One-shot: Mute
Frío.
Eso es lo que ella sentía. Miedo, ansiedad, desazón, un cúmulo de sentimientos que se apoderaban de su alma. Allá a donde miraba estaba oscuro, un mar inmundo de tinieblas la apresaban. Se revolvía sin cesar, desesperada, para tratar de zafarse de esa prisión a la que estaba sujeta. Tenebrosa, estrecha e inquietante era su celda, esa en la que casi siempre debía permanecer.
Nerviosa, sintió como la angustia crecía en su pecho hasta asfixiarla. Quería salir, poder respirar el fresco aire de esa noche invernal. Quería sentirse libre, poder mover su fino aunque viejo cuerpo de acuerdo a sus deseos .Quería escapar y estar con él una vez más.
Fuera, ese hombre al que ella tanto amaba clamaba a los cielos. Jadeaba, gritaba y se reía. No le cabía ninguna duda de que estaba eufórico. Angustiada, sintió como una diminuta y caliente lágrima se escurría por su mejilla. Se sentía sola, triste, abandonada como a un perro viejo ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué ese hombre, la razón única de su existencia, no acudía en su ayuda? Lentamente, se sintió morir, pues anhelaba fervientemente volver a verle. Entonces, una mano se introdujo de improvisto entre las amenazantes tinieblas, la tomó por la cara y la sacó. Esa mano, grande y varonil que ahora mismo la sujetaba con ímpetu, era la de su amado.
Por fin, tras esa larga espera volvió a ver la luz. Divisó de nuevo la luna, enorme y redonda, brillando en el cielo. Sintió de nuevo el frío pero refrescante aire del invierno en su cuerpo, esa brisa nocturna que tanto la reconfortaba. Y, una vez más, contempló como él, Zaraki Kenpachi, se disponía a dar muerte a sus enemigos con ella, su espada.
Su amado la asió con fuerza y la blandió contra sus oponentes. Rápido, fiero, apasionado, en perfecta sincronía con ella aunque no se diera cuenta. Esta, de nuevo feliz, se dejaba llevar por los deseos de su amo, que eran, a la vez, los suyos propios. Se introdujo con fuerza en el corazón de sus enemigos. Los desagarró, furiosa, de dentro a fuera sin compasión, como él bien quería. Y entonces, cuando hubo acabado, se deleitó con la visión de su capitán. Su adorado y tierno capitán.
No le importó su aspecto rudo ni sus ropajes empapados en sangre. También le dio igual su pérfida sonrisa, su cicatriz, su parche en el ojo, e incluso sus afilados dientes. Ella sólo veía su corazón que, aunque solía permanecer oculto, era bondadoso y le hacía ser el digno merecedor de su amor.
Una vez más, volvió a sentirse triste. Su amo, tras acariciar su mellada hoja, se disponía a volver a guardarla en la vaina ¿Por qué? ¿Por qué no podía quedarse aunque sólo fuera un poco más? Quería acariciarlo, salir de esa espada dichosa y sentarse con él. Quería abrazarlo, hacerle ver que ella era la persona que mejor el entendía en el mundo, mejor incluso que esa niña de pelo rosa que le acompañaba a todos lados. Ella quería decirle que le amaba, que estaría dispuesta a cualquier cosa por él. Pero eso era imposible.
Nunca podría hacerlo porque estaba muda.
