Prólogo
.
.
.
El taller de su padre no era su lugar favorito en el mundo, sin embargo, estar con su padre era su momento favorito en el día. Es por esto que semana a semana, luego del instituto, dejaba una tarde, o dos, para pasar a saludarlo mientras Hummel padre seguía con sus labores.
Y fue en una de esas cotidianas visitas en que se encontró con su mirada. Fue en una de esas cotidianas visitas en que lo vio sonreír y juró por su vida que nunca le había pasado algo así; aquello había sido un flechazo instantáneo.
Haciéndose el despistado, había entrado a la oficina contigua al taller y justo encima del escritorio de su padre estaban los papeles del chico nuevo. ¿Cómo sabía que era nuevo? Fácil. Antes de descubrir su afición por la moda y las carísimas prendas de diseñador, Kurt pasaba sus tardes jugando entre tarros de aceite y neumáticos viejos, por lo que a sus 16 años, ya conocía a todas las personas que trabajaban con su padre. Bill, Marty, Roger y la señora Andy que llevaba la contabilidad del lugar, eran algo así como su familia. Los tíos y tías que no pudo conocer, luego de la temprana muerte de su madre (de la cual era culpado su padre), le habían sido devueltos (de alguna manera) por el destino. Ellos lo habían visto crecer y de tiempo en tiempo le reclamaban cariñosamente el hecho de que ya no pasara tanto tiempo en el taller, junto a su padre, junto a ellos.
Luego de este fenomenal descubrimiento y posterior flechazo, sus visitas al taller fueron en progresivo aumento. De dos tardes a la semana, comenzó a pasar cuatro tardes a la semana metido en el taller, solo para "asegurarse de que su padre estaba comiendo de manera sana" sin embargo, muy a su pesar, esas visitas eran solo de observación… una silenciosa observación que se mezclaba con las conversaciones que sostenía con su padre, respecto de su alimentación y sus horas de trabajo. Durante este periodo, aprendió a hacer perfectamente dos tareas a la vez: Por un lado conversaba animadamente con su padre, mientras que sus ojos se fijaban en todos y cada uno de los gestos del chico moreno. Suspiros y más suspiros invadían el taller cada vez que Kurt llegaba, suspiros que tal vez nunca se convertirían en palabras. Precisas, adecuadas, sinceras y simples palabras, que en ese momento, a raíz de su estúpida e inoportuna timidez, brillaban por su ausencia.
Con la sonrisa de Jake bailándole en la mente, caminaba despistadamente por los pasillos de McKinley, asintiendo ante las palabras de Mercedes, que conversaba animadamente acerca de su futuro triunfo en Los Ángeles.
Ninguno de los dos tuvo conciencia de lo que sucedía, hasta que por esos caprichos del destino y por el escaso espacio que tenían los pasillos de McKinley, sucedió lo inevitable; un choque hombro con hombro, los libros de Kurt regados por el piso y Mercedes dirigiéndole su mejor cara de Diva a un chico moreno que se acercaba apenado al castaño, que había ido a dar contra un casillero.
- ¿Estás bien?
Levantando la vista, Kurt deseó desaparecer, derretirse, tener alas y volar. Frente a él, en vivo y en directo, de carne y hueso el moreno Jake Puckerman le preguntaba si estaba bien. Boqueó como pez fuera del agua, sus ojos pasearon por todo el rostro del muchacho y al final, se sonrojó furiosamente. No tenía idea de que asistía al mismo instituto del chico que de un día para otro le había quitado el sueño y esa no era una bonita forma de enterarse.
- ¡Hey! Tú eres el hijo de…
Pero Jake no alcanzó a completar la frase.
Cual pulpo, Kurt había recogido en menos de un segundo todos los libros que estaban regados por el piso y tomando a Mercedes del brazo, se perdía de vista por el pasillo, tropezando por la rapidez de sus pasos al doblar en una esquina. Extrañado y divertido, Jake lo vio desaparecer y luego de considerar que tal vez el chico tenía ganas de ir al baño, siguió su camino, pensando que ya lo vería más tarde en el taller de su jefe.
Jake estuvo pendiente de la visita de Kurt al taller pero no apareció esa tarde, ni las tardes de las siguientes dos semanas. Quería disculparse. Lo buscó en el instituto pero ni siquiera lo vio ahí. - ¿Habrá muerto? - Se preguntó y respondiéndose de inmediato desechó esa idea de su cabeza; si eso hubiera ocurrido, Burt habría cerrado el taller por un tiempo. Decidió no preocuparse más.
…
- ¡Hey Jake! – dijo Burt antes de cerrar el taller.
- Dígame – contestó el muchacho de manera servicial, presentándose en la puerta de la oficina del taller.
- Estuve sacando cuentas y creo que con todo el trabajo que tenemos, no podremos acabar de revisar toda la flota de camiones del señor McKay.
- Entiendo…
- Por lo que será necesario que nos quedemos algunas horas extras, durante la noche.
- Entiendo señor Hummel – contestó serio
- Sé que eres de otro distrito, así que quiero proponerte que – tomó aire - te quedes en mi casa los días que trabajes hasta tarde. Tenemos una habitación para huéspedes.
El moreno guardó silencio y consideró la oferta. No gastaría en alojamiento, comida o transporte. Su jefe le estaba ofreciendo todo y considerando el poco tiempo que llevaba trabajando con él, se sintió halagado de que Burt Hummel depositara esa confianza en él.
- Acepto – dijo sonriente el muchacho.
- Magnifico, empezamos la próxima semana.
Encerrado en su alcoba, estudiando francés, Kurt sintió un fuerte escalofrío. Algo definitivamente no iba bien.
