Shingeki no Kyojin pertenece a Hajime Isayama.
Espiral —Porter || —›OST.
«Amor es el intercambio de dos fantasías y el contacto de dos egoísmos». —Ρaul Αúguez ||
Punzada y Conflicto
Jean suspiró y se pasó la mano por el rostro en un gesto de hastío silencioso. Habían transcurrido diez días ya desde la agridulce victoria contra los Guerreros. Frente suyo, en una elegante mesa de madera pulida, se hallaban una serie de documentos a los que él mismo, junto a Hange habían estado trabajando por la aproximada semana y media que había pasado.
El progreso que querían establecer de acuerdo a la información recolectada en los tres libros que había dejado Grisha Jäeger en el sótano de su casa había favorecido en muchos aspectos, de esta forma pudieron afiligranar todas la ideas que Hange Zoë daba a conocer.
El aprontamiento del papeleo y la estructuración de los reportes añadidos a las bitácoras del nuevo Comandante lo mantuvieron un poco alejado de los sombríos pensamientos que hasta ahora no había podido sosegar. Y aunque no del todo, al menos hasta cierto punto le daban cierta tranquilidad, incentivándolo a trabajar más. Algo que su nuevo «puesto» (dadas las bajas y al que no estaba seguro si era algo fijo) le ofrecía continuamente; diversas actividades y obligaciones.
Sabía por Hange y Armin —sobre todo por éste último—, que tanto Eren como Mikasa no la estaban pasando bien en los calabozos. De acuerdo con las palabras de Armin, Eren estaba sobrellevando el asunto de la «verdad» lo mejor que podía, no obstante Mikasa estaba renuente a aceptar que una vez más, Eren se alejaba de su lado, y aún peor, que Armin después de irónicamente haber sido salvado por el suero, se unía a ese destino fúnebre del que se relataba en aquellas libretas. Como resultado ambos jóvenes estaban en un estado de activa depresión, rezumando en contraparte de su gran pasión y ferocidad.
Debido a la audiencia que estaba a punto de llevarse a cabo y otros factores (varios estratégico-políticos), Mikasa y Eren fueron absueltos de su castigo por incumplir las reglas de comando al oponerse a su superior, el cual constaba de veinte días y que sólo cumplieron la mitad. El mismo Comandante Zackly había dado la orden de sacarlos. A Jean le había parecido algo absurdo meterlos en los calabozos por tantos días a pesar de estar consciente que era el castigo merecido por sus acciones. Después de todo, cada uno debía afrontar la responsabilidad de sus actos, asimismo de sus logros. Aunque de igual modo sabía qué significado tenía aquel castigo. Era una maldita paradoja, porque de haber sido él su superior, habría hecho lo mismo: encerrarlos y darle un castigo donde meditaran tal acción y lo que estaba en juego, pero también sabía que si él calzara en los zapatos de ellos no lo hubiese pensado dos veces de haber estado Marco en la misma situación.
Por eso esta vez no podía darle discusión a la forma en que Eren llevó a cabo su comportamiento, incluso había comprendido y admirado el que ambos lucharan con tanta pasión a la hora de defender sus resoluciones, en este caso: salvar a su amigo. Fue eso mismo lo que le llevó recordar a Marco Bodt, puesto que él ni siquiera tuvo la oportunidad de pelear la vida del pecoso.
Y en cierto modo la cosa no le hacía gracia completamente, no comprendía la razón todavía.
Releyó los informes dejando a un lado aquellos pensamientos, a su lado estaba Hange con amagos llenos de concentración en sus propias ideas, ojeando los papeles y esperando la entrada de la reina Historia a la habitación.
Al poco rato, en la entrada, un guardia anunció la llegada de Historia Reiss, en cuanto se les notificó se pusieron en pie; muestra de cortesía y respeto ante la máxima autoridad dentro de los Muros.
