El siguiente fic participa en el Amigo Invisible del foro La Caja de Pandora (LCDP).

Y tengo el placer de regalarle a... ¡Nybell!

«1. Ésta navidad Kyoko ha tomado una decisión que deja perplejos a todos: regresará a Kyoto a pasar las festividades ¿Qué razón puede tener para hacerlo? ¿Y qué harán Sho y Ren, quiénes no logran asimilar tal noticia?»

¡Estoy bastante nerviosa! No sé si esto satisfará tu petición, Nybell, pero que sepas que lo he hecho desde el fondo de mi kokoro (ho ho ho).

N/A: Este fic es una mezcla de bastantes cosas que yo necesitaba incluir para llegar a donde quería. Por tanto, no va a contar solamente con una pareja protagónica, y además, hay una carga bastante considerable de momentos "flashback" que ustedes siempre van a encontrar escritos en cursiva. Si algo no les queda claro, pues, para eso estoy yo (xD), y feliz de la vida resuelvo las dudas.

Disclaimer: Skip Beat y sus personajes son de Nakamura Yoshiki.

Advertencias: Spoiler #204 del manga.


El final del sueño


Parte I

Los niveles de agitación en la empresa se disparaban por momentos. Maria sabía que no era casualidad que los estirados encargados de departamentos se mostraran más tolerantes con ella cada vez que la descubrían con una nueva travesura en marcha. La gente sonreía sin razón, los enemigos íntimos se hacían halagos, y ya ni siquiera Sawara Takenori tenía alguna queja con la que inflar los buzones del Presidente Takarada. Todo el mundo parecía aguardar con impaciencia el momento de agasajarla con algún caramelo y, no recordaba las veces en las que habían revuelto su largo cabello para recordarle lo mucho que había crecido desde la última vez, incluso cuando estaba bastante segura de no haberse topado con ese rostro nunca antes.

Algo grave sucedía y ella sabía perfectamente de qué se trataba.

Era ni más ni menos que el virus navideño.

El más tóxico, indestructible y más ridículo de todos cuantos pudieran amenazar a la especie humana. No importaba lo mucho que quisieras resistirte a él, al cabo de un corto periodo de tiempo, acabarías decorando el portón de tu hogar con estúpidas luces de fantasía y un enjambre de muérdagos, exactamente igual que el resto de mortales. Sin ninguna cura milagrosa más que el lento y despiadado transcurrir del invierno, sin un sólo lugar en el mundo en el que poder refugiarte de la acuciante invasión de repentina cordialidad y exceso de purpurina.

«Una auténtica pérdida del conocimiento y del dinero», pensó Maria, resignada.

Con sus delgados bracitos, tiró fuertemente del asa de la pesada bolsa de la que sobresalía una cabeza de ciervo a medio decapitar. Las cadenetas de centelleantes colores se enroscaban alrededor de su cuello con la misma fiereza que una víbora, y había una decena de muñequitos de nieve que colgaban de sus dedos, paraguas de caramelo que asomaban de sus bolsillos y bolitas doradas que se desparramaban de sus brazos hacia todas las direcciones del amplio rellano.

—¡Sonríe, Maria-chan!

Una exasperante ceja rubia se alzó en su rostro cuando vio a Yashiro Yukihito parado en mitad del pasillo con el objetivo de su teléfono móvil enfocándola desde la distancia. Estaba tan embelesado con su adorable figura adornada cual pino navideño que realmente era una lástima que sus babas fuesen a echar a perder semejante jersey con copos de nieve y pequeños trineos.

—¡Estás encantadora! Ésta la incluiremos en las postales personales del Presidente...

—Atrévase y entrará directamente al primer puesto de mi lista de enemigos —amenazó la niña en principio, para luego soltar un cansado suspiro—. Ya es suficientemente vergonzoso tener que organizar esta absurda fiesta...

En un par de pasos rápidos, el manager se posicionó frente a la niña, sorprendido.

—¿Absurda? Creía que la Navidad era una fecha importante para ti —apuntó con una temporal desilusión—. Después del éxito de la fiesta del año pasado, pensé que estabas ansiosa por volver a organizarla otra vez.

—No era una fiesta de Navidad —le refutó casi ofendida—. Era un evento de agradecimiento. Además, todo el mundo sabe que onee-san tuvo la mayor parte del mérito. Ahora que ella no va a estar por aquí, todo esto ha dejado de tener su gracia...

—¿Cómo dices...?

La nieta del Presidente se puso repentinamente rígida. Masticó alguna maldición y, cuando se atrevió a mirarle a los ojos de nuevo, ya vestía una flamante sonrisa inocente. Sin embargo y para su desgracia, el hombre frente a ella ladeó la cabeza y estrechó los párpados como si intuyera que le ocultaba algo. Y no cualquier cosa.

—Supongo que tendrá muchas tareas que hacer, Yashiiro-san, de modo que me apresuraré también con las mías si quiero que el salón esté decorado antes de que acabe el año... —Su cerebro activó la retirada estratégica y gruñó por lo bajo cuando se dio cuenta de que no había dejado de caminar sobre el mismo trecho.

—¿Maria-chan?

Para cuando volteó el rostro, el manager la observaba con una tensa sonrisa en los labios mientras sujetaba decididamente del otro extremo de la enorme bolsa.

Con una sola mirada le bastó para comprender que Yashiro no se rendiría.

—¡Oh, vamos! ¡Haga como que no me ha oído! Si alguien más se entera, ¡estoy muerta!

—Cálmate, Maria-chan. Después de que compartamos este pequeño secreto podrás marcharte como si nada.

Maria frunció el ceño en actitud arrogante, pero la expresión del hombre no cambió en ningún momento. Dando un sonoro resoplido, aventuró:

—Se suponía que esto no tenía que saberlo nadie antes de tiempo. Se lo prometí al abuelo, y también a onee-san. Cuando me pidió que volviera a hacer felices a los demás por Navidad, le aseguré que haría lo que fuera para que todos volvieran a sonreír de nuevo. Pero...

Cuando la niña se interrumpió para fijar la vista en el enredo de sus dedos, Yashiro Yukihito cayó en cuenta de que el asunto era peor de lo que esperaba. Con delicadeza, se acuclilló frente a la niña y acarició uno de sus largos bucles de oro para ganarse su atención. Sabía que a sus cortos años la nieta de Takarada Lory poseía una tenebrosa habilidad para manipular sus emociones, pero una tristeza tan profunda no podía ser fingida.

—¿Pero..., María? —la instó sujetando con firmeza sus brazos.

—Me dijo que si lo conseguía ella también estaría contenta, incluso aunque no estuviera con nosotros. No me explicó por qué, sólo que ya no podía quedarse. El abuelo dice que las Navidades son fechas para pasarlas junto a personas que nos importan y nos hacen felices... —Volvió a agachar la mirada y a morderse el labio inferior—. Pero onee-san no lo estaba, Yashiro-san. Nunca la había visto tan triste antes. Como si estuviera decepcionada o como si huyera de algo que hacía sufrir a su corazón.

La saliva se atoró en la garganta del agente. Maria se frotó la nariz para retener las lágrimas y él la acomodó tiernamente contra su pecho.

Una potente punzada terminó de romper su tranquilidad. Yashiro recordaba perfectamente que Mogami Kyoko no era la única miembro de LME que había entramado planes a espaldas de los demás... La tristeza inconmensurable que sintió al respecto le partía el alma.

Si Tsuruga Ren llegaba a enterarse de que la chica a la que iba a declararse después de tantísimo tiempo había desaparecido sin más, el perfecto proyecto de felicidad que se merecía se destruiría junto con él. Las cosas habían avanzado mucho desde el último año para que todo cayera por la borda...

No, no podía permitirlo. El actor japonés amaba a Mogami Kyoko y era obvio que ella siempre había sentido algo poderoso por él. La chica debía haber tenido algún gran inconveniente para faltar en una fecha tan importante junto a aquellos a los que consideraba su única familia. Y él, por supuesto, pensaba averiguarlo antes de que su representado llegara a enterarse de ello.

Esa niña terca no pediría ayuda aunque su vida pendiera de un hilo, por lo que él se encargaría de resolver cualquier entramado sin que hubiera nada que afectase el precioso día de ensueño que a ambos jóvenes les esperaba el 25 de diciembre.

Con esa firme idea en mente, se separó a la niña para encararla con seriedad.

—De acuerdo, Maria-chan. Te garantizo que la magia de la Navidad hará algo esta vez para solucionar todo esto, pero tienes que prometerme que serás más cuidadosa la próxima vez. —La niña le miró con sus grandes ojos acuosos llenos de expectación—. Tsuruga Ren no debe enterarse de esto, ¿está bien? Se pondría muy triste y tú tienes una misión de Kyoko-chan que cumplir.

La pequeña asintió con un ánimo repentinamente renovado. Yashiro le acarició con suavidad la mejilla y ella emprendió su camino arrastrando la pesada bolsa y los tediosos adornos navideños.

Yukihito se frotó las manos para infundirse ánimo. Indudablemente, los primeros pasos para su investigación lo conducían hacia el despacho del Presidente Lory. Sin embargo, justo cuando cruzó la primera esquina, golpeó con la punta del pie algún objeto que hizo un ruido metálico. El manager se arrodilló para alzarlo con cautela.

Eran las llaves de un vehículo de alta gama y, Yashiro podía evocar casi con naturalidad sus refinados acabados plateados.

«Mierda...», se lamentó el hombre.

Ahora sí que no había nada más que hacer...

.

.

.

Recordaba el sabor cítrico que la mezcla de frutas había creado en su paladar. Dio un sorbo más antes de apartarse la pajita y dedicó una mirada contemplativa a la arena blanca como diminutos diamantes y al sol anaranjado que ahora se colaba débil entre las palmeras. Al brillo de la espuma y del mar que parecía susurrarle en la lejanía palabras que sonaban atronadoras dentro de su cabeza.

Entonces, se volteó a verla.

Estaba allí, y no lo estaba.

Tras sentir el peso de su mirada, la chica dejó de mirarle a los ojos, a los labios, al revuelo que la agradable brisa veraniega creaba en su pelo. A ese no sé qué que pareciera querer encontrar en alguna parte de su fisonomía. Y en su infructuoso intento, Ren comprendió que ella estaba incómoda; como si mágicamente no fuera la misma chica encantadora que encontrara en la playa hace unas horas. O como si el que hubiese cambiado por completo fuera efectivamente él.

Mogami-san, ¿hay algo mal con tu refresco? —preguntó confuso, haciendo que la aludida diera un pequeño brinco sobre su asiento de mimbre.

No, no... De verdad tenía razón. Nunca había probado un zumo tropical tan bueno como éste.

¿Estás segura? Porque encuentro un poco complicado que puedas apreciarlo sólo con los ojos.

La chica bajó su mirada en busca de su copa de refresco y sus mejillas se colorearon cuando la encontró intacta. Soltó una risita nerviosa y enseguida rodeó la pajita con los labios.

Daba igual lo que hiciera. Ni el mejor manjar ni las vistas más impresionantes harían que Kyoko disfrutara de su estancia allí con su perturbadora compañía. No después del inesperado encuentro en la playa con el Príncipe de las Hadas...

El nudo volvió a apretarse bajo su pecho cuando Ren reparó en su penosa situación. ¿Acaso había algo más patético que sentir celos? Sobre todo porque era absolutamente consciente de que su anterior acompañante y el único al que extrañaba la chica, resultaba ser también él. O al menos, un reflejo de sí mismo, tan abstracto como un rayo de luz dividido en porciones al atravesar un prisma. Aunque, eso no disminuía sus celos en absoluto...

Corn siempre proyectaría sobre él una indestructible sombra de la que jamás escaparía. Ren no podía superar su posición en el corazón de la chica que tenía delante por más que lo intentara.

Tsuruga Ren —pronunció ella, y él rodó los ojos inmediatamente para verla, aunque ella no le prestó atención. Su interés residía en el remolino que creaba con la pajita sobre la superficie de su vaso, mientras movía los labios una y otra vez—. Tsuruga Ren... Tsu.. ru... ga... Ren... —entonaba monótona.

Inesperadamente, ella congeló todo movimiento para alzar la vista.

¿Cuál es su nombre real, Tsuruga-san?

El último sorbo de jugo le obstruyó la garganta antes de que pudiera tomar la servilleta con la que evitar el desastre.

Ren se limpió la comisura de la boca mientras la miraba absorto. Cielo Santo, eso había sido inesperado. Muy inesperado. Aguardaba que en aquella sucesión de segundos algo verdaderamente eficaz brotara en mitad del blanco impoluto de su cabeza, pero ningún buen pensamiento acudió en su ayuda.

Mogami-san, ¿por qué ese interés tan de repente...? —inquirió, preparado para cualquier ocurrencia suya, únicamente comprobando cómo ella se encogía de hombros.

No lo sé. Curiosidad, supongo. Después de tanto tiempo, incluso teniendo en cuenta que alguna vez me encargué de ser su manager y de manejar sus asuntos, estaba pensando que era bastante llamativo que yo no hubiese sabido nunca su auténtico nombre.

No es algo tan extraordinario si reparas en que realmente siempre hemos convivido en un ámbito profesional...

Antes de terminar su frase ya se había dado cuenta del error garrafal que había cometido. Instintivamente, sus dedos habían rodeado la copa, aunque después de la fugaz expresión de sorpresa y pesadumbre por partes iguales en el rostro de la actriz, no sintió que tuviese fuerzas para levantarla hasta sus resecos labios.

Lo que quería decir...

No, está bien —le interrumpió ella con una sonrisa tirante—. Esto ha sido muy indiscreto por mi parte. Por favor, acepte mis disculpas, Tsuruga-san. No quería hacerle sentir incómodo.

Un momentáneo silencio se propagó entre ambos mientras se maldecía interiormente por no ser capaz de actuar con propiedad. Lo último que quería es que ella llegara a sentirse mal. Eso nunca. Si algo había fallado era responsabilidad suya. Pero, apartarse la máscara que le había estado protegiendo durante años para abrirle su corazón, no era tarea sencilla.

Creo que estoy un poco cansada —añadió la chica poniéndose de pie—. Si no le importa voy a retirarme primero. Apenas he tenido tiempo para dormir antes del viaje y el vuelo también ha sido aparatoso.

Kyoko se despidió de él sin cruzar realmente sus ojos. Ren deseó retenerla, sujetar su muñeca con convicción y exponerle esa otra realidad que llevaba tanto tiempo quitándole el sueño. Pero, por más inmensos que fueran sus deseos de sincerarse con la chica, sólo un escueto «buenas noches» escapó de sus labios antes de que ella pudiera darse media vuelta y marcharse definitivamente.

No podía contarle la verdad. No debía. Porque él no quería perderla. No ahora que había descubierto que ella era la única persona capaz de salvar el último rayo de luz que pudiera quedarle dentro.

Ella estaba enamorada del falso espejismo de un hombre imperfecto...

Y él no estaba preparado para destruir ese recuerdo. Ni su ya maltrecho corazón.

Con pesadez, Ren abrió los ojos sin ser verdaderamente consciente del momento en que los había cerrado. El fragmento desapareció rápidamente de su cabeza, pero notó el punto exacto en donde parte de él había quedado anclado en su interior.

La sombría expresión en el usual rostro angelical de Mogami Kyoko provocaba que la energía de cada rincón de su ser se esfumara inmediatamente. Su encuentro con el Príncipe de las Hadas parecía haber absorbido su alegría, y sólo él tenía la culpa por ello. Ser el causante de su infelicidad era más de lo que podía soportar. Más de lo que podía permitirse. Más de lo que podía perdonarse nunca.

Si tan sólo hubiese sido valiente aquella vez y se hubiese enfrentado a sus mayores miedos explicándole a Kyoko la persona que era en realidad, tal vez habría tenido una oportunidad de arreglar las cosas. Ahora era evidente que la actriz no necesitaba escuchar más.

"Nunca la había visto tan triste antes."

"Como si estuviera decepcionada..."

"... o como si huyera de algo que hacía sufrir a su corazón."

Cuando Tsuruga Ren escuchó a Maria pronunciar esas palabras, la permanente opresión en su pecho aumentó considerablemente. No necesitaba seguir oyendo a hurtadillas para comprender que la causa de su tristeza había sido su actitud irresponsable.

Aun si quererlo, había sido incapaz de mantener con eficacia la máscara perfecta del príncipe Corn, y entre sus puntos débiles, Mogami Kyoko había advertido el abismo insondable que las experiencias de su pasado habían originado en su corazón. Para entonces, había pretendido restarle importancia con el fin de que su putrefacta oscuridad no mancillara la pureza de la chica, pero ya era demasiado tarde...

Ni siquiera Tsuruga Ren, la única porción de sí mismo que él era capaz de mostrarle, podía suponer un consuelo para la chica y, ciertamente, él no podía culparla. «No es algo tan extraordinario si reparas en que realmente siempre hemos convivido en un ámbito profesional.» Las palabras más desacertadas del mundo en el peor momento de todos habían sido capaces de destruir la complicidad que ambos habían construido durante meses, hasta el punto en que el gélido muro que ahora los separaba podía ser tocado con las puntas de los dedos.

El desenlace que tanto había tratado de evitar le había sido concedido precisamente jugando las cartas que había usado para sortearlo.

Se había prometido dejarla ir si ella lo deseaba, pero se hallaba contradiciendo sus propias palabras. No podía renunciara ella sin más. No hasta arrancarse la última espina del corazón. Tenía que recuperarla. Si la perdía a ella, entonces no tendría nada, nada que le importara de verdad. Aunque era mucho más fácil de decir que de hacer.

El vació que su partida le provocaba mitigaba sus esperanzas, pero deseaba oír el rechazo de su boca, por más cruel que fuera.

«No tienes que decidir nada ahora, pero debes saber que todo lo que va a importarme en el futuro va a depender de tu respuesta.»

¿Y si simplemente la había asustado?

¿Y si con su presión le había hecho sentir miedo?

Tsuruga Ren cerró los ojos, apoyó la cabeza contra la pared y suspiró con cansancio.

Tampoco iba a arreglar nada lamentándose a las puertas de su apartamento.

Poco después, el andar de unos pasos familiares sumado al tintineo metálico de algún objeto que podía imaginarse, le hicieron arquear una ceja. Lentamente abrió los ojos y se topó de bruces con las extraviadas llaves de su casa y su auto, y la sonriente expresión de su manager.

—Hey, tú, zoquete... Creo que te olvidaste esto... —le saludó Yashiro con una mirada cómplice del por qué y dónde las había perdido—. ¿Tenías pensado quedarte todo el día durmiendo en el pasillo? ¿Qué crees que iban a decir de ti los vecinos? Y más grave aún, ¿quién piensas que tendría que encargarse de limpiar toda esa penosa imagen?

Con un ademán de sonrisa, invitó al hombre a sentarse junto a él. A pesar de todo, no podía negar que se alegraba de verle.

—Y entonces, Ren, de una vez por todas, ¿quieres hablar del tema...?

El actor japonés bufó por la nariz antes de abrir la lata de cerveza que Yukihito acababa de pasarle.

Suponía que era una pregunta retórica.

.

.

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Fuwa Shotaro había tenido otros planes para ella. Desde que la conocía, siempre había sido así; como una pequeña y desvalida corderita perdida en el monte que siguiera ciegamente los pasos de su amo. Las circunstancias se habían modificado notablemente desde entonces, pero en su interior, Shotaro entendía que seguía siendo su luz la que señalaba el camino a seguir para Mogami Kyoko.

Sí, Shotaro había tenido otros proyectos en mente para su amiga y para él, y desde luego, estos no incluían enamorarse perdidamente de ella o hincar la rodilla ante sus pies. Que su indómito corazón se doblegase ante ella ya era más que suficiente y lo medianamente soportable para su henchido ego.

No era de extrañar que esos ojos de un ámbar indescriptible ardieran de miedo y rencor mientras lo observaban. La expresión gélida de la chica sería una que nadie más que él conocería jamás, y suponía que si así era, resultaba precisamente porque él le importaba.

A pesar de la frialdad que ella le mostraba, Shotaro era el único capaz de persuadirla y arrojarla a la más absoluta locura. Del mismo modo que el amor y el odio que albergaba por él, en el acelerado corazón que palpitaba ante su presencia, bailaba en compases muy parecidos.

Sin apartar la ceñuda mirada de ella, le confesó:

Esto es lo más difícil que haré nunca.

Ella no le prestó atención, siempre mirando a un punto cualquiera en la pared de aquel camerino, aunque no hubiera lugar a dudas sobre que cuando su voz, su sombra o su recuerdo se plantaba ante ella, el resto del mundo desaparecía.

Quiero... Necesito que me hagas un favor.

Inesperadamente, ella giró el cuello. Esperaba ver una sonrisa maliciosa en sus labios carnosos, pero sólo atisbó una profunda decepción.

Tu desfachatez es digna de admirarse —musitó ella con serenidad—. Si después de todo lo que hemos pasado juntos aún tienes la confianza de que voy a complacer cualquier capricho que se te antoje, entonces, es que no has estado prestando atención durante todo este tiempo o que, por el contrario, eres definitivamente más idiota de lo que creía. Lo cual me cuadraría bastante.

Kyoko volvió a apartar la mirada y él vio en sus ojos que continuaba pensando que seguía siendo el mismo chico inmaduro y engreído de siempre.

No estaría aquí si hubiera otro modo de solucionarlo.

Cállate, Shotaro. —Ella se aferró con impotencia el borde de su vestido—. Yo ya no soy una opción para alcanzar tus propósitos. No volveré a mover un dedo por ti.

No quiero que lo hagas por mí —respondió, apretando el puño sobre el tocador frente al que ambos estaban sentados.

En tu cerebro no hay espacio para pensar en nadie más que en ti mismo, Shotaro. Te conozco muy bien, no me vengas ahora con...

Okami-san está enferma.

Kyoko devolvió su atención a él de un movimiento rápido.

¿Mamá...? —inquirió en un hilo de voz, casi temerosa de que pronunciar aquella palabra en alto tuviera graves consecuencias. Él asintió apenas, y después de un largo minuto de estudiar su rostro para vislumbrar la más mínima falsedad, la chica aclaró—: Esto es impropio hasta de un ser mezquino como tú. —La rabia era ahora más perceptible en su voz—. Te juro que si te atreves a jugar con algo tan delicado como esto, jamás voy a perdonarte.

El modo en que su expresión se endureció, le hizo saber a ella que lo había hecho sentir ofendido. Shotaro buscó en los pliegues de su llamativa chaqueta de cuero negro y extrajo de él un arrugado papel que deslizó lentamente hacia ella a través de la mesa del tocador.

¿Qué es esto? —Ella miró el documento con vacilación antes de tomarlo y desdoblarlo cuidadosamente como si manipulara un explosivo.

Reconocerás la letra de mi madre. Me llegó hace una semana.

¿Una semana? Esta fechado desde hace un mes —dijo con indignación.

Ahórrate los comentarios. Sabes perfectamente que tardaría una semana en leer las cartas que llegan a mí en tan sólo un par de horas.

Ésta no es una estúpida carta de esas admiradoras que ni siquiera sabes que existen. —Kyoko maximizó el reflejo de su enfado—. Se trata de tu madre.

No he vuelto a saber de ellos desde entonces —señaló apenas. No tenía que esforzarse para que Kyoko recordara el momento en que ambos habían partido de Kyoto sin mirar atrás.

Eso no justifica tu desentendimiento. Siempre has sido un irresponsable.

Deberías saber mejor que nadie cuál es exactamente la relación con mis padres.

Y sólo tú tienes la culpa de eso.

La palma de Shotaro incidió sobre la mesa antes de que pudiera levantarse de un movimiento abrupto. Estaba colérico, sus mandíbulas aplastadas y los ojos fijos en ella como dos estacas llameantes. No era aconsejable perder los papeles frente a ella ahora que la necesitaba, pero no podía evitar sentir dolor ante sus reproches. Porque, a pesar de sus diferencias, Kyoko estaba siendo injusta.

Si ella le había apoyado en su decisión de abandonar a sus padres en contra de todos sus deseos, era porque también sabía que su situación allí era insostenible.

Sólo pretendes hacerme daño. Pero si no me escuchas, no me lo estarás causando a mí —compartió mientras la miraba desde su altura, y ella suavizó el entrecejo.

¿Qué quieres?

Ya sabes lo que quiero —dijo una vez que se hubo tranquilizado. Volvió a acomodarse sobre la silla frente a ella e hizo un gesto descuidado hacia la carta que aún sostenía ella entre las manos—. Es la única forma. Sólo por Navidad.

No pienso honrar esa insinuación con una respuesta. Es tu vida y estos son tus problemas. Encárgate tú mismo de ellos.

¿Crees de verdad que allí han cambiado las cosas desde que nos marchamos? —Su silla se arrastró unos palmos hacia delante—. Me he convertido exactamente en lo que una familia tradicional como la mía detesta. Incluso si regreso, eso sólo empeoraría las cosas. Lo único que daría un poco de paz a Okami-san es ver que finalmente los jóvenes a los que crió acaban formando un futuro juntos, tal y como ella quería, y yo estoy dispuesto a sacrificarme por un tiempo si tú colaboras conmigo. —Ella le enfocó con ojos totalmente incrédulos—. No lo hagas por mí, hazlo por la única persona que se apiadó de ti cuando más lo necesitabas. Me parece que le debes algo.

Kyoko se puso en pie con tanta brutalidad que la silla cayó sobre sus patas traseras. Arrojó la carta contra el muchacho y abrió la puerta del camerino para indicarle su camino a tomar.

Márchate, Shotaro.

No voy a...

¡Márchate! —gritó, con la voz repentinamente temblorosa—. No quiero tener que volver a verte.

Él no hizo ningún movimiento por unos segundos. Suponía que su delicada proposición era una ofensa en toda regla, pero si algo había desatado los nervios de la chica eran únicamente sus últimas palabras. Que Shotaro sugiriera que no se sentía agradecida con la familia que la había protegido incluso cuando su propia madre le dio la espalda, era mucho más de lo que se veía capaz de soportar sin verse tentada a que aquella disputa pasara a mayores. Sus diferencias con él eran exactamente eso; sólo de ambos.

El muchacho se incorporó, guardó con rudeza la carta en su chaqueta y se paró en el marco de la puerta, a su lado, antes de que pudiera retirarse.

Espero que no tengas que arrepentirte de esto —susurró, y un estruendoso portazo siguió a los pasos fuertes de sus largas botas a lo largo del pasillo.

Una hora después de aquello, Shotaro seguía en la cafetería de la estación televisiva, tratando de contenerse para no regresar sobre los pasos que ya había dejado atrás. En todo su más amplio sentido. Pues, que cumplir los deseos de sus padres le trajera sin cuidado, no quería decir que no sintiera un inmenso afecto por ellos. Sobre todo, si se trataba de su madre.

Shotaro no se engañaba al respecto. Ni siquiera ahora podría afirmar sentir el más mínimo arrepentimiento por lo que había sucedido. Había sentido que había hecho lo correcto incluso la primera vez que puso un pie sobre Tokyo, saboreando al fin la libertad de la que le habían privado por años. Que su éxito pasase inadvertido para sus padres magullaba ciertamente su orgullo, pero durante los meses más recientes había madurado lo necesario para aprender a vivir con ello. Lo suficiente para ser él, por una vez, quien daba su brazo a torcer.

Si sus padres no habían estado para él cuando más los había necesitado, no significaba que él no fuese a estar con ellos cuando así lo requerían. Incluso si tenía que valerse de engaños. Incluso si tenía que olvidar. Podía no perdonar a los demás sus faltas, pero tras la ruptura con Kyoko, había aprendido que, ante todo, era un ser incapaz de perdonarse a sí mismo sus errores hacia los demás. No estaba dispuesto a que la hostilidad llegara tan lejos con sus padres, y si para ello debía rogarle a su archienemiga, entonces, lo haría.

El muchacho inspiró con profundidad antes de volver a golpear firmemente los nudillos contra la puerta del camerino de la actriz primeriza. Al no obtener respuesta, giró el picaporte con lentitud y volvió a abordar la recamara hasta percatarse del ligero barullo que aguardaba detrás de un biombo.

¿Kyoko...?

Los cuchicheos dejaron de oírse súbitamente y el muchacho plegó suavemente la pieza antes de quedar completamente petrificado de pies a cabeza.

Lo que había ante sus ojos era la último que se habría imaginado.

Frente a él, la hermosa piel de su amiga de la infancia quedaba totalmente expuesta sobre la espalda que tenía al descubierto. Las graciosas ondulaciones de su cabello acariciaban los hombros desnudos sobre los que Shotaro reconoció una peculiar marca de nacimiento que no veía desde hace años y, a decir verdad, debía admitir que se habría sentido preocupantemente nervioso si la vestimenta que apenas se sostenía sobre sus senos no hubiese sido precisamente lo más ridículo que había visto jamás.

Una expresión de horror infinito deformó las facciones de la chica cuando se percató al fin de su presencia, y el grito posterior de sus garganta estuvo casi a punto de hacerle perder el conocimiento.

Sho cerró los ojos en una mueca de dolor, la chica se abalanzó hacia él como una fiera hambrienta siendo liberada de su cautiverio y un ajetreado forcejeo hizo caer el bastidor al suelo, y sobre él, a ambos.

¡¿Qué demonios haces?! —exclamó notando la intensa punzada de dolor que una pieza de metal provocaba en su espalda. El malestar aumentó cuando la chica empezó a removerse sobre sus costillas.

¡Imbécil! ¡¿Cómo has sido capaz?! —bramó enfurecida a la vez que trataba de golpearle sin que la otra mano hiciera caer su espléndido disfraz de pollo—. ¿No sabes lo que significa una puerta cerrada? Maldito pervertido, ¡seguro que lo has hecho a posta!

¿Q-qué...? ¿Q-qué demonios es lo que estás insinuando? No tengo ningún interés en contemplar tu carente figura. De hecho, creo que este grotesco espectáculo acaba de destrozar mi libido de por vida, y además... —contestó mientras sus ojos repasaban con desdén su anatomía para que el mensaje quedara claro—. Te recuerdo que no hay nada ahí que no haya visto ya.

La chica dejó de forcejear en el acto, ruborizándose. Y sin entender muy bien por qué, él lo hizo también.

Eres... idiota —masculló enfadada antes de levantarse del suelo.

Cuando la chica hubo estado de pie, Shotaro se incorporó alejándose lo posible de ella. Desde luego, Kyoko había cambiado mucho desde la última vez que se bañaran juntos en la sauna de su hogar, cuando ambos eran apenas unos niños. Ahora sentía la piel erizaba bajo la porción de ropa que ella había presionado con su esbelta figura, y no es que estuviese interesado en seguir descubriendo la insultante facilidad con la que ella conseguía que su cuerpo dejara de pertenecerle.

Date la vuelta, imbécil.

No tienes que decírmelo.

A su espalda, Shotaro advertía la suave fricción de la ropa casi como si pudiera ver con nitidez en su mente el modo en que se ceñía el suave vestido. Tosió incómodo, se cruzó de brazos y volvió a mirar al frente. Todo estaba allí. Las plumas, las grandes y feas garras. La enorme cabeza de pollo que parecía mirarle con odio incluso con las cuencas vacías.

Sabía que habías sido tú —musitó ladeando la cabeza levemente—. Ese pollo del demonio...

Se llama Bo.

Oh, ¡y tiene nombre! Quedan claras tus expectativas si eres capaz de enorgullecerte sólo por eso. —La chica le rodeó para alzar su barbilla y observarle con la misma arrogancia.

Estoy agradecida de todo aquello que me ayudó a elevarme. Te recuerdo que tú también empezaste desde lo más bajo.

No te lo estás creyendo ni tú —espetó en cuatro tonos más graves.

¿En serio? ¿Acaso ya no recuerdas ese lavadero de coches al que pusiste melodía?

Yo no he... Eso no cuenta, idiota.

¿Cómo era...? Ah, claro... ¡Frota, frota sin parar! ¡Brum, brum! ¡Mira así soy feliz, gracias por venir aquí! ¡Conduzca con cuidado, sonrisa de lado a lado! —canturreó a viva voz. La expresión congestionada del chico era una mezcla de ira y vergüenza.

¡Cierra tu maldito pico de pollo...!

¿O qué? ¿Eh? —La nariz de la chica rozó la punta de la suya. Estaba tan cerca de ella que podía adivinar el sabor de su lápiz labial. Ella pareció percatarse también y ambos giraron las cabezas en direcciones distintas.

Un molesto silencio los ensordeció por unos instantes. A su lado, y con un matiz de dolor nuevamente reconstruido, Kyoko suspiró.

¿Por qué has vuelto, Shotaro? Incluso si aceptara tu estúpida idea, no serviría de nada. Okami-san no es alguien a quien se pueda engañar fácilmente.

Lo sé, pero ¿qué quieres que te diga? A veces hay que dejar oír a los demás exactamente lo que desean. Aun si saben que se trata de una mentira.

Él se pasó una mano tras el cuello, nervioso, y luego retrocedió. Tratar de ser sincero con ella era más difícil de lo que nadie podía imaginarse. La miró en silencio, con franqueza. Los oscuros sentimientos de Kyoko hacía él no cambiarían nunca, pero sabía que ahora ella le observaba sin un ápice de maldad.

Yo... Necesito pensarlo —respondió finalmente.

Por un alarmante instante, el cantante había sentido la necesidad de cernirse sobre ella para hacer algo que quizás ya no sabría nunca. La puerta del camerino fue aporreada. La voz de una chica pidió permiso sin entrar a la habitación y la palidez de su ex-amiga subió por lo alto cuando escuchó ese preciso nombre brotar en el aire.

Kyoko-chan, ¿estás por ahí? Tsuruga-san se ha pasado a verte. ¿Quieres que le diga que pase?

La agónica indecisión de la chica quedó reflejada en los ojos que asomaban de sus órbitas. Kyoko le miró a él con horror, pero sorpresivamente, también a aquella cabeza de pollo apostada en un rincón del vestidor. A Sho no le fue especialmente complicado adivinar que ella se decidía sobre cuál de esas dos opciones traería su perdición primero.

S-sí, por favor. Dame un momento —comentó apurada.

¡Agh, no me digas que...!

¡Cierra la boca! —gritó en un susurro antes de empujarlo contra la pared—. Si te escucho respirar... , si se te ocurre hacer una tontería, te juro que será la última cosa que hagas con vida, ¿me entiendes?

Sho sonrió contra la mano que ella apretaba contra su boca y ella le lanzó una última mirada desafiante antes de ocultar el disfraz con una lona y colocar nuevamente el biombo en un rincón tras el que él pudiera ocultarse.

Al principio, no escuchó nada, sólo las ligeras pisadas de la actriz como si reordenara su camerino aceleradamente. Y luego, la voz. Esa voz en cuestión. La sensación de tenerle tan sólo al otro lado del bastidor hacia que una mano invisible retorciera con saña cada uno de sus puntos vitales, aunque, su furia se había centrado en la facilidad con la que lograba hacer tartamudear a esa idiota.

No tenía que haberse molestado —dijo Kyoko—. De verdad, Tsuruga-san, usted no debería estar haciendo este tipo de cosas. ¿Qué diría Maria-chan si se enterase de que anda usurpándole el honor de entregar personalmente las invitaciones de Navidad de la empresa? —El tono burlón de su voz arrancó una cálida carcajada en el actor y, una vez más, Shotaro notó en su estómago un ajetreo nauseabundo.

Me gusta saber que no se pierden por el camino. Además, estaba de paso.

Eso no es verdad... Su locación queda al otro lado de la ciudad.

Está bien, Mogami-san. Me divierto haciéndolo, ¿estás feliz? Aún así, sería mejor si Maria no lo supiera —bromeó.

¿Cuántas ha entregado ya...?

Eso no tiene nada que ver...

¿Cuántas?

La más importante y con eso me basta.

¡Lo sabía!

Shotaro se sostuvo el puente de la nariz. Aunque tarde, Kyoko también se había dado cuenta de lo que acababa de darle a entender ese aficionado del espectáculo. Oyó a la chica balbucear esa sonata de tonterías que soltaba cada vez que estaba nerviosa, y seguidamente, todo se redujo a un momentáneo silencio.

Silencio, ¿por qué silencio? Shotaro los odiaba. Mientras conversaban podía retorcerse en su cólera, pero durante los silencios, podía estar pasando cualquier cosa sin que él lo supiera... ¡Cualquier cosa!

Tsuruga-san, ehm... Gracias por venir hasta aquí —dijo, su voz sonaba tímida y estrangulada—. Lo cierto es que yo no querría seguir consumiendo más de su tiempo.

Pero a mí me encantaría que aclarásemos una cosa más.

Y entonces, por primera vez e incluso arrinconado tras ese pequeño biombo a través del cual no podía ver nada, Shotaro cayó en cuenta de que ella estaba irritada. Irritada, sí. No por su indiscreta noción de él allí, si no única y exclusivamente por la presencia de Tsuruga Ren cerca de ella.

Aquello cambiaba considerablemente su conciencia sobre las cosas.

Desde siempre, Sho había asumido la fuerza irresistible de la que aquel actor de quinta se servía para manipular a una ingenua nata como su amiga de la infancia. Nunca había sopesado que cuando Mogami Kyoko le repetía una y otra vez no tener una relación especial con su mentor, estuviese realmente en lo correcto.

Este nuevo conocimiento tiraba involuntariamente de sus mejillas. A fin de cuentas, uno no veía a Tsuruga Ren siendo desechado todos los días...

Estaba pensando sobre lo que nos ha ocurrido durante este último tramo... —escuchó decir a Ren—. Sé que nuestra estancia en Guam no fue lo que ninguno esperaba. Algo debió suceder allí porque nuestra relación no ha vuelto a ser la misma desde entonces. Así que... me gustaría arreglarlo.

Mientras su imaginación daba múltiples aspectos a ese «algo» del que Tsuruga Ren hablaba, Shotaro escuchó los sonidos suaves de unos pasos.

Yo creo que no es ne...

Mogami-san, por favor, si dices que estoy exagerando o que podemos simplemente dejarlo pasar, no te creeré. Y es importante para mí que te tomes en serio esto.

Shotaro se desesperó. Si esa chica idiota no quería aclarar nada con él, entonces, debería sencillamente patearlo fuera. Con un cuidado desmesurado, asomó la nariz por el borde del artilugio. Con sólo mirar el modo en que el actor apretaba la carta contra las manos de Kyoko, sentía un devastador torbellino interior amenazando con destrozar todo a su periferia.

Ésta no es ninguna invitación de la empresa —le aclaró, y la chica miró con fijeza el modo en que sus manos se entrelazaban sobre el fino palme entre ambas—. No tienes que decidir nada ahora, pero debes saber que todo lo que va a importarme en el futuro va a depender de tu respuesta.

Alzando su barbilla, Ren la obligó a mirarle a los ojos. Luego, dejó que sus dedos le acariciaran el cuello y sostuvo entre sus manos una pequeña pieza que brillaba tanto como un diamante. Se inclinó, sus labios besaron el colgante que prendía del cuello de Kyoko y Sho percibió el estremecimiento que el roce de su respiración provocaba en ella.

Sin más demora, Tsuruga Ren giró sobre sí mismo, despidiéndose de ella con una mirada que él mejor que nadie sabía interpretar: la amaba. La amaba como sólo un hombre sin nada mas por perder lo haría. Aquel claro conocimiento le ponía de los nervios, pero no tuvo oportunidad de hacer nada más que contenerse. Un par de segundos después, Kyoko abandonó también el lugar y él no volvió a saber nada de ella.

Nada. Excepto que, ella había sido incapaz de arrojarse a esos brazos, y por lo tanto, él aún tenía una posibilidad de que su amor le perteneciera...

Sho se apartó los cascos para regresar de la estancia de su cerebro a la que la magia indescriptible de la música lo transportaba. Tenía el gesto ceñudo y pensativo cuando Shouko abrió inesperadamente la puerta de su habitación asignada, una que se parecía mucho a aquella que había compartido con Mogami Kyoko tan sólo una semana antes.

Tan pronto como se puso en pie, un manto de plumas negras descendió por su espalda desde el inicio de sus hombros. Las hebillas plateadas brillaron en las botas que bordeaban por encima de su rodilla y el cuero oscuro se tensaba por encima de cada uno de sus músculos como si se tratase de su propia piel. Shouko se paró frente a él, estiró una mano que le revolvió ligeramente el rubio flequillo, y con una sonrisa satisfactoria, le instó a seguirle.

—¿Estás preparado? —preguntó la manager con júbilo.

—No pienso responder. Tras un año trabajado para mí debería ser evidente.

—No trabajo para ti —le refutó sin sentirse realmente preocupada—. Pero ya te explicaré la jerarquía de la agencia en otro momento. Ahora deberías estar más feliz, Sho. En unas semanas será Navidad.

—No me digas... —El chico hizo un movimiento descuidado con la cabeza para señalar los numerosos adornos que casi impedían el paso por los pasillos del estudio televisivo. Shouko entornó los ojos.

—Si fuera un poco responsable te pediría innecesariamente que no olvides realizar durante tu descanso todas esas cosas que ya sé que vas a hacer —añadió mientras cerraba repentinamente su carpeta de apuntes—. Pero la verdad es que te aprecio un poco, así que voy a rogarte que disfrutes de este tiempo. Pierde la cabeza por unos días, reúnete con todo esa gente con la que llevas proponiéndote cenar desde hace meses y repara algún corazón partido en vez de romperlo, eso ya lo haces usualmente.

—Yo también te quiero, Shouko.

La mirada divertida del cantante le arrancó una risita risueña, y Shouko se apresuró en darle un afectuoso pellizco en la mejilla.

—Por eso eres mi preferido. Ahora entra ahí dentro y deja a todos boquiabiertos como tú sabes.

Sho rodeó el brazo de su agente antes de que ésta pudiera colocarse en su lugar correspondiente tras el plató.

—¿Has hecho lo que te pedí...? —La cara de la castaña se ensombreció repentinamente.

—¿Tenemos que hablar de eso ahora? —Contempló por un momento la ceja alta del muchacho, y entonces, resopló—: Lo he intentado, pero ha sido imposible.

—¿Imposible? ¿Durante mañana, tarde y noche? Shouko, por favor... —se mofó el chico con una sonrisa ladina—. Estamos hablando de Kyoko, ¿quién podría estar por debajo de ella en la agencia? ¿Los celadores? No, espera... Tal vez, ¿la chica que afila los lápices de la recepción? No puede estar tan ocupada...

La mujer le miró con una expresión desaprobadora. El director del show asomó su cabecita desde el otro lado de la habitación y Sho despachó con un movimiento desdeñoso su expresión interrogante.

—No creo que sea un problema con su agenda. Sencillamente, Mogami-san no está disponible.

—¿Cómo que no está disponible...? Hazle llegar la maldita nota a ese restaurante, o a donde demonios sea que se aloje...

—¡Cinco minutos y estamos en el aire! —volvió a gritar el director del show antes de que el cantante alzara dos dedos que representaban los minutos que estaba dispuesto a demorarse.

—No ha vuelto a aparecer por allí...

—¿Y dónde está...? ¿Con amigas? No, claro... —se corrigió con obviedad—. Tendrá unas semanas de vacaciones, no puede permitirse marcharse de aquí con su presupuesto...

—Sho, lo que trato de decirte es que Kyoko ha desaparecido voluntariamente.

Shouko lo miró directamente a los ojos, en donde su expresión parecía tomar matices muy contradictorios. El chico echó la cabeza hacia atrás inconscientemente, casi como si una parte de él no fuese capaz de comprender lo que le estaba exponiendo. Luego se apoyó sobre la pared, se acomodó el pelo con nerviosismo y concentró su furia en su agente.

—Está con él —musitó con convicción—. Búscala. Hazlo incluso aunque se hayan escondido debajo de las piedras. Quiero hablar con ella a como dé lugar.

—Sho, no creo que...

—¡Cuatro minutos! —recordó el director.

—¡Me queda un jodido minuto más, maldita sea!

La peor parte de su desesperación tuvo que reflejarse en sus ojos, porque el director del show no volvió a aparecerse de nuevo. La manager se tensó también. Sabía que Sho no iba a tener la mejor reacción del mundo cuando supiera que la chica a la que amaba y con la cual se esforzaba en hacer las paces había despreciado su petición, así como que su pensamiento más previsible sería que ésta habría decidido tomar unas largas vacaciones en compañía del hombre que más despreciaba en el mundo: Tsuruga Ren. Pero, de ahí a abandonar sus compromisos profesionales era un suceso que Shouko definitivamente no concebía.

Fuwa Sho tenía fama de ser temperamental y de carecer de una virtud tan valiosa como la paciencia, pero también de ser un artista comprometido con su trabajo, y a día de hoy, nadie era mejor que él en su terreno. Que plantara un evento en curso por una pataleta denotaba bastante bien las razones por las que Shouko podía preocuparse...

Sho comenzó a volar por donde unos minutos antes había llegado. Sinceramente, no estaba seguro hacia dónde se dirigía, pero sabía que no podía quedarse sin hacer más de lo que estaba a su alcance. Su mente le bombardeó con un centenar de posibilidades con las que se ensañaría con su ex-amiga una vez que llegara a tenerla delante, pero seguidamente, esa furia se transformó en decepción.

¿Realmente? ¿Ella había rehusado la posibilidad de pasar las navidades en Kyoto, junto a su familia, como una pareja consagrada, como había querido siempre?

Evidentemente, no.

Las manos le temblaron viéndose obligado a cerrarlas en puños cuando pensó en la nimia eventualidad de que Tsuruga Ren y su más que reconocido encanto manipulador, hubiesen conseguido persuadir a Kyoko incluso en contra de esos que Shotaro sabía perfectamente que eran sus verdaderos deseos.

Tenía que pensar algo con tranquilidad, con elegancia y con la mente fría, y entonces, él podría...

«Lo voy a matar...», fue su primer pensamiento.

No sabía cuándo ni dónde, pero sí que lo haría lentamente...

No había emprendido una guerra contra la celebridad número uno de Japón para cederle sin una lucha digna lo que más le había importado jamás: el corazón de Kyoko.

Uno de sus puños se estrelló contra una pared sin que esto detuviera su avance. A su lado, un par de ajustadores le gritaron alguna grosería y él continuó caminando hasta que atisbó al final la puerta de su propio camerino. Fue entonces cuando lo notó. Un relámpago, una roca con vida propia cruzando de un pasillo a otro, un dolor desmesurado golpeándole en el pecho.

Shotaro se tambaleó hasta caer de bruces contra el suelo. Por unos segundos, temió haber arrollado a alguna de las estilistas que siempre deambulaban ajetreadas de un camerino a otro. El dolor entumeció su costado izquierdo por unos segundos, y cuando definitivamente pudo incorporarse, buscó con preocupación al pobre de espíritu que había tenido la desgracia de cruzarse en su camino.

—Por favor, disculpa, no estaba...

—Lo siento, fui yo que iba...

Y... sus ojos se encontraron con los de él.

Shotaro se sostuvo el lugar donde sentía el nacimiento de un moratón mientras el otro parecía observarle con la misma incredulidad que imaginó, debía estar mostrando él mismo.

Y, por una vez, casi como un alineamiento cósmico irrepetible, todos sus miedos, todos sus pensamientos, todos sus deseos parecieron conectarse a la vez alrededor de lo único que ambos tendrían jamás en común: Si no estaba con él... ¿dónde demonios se había metido Kyoko?

—Tsuruga Ren... —musitó el cantante con diversión—. ¿Me creerías si te dijera que me alegro de verte?

El aludido le devolvió la misma afilada mirada.

Él había pensado exactamente lo mismo.

.

.

.

Continuará.


Pues sí, Kyoko se nos ha escapado (?). Tal vez lo importante no sea dónde, sino por qué. Y ya no puedo decir más (xD).

¡Nos leemos!

Shizenai