Disclaimer: Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer y blah blah.

Aloha people :) .Por fin me atreví a intentar escribir un long fic. Todavía no sé cuántos capítulos tendrá, pero decidí aprovechar ahora que tenía pocos trabajos y exámenes a la vista para ponerme a hacer un proyecto de estos. Hacía mucho que quería escribir algo de ellos como humanos, así que aquí vamos.

La historia está basada en algunos aspectos en la serie Friends (de ahí el nombre XD). Os podréis dar cuenta en algunas cosas.

¡Vale! y aquí os dejo el primer capítulo. Es bastante largo y pesado, ya que es un poco como explicativo...pero bueno. Si veis que algunas cosas están dudosas, decidme lo que no entendáis y os lo aclaro. Seguramente algunas cosas se aclaren en el capítulo siguiente o en los próximos. Os lo digo para que no corra la alarma ni nada de eso XD

Vale. Allá vamos.

Friends

Bella POV.

Y ahí estaba sentado frente a mí, un tío del que ni siquiera recordaba el nombre.

Hacía como una hora que me había cansado de disimular que no le escuchaba, pero al parecer no le importaba lo más mínimo. Seguía hablándome sobre " El apasionante mundo de los cuadrípedos".

Éste, junto a otros cuatro individuos, formaban las cinco citas que me había conseguido Alice en un mes. Por supuesto, todas fallidas.

Ella decía "Bella, Bella, Bella... tú necesitas un tío inteligente, que te merezca de verdad. No uno de esos fracasados sexys que trabajan de 9 am a 11 pm para alimentar a una familia numerosa".

Pues bien. Si el ser que tenía en frente comiendo ensalada, que la expulsaba casi toda al hablar, y que no paraba de relatarme su extraña fascinación por los animales de cuatro patas era lo que Alice interpretaba por "Un tío inteligente que te merezca de verdad", debería ir pensando seriamente en suicidarme.

Realmente apreciaba su esfuerzo por querer encontrarme una pareja, de verdad que sí. Es decir, a nadie le gusta estar sola para toda la vida, ¿no? Pero...desde luego esto no es lo que me esperaba.

La cita había empezado estupendamente. Alice siempre suele dividir las citas en 4 fases.

Fase uno: la recogida. Según Alice, un perfecto caballero tiene que venir a buscarte a la mismísima puerta de casa.

Fase dos: la charla fluida. Los temas que se abarcan aquí suelen ser trascendentales, como algún piropo por parte de él, el relato de alguna anécdota, o alguna ocurrencia divertida.

Fase tres: la ejecución del plan. Básicamente, es lo que se tenga planeado para la cita.

Y, la más peliaguda de todas, la Fase cuatro: la despedida. Resumiendo, si te besa en la primera cita, es un atrevido. Pero, sino se atreve ni a cogerte la mano, mal vamos.

Según varias revistas de tapa gastada que se suelen encontrar en peluquerías o en la sala de espera del dentista, el momento de la despedida es el más importante de toda la velada. Ahí es cuando verdaderamente todos los sentimientos están a flor de piel y hay que intentar no hacer nada estúpido. Así, la cita puede acabar convirtiéndose al final en algo maravilloso, o ser una auténtica pesadilla.

Pues bien, como iba diciendo, las dos primeras fases habían ido de maravilla. Hasta que llegó la tercera. Para empezar, nuestro amigo fanático de las cuatro patas, me había llevado a un restaurante bastante caro. El ambiente era excelente y la comida estaba realmente buena. Pero... cometió un error casi de principiante: había pedido ajo.

¡Ajo! ¡Oh, en serio! ¿Quién demonios pide ajo cuando hay posibilidad de que utilices tu boca para algo más?

Y, luego, obviamente, estaba su falta de imaginación para sacar un tema interesante, su tono de voz monótono que lo hacía aburrido hasta la médula, y esa capacidad horrible para arrastrar las palabras. Sinceramente, cada vez me recordaba más a mis profesores de la Universidad.

Sí, Universidad. Curso mi último año de periodismo en la New York University. Para conseguir entrar tuve que, obviamente, pasar tardes encerrada en casa estudiando sin cesar y buscarme un trabajo para pagar la matrícula y el piso que tengo alquilado. Mi piso lo comparto con mis mejores amigas desde que me mudé a New York: Alice y Rosalie.

Realmente, desde que llegué a "La Gran Manzana" las cosas me han ido mejor de lo que esperaba. Tengo unos estudios que me van bastante bien, un trabajo de tarde en un pequeño pero acogedor café-bar, un piso bastante amplio en el centro, y un grupo de amigos estupendos.

De pronto, un carraspeo similar al ruido que hacen unas uñas afiladas al arañar un encerado, me sacó bruscamente de mis pensamientos.

— Isabella. Isabella, ¿me oye? ¡Isabella!

Es Bella, Bella... ¡Be-lla!

— Erh..Sí, sí. Disculpe, ehm... ¿Trowel?

— ¡Es Tyler! — Me recordó con un ritintín amargo que me hizo recibir de lleno el odiado olor a ajo.

