HOOLA! Estoy de regreso! Con otra hermosa y romántica historia que estoy adaptando espero que la disfruten :)

La historia no me pertenece ni tampoco los personajes si no a Lynne Graham y Suzanne Collins respectivamente y lo hago sin ningún fin de lucro.

Capítulo 1

—¿Conoces a alguien al que le guste casarse? —dijo entre carcajadas Peeta, príncipe de Bakhar, tras considerar la pregunta de su padre. La buena educación no le permitió una respuesta más directa—. No, me temo que no.

El rey Plutarch miró a su hijo con inquietud. Saber que había sido bendecido por el nacimiento de Peeta acrecentaba su sentimiento de culpa. Su hijo era todo lo que un futuro rey tenía que ser. Sus excelentes cualidades habían brillado como un faro durante los oscuros días en que Bakhar había sufrido bajo las despóticas leyes de Seneca Crane, el tío de Plutarch. A ojos de la gente, Peeta no podía equivocarse; había soportado muchas crueldades, pero se había convertido en un héroe tras la guerra que había devuelto el trono a la dinastía legítima. Incluso los rumores sobre que el príncipe en el extranjero era un reconocido mujeriego, apenas disgustaban a nadie, todo el mundo aceptaba que se había ganado el derecho a disfrutar de su libertad.

—Llega un momento en que un hombre debe sentar la cabeza —remarcó Plutarch— y dejar a un lado los asuntos más mundanos.

Peeta sonrió y miró sin expresión los preciosos jardines, orgullo y alegría de su padre. Podía ser que, cuando fuera algo mayor, también él se sintiera orgulloso de un seto bien podado, pensó sarcástico. Aunque sentía un gran afecto por su padre, no estaban muy unidos. ¿Cómo podían estarlo? Peeta tenía sólo cuatro años cuando había sido arrancado de los brazos de su madre y se le había negado la posibilidad de cualquier contacto con sus padres. Los siguientes veinte años había aprendido a no confiar en nadie. Para cuando se había reunido con su familia, ya era una persona adulta, un superviviente y un soldado curtido en la batalla, entrenado para poner la disciplina y el deber por encima de todo lo demás. Pero no estaba preparado para cumplir las expectativas de su padre.

—No quiero casarme —afirmó Peeta.

Plutarch no estaba preparado para una respuesta tan audaz, en la que ni se ofrecía una disculpa ni la posibilidad de un acuerdo. Asumiendo que había abordado el asunto de un modo torpe, dijo:

—Creo que el matrimonio aumentará tu felicidad.

Peeta casi hizo un gesto de dolor por lo simple del argumento. No tenía semejante expectativa. Sólo una vez le había hecho feliz una mujer, pero casi igual de rápido había descubierto que estaba viviendo un paraíso para tontos. No había olvidado la lección. Le gustaba su libertad y le gustaba el sexo. Disfrutaba de las mujeres, pero sólo había un espacio de su mundo privado que podían ocupar: la cama. Y lo mismo que cuando se trataba de comer, prefería una dieta variada. Así que no tenía ninguna necesidad de tener una sola mujer pegada a él de modo permanente.

—Me temo que no puedo estar de acuerdo con esa afirmación.

El anciano decidió ignorar la frialdad que había entre los dos y reprimió un suspiro. Le gustaría haber tenido la oportunidad de haber podido disfrutar de una pizca de la educación superior que había tenido su hijo y poder discutir el tema en igualdad de términos. Sobre todo deseaba tener la capacidad de tratar con su hijo, a quien quería con todas sus fuerzas, pero por desgracia, no era capaz.

—Hasta ahora nunca habíamos estado en desacuerdo. Debo de haberme expresado mal. O, quizá, no te lo esperabas.

—Nada de lo que puedas decir me hará cambiar de opinión. No quiero tener esposa.

—Peeta… —su padre estaba horrorizado por su testarudez; además su hijo no era conocido por su capacidad para cambiar de opinión—. Eres tan popular que podrías elegir a la mujer que quisieras. A lo mejor te preocupa el tipo de mujer que se espera que elijas para casarte. Creo que incluso una extranjera sería aceptable.