Jean no pudo pasar por alto todo el cambio al que Historia, anteriormente conocida como Christa, se había sometido. Mostrándose tal cual era realmente y al mismo tiempo dándose cuenta de que todo lo que la componía era parte de ella misma; la de del pasado y la del presente, esa rebeldía marcada en sus acciones dejaban eso claro. La joven reina se acercó vestida de forma similar a ellos salvo que su gabardina ya no tenía el logo de la Legión, sino el de la división general y encima de sus hombros un abrigo con la misma insignia estampada en la espalda. Caminó sin pasos presurosos o arrogantes hasta llegar a ellos, ofreciéndoles un saludo parsimonioso.
Más temprano que tarde empezaron a hablar sobre lo ocurrido en la última batalla, Hange sin omitir información le habló sobre los hechos llegando así al punto de la carta que Reiner le había pedido hacerle llegar de parte de Ymir, la cual pasó a manos de la reina no sin antes haber sido examinada de forma meticulosa esperando hallar alguna información que les sirviese o descartase cualquier engaño.
Jean había perdido la cuenta de todas la veces que había leído la maldita carta junto a Hange sin encontrar algo de valor, tan sólo le quedaba la esperanza de que aquellas tres hojas con los garabatos de «amor» que Ymir había escrito guardara algún cifrado que sólo Historia pudiese detectar.
La respuesta a ello no fue muy esperanzadora dado que la misma Historia prácticamente descartaba la utilidad de aquella carta, dejándola ver como otro de los delirios extravagantes de aquella mujer tan pesada. Y sin embargo él pudo ver cuán doloroso eran aquellas palabras para Historia y el valor sentimental que debían suponerle; ésa despedida amarga.
La voz del Capitán Levi del otro lado de la puerta fue el aviso de su llegada, y a la que Jean de antemano estaba informado que vendría en compañía del trío oriundo de Shiganshina. Sin poder evitarlo miró hacia la puerta, cuando la voz antipática del sujeto pequeño se hizo escuchar.
El cuarteto de legionarios se adentró mostrando una variedad de ánimos reflejados en cada uno de sus rostros. El Capitán por su parte, sólo dejaba ver su particular estoicismo, aledaño a su penetrante mirada. Su mal humor parecía guardado para otra ocasión. Eren estaba inusualmente tranquilo, algo sumamente notable después de todo lo que había sucedido, aquella impresión le llevó a querer averiguar de qué modo en realidad estaba manejando la situación.
Armin, como en los últimos días, no parecía especialmente abrumado por lo dicho en las libretas, o al menos lo escondía bastante bien. De hecho se preguntaba cómo es que lo estaba llevando con tanta serenidad. Su modo ver o hacer las cosas con tal pragmatismo, en ocasiones lo dejaba perplejo y aunque no lo admitía en voz alta, también le ocasionaba un poco de miedo.
Y por último estaba ella. En lo primero que reparó fue en la mirada cargada de melancolía que destilaba, luego se fijó en sus facciones notando la pérdida de peso. Quiso maldecir en ese mismo instante. Por esa razón le había costado tanto mirar hacia ella, dejándola adrede para el final; no queriendo verla en aquel penumbroso estado.
Conocía a Mikasa —y no era sólo cuestión de su fascinación— de tanto observarla, como de haber estado a su lado lo suficiente para sacar conjeturas sobre ella, y no eran simples ideas o suposiciones; al final éstas resultaban bastantes cercanas a la verdad o incluso demasiado autenticas como para tratar de refutarlas.
Ni si quiera tuvo que ser tan refulgente como para darse cuenta que la chica se estaba sometiendo a un régimen que sólo indicaba su intrincado rehúso al destino de Eren. Frente a sus ojos estaba la evidencia de su negativa por comer y su falta de reposo: varios kilos menos y unas sombras oscuras bajos sus ojos.
Una furia creció de pronto en él, y posando sus orbes ambarinos sobre la silueta del joven que se conocía por ser el epítome de la ira, la recargó sin poder evitarlo.