— Oh, si. Claro, Tyler. ¿Qué ocurre? — Pregunté con el tono de voz más inocente que pude.

— Pues, para su información, le anunciaba que ya había pagado la cuenta. Pero al parecer, andaba en otra órbita.

Puse los ojos en blanco ante su comentario y, de un movimiento seco, me levanté para encaminarme hacia la puerta con 'mi querido acompañante' pisándome los talones. En silencio, interné en su vehículo e hicimos el viaje de la misma guisa hasta que paró frente al bloque de pisos donde vivía.

Con una prisa que intenté que no se viese demasiado forzada, abrí la puerta del coche para después cerrarla de un portazo y, con un simple movimiento de cabeza y una sonrisa que intenté que se viese encantadora, me alejé con paso torpe pero a la mayor velocidad que pude, impidiendo así que Tyler dijese palabra.

Cuando por fin traspasé la pesada y chirriante puerta del portal, apoyé mi espalda en ella permitiéndome recuperar un poco del aire perdido por la veloz caminata. Suspiré pesadamente dejándome embargar por el ligero calor hogareño que trainsmitía el bloque de pisos y el familiar olor de comida cocinándose que flotaba en el ambiente.

Después de unos minutos, me impulsé ligeramente sobre los talones para volver a reiniciar el paso, esta vez en una marcha lenta y pesada. Oía el eco de mis tacones —también llamados "mi trampa mortal por preferencia" —resonar por el rellano mientras subía las escaleras hasta mi piso, y mecía mi bolso a su compás. Derecha, izquierda. Derecha, izquierda. Derecha, izquierda.

Derecha y... al suelo.

Cerré los ojos al sentir el golpe de mi trasero contra la dura superficie y levanté la mirada para encontrar al causante del accidental empujón: Emmett.

— ¡Oh, Bella! ¡Oh cielos, Bella! ¿Te encuentras bien? ¡N-no...yo no quer—

Le corté antes de que siguiera hablando.

— Estoy bien, Emmett. Fue un accidente. ¿Por qué estás tan alterado? ¿Adónde vas a estas horas?

Su sonrisa habitual se expandió por el rostro mecánicamente nada más escuchar la pregunta.

— ¡Viene de visita un viejo amigo, Bella! ¡Tienes que conocerlo! ¡Te caerá genial, ya verás!

Y, antes de que me dejase pronunciar palabra, miró agitadamente el reloj y una mueca de espanto sustituyó su ancha sonrisa.

— ¡Mierda! ¡Llego tarde al aeropuerto! Nos vemos luego, Bella. Los chicos están arriba viendo una película.

Y bajó las escaleras a toda prisa perdiéndose de mi vista en un abrir y cerrar de ojos.

Un poco extrañada por su comportamiento y por la "charla" que acabábamos de compartir, me levanté del suelo aturdida y renaudé mi subida por las escaleras.

Y ese era Emmett McCarthy, 23 años. Un hombre verdaderamente alto y fortachón. Moreno, de pelo rizado, pertenecedor de unos ojos color marrón profundo y de unos hoyuelos que se marcan profundamente cuando sonríe, dándole la apariencia de un niño travieso. En definitiva, un personaje bastante bromista y protector.

Llegó de Chicago a New York cuando apenas cumplió la mayoría de edad para conseguir un trabajo. Consiguió un puesto de masajista, y he de decir que es bastante bueno. Aunque tuviese más pinta de portero de discoteca que para dar suaves caricias a tu espalda.

El bueno de Emmett; mi amigo y vecino. Vecino de en frente, para ser exactos.

Cuando llegué finalmente a la puerta del departamento, metí la llave en la cerradura y nada más abrirse una pequeña rendija de la maera, una mata de pelo negro se precipitó sobre mí y unos bracitos realmente delgados se me colgaron del cuello con una fuerza devastadora.

Alice.

— ¡Bella, llegaste!

Mary Alice Brandon, 21 años. Pequeña, hiperactiva, adicta a la moda y a las compras. Lo lógico si trabajas en Ralph Lauren, supongo. De cabello corto, negro como el carbón, y con cada punta disparando a un lugar diferente. De ojos verde-grisáceos verdaderamente vivaces.

Mi compañera de piso y la que fue mi primera amiga aquí en New York.

— ¿Qué tal fue tu cita? — Preguntó realmente emocionada. — ¡Oh, Bella! ¿Verdad que tenía unos ojos preciosos? Sé que siempre te fijas en los ojos primero, ¡así que los busqué expresamente para ti!

De acuerdo. Era en estos momentos cuando no se le podía decir que no a la pequeña —y persuasiva— Alice.

— Fue todo un caballero. — Dije con una pequeña sonrisa. — Y sí, eran unos ojos realmente bonitos.

Ni siquiera me había fijado en ellos, la verdad. Y, aunque no sabía mentir, al parecer se quedó bastante satisfecha con mi respuesta.

—Pero creo que no es mi tipo. — Me apresuré a decir antes de que me concertara otra salida con ese tal Tyler.

