Caminaban cogidos de la mano, unas formas vagas en la terrible luz que lo envolvía todo y a todos, haciendo imposible ver nada. Eran sólo dos figuras más, entre todas las que caminaban con parsimonia hacia el mismo sitio, y muchas de ellas venían del mismo lugar. Habían ganado la batalla, pero el precio habia sido alto, como siempre lo era.

Remus se sentía ligero, carente de preocupaciones, pero conservaba su conciencia, y una forma vagamente humana. Se preguntó donde estaba. Debía estar muerto... estaba muerto. Había visto el rayo de luz verde hacia él, y él no era Harry. Así pues... ¿había un más allá, después de todo? ¿Los pobres e ilusos muggles tenían razon, y él había estado negándolo toda su vida? Sintió la forma a su lado, unidos por las manos entrelazadas, y contempló el verdadero rostro de su mujer, Nymphadora. Su rostro no tenía edad, como si se hubiera quedado atascado en la juventud... pero tampoco, porque sus ojos lo desmentían. Sintió su mano alrededor de la suya, estrechándola con fuerza, pero no pudo devolverle el gesto. No allí, no en ese momento. Se preguntó si en aquel lugar todos serían jóvenes para siempre, sin importar cuán viejos habían muerto.

Miró a su alrededor. La niebla hecha de luz que le rodeaba parecía aclararse un poco, y empezaba a vislumbrar las formas a su alrededor. Más personas, pero no les miró a la cara, no quería saber quiénes eran. Todos se dirigían a un mismo sitio... ¿dónde? No era una gran puerta, no era una escalera que subía hacia el cielo, como a Sirius le gustaba cantar en aquellos días, parecía que hacía mucho tiempo ya. No, era más bien... una gran estacion de tren. Quizás el humo venía de allí.

El hombre contemplo tres, cuatro formas que estaban de pie, justo enfrente de ellos, en el final del andén. Les observó con curiosidad, sin poder discernir claramente sus rostros. Se acercaron más, y, cuando pudo ver las siluetas a contraluz, sintió que su corazon daba un vuelco. Por supuesto... si esto, todo esto era lo que él creía, era de suponer.

Apretó el paso, poco a poco, y, sin querer, dejó caer la mano de Tonks. Pocos pasos más tarde, echó a correr, cada vez más deprisa. No miró atrás, ni sintió remordimientos por dejar a la mujer a la que se había obligado a amar detrás, en la niebla. Tampoco se fijó en la figura femenina, ni en la que la abrazaba, ni en el hombre con la barba tan blanca como la luz que se mantenía un poco apartado de los dos. No, para él solo existía la silueta recortada a contraluz en aquel andén. No había duda de quién era; la forma de los hombros, la manera de separar las piernas y cruzar los brazos, el pelo que le caía suavemente, más allá de los pómulos marcados y la barbilla picuda... no, ninguna duda. Remus, o lo que fuera que fuese ahora, echó los brazos en torno al cuello de su amigo, su hermano, su amante perdido, encontrado y vuelto a perder, llorado; Sirius, Sirius Black.

Y, pese a todo, pese al lugar donde estaban, sintió que unos brazos, o algo muy parecido, se cerraban en torno a él como un candado, completando el puzzle, las piezas que encajaban. Y Remus hundió el rostro en el hueco del hombro que conocía tan bien, y sonrió, entre lágrimas.

"Remus... ahora sí. Ahora tenemos toda la eternidad para nosotros" oyó la voz de Sirius junto a su oído, ronca como siempre había sido, y se dio cuenta de que sí, probablemente los muggles tuvieran razon, y sí existía un cielo, o algo lo suficientemente parecido para que él fuera feliz.