Un velo cubrió los brillantes ojos oscuros de Peeta. Se preguntó si esa referencia a las mujeres extranjeras tendría algo que ver con la desastrosa relación que había mantenido con una inglesa cinco años antes. La sola sospecha, despertó el feroz orgullo de Peeta. Su padre y él habían enterrado ese asunto sin siquiera comentarlo.

—Vivimos en un mundo moderno, pero tú crees que debo comportarme como lo hicisteis tus antepasados y tú, y que tengo que casarme joven para tener un hijo, un heredero —dijo Peeta con frialdad y dicción crispada—. No creo que semejante sacrificio sea necesario. Tengo tres hermanas mayores que yo con un montón de hijos sanos. En el futuro, uno de ellos podrá ser el heredero.

—Pero ninguno es hijo de rey. Algún día tú serás el rey. ¿Decepcionarás a tu pueblo? ¿Qué tienes en contra del matrimonio? —Exigió el anciano incrédulo—. Tienes mucho que ofrecer.

Todo excepto un corazón y fe en el género humano, pensó Peeta con impaciencia.

—No tengo nada en contra de la institución del matrimonio. Para ti ha sido bueno, pero no lo será para mí.

—Al menos reflexiona sobre lo que te he dicho —presionó Plutarch—.Volveremos a hablar de ello.

Después de haber defendido su derecho a ser libre tan resueltamente como había luchado para defender la libertad del pueblo bakharí, Peeta salió a grandes zancadas de las habitaciones privadas de su padre. Estaba todo abarrotado de ministros de avanzada edad y cortesanos que hacían una reverencia a su paso. Uno tras otro, los guardias presentaron armas y saludaron a Peeta mientras recorría antiguos patios y corredores hasta su despacho.

—Oh… Pretendía sorprenderlo, alteza real —dijo una atractiva morena con ojos marrones en forma de almendra y piel cremosa al lado de un refrigerio que le había preparado en la espaciosa oficina exterior. Hizo una profunda reverencia lo mismo que el resto del personal que se ocupaba en responder los teléfonos—. Todos sabemos que normalmente trabaja tanto que se le olvida comer.

A pesar de que P hubiera preferido estar solo en ese momento, estaba acostumbrado a las consideraciones que se tenían normalmente con un príncipe. Cecelia era una pariente lejana. Con sonrisas de modestia y conversación intrascendente, le sirvió un té y unas diminutas pastas. Era evidente que el deseo de su padre de que se casara se había filtrado a los círculos de la élite de Bakhar, así que no cometió el error de sentarse y disfrutar de la conversación. Sabía que todo estaba destinado a impresionarlo y mostrarle lo bien que resultaría Cecelia como reina.

—No he podido evitar ver la revista de los alumnos de la universidad, alteza real —señaló Cecelia—. Debe de sentirse muy orgulloso de haber sido el primero de su promoción en la Universidad de Oxford.

—Por supuesto —dijo sin entonación y con un gesto evasivo—. Tienes que perdonarme, tengo un compromiso.

Recogió la revista que había llamado la atención de Cecelia y entró en su despacho. Se preguntó a cuantos números de esa misma revista no había siquiera prestado atención durante años. Tenía pocos buenos recuerdos de su época de estudiante en Inglaterra, pensó mientras hojeaba la publicación hasta detenerse cuando la visión del rostro de una mujer atrajo su atención de repente. Era Katniss Everdeen llegando a un acto académico con una mano apoyada en el brazo de un distinguido señor mayor que ella.

Peeta abrió la revista encima de la mesa con manos no muy firmes. Fue la rabia, no los nervios lo que lo puso de ese modo. Katniss llevaba el cabello castaño apartado de la cara y un mojigato vestido marrón cerrado hasta el cuello. Pero la verdad era que su belleza natural no requería aditamentos: tenía el pelo castaño, la piel color oliva y los ojos gris plata. Apretó los dientes mientras leía el pie de foto. A ella no se la nombraba, pero su acompañante era el profesor Haymitch Abernathy, el filántropo. Un rico… ¡por supuesto! Sin duda otro ingenuo al que desplumar, pensó Peeta con amargura.

Lo exasperó ser consciente de que aún reaccionaba a la visión de Katniss y los recuerdos que despertaba. Había sido un desagradable incidente en se vida y un recordatorio de que tenía defectos. Cinco años antes, podía haber sido un luchador curtido en el campo de batalla e idealizado por sus compatriotas como un salvador, pero su tío abuelo Snow había conseguido mantenerlo virtualmente prisionero en Bakhar. Había vivido bajo constante amenaza y vigilado. Tenía veinticinco años cuando su padre había accedido al trono y él había aprovechado la libertad de la que hasta entonces había carecido.

Había sido el rey Plutarch quien había sugerido que completara sus estudios en Inglaterra. Peeta podía haber heredado la brillantez intelectual de su madre y la agudeza de su padre, pero en esos tiempos tenía una escasa experiencia sobre cómo eran las mujeres occidentales. A los pocos días de llegar a Oxford, se había encaprichado de una extravagante joven.

Katniss Everdeen había sido una camarera, bailarina exótica y cazafortunas al mismo tiempo. Pero contó a Peeta historias conmovedoras sobre un padrastro maltratador y el sufrimiento que había infringido a su familia. Lo había juzgado bien, se burló Peeta de sí mismo. Educado en la idea de que era su obligación ayudar a aquellos más débiles que él, había desempeñado el papel de caballero andante. Cegado por su belleza y sus mentiras, había estado peligrosamente cerca de pedirle que se casara con él. ¡Menuda futura reina habría sido aquella Jezabel de extracción humilde! La amarga punzada de la humillación que había sufrido aún tenía la capacidad de afectar a su ego.

Cuadró los hombros y alzó la orgullosa cabeza. Realmente había llegado el momento de cerrar ese sórdido episodio y arrumbarlo en el pasado. En ese momento fue consciente de que algo así no podría lograrlo mientras los culpables siguieran impunes. El digno silencio que él había mantenido no le parecía lo más adecuado. Además, ¿no le había hecho así más fácil a Katniss seguir engañando a hombres acaudalados? Podía salvar a su nuevo admirador de pasar por algo similar a lo que había pasado él, pensó con sombría satisfacción.

Los pecadores tendrían que ser llamados para presentar cuentas por sus pecados, no podían permitirse que siguieran disfrutando de los frutos de su falta de honestidad.

Peeta volvió a mirar con detenimiento la foto de Katniss y se maravilló de lo mucho mejor que se encontraba una vez que había reconocido lo que era su deber hacer. Se requería acción, no una retirada estratégica. Se puso en contacto con su contable para confirmar que no se había hecho ni un solo pago del préstamo sin intereses que había hecho a la familia Everdeen. No se sorprendió de que se cumplieran sus peores expectativas. Dio la orden de que se llevara el asunto con diligencia. Fortalecido por un potente sentido de la justicia, tiró la revista.

Colocándose el largo cabello castaño tras la oreja, Katniss miró con detenimiento a su madre, Effie, totalmente consternada mientras pedía una segunda oportunidad.

—¿Cuánto debes?

La mujer cubierta de lágrimas miró temblorosa a su hija.

—Lo siento. Lo siento tanto… Debería habértelo dicho hace meses, pero no me atreví. He enterrado la cabeza con la esperanza de que los problemas se solucionaran solos.

Katniss estaba realmente conmocionada por la cantidad de dinero que su madre le había confesado que debía. Era sencillamente enorme.

Tenía que haber algún tipo de error, de malentendido. No se podía ni imaginar cómo había hecho para meterse en semejante deuda. ¿Quién había prestado tanto dinero a su madre siempre falta de él? ¿Cómo demonios podía haber alguien que hubiera creído que su madre devolvería alguna vez semejante suma? Pensó en los intereses y empezó a plantear cuestiones encaminadas a enterarse de cómo se había originado esa deuda.

—¿Desde cuándo tienes el préstamo?

Effie se enjugó las lágrimas, pero no miró directamente a su hija.

—Hace cinco años… pero no estoy segura de sí se puede llamar préstamo.

Katniss estaba asombrada de que su madre hubiera sido capaz de mantener tanto tiempo en secreto algo así. Recordaba muy bien la lucha que había supuesto simplemente poner un plato de comida en la mesa. Estaba desconcertada por la falta de certeza de su madre respecto a las condiciones del préstamo.

—¿Puedo ver los papeles?

La mujer se levantó apresuradamente y hurgó en un armario de la cocina lleno de envases de plástico. Miró a su hija con gesto de culpabilidad.

—He tenido que esconder las cartas para que ni tus hermanos ni tú las encontrarais y me preguntarais de qué eran.

Cuando dejó encima de la mesa una pila de cartas, Katniss tragó e hizo un gruñido de incredulidad.

—¿Cuánto hace que no eres capaz de pagar?

Apartándose el cabello de la frente con un gesto nervioso, Effie miró a Katniss ansiosa.

—Nunca he hecho ningún pago…

—¿Nunca? —interrumpió Katniss al borde del colapso.

—Al principio no tenía dinero y pensé que podría empezar a pagar cuando las cosas me fueran algo mejor —dijo la mujer rubia y menuda apretando un pañuelo de papel entre las manos—. Pero las cosas nunca fueron mejor. Siempre había alguien que necesitaba unos zapatos nuevos o un abono para el autobús… o llegaba la Navidad y no quería desilusionara los pequeños. No tenían muchas más alegrías el resto del año.

—Lo sé —Katniss se inclinó sobre la pila de cartas sin abrir y respiró hondo.

Sabía que tenía que intentar disimular lo hundida que se encontraba, pero le resultaba realmente difícil. Su madre era una mujer vulnerable, propensa a los ataques de pánico. Necesitaba que su hija le proporcionara seguridad y apoyo. Habían pasado cuatro años desde la última vez que Effie había conseguido salir de su casa para enfrentarse al mundo. La agorafobia, el temor a los espacios abiertos, había hecho de la casa de Effie su propia prisión. Pero eso no le había impedido trabajar para ganarse la vida. Era increíblemente rápida con la máquina de coser y eso le había permitido mantener una clientela estable de personas a las que hacía prendas y ropa para la casa. Por desgracia, tampoco eso le había permitido ganar mucho.

—¿De cuánto era el préstamo exactamente? —Preguntó Katniss sumida en la confusión—. No creo que nadie viniera a casa a ofrecerte mucho dinero.

Al otro extremo de la mesa, Effie se mordió el labio inferior y gimió de modo lastimero. En su mirada había una expresión de vergüenza.

—Ésa es la parte que no quería contarte. De hecho, ha sido la razón por la que lo he mantenido en secreto. Me hacía sentir culpable y no quería molestarte. Sabes… Le pedí a Peeta el dinero y él me lo dio.

El óvalo del rostro de Katniss se quedó sin color. Sus ojos gris plata parecían más brillantes por contraste con la palidez de su piel.

—Peeta… —repitió débilmente con un nudo en la garganta—. ¿Le pediste que nos ayudara?

—¡No me mires así! —jadeó Effie mientras las lágrimas le llenaban los ojos—. Peeta dijo una vez que nos sentía como parte de su familia y que así era como hacían las familias en Bakhar: todo el mundo cuida delos demás. Estaba convencida de que iba a casarse contigo. Pensé que estaba bien aceptar su ayuda económica.

Katniss estaba horrorizada por una explicación que seguramente sería cierta al tratarse de una mujer tan ingenua como su madre. Cuando Peeta había visitado su casa, había parecido apreciar su grande y bulliciosa familia. La verdad era que sólo en esas ocasiones lo había visto realmente relajado y con la guardia baja. Había jugado con sus hermanos, enseñado a una de sus hermanas a hacer divisiones largas y había contado cuentos a los más pequeños. No era sorprendente que su madre se hubiera convertido en una gran admiradora suya. Katniss nunca había sido capaz de contarle a Effie por qué Peeta y ella habían roto su relación. Se puso de pie de un salto y paseó hasta la ventana. Una carretera con mucho tráfico pasaba por delante del jardín de la destartalada casa, pero Katniss estaba tan perdida por la ola de rabia que estaba experimentando que ni siquiera se dio cuenta del tráfico.

Por muy leal que fuera a su madre, se sentía completamente humillada por lo que acababa de saber. Estaba destrozada por haberse enterado después de cinco años de que su relación con Peets había tenido una vertiente económica que desconocía. ¿Habría tenido eso algún efecto negativo en la visión que de ella tenía Peeta? Se habría muerto de vergüenza si en aquel momento hubiera sabido lo del dinero.