Realmente una era más de lo que mi metabolismo podía soportar.

Una risa ahogada proveniente del sofá captó mi atención. Los gemelos Hale me observaban intentando reprimir una sonrisa, pues se notaba a la legua que ellos no se habían tragado mi mentira.

Sobretodo teniendo en cuenta a Jasper, que había estudiando psicología y estaba más que segura que podría clasificar uno y cada uno de mis movimientos para después diagnosticarme cualquier tipo de trauma infantil.

A decir verdad, Jasper siempre había llamado mi atención. No me refiero a atracción física, sino a una curiosidad creciente. No había hablado mucho con él en realidad. Aunque éramos amigos, por supuesto, él siempre mostraba mayoritariamente una postura firme y seria. Compartía piso con Emmett y era un chico encantador, pero bastante callado. En eso nos parecíamos bastante.

En lo otro, éramos totalmente distintos. Él era alto, rubio y de unos ojos azules casi cristalinos. Menos musculoso que Emmett, pero eso no quitaba que no tuviese su parte también.

Realmente, no sabía mucho de Jasper y su hermana Rosalie. Sólo que eran gemelos, tenían 23 años, habían nacido en Texas, y se habían criado con sus tíos Carlisle y Esme Cullen. Una gente encantadora, a decir verdad, que siempre que podía nos invitaban para las cenas de Navidad, Acción de Gracias, o cualquier fiesta que se les presentaba.

Al igual que su hermano, Rosalie también tenía el cabello rubio y ojos de un color azul cristalino. Un cuerpo escultural, y por supuesto, una belleza que fácilmente podía cegarte.

Tampoco solía ser muy habladora, y sentía que no terminábamos de congeniar bien, pero era bastante protectora al igual que Emmett, aunque estos dos se llevasen casi como el perro y el gato. — O, al menos, por parte de Rosalie.

Era una mujer realmente fuerte. No sólo de carácter, sino en todos los sentidos. Y, aunque pareciese mentira poseyendo ese carácter, le derretían los niños. Ella dirigía una guardería junto con su tía Esme. Daba gusto verlas tan sumergidas y maternales con el tema de los niños. Era algo que se las daba bien a pesar de todo.

Alice, que ya había cerrado la puerta del piso, fue trotando alegremente hacia el sofá, donde se sentó entre medias de los gemelos.

Yo me dirigí hacia la nevera y, abriéndola de un tirón, saqué un pequeño bote de coca-cola para darle un gran sorbo. Miré sin mucha atención la película que estaban viendo.

— Eh...chicos, ¿Sabéis donde iba Emmett tan deprisa? Mencionó algo de un viejo amigo, un aeropuerto, o qué se yo.

Al escucharme hablar, Jasper y Alice se giraron rápidamente hacia mí, pero fue Rosalie quien, sin despegar la vista del televisor, habló.

— Recibió una llamada poco antes de que tú llegaras. Al parecer, un amigo suyo de Chicago viene a mudarse a la ciudad. — Y luego, se encogió de hombros. — Se fue de repente gritando "¡Ya vieneee, ya vieeene!" — Imitó a la perfección la vozarrona del fortachón mientras que levantaba los brazos y los agitaba para luego rodar los ojos. — El muy idiota se olvidó las llaves del coche con las prisas y tuvo que volver de nuevo a por ellas.

Alice y Jasper rieron suavemente por el último comentario.

Vaya. Emmett siempre nos había hablado de alguno que otro amigo de Chicago. De hecho, recordaba el nombre de uno que solía pronunciar con bastante frecuencia... "Edward". Estaba así todo el día. Que si Edward lo uno, que si Edward lo otro...

No me creía que pudiese existir un hombre tan talentoso como él describía.

¿Sería él al que esperaría con ansias?

Estuvimos casi una hora tirados en el sofá sin saber qué hacer mientras simplemente hacíamos zapping o poníamos trozos de películas. Cuando habíamos decidido por fin ir a dar una vuelta, un estruondoso golpe de puños contra la madera de la puerta nos sobresaltó.

— ¡Maldita sea! — Exclamó Alice enfurecida mientras iba hacia la puerta. — ¡¿Qué maldito crío es esta vez?! ¡Estoy harta de decirles que usen el maldito timbre! ¡¿Es que debo señalárselo con un cartel?! ..

La voz colérica de Alice iba sonando cada vez más apagada a medida que iba alejándose hasta que se apagó súbitamente cuando abrió la puerta.

Extrañados, los tres que seguíamos en el sofá nos dirigimos con paso tranquilo hacia la entrada hasta que se escuchó la fuerte —e inconfundible— risotada de Emmett, y una segunda voz de hombre que no supe identificar, seguido por un gritito ahogado de Alice.

Acto seguido, el fortachón, Alice, y el desconocido atravesaron la puerta, quedando a vista de todos.

Y, cuando pude observar al fin su rostro, se me cortó la respiración.

Chachááán! Si os gustó el fic subiré el próximo capítulo lo antes posible. Admito sobretodo críticas, ya que veo esto un poco soso XDU

En fin, besotes! gracias por leer.