para salvar sus nobles culos, dos años Daenerys, dos años en los que Jon y yo hemos tratado de mantener a raya a esas criaturas, comenzamos una campaña con miles de hombres, ahora solo quedan rezagos, pero aquí me tienes, con el culo congelado y una corona que casi me decapita, con mi casa hecha ruinas y la fidelidad de mis hombres sobre la espalda… No soy Eddard Stark, no soy Robb… Soy el rey del norte, y pelearé por mi hogar y mi gente hasta el último de mis respiros.
No iba a tolerarlo, esa niña descarada le escupía las palabras amargas en la cara, ella era la reina de poniente, no había sufrido menos que la Stark, perdió un esposo, un hijo, toda una familia, ¿Qué de malo tenía reclamar lo que le correspondía por derecho?, pero su juicio no miraba más allá de la arrogancia del norte al revelarse de esa forma, Daenerys estaba perdiendo los estribos, demandaba y autorizaba, superficialmente aun que no lo admitía, soñaba con llegar a lomo de sus dragones y que incluso ante esa imagen tan imponente, los caminantes blancos se arrodillaran ante ella. Pero era una tonta, cada vez que escuchaba de labios de Jon los horrores del norte, podía sentir el miedo calándole los huesos. Y nunca lo iba a admitir.
Se levantó de su lugar para salir de la tienda, no pasaría un segundo más frente a esa loba arrogante. Caminó notando todas las miradas en ellas, se enorgulleció en su vanidad, ella era Mhysa después de todo, pero las miradas no eran aquellas que los esclavos le dedicaran, eran lo opuesto, era una extraña… poco a poco Daenerys se sintió pequeña, desprotegida.
—¿Qué poder tiene el príncipe prometido frente al puño implacable de su rey?
Una serpenteante voz se escabulló traviesa en su piel, Daenerys se giró encontrándose con los penetrantes ojos de una mujer, Melissandre. Había muchas cosas que se contaban de ella, una: que revivió a Jon, la otra, que envió a Sansa más allá del muro para hacerla retornar como el rey caballero del que todos hablaban. Daenerys le devolvió la mirada con dureza, había algo en la bruja roja que no le gustaba y le provocaba incertidumbre.