Algunas personas tenían razón al decir que el amor era fuerte; porque era tal su ferocidad que era capaz de cegar a la razón, aun cuando se podía estar consciente de lo que sucedía en ambas líneas: esas similitudes y esas diferencias tan humanas imposibles de no ver o vislumbrar. Lleno de matices y variantes, un mundo de emociones y colores que se fundían entre la luz y oscuridad.
Jean no estaba exento de albergar aquel sentimiento, y aunque su «cordura» no se iba por completo, sí llegaba a pisar aquel terreno formando divergencia entre su mente y emociones.
Miró fijamente a sus compañeros tratando de obtener una salida a aquella sumersión tan exasperante, en cambio, lo que divisó fue una máscara incapaz de funcionar: una que no era capaz siquiera de disgregar al amigo del soldado, y que sin embargo realzaba a un crecer precoz; a esos niños vueltos adultos antes de tiempo, resultado de una época pugnada —sabiendo a medias que— por sus propias ideas y prácticas. Fue suficiente para aflojar su furia, porque aunque se consideraba un egoísta empedernido y un descarado hijo de puta, su modo de enjuiciar, graduablemente había dado un giro.
Al ver a sus compañeros intentando sonreír, y notando que ésta «sonrisa» que salió no llegaba hasta sus ojos, se dispuso a reordenar los documentos, irguiéndose en el proceso y tratando de que la bilis en su garganta no ascendiera aún más. No sin antes notar que el comportamiento de Armin era más extraño de lo normal; como si supiese o supusiera algo que los demás no.
Cada vez que se reunían para hacer el traspaso del inventario (por fragmentos) de las memorias que Eren poco a poco iba adquiriendo, notaba ese no sé qué en el rubio. Al principio lo atribuyó al hecho de cómo se habían dado las cosas; la culpa que cargaba su amigo por haber sido el elegido para sobrevivir. Pero luego notó que era algo más allá y lo relacionaba con el mismo Eren porque él mismo ya tenía sus propias suposiciones sobre el chico, dada la información que habían obtenido gracias al padre de Eren y que poco a poco se iban confirmando según los relatos de cada memoria de éste último.
Su brazo estaba mejorando, y aunque le incomodaba —a la hora de flexionarlo o cuando tenía que posicionarse para dormir—, lo peor era no poder hacer uso de él. Se sentía demasiado limitado.
A su lado Hange informó en un resumen limpio de lo que iba tratarse en la audiencia; dejando claro los puntos que iban a tocarse y cómo debían comportarse.
Sin poder contenerse, le dio una última mirada a la joven Ackerman y volvió a suspirar cansinamente.
El oficial Kirschtein apretó sus dientes con profunda molestia por el episodio ocurrido en la ceremonia: la chocante disputa que surgió entre sus compañeros y a la que él sin duda se mezcló.
Tuvo que contenerse extremadamente, por poco y actuó igual que Eren; sin pensar primero y utilizar la violencia como arma y escudo.
Pero ganas no le faltaron a la hora de pegarle un puñetazo a Floch, quien había actuado queriendo ser el centro de atención, como si los demás no se sintiesen mal y algo ansiosos de por sí.
La furia de Jean ganó más terreno cuando el exmiembro de la Garrison dejó en claro que todos los demás eran unos hipócritas al tratar de censurarlo en frente de Hitch. De no haber estado en aquella sala, lo habría golpeado él mismo y dejado que Eren lo rematase. ¡Cómo demonios se le había metido en la cabeza que Mikasa se había rendido! ¡Señalarlos, como si todo lo ocurrido para los demás fuera algo muy fácil!
Lo peor era, que en aquel idiota hallaba tanta veracidad, y no sólo eso, una semejanza consigo mismo en el pasado.
Como alguien que vivía inclinado a la franqueza desde que tenía uso de razón, el joven de Trost reconoció aquello; por supuesto, él jamás hubiese podido mentirle a Hitch respecto a Marlo, pero después de haber atravesado aquel calvario y seguir en una lucha que aún no tenía cierre, comprendió que no era el momento ni el lugar para hablarle sobre eso, mucho menos para vomitar todas esas sandeces posterior a ello sin comprender realmente por qué, cada cual de había actuado como lo hizo. Y entendía a qué se apoyaba Floch. Cada quien lo hacía por lo que creía correcto; él mismo podía dar pruebas de que era así, de ejemplo podía poner lo sucedido con Reiner, lo cual aún le pesaba. Sin embargo, había una diferencia abismal: que en las posiciones más difíciles, Jean había podido luchar contra sus miedos y se había enfrentado a la situación sin ahogarse en un charco de lástima hacia sí.
O al menos eso quería seguir creyendo; que no había actuado como un maldito hipócrita a la hora de acallar la opinión de Floch sólo para que no hiriese a sus compañeros, pero sobre todo, a Mikasa.
Apoyó la espalda contra la pared y automáticamente se pasó una mano por el cabello, como si de esa forma pudiese borrar los trozos de pensamientos que le llegaban.
Miró a derredor la habitación en la que actualmente dormía y trabajaba cuando no estaba junto a Hange o cualquier otro compañero; cuatro paredes de roca labrada, con velas ahora encendidas incrustadas, dos literas de cada lado, uno que otro armario y una mesa de trabajo con una lámpara de parafina. Sencillo y funcional. Nada de calidez o comodidad. Un castillo de cristal; una pieza que se desmoronaría en cualquier momento.
Apretó la medalla de condecoración que reposaba sobre su pecho con las Alas de la Libertad dibujadas.
Para qué eran esas medallas había inquirido Floch con molestia y lo mismo se preguntaba él. Estaba seguro de que cada uno tenía una respuesta distinta para esa pregunta —aún, cuando siquiera se les había ocurrido nada o por el contrario la habían hallado—, que a ratos no se alejaría de ser similares por más distintas que fueran, al fin y al cabo la verdad en las tres libretas dejaba al descubierto un sendero ominoso que conducía a su ansiada libertad y tomaba más peso con cada memoria que Eren lograba obtener, la cual estaba siendo difícil de asimilar y probablemente por un tiempo seguiría así. Lo que casi, los estaba volviendo más locos que el mundo enjaulado que habitaban.
Subió ambas manos al cuello y se sacó la medalla, la sostuvo en la palma de su mano por unos segundos mientras la miró fijo, hasta que finalmente la guardó en un cajón. Ninguna condecoración o diploma podría devolverles nada de lo que habían perdido en aquella guerra, asimismo era un recordatorio de que habían pagado más que con sangre y esfuerzos los resultados que habían obtenido: una victoria a punta de sacrificios. Y qué más podían hacer, no se trataba de quién vivía hoy y moría mañana, cuando todos podrían estar muertos igualmente, pensó cortado. Cuán embusteros habían sido aquellos que se llenaban la boca diciendo que la guerra era una cuestión de honor y gloria. Mentira. La guerra se trataba de sobrevivir. Matar o morir. Un trabajo sumamente horroroso.
Decidió sacarse el estrés junto con los residuos que su piel había cargado durante el día: iba tomar una ducha.
Fue al armario y sacó sus prendas de civil junto con las cosas de aseo personal más una toalla, las introdujo todas en un canasto mediano y salió de allí en dirección a los baños comunes.
Durante el recorrido hacia las duchas no pudo evitar recordar algunas charlas que, entre murmullos o, tonos subidos de forma intencional, hacían mención sobre la decisión del Capitán Levi: la queja por haber escogido, según los juicios que oía, a un chico sin la total experiencia o algún talento servible en comparación al fallecido Comandante Erwin Smith. Y de paso, el marcado desprecio hacia los únicos sobrevivientes de la Legión, puesto que no era un secreto que todavía existía cierto rechazo para ellos y sus formas de llevar a cabo las cosas por parte de algunos miembros de las otras divisiones militares a pesar de los buenos resultados que se hubiesen obtenido. Y si era un secreto, lo era a gritos.
Entró a la estancia con el ceño fruncido, se fijó que no había nadie, lo que agradeció internamente. No estaba para lidiar con alguna persona en ese momento.
Se desnudó mecánicamente, entró a una de las cabinas y abrió el grifo. El agua salió, fría, espabilante, justo lo que necesitaba: algo que le aclarase las ideas o en su caso, disipar las incertidumbres que lo embargaban.
El agua corría por todo su cuerpo, desde su cabeza hasta perderse en los pies, se enjabonó aceleradamente y, de hecho, la ducha estaba dando buenos resultados, puesto que tenía los músculos más relajados y la mente algo más despejada.
En pocos minutos estuvo completamente limpio, pero se quedó bajo el chorro de agua un rato más por lo confortable de la percepción. Ya al sentir una ligera brisa y notar que el agua estaba mucho más helada decidió salir, con la piel erizada pero con una sensación fresca.
Agarró la toalla y se secó la cara, seguido del resto de su cuerpo y por último el cabello, que le quedó disparado en varias direcciones debido la natural aspereza con la que ejecutó los movimientos. Empezó a vestirse, estaba poniéndose los pantalones cuando escuchó voces que se acercaban por el pasillo que llevaba hasta allí, así que apresuró el ritmo para irse lo más rápido posible y evitar a quienes fuesen los que venían. Sin embargo todo se fue al diablo cuando notó las voces más claras ya entrando, y, aunque ya estaba completamente vestido y atándose los cordones de los zapatos, aquello no impidió reconocer que la voces que estaban discutiendo eran Mikasa y Eren.
Demonios, pensó irritado. Lo habían tomado desprevenido; en el sentido que, nunca pasó por su mente que fuese alguno de ellos a aparecer. Mucho menos los dos al mismo tiempo.
—No son pesadillas. Ahora todo toma sentido, Mikasa. ¿Porqué sales con algo así a estas alturas? —Se escuchaba la voz de Eren, una mezcla de frustración y pesadumbre.
Mikasa no dijo nada, pero el sonido de las pisadas de unas botas —podrían ser las de ella o las de Eren, puesto que Jean no los estaba mirando— indicaban movimientos por parte de alguno.
—Porque si todo eso ese verdad, entonces me quedaré completamente sola —respondió segundos después, abatida.
Y entonces Jean, se asomó y vio cómo Mikasa había abrazado a Eren.
Eren no sabía cómo reaccionar ante aquel gesto cariñoso, mucho menos a las palabras que salieron de la boca de Mikasa; se quedó estático, sin alejar a la chica, pero tampoco acercándola. Si hubiese llevado su mirada detrás de la joven Ackerman, habría podido ver cómo Jean, con toda la dignidad posible, esperaba a que terminaran aquella escena.
Extrañamente Mikasa de vez en mes, exteriorizaba lo que sentía. Pero ahí estaba, mostrando una vez más esa sensibilidad tallada con la que la mayoría de los seres humanos nacían aun cuando había que hacerla a un lado o disiparla. Enterrarla en lo más recóndito para hacer a un lado los pensamientos o acciones que sólo podrían llevarlos contra sí mismos. Una sensibilidad que aporreaba esa fortaleza que les había servido de mucho para afrontar aquel espiral de locuras y pesadillas, y que, al mismo tiempo había dado el empuje para pelear con desesperación por la vida y el amor. Una contrariedad que yacía en la crueldad y belleza del mundo. Una esperanza y una resignación, muestra de lo voluble y confuso que era el querer y vivir.
El mayor caos y salvación universal.
Un dilema que debían afrontar.
«Posiblemente me quería, vaya uno a saberlo, pero lo cierto es que tenía una habilidad especial para herirme». —Μario Βenedetti ||
NOTA.
Pienso que para darle forma a la relación de Jean y Mikasa hay que puentear con Eren. Tal vez la aptitud de Jean parezca incongruente o inverosímil, pero creo que estos momentos fueron cruciales para alcanzar la madurez que tiene actualmente, de hecho, la de todos.
—Hetyes.