Peeta era increíblemente rico y muy generoso. ¿Le habría dado pena Effie? ¿O había tenido una motivación más oscura? ¿Habría pensado que el dinero haría que ella estuviera menos nerviosa a la hora de entregarle su cuerpo? ¿Había intentado comprar así su virginidad? Sintió que su orgullo se retorcía sólo ante la posibilidad. ¿Había sido injusta con él? Pensó que los actos muchas veces gritaban más que las palabras. No se había acostado con Peeta y él la había dejado en la cuneta sin ninguna clase de compasión.

—Estaba desesperada —admitió Effie entre dientes—. Sabía que no estaba bien, pero tu padrastro se había metido en semejante lío con los pagos de la hipoteca… Estaba aterrorizada, pensaba que podíamos quedarnos en la calle.

Con un gran esfuerzo, Katniss cerró mentalmente una puerta y con ella la poderosa imagen de Peeta Mellark de quien, por desgracia, se había enamorado con dieciocho años. La referencia que su madre había hecho a su segundo marido ayudó bastante. Corionalus Snow se había casado con Effie cuando era una viuda con dos hijos. En la superficie era un hombre guapo, cálido y sencillo, pero había sido un maltratador espantoso que había robado sistemáticamente a la familia. El nacimiento de tres hijos más y el enfrentamiento con un marido infiel y mentiroso había provocado a Effie ataques de pánico y finalmente la agorafobia.

—Cuando le pedí ayuda a Peeta, dijo que compraría la casa y la pondría a su nombre para que Snow no pudiera hacerse con ella…

Katniss se giró sorprendida por aquella información que la había llevado de vuelta al terrible presente. Cada nueva información era peor que la anterior.

—¿Me estás diciendo que Peeta también es el dueño de esta casa?—dijo horrorizada.

—Sí. ¡Al principio eso me hizo sentir segura! —gimió.

—¿Por qué no haces un poco de té mientras echo un vistazo a todas estas cartas? —sugirió Katniss con la esperanza de que la rutina devolviera la tranquilidad a su madre.

Aunque su propio autocontrol se estaba viendo sometido a una prueba casi insuperable a raíz de lo que iba descubriendo. Por mucho que estuviera decidida a no dejarse llevar por el pánico, no podía dejar de escuchar el nombre de Peeta como un eco en el fondo de su mente.

Ansiosa por ocultar que estaba frenética por la preocupación, empezó a colocar las cartas abiertas en montones según fechas, pero recuerdos como destellos asaltaban su cabeza desde todos los lados: Peeta, guapo hasta quitar el aliento y a quien no había sido capaz de quitar la mirada de encima la primera vez que lo había visto. Consiguió quitarse su imagen dela cabeza y se concentró en las cartas. Se quedó en silencio mientras leía a toda prisa. Desgraciadamente lo que leía no eran buenas noticias.

Para empezar, Peeta, o más probablemente sus representantes legales, habían encargado a una firma de abogados de Londres que se aseguraran de que su madre recibía sus notificaciones. El precio de compra de la casa había sido razonable. Se había adelantado otra importante cantidad de dinero para cancelar unas cuantas deudas previas. Katniss se iba poniendo más tensa según leía. Su madre había subestimado la cuantía de la deuda. Effie había firmado un contrato que lo reconocía todo y le habían dado un plazo de un año para poner todos sus asuntos en orden: comprar la casa, suscribir una hipoteca o bien pagar una renta. Katniss leyó una copia del contrato que su madre había firmado.

—¿Por qué firmaste un contrato de arrendamiento? —preguntó Katniss con la boca seca.

—Vino a verme el abogado y tuve que decidir hacer algo.

—Pero no has pagado nada de renta, ¿verdad? —preguntó su hija, que ya había visto una carta en la que se le reclamaban las mensualidades.

—No, no podía —dijo mirándola temerosa.

—¿Ni siquiera un pago?

Katniss pensó que al menos habría tenido dinero para pagar el alquiler, pero de inmediato se avergonzó por no haber estado más pendiente de la economía familiar.

—No, ni uno —esquivó la mirada de su hija y Katniss se preguntó si no le estaría ocultando algo.

—Mamá… ¿hay algún otro problema? —presionó Katniss.

Con la sensación de que había algo más que le ocultaba, Katniss sabía que no podía decirle lo que pensaba de las cartas. Su madre era cariñosa y cuidaba de todo el mundo, sus cinco hijos la adoraban. Era también muy amable y trabajadora, pero en lo referente al dinero o a los maridos problemáticos era completamente inútil. Ignorando las cartas había actuado de la peor manera posible. Las de fecha más reciente eran frías y daban miedo. Se enfrentaban a un desahucio. Katniss sentía que el aire no le entraba en los pulmones: darle semejante noticia a su madre estaba más allá de sus posibilidades. A Effie le daba miedo caminar hasta la cancela del jardín, así que ¿cómo se enfrentaría a la posibilidad de verse literalmente en la calle? Y si ella no podía enfrentarse a la situación, ¿cómo lo harían los cuatro hermanos pequeños de Katniss?

—Katniss… —Effie miró a su hija con el corazón en un puño—. Lo siento de verdad. No te lo he dicho antes, pero me siento tan culpable por haberme casado con Snow. Todo nos ha ido mal desde que cometí ese error.

—No puedes culparte por casarte con él. No se mostró realmente como era hasta después de la boda y ya está fuera de nuestras vidas, así que no volvamos sobre eso —urgió Katniss en un tono deliberadamente optimista—. Deja de preocuparte. Echaré un vistazo a todo y veré qué se me ocurre.

El zumbido del timbre de la puerta sonó extraordinariamente alto en medio del espeso silencio.

—Será un cliente —dijo Effie recomponiendo el gesto y mirando el reloj—. Será mejor que me eche un poco de agua fría en la cara.

—Adelante. Yo abriré la puerta —Katniss se sintió agradecida por la interrupción, así no tenía que darle a su madre vanas esperanzas de que todo se arreglaría.

Incluso atenazada por la conmoción como estaba, podía ver pocas perspectivas de un final feliz para los apuros de su familia. Después de todo, sólo la cancelación de la deuda podía resolver la situación y eran pobres como ratas.

Katniss se sentía llena de frustración a causa del estrés. ¿Por qué había abandonado un trabajo estable para dedicarse tres años a obtener una titulación académica? La decisión había tenido sentido en su momento, le ofrecía la posibilidad de desarrollar una carrera profesional con una buena remuneración económica. Por desgracia, suponía que en ese momento no tenía ahorros y un importante crédito de estudios que devolver. Aunque estuviera trabajando a jornada completa en un puesto con buenas perspectivas, era una de las componentes más joven del equipo y el salario aún no era muy generoso.

Katniss se encontró con su último patrón, Haymitch Abernathy, en el umbral dela puerta. Una vez más tenía los brazos alrededor de un grueso rollo de tela de cortina. La visión hubiera provocado una sonrisa a Katniss un día normal, porque para decirlo en un lenguaje pasado de moda, y Haymitch era un hombre pasado de moda, Haymitch pretendía a su madre. Después de un encuentro ocasional con Effie un día que había acompañado al trabajo a su hija, el hombre se había convertido en un visitante habitual. Desde hacía unos meses, había cambiado tapicerías y otras cosas del hogar para tener la oportunidad de pedir a Effie consejos sobre colores, telas, estilos…

Tilda acompañó a Haymitch a la sala de trabajo de su madre en la parte trasera de la casa. El amable caballero había sido quien la había animado al principio a dejar su trabajo e ir a la universidad. El erudito Haymitch, que había heredado una próspera empresa familiar, le había asegurado que allí siempre tendría trabajo en los periodos de vacaciones. Katniss fue a la cocina, recogió las cartas y se subió al piso de arriba. Superviviente de un amargo y costoso divorcio, saldría huyendo en cuanto se enterara de la situación económica de su madre, pensó con amargura. Pero bueno, se dijo Katniss, lo más probable era que entre su madre y Haymitch sólo hubiera una buena amistad. ¿Desde cuándo había creído ella en los cuentos de hadas?

A su adicto al trabajo padre, a quien apenas recordaba, lo había matado un conductor ebrio cuando ella tenía cinco años. El segundo matrimonio de su madre, había sido un desastre. Maltratada e intimidada por Snow, Effie no había sido capaz de proteger a sus hijos. El último año de instituto de Katniss, su padre la había obligado a trabajar por las noches en un sórdido club que pertenecía a uno de sus amigotes.

Katniss volvió a pensar en el presente. Lo que se necesitaba era acción, no perder el tiempo arrepintiéndose por cosas que ya no se podían cambiar. Se acercó al teléfono y llamó a la firma de abogados que aparecía en el membrete de las cartas para pedir una cita. Después de explicar la extrema urgencia de la situación, consiguió que la atendieran el día siguiente al final de la mañana. Después llamó a su banco y preguntó cuánto dinero podrían prestarle. Sus peores temores se cumplieron cuando le dijeron que no tenía patrimonio y aún estaba en período de prueba en el trabajo. Nunca se había rendido fácilmente, así que llamó a otras tres instituciones financieras.

Al día siguiente, se puso un traje pantalón negro y se subió al tren de Londres. Llegó puntual a las impresionantes oficinas de Ratburn, Ratburny Mildrop en la zona financiera. La acompañaron hasta el despacho de un abogado. Se notaba tensa y, al cabo de unos minutos, tenía la sensación de que cada palabra que ella conseguía articular simplemente rebotaba contra un muro de piedra.

—No puedo hablar con usted de asuntos privados de su madre, señorita Everdeen —una explicación de la agorafobia de Effie no había servido de nada—. A menos, por supuesto, que usted tenga un poder notarial que le permita hablar y actuar en nombre de la señora Trinket.

—No… pero en su momento fui muy amiga del príncipe Peeta —se oyó decir Katniss desesperada por probar su credibilidad de alguna manera.

El abogado de mediana edad la valoró fríamente.

—No tengo constancia de que su alteza real esté implicado en este asunto. Katniss se puso aún más tensa. —Sé que el crédito fue adelantado por una empresa llamada Metrópolis…

—No puedo comentar asuntos confidenciales con una tercera parte.

—Entonces —apretó los labios—, déjeme hablar directamente con Peeta. Por favor, dígame cómo puedo ponerme en contacto con él.

—Me temo que eso no es posible.

Antes de que ella pudiera decir nada, el hombre de mediana edad se puso en pie para indicar que la reunión se había terminado.

Menos de dos minutos más tarde, Katniss estaba de nuevo en la calle. Se sentía mortificada por el recibimiento que había tenido. Se subió al autobús con destino a la opulenta embajada de Bakhar donde su petición de un número de teléfono a través del cual poder hablar con Peeta fue recibido con una sonrisa cortés que no le hizo avanzar ni un milímetro en su proceso de acercamiento. Su única opción era dejar su número de teléfono para que se lo pasaran a su personal. Durante su insatisfactoria visita no fue consciente de la presencia de un hombre mayor de pelo plateado que había salido de su despacho en cuanto había visto el nombre de ella aparecer en la pantalla de su ordenador. Con el ceño fruncido la observó marcharse. Decidida a no abandonar, fue a la biblioteca más cercana para conectarse a Internet. Se enfadó considerablemente al descubrir que Peeta estaba en Londres en ese momento y que nadie se lo había dicho, pero cuando vio que la fecha de una gala benéfica a la que iba a asistir era ese mismo día, se animó.

En la recepción del lujoso hotel donde iba a celebrarse la recepción, Katniss leyó en un cartel que sólo se podía acceder con invitación. Pagó un precio desorbitado por un refresco con aspecto de agua para poder sentarse en el recibidor del hotel. Mujeres sofisticadas con vestidos muy elegantes salían del atestado salón de baile. Se abrió una puerta de dos hojas para que pudiera salir un hombre en silla de ruedas y Katniss pudo ver dentro de la habitación a un hombre alto y fuerte.

Sintió que el corazón se le paraba como si la hubieran lanzado al aire sin avisarla antes. Era Peeta y había algo tan dolorosamente familiar en el orgulloso perfil de su rubia cabeza que se puso en pie sin siquiera ser consciente de ello. Su atención pasó del recortado pelo rubio a las atrevidas líneas de su fuerte perfil. Bajo las luces del salón de baile, su rostro tenía el brillo del oro; bajo las bien definidas cejas rubias, una nariz aristocrática y una sensual boca sobre la masculina mandíbula. Era increíblemente guapo de un modo exótico. Recordó los días en que inocentemente pensaba ser artista cuando había dibujado su rostro una y otra vez, obsesionada con cada detalle de sus rasgos de halcón.

Estaba rodeado por un círculo de gente. Deseaba que se diera la vuelta y la mirara en el mismo momento en que vio una mano con las uñas pintadas de rosa que se apoyaba en su brazo. Por un instante, le pareció increíble no haber reparado en la morena guapa con un ligero vestido corto que le sonreía con confianza. Pensó que había censurado esa parte de su visión porque sólo quería ver lo que podía manejar. La última vez que había visto a Peeta en carne y hueso había sido hacía cinco años y también había estado con otra mujer, algo que había añadido una dosis extra de humillación a su ya doloroso sentimiento de rechazo.

En ese momento, como entonces, el orgullo y la rabia salieron en suauxilio. Justo cuando volvió a conseguir poner los ojos en él, Peeta se dio la vuelta y miró en su dirección. Su mirada aguda y azul como el onceno se detuvo sobre ella. En su rostro no se movió ni un músculo. Pareció no haberla visto, como si ella no existiera, y después su visión se interrumpió cuando la puerta se cerró de nuevo. Conmocionada por la falta de reacción, Katniss se quedó pálida como la muerte. Volvió a la recepción y preguntó si podían darle un mensaje al príncipe Peeta. Esperó mientras deliberaban, pero los minutos transcurrían y nadie le daba una respuesta. Volvió a sentarse sintiendo un hambre repentina; no había comido nada desde por la mañana. Pero no tenía otra opción que esperar. No podía marcharse mientras le quedara una pizca de esperanza de que él pudiera responder a su petición de tener una reunión.

Pasaron casi tres horas antes de que Peeta decidiera marcharse. Varios hombres enormes de rasgos árabes salieron del salón de baile y formaron una línea de guardia antes de que Peeta apareciera. Se movía con la gracia de una pantera. Su acompañante femenina casi tenía que correr para mantener su paso. Katniss nunca hubiera podido atravesar el cordón de seguridad que mantenía a los simples mortales alejados de su real presencia. Vio los destellos de las cámaras de los paparazis y oyó las preguntas que gritaban, pero Peeta los ignoró y bajó las escaleras.

—¿Señorita Everdeen?

Un hombre mayor, de piel oscura, le tendió una tarjeta, hizo una ligera reverencia y salió por la puerta.

Parpadeando por la sorpresa, Katniss miró con detenimiento la tarjeta. En ella, había una dirección y una hora de la tarde del día siguiente.

Respiró temblorosa. Peeta le estaba dando la oportunidad de que le explicara la situación de su familia. Pero si no hubiera esperado todas esas horas como una humilde mendiga reclamando la atención de su alteza real, no habría conseguido la audiencia. Sintió que volvía la rabia; reconoció cómo Peeta la hacía sufrir; primero el látigo, después el premio, pero sólo si se exhibía la humildad adecuada.

Recostado en la comodidad de su limusina, Peeta pensó en Katniss Everdeen desafiantemente vestida con esas ropas masculinas que a él nunca le habían gustado. ¿Por qué se vestía de ese modo? No mermaba en absoluto su belleza natural. Incluso con el pelo recogido, los ojos gris plata y la boca con forma de corazón prácticamente sin maquillaje, era capaz de atraer la atención de todos los hombres de las proximidades.

Peeta había disfrutado manteniéndola a la espera. Sabía la clase de mujer que era y no cedería ni un ápice cuando tratara con ella. La verdad era que ser rudo le salía de modo natural, mucho más fácil que ser tierno o contenido. Mientras se entretenía recordando a Katniss, descubrió que la sensación de poder ilimitado era un potente afrodisíaco. La morena que tenía a su lado le apoyó una estilizada mano en el muslo. Peeta apretó el botón que oscurecía las ventanillas…

¿Y qué tal? ¿Qué les pareció?

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Nos vemos en el próximo capítulo